Brasil/ retrato de una utopía retrógrada [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 20 12:41:10 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

20 de mayo 2016

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Brasil

Retrato de una utopía retrógrada

El nuevo gobierno Temer está tomando decisiones desconcertantes que lo
colocan en una posición de notable fragilidad. La impresión inicial es que
se trata de un gobierno sin rumbo claro, tironeado por políticos
deslegitimados que lo pueden llevar al naufragio.

Raúl Zibechi

Brecha, Montevideo, 20-5-2016

http://brecha.com.uy/

El flamante Ejecutivo de Brasil está tomando decisiones desconcertantes que
lo colocan en una posición de notable fragilidad. La impresión inicial es
que se trata de un gobierno sin rumbo claro, tironeado por políticos
deslegitimados que lo pueden llevar al naufragio.

De los 23 ministros que integran el gabinete del presidente interino Michel
Temer, siete están procesados o investigados por delitos de corrupción,
mientras que otros 12 recibieron donaciones de empresas vinculadas al
escándalo de lavado de dinero de Petrobras.

La contumacia y la continuidad de la corrupción destrozan el argumento
principal de quienes se empeñaron en destituir a Dilma Rousseff. Es, apenas,
un síntoma de los retrocesos que encarna el nuevo gobierno. Buena parte de
los ministros que integran el gabinete Temer han sido antes ministros de
Rousseff. Es otra forma de corrupción: saltaron de un barco que se venía a
pique para abordar otro que, esperan, siga navegando pese a las tempestades
que jalonan la política brasileña. Corrupción, sinónimo de putrefacción.

Hasta la Orden de Abogados de Brasil (Oab), ferviente promotora de la
destitución de Rousseff, se manifestó contra la presencia de dos ministros
en el gabinete que son investigados por corrupción, los de Planeamiento y de
Turismo, afirmando que “quien sea investigado en la Operación Lava Jato no
puede ser ministro de Estado” (Valor, sábado 14).

Tres crisis en una

La salida del PT, después de 13 años en el gobierno, se produce en medio de
la mayor crisis económica de la historia nacional. El editorial del
Financial Times, el mismo día de la destitución de Rousseff, se muestra
escéptico de que Temer, de 75 años, sea capaz de lidiar con las tres crisis
que enfrenta Brasil: la económica, la ética y la que provoca el sistema
político.

Según el diario londinense, urge estabilizar la economía apoyando a la
industria privada, ya que las inversiones colapsaron durante la larga agonía
del impeachment y el crédito se desmorona. Las acusaciones de corrupción que
afectan a buena parte del Congreso pueden debilitar al recién nacido
gobierno tanto como la situación de la economía, dice. “Temer debe permitir
que las investigaciones sigan su curso –razona el diario de la City
británica–, aunque eso lo deje expuesto, puesto que cualquier otra actitud
va a corroer su magro apoyo popular.”

La tercera crisis deriva de la increíble fragmentación política que ha hecho
de la democracia presidencialista brasileña una de las más complejas en el
mundo, volviendo casi imposible lidiar con un arco parlamentario que incluye
la friolera de 30 partidos.

No será sencillo que el interinato consiga el primer objetivo. Los otros dos
están fuera de su alcance. El panorama que presentan las cámaras, el
principal apoyo institucional de Temer, es desolador: 313 de los 503
diputados están procesados o acusados; en la misma situación figuran 49 de
los 81 senadores. El defenestrado Eduardo Cunha, el archicorrupto ex
presidente de la Cámara de Diputados, nombró esta semana tres cargos en el
gobierno, pese a estar apartado de sus funciones por orden del Supremo
Tribunal Federal.

El caso más grotesco es el del diputado André Moura, escogido por Temer como
líder del oficialismo en la Cámara de Diputados y considerado una suerte de
brazo derecho de Cunha, pese a pertenecer a un pequeño partido que cuenta
con apenas nueve diputados. Moura tiene tres juicios en el Supremo, no sólo
por corrupción (peccata minuta a esta altura) sino también por tentativa de
homicidio, según reveló Folha de São Paulo el mismo día de su nombramiento.

El prontuario de Moura es alarmante. Fue alcalde del pequeño municipio de
Pirambú, en Sergipe, cargo que aprovechó para apropiarse de alimentos y
celulares y para poner a su servicio una flota de vehículos con sus
respectivos conductores. Según la Policía Civil, cuatro encapuchados
dispararon sobre la residencia de su sucesor en la alcaldía hiriendo a un
vigilante, ya que se negó a entregarle un millón de reales para su campaña
electoral para diputado por Sergipe.

Futuro conflictivo

Que Temer no haya sido capaz de poner distancias con Cunha revela como
mínimo dos graves problemas: que forma parte de la misma camada de corruptos
y que tiene miedo del ventilador que puede encender el ex presidente de la
Cámara en caso de ser procesado.

Aunque grave, el paso dado por Temer es apenas una pequeña muestra del
camino que está comenzando a transitar. La periodista Eliane Brum lo resume
en tres frases: “Sólo blancos, sólo viejos, sólo hombres. Ninguna mujer,
ningún negro. Ese retrato es una imagen poderosa porque no representa al
Brasil actual”, sostiene al analizar el nuevo gabinete (El País, lunes 16).
Temer cerró el Ministerio de Cultura. Una decisión no sólo polémica sino que
muestra un deseo de volver al pasado.

El cientista político André Singer, portavoz del primer gobierno de Lula, lo
dice sin vueltas: “Con la traumática caída del lulismo se interrumpe una vez
más el intento –en el fondo el mismo de Getúlio Vargas– de integrar a los
pobres a través de una extensa conciliación de clases. Venció nuevamente la
fuerte resistencia nacional a cualquier tipo de cambio verdaderamente
civilizatorio. Incluso el más moderado y conciliador” (Folha de São Paulo,
15-V-16). Pero el Brasil de hoy es bien distinto de aquel de 1954 que empujó
a Vargas al suicidio.

De algún modo, el gobierno interino puede interpretarse como un intento de
frenar los avances de las clases subalternas, de reconstruir un orden
agrietado, una utopía acariciada por las clases dominantes a lo largo de la
historia. Pero esa utopía, como lo muestran los dos siglos posteriores a la
revolución francesa, nunca consiguió aterrizar sus sueños, porque eran
pesadillas para la inmensa mayoría de la sociedad. Es difícil imaginarse un
Brasil sin Bolsa Familia, sin cuotas raciales en las universidades o, como
recuerda Brum, regresar a un país donde “los estudiantes de las escuelas
públicas aceptaban en silencio la violación de sus derechos más
elementales”.

Brasil está ante cambios invisibles, profundos, demoledores. No tanto desde
2003, cuando Lula llegó a Planalto, sino desde 2013, cuando millones de
jóvenes ganaron las calles luchando contra la desigualdad. Primero en San
Pablo, luego en Goiás y Rio de Janeiro, en estos momentos en Porto Alegre y
Ceará, cientos de colegios secundarios fueron tomados y gestionados por
jóvenes de 13 a 17 años. Sabemos lo que esto significa: una nueva generación
de militantes sociales llama a las puertas del escenario político dispuesta
a moverlo todo, a trastocar los planes de los poderosos.

En tanto, la vieja clase política se muestra incapaz de comprender el mundo
real. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores, el socialdemócrata aliado
de Washington José Serra, declaró que Brasil hará acuerdos bilaterales
porque “el multilateralismo de la última década fracasó”. El país cuyo
primer socio comercial es China y tiene estrechas relaciones con Asia puede
tener problemas serios si insiste en la senda anunciada por su canciller.

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