Brasil/ la clase trabajadora vuelve del paraíso [Henrique Costa]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mar 31 16:07:58 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

31 de marzo 2016

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germain5 en chasque.net

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Brasil

La clase trabajadora vuelve del paraíso

Henrique Costa *

Correio da Cidadania, 30-3-2016

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Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

“El pobre es quien sufre”, dice María Angélica Lima, la beba envuelta en la
polémica foto donde empujaba el carrito de bebés, vestida de blanco, con los
hijos de los patrones adelante posaban de verde y amarillo. Moradora de Nova
Iguaçu, ella cuenta que “el precio de la comida aumentó mucho, íbamos a
reformar la casa, pero no va a dar”. La solución, para ella, no pasa por
sacar del cargo a la presidenta Dilma Roussef. Tampoco cree en Michel Temer.
Votó dos veces a Aécio Neves (PSDB) en 2014, dice, también admira la figura
del juez Sérgio Moro. “La solución de Brasil comienza por cambiar todo el
Congreso”.

Están los que dan valor desmedido a la economía, y los que creen que ella es
una dimensión producida casualmente -o por la política- y, por tanto, que el
ahorro del trabajador y billones de inversión productiva o especulativa son
forjados en una animosidad personal entre Dilma y Eduardo Cunha, en el ego
Temer o en el recalque de Aécio. Cuando la política comienza a transformarse
en un trastorno para la reproducción del capital y sus dueños trabajan para
librarse del problema, se ve claramente la cara oculta de la racionalidad
neoliberal que atraviesa a los gobiernos contemporáneos.

Por ejemplo, la intervención providencial de la banca europea en Italia en
2011, cuando el economista Mario Monti fue implantado en el cargo de primer
ministro en desapego por la democracia, muestra que la política y los juegos
escénicos son tolerados cuando no perturban. Dilma y Berlusconi representan
diferentes formas de gestión social y económica fracasadas. Garantieron por
algún tiempo, con todo, que los diferentes grados de barbarie creasen las
condiciones necesarias para lucros y dividendos, en el caso de la brasilera,
como resaca del lulismo.

El freno del orden de la recesión actual ya estaba en curso y ahora parece
un camino sin retorno. Ya había en un artículo anterior como las fuerzas
sobre todo económicas ya se movían en ese sentido, a pesar de haber todavía
grandes deudas en torno a la elección del nuevo gerente del neoliberalismo a
la brasilera. El hecho es que, a pesar del avance en dirección al
impeachment de Dilma, todavía hay entre los dueños del dinero grueso la
inseguridad con la sucesión, cuando incluso los analistas conservadores
dudan de la legitimidad y la capacidad gerencial de los principales
pretendientes al cargo.

Armínio Fraga, ex-presidente del Banco Central de FHC (Fernando Henrique
Cardoso) y uno de los portavoces del establishment, reafirmó recientemente
que si no hay un cambio tanto de gobierno, como de la economía, Brasil
tendrá un escenario de “pérdida de empleo e ingreso como nunca se vio”. Dice
él que la “mayor víctima es el pueblo, que creyó que ese modelo daría
cierto, se endeudó y ahora, como siempre, paga el precio”. Sin contar la
evidente hipocresía, dice lo obvio.

Tierra en trance

Indicadores económicos muestran que no solo la promesa lulista no se realizó
en el largo plazo, sino que el retorno del recalcado se junta con la debacle
económica. La tasa de desempleo en el trimestre cerrado en enero llegó a
9,5%, salto de 2,7% en un año. Son casi 3 millones de personas en el ojo de
la calle. En 2015, la renta del trabajo se despeñó 3,2%, ya descontada la
inflación. Como resultado, ya es oficial la reversión de la desconcentración
del ingreso en el Brasil de los últimos años.

Mientras tanto, los principales partidos, inclusive el actual ocupante del
sillón, se engarzan sobre la gran cuestión política y filosófica de nuestros
tiempos de restauración productiva y financiarización de la vida: quién
gerencia mejor es quién roba menos (o que roba con mejores intenciones o
acepta donaciones de las constructoras legalmente). En ese intervalo la
izquierda contemporánea hegemónica se preocupa en proteger personas y frenar
tragedias en curso con sus programas sociales: en el caso de Brasil y el PT,
se trata de dar algún destino a la enorme masa de trabajadores precarizados
del país, antes que explote por la desigualdad estructural y por la
humillación que ella proporciona.

En este momento infame, el precariado brasilero, en la definición de Ruy
Braga (1) vive el trance del ascenso social en tiempo relativamente corto, a
la caída rápida y sin cuerda, comprobando que el fin de la contención de
crisis profunda lo lanzará antes que nadie al mar.

Nadie parece querer saber a quién le tocará. Según un petista, “la periferia
está con Lula”, sugiriendo esta es una condición inmutable. Sin duda que una
parte de ella todavía tiene al o ex-presidente en alta consideración. Sin
embargo, las encuestas no son tan optimistas y, si no hay caceroleos en los
barrios de la periferia, tampoco hubo manifestaciones en defensa del
proyecto lulista. De junio de 2013 hasta aquí, se esperaba que la baja
popularidad del PT y de Dilma fuese revertida por la reacción del
precariado, pero eso no sucedió.

Uno de los motivos es que a despecho de recuperación sensible de las
condiciones materiales y de apertura del crédito para una masa antes
excluida, la década lulista fue marcada por una hiperexplotación del trabajo
que solamente no se compara a países como China. En la medida en que 80% de
la caída de la desigualdad en esos años son atribuidos a la renta del
trabajo, que empleó tanto como despellejó a la población, el tombo económico
actual continúa explotando, pero ya no remunera como antes, y todavía peor.

Un estudio presentado en setiembre del último año por el Ministerio de
Hacienda, muestra que los profesionales del Programa Nacional de Acceso a la
Enseñanza Técnica y Empleo (Pronatec) no tienen más ventajas en retornar al
mercado formal de trabajo, que de aquellos que no llegaron a hacer un curso
por el programa. Los cortes en el Fondo de Financiamiento Estudiantil (Fies)
siguen imponiendo aflicciones a los jóvenes oprimidos por la necesidad de
mantenerse en condiciones competitivas en un mercado de trabajo cada vez más
implacable.

Pacto conservador

Si el juego en el andar de arriba se juega por la ideología del dinero entre
los más pobres (en que todos vienen dejando de ganar después de una década
de prosperidad), sus códigos se descifran por lo que ya había dicho André
Singer en 1989: los que votaban en Fernando Collor lo hacían contra el
radicalismo de Lula. Querían cambios, Estado, desarrollo, y lo querían
dentro del orden. Tenían, en estertores de la dictadura, valores
conservadores (favorables a soluciones militares, rechazo a las huelgas,
etc.) y nada indica que eso hay cambiado, por el contrario. El
neopentacontalismo que lleva cada vez más gente a las cámaras y asambleas
legislativas no deja mentir.

El lulismo es, además de un pacto conservador, una manera racional de
gestionar recursos humanos, y sus programas sociales son exitosos de gestión
de la barbarie de la hiperexplotación neoliberal. La confusión es que la
afirmación del dinero en tanto canal de acceso a la ciudadanía y a servicios
privados en detrimento de lo público, por su vez, retorna en furiosa espiral
contra sus idealizadores, pues e techo de ascenso social por esta vía fue
finalmente tocado por el precariado. Dio lo que no dio.

Ciudadanía regulada

Es preciso reflexionar lo que significa la tal “defensa de la democracia”
que ha conmovido a militantes y simpatizantes del PT, cuyo acto del día 18
de marzo fue una demostración incontestable. ¿Efectivamente qué significa
defender el Estado democrático en un país que, además de la hiperexplotación
patrocinada, encarcela a 217 mil personas sin juzgamiento, promueve con
frecuencia espantosas masacres como las Osasco y Cabula, que asesina caso 60
mil personas en un año?

Significa defender un sistema en que se vota cada cuatro años y que, en
medio de esa democracia de baja intensidad, “respeta el resultado de las
urnas”. No importa tampoco que el sistema permita a la izquierda y la
derecha que sus candidatos sean financiados desde arriba, siempre que “sean
donaciones legales”, como lo muestran los más de 300 políticos comprados por
la Odebrecht.

Que lo digan los 170 mil funcionarios despedidos por la Petrobras en el
último año, resultado del cofre estatal vaciado por la gente indicada o
bendecida por el lulismo. Salvajismo fisiológico en el Congreso combinado
con ríos de dinero podrido alimentado esa democracia lisiada, es lo que
defiende ahora el petismo.

Pues bien, está el precariado nuevamente silencioso, en tanto la izquierda
petista hace actos de inspiración mesiánica en Tucas e Sanfrans para
regocijo narcisista, sin contar las toneladas de mensajes y cosas
indescifrables en la red social. Le cabe a ella hoy defender ese sistema,
que funcionó razonablemente bien durante la pos-dictadura y que se dejó
desvelar en junio de 2013. Es justo, en la medida en que el petismo ayudó a
forjarlo junto a los mismos que están siendo rechazados a su derecha.

Desinvirtiendo en la política

En el caso de la izquierda petista, no se trata simplemente de una “pérdida
de discurso”. Véase la defensa del fin del financiamiento privado, por
ejemplo. Hace algunos meses, Rui Falcão afirmó que el partido no recibiría
más dinero de las empresas. Cuando la realidad atropelló la demagogia el
partido no solo enterró la propuesta, sino que accionó para garantir que el
gobierno aprobase un fondo partidario tres veces mayor que la propuesta
original, el discurso cambió para realinearse nuevamente a la necesidad de
pagar las cuentas.

El problema central de la narrativa es que la tesis de que el avance
conservador (y el “reflujo” de los movimientos sociales antes) exige que la
izquierda se apegue a las conquistas de la Constitución ciudadana y a las
ganancias del lulismo (como si fuesen conjugados) parte de la premisa de que
después de asegurarlas a través de un frente de izquierda, será posible
volver atrás, rescatar la esencia del petismo y avanzar hacia las reformas
de inspiración fordista y finalmente construir la sociedad del trabajo en
Brasil.

Ni el Estado de Bien-Estar se efectivizó, atragantado en sus aspiraciones
por la avalancha de la restructuración productiva, ni la política
conciliatoria forjada por el PT está armada para responder aquello que él
mismo ayudó a crear.

Para el petismo, hablar hoy en lucha de clases es, por tanto, no solo una
ironía venida de quien trabajó para gestionar a la sociedad desarmándola
políticamente, sino el duro golpe de la realidad de una sociedad
desintegrada, desigual y mediada únicamente por el dinero, comprobando que
esta tal democracia se revestía de oro para mantener el status quo antes que
su subversión.

Nosotros y ellos

Se ve nuevamente como la máquina del desarrollo precisa de gente para moler
a la gente molida. Para la elite de los abogados del país, para los
dirigentes partidarios y sindicales y parte de la granada burguesía,
Amarildo (2) era una ciudadano de segunda categoría que no merece
manifiestos, muy diferente de políticos, banqueros, constructoras y
administración de fondos de pensión.

Un buen ejemplo de los pesos y medidas diferenciados es el de Pinheirinho.
Por ser una especie de anti-Mía Casa, Mía Vida, la izquierda petista rechazó
darle ningún soporte, simplemente porque era un proyecto que estaba fuera de
la galaxia del llamado campo democrático-popular. Un barrio popular,
planificado, sin financiamiento estatal y fuera de los padrones de vivienda
que siempre fueron la regla en las políticas públicas, pagó por la osadía de
ser un precariado no absorbido por el oficialismo. (3)

La dimensión horizontal de la lucha de clases muestra su cara en la
violencia creciente de la policía contra los pobres y que precisa del
engranaje estadístico para ser puesto debajo de la alfombra del gobierno
Alckmin, o ni eso, como en la carnicería de Cabula, en Bahía. (4) La
militarización de lo cotidiano, reflejo de la gestión armada de la paz
social, va matando en masacres y linchamientos por el país, sin sensibilizar
a buena parte del pensamiento social brasilero.

* Henrique Costa es cientista político y fotógrafo paulista.

Notas de Correspondencia de Prensa

1) Ruy Braga, “A política do precariado, do populismo à hegemonía lulista”,
Boitempo editorial, San Pablo, 2012.

2) Amarildo de Souza, albañil, morador de la favela Rocinha, detenido en
julio de 2013 por la Policía Militar; torturado y asesinado en las
comisarías que se acababan de implantar en las favelas de Río de Janeiro,
bajo el nombre de Unidades de Policía Pacificadora (UPP).

3) Comunidad de Pinheirinho (São José dos Campos, estado de San Pablo) sus
habitantes realizaron la mayor ocupación urbana de Brasil. El 22 de enero de
2012, la Policía Militar al mando del gobernador de San Pablo, Geraldo
Alckmin (PSDB) lanzó un operativo de guerra por sorpresa, invadió, desalojó
y reprimió salvajemente a las 2 mil familias trabajadoras sin techo. De las
9 mil personas que habitaban la comunidad, 2.600 eran niños y niñas.

4) El 6 de febrero de 2015, en el barrio Cabula, periferia de Salvador,
estado de Bahía, 12 jóvenes fueron asesinados. La versión inicial de la
Policía Militar fue que los jóvenes fueron muertos en un “intercambio de
disparos” en operaciones de la Rondesp (Rondas Especiales). La versión fue
desmentida por testigos que afirmaron que no hubo reacción por parte de los
ejecutados. Videos que circularon en internet también desmontaron el informe
policial. El sábado 7, otros dos jóvenes fueron asesinados por la Rondesp y,
en la madrugada del domingo 8, un nuevo “intercambio de disparos” en el
barrio de Sussuarana terminó con la vida de Bruno Ramos Mendes Santos. La
Pastoral de la Juventud de Salvador, Amnistía Internacional y diversas
organizaciones de derechos humanos, venían denunciando los abordajes
abusivos realizados por la Rondesp, con testimonios sobre torturas,
desapariciones forzadas y ejecuciones sumarias.

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