Cuba/ hacia un socialismo posible [Samuel Farber]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Jue Nov 3 11:04:20 UYT 2016
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Correspondencia de Prensa
3 de noviembre 2016
Boletín Informativo
redacción y suscripciones
<mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net
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Cuba
Hacia un socialismo viable
Samuel Farber *
Jacobin, 12-10-2016
https://www.jacobinmag.com/
Havana Times, 2-11-2016
http://www.havanatimes.org/
Traducción de Selma Marks
En julio de este año, el ministro de Economía de Cuba, Marino Murillo,
anunció que debido a un 20 por ciento de reducción en los envíos de petróleo
de Venezuela, el gobierno proyectaba un recorte en el suministro de
electricidad en un 6 por ciento, y de combustible en un 28 por ciento.
Mientras tanto ordenó la reducción inmediata de consumo de energía en el
sector público y la consecuente reducción de la empleo en ese sector, y
advirtió la posibilidad de apagones, haciendo resurgir así el espectro de
los terribles días del Período Especial de los 90.
Esto ha sido otro golpe más contra los esfuerzos del gobierno de Raúl Castro
para establecer la versión cubana del modelo sino-vietnamita basado en un
estado de partido único y la apertura de la economía al sector privado y al
mercado.
En la esfera política esos esfuerzos se han centrado en relajar el control
del estado sobre su ciudadanía. Pero eso no ha implicado ningún grado de
democratización. Así por ejemplo, las reformas de emigración del 2012, que
facilitaron el movimiento de los cubanos para salir y volver a la Isla,
nunca reconocieron viajar al exterior como un derecho de los ciudadanos
cubanos.
En la esfera de la Economía, el gobierno ha implementado una estrategia muy
modesta y contradictoria. Por ejemplo, las reformas estructurales en el
sector de la Agricultura permiten contratos de arrendamiento de la tierra
por un máximo de 20 años, en contraste con los gobiernos chino y vietnamita
que autorizan contratos mucho más largos y hasta permanentes.
Actualmente se permite el trabajo por cuenta propia en unas cuantas (poco
más de 200) ocupaciones. De haberlo permitido a través de toda la
economía—salvo en aquellos sectores que considera como prioridades sociales,
como la Salud—la reforma podía haber aumentado significativamente la
disponibilidad de productos y servicios en la Isla.
Los cambios complementarios que el gobierno introdujo—tales como el
establecimiento de mercados mayoristas y la banca de crédito comercial— para
reforzar las reformas estructurales fueron insuficientes y acabaron por
impactar negativamente en las propias reformas. Además, la burocracia y la
ineficiencia de Acopio—la agencia estatal que monopoliza el poder de compra
de la mayor parte de los productos agrícolas a precios establecidos por el
gobierno–ha desacelerado la producción agrícola. Y muchos productos se han
echado a perder por las demoras para ser procesados en las plantas del mismo
gobierno.
Sin recuperación
Antes de la crisis actual, la economía cubana había logrado recuperarse
parcialmente de los terribles años del Período Especial que la devastó tras
el colapso del bloque Soviético a fines de los ochenta y principios de los
noventa. La economía de la isla tocó fondo entre 1992 y 1994, cuando la
escasez de alimentos provocó una epidemia de neuropatía óptica que afectó
cerca de cincuenta mil personas.
Actualmente la nación ha sobrepasado el PIB al que llegó en 1989. Pero hay
otros indicadores—tales como el salario real y las pensiones, que en el 2014
llegaron solo al 27 y el 50 por ciento, respectivamente, de los niveles a
los que estaban en 1989—que nunca se recuperaron. Mientras tanto, el gasto
social ha estado en declive y se espera que el consumo familiar baje un 2.8
por ciento en 2016 y un 7.5 en 2017.
Si bien es cierto que la hambruna de principio de los noventa quedó atrás,
los cubanos siguen teniendo que luchar muy duro para conseguir sus
alimentos. El muy celebrado desarrollo de la agricultura orgánica urbana
representa una proporción relativamente baja de la producción agrícola.
Según lo señaló el economista cubano C. Juan Triana Cordoví, la disminución
de la producción doméstica ha forzado a los hoteles a importar verduras,
incluyendo la yuca, un tubérculo básico de la dieta nacional. Los escasos
avances logrados en la agricultura sostenible no compensan el hecho que la
producción de comestibles no ha llegado al nivel de 1989, y que Cuba ha
tenido que importar más de la mitad de sus víveres a un costo anual de dos
mil millones de dólares.
También se han perdido muchos de los logros en los campos de la Educación y
la Salud. Aún no se han reemplazado a todos los maestros que abandonaron el
sector debido a los bajos salarios; el número de repasadores
privados—frecuentemente maestros de escuela pública que trabajan en sus
horas libres—ha crecido exponencialmente. Se están derrumbando numerosos
edificios escolares, bibliotecas y laboratorios. Antes del inicio del
presente año escolar se cerraron 350 escuelas por las deplorables
condiciones físicas en las que se encontraban.
Lo mismo ocurre con muchos de los hospitales y otras instalaciones médicas
que actualmente funcionan solo con el personal mínimo indispensable; el
gobierno ha estado enviando un gran número de médicos de familia y
especialistas a Venezuela y a otros países a cambio de petróleo y moneda
extranjera.
Es muy probable que las reformas timoratas y contradictorias del régimen
actual desaparezcan junto con la salida de la escena de la generación
histórica de líderes revolucionarios. Sus descendientes, la segunda
generación de la burocracia estatal, muy probablemente adoptarán de lleno el
modelo sino-vietnamita, con una cierta inclinación hacia un capitalismo ruso
que combina el establecimiento de una oligarquía surgida del saqueo de la
propiedad del Estado con una “democracia” nominal que le proporcione al
Congreso estadounidense la excusa necesaria para abrogar la Ley Helms-Burton
de 1996 y así revocar el bloqueo económico de la Isla.
Además de ganarse la simpatía de los EU, la nueva generación de líderes se
ganará el apoyo del capital extranjero y de, por lo menos, un sector del
capital cubano-americano con la promesa de un gobierno totalmente en control
del estado, los medios masivos de comunicación y de las organizaciones de
masa—incluyendo los sindicatos controlados por el Estado—para así
garantizarle a sus nuevos inversionistas capitalistas, tanto cubanos como
extranjeros, la paz, la ley y el orden.
Sin embargo, tanto fuera como dentro del gobierno se están hablando de otros
modelos económicos, aunque muy discretamente debido en gran parte a un
sistema político que no permite una discusión cabal, libre y honesta de las
ideas.
Una economía libre y racional – los críticos del sistema
Desde hace un buen rato, los críticos del régimen que pertenecen al
“mainstream” cubano han estado abogando por el establecimiento de una
economía de libre mercado como la única alternativa “racional” a la
administración burocrática de la economía bajo el control del Partido
Comunista.
Este grupo abarca un amplio espectro de opinión que va desde una posición
dura de libre mercado hasta una perspectiva social demócrata de estado de
beneficencia. En este último grupo, críticos moderados se traslapan con
sectores de economistas académicos en la Isla, incluyendo a miembros del
Centro de Estudios de la Economía Cubana de la Universidad de La Habana.
Pero casi ninguno de estos críticos ha siquiera mencionado la cuestión de
qué hacer con la parte más importante de la economía cubana: las grandes
empresas del Estado. En cambio, se enfocan en el establecimiento de PYMEs
(Pequeñas y Medianas Empresas) aunque nunca han aclarado qué es lo que la
“mediana” empresa significa específicamente.
Mientras tanto, apoyan las medidas del gobierno para reemplazar el sistema
universal de racionamiento con otro que, en lugar de subsidiar productos, lo
haga a personas de bajos recursos. Hoy por hoy, todos los cubanos,
independientemente de sus ingresos, reciben una serie de productos a precios
bajos subsidiados por el gobierno. Bajo el nuevo sistema, solo los más
pobres y desprotegidos recibirían esos beneficios, racionalizando así los
mercados agrícolas y reduciendo el presupuesto gubernamental. La reciente
reducción de los productos que son distribuidos por esa vía marca el primer
paso hacia el sistema basado en el nivel de ingresos.
Finalmente, también insinúan su apoyo a que se elimine el monopolio estatal
del comercio extranjero y se permita que los cubanos importen del extranjero
sin límite alguno.
Como parte de la oposición al régimen, la izquierda crítica
naciente—mayormente constituida por corrientes anarquistas y social
demócratas —ha tenido que funcionar bajo la vigilancia y represión del
Estado. Estas corrientes están opuestas a cualquier reducción de beneficios
del estado y—por primera vez en la historia de la izquierda en Cuba—abogan
por una economía de autogestión obrera.
Es interesante que nunca mencionan la cuestión de planeación democrática o
de coordinación entre sectores económicos. Su versión de la autogestión
obrera presenta una economía de empresas autosuficientes que compiten entre
sí. Se asemeja al sistema que implementó Tito en Yugoslavia desde los 1950
hasta los 1970.
Este fue un socialismo de mercado autogestionado al nivel local, pero
controlado a nivel regional y nacional por la Liga Comunista. Aumentó la
participación de los trabajadores, incluso en la toma de decisiones a nivel
local, pero debido a la competencia y a la falta de planeación, también creó
desempleo, una gran volatilidad en los ciclos económicos, desigualdad
salarial y discrepancias regionales que favorecieron a las repúblicas del
norte de ese país.
La falta de poder de los obreros para decidir cualquier cosa mas allá de lo
que pasaba en su lugar de trabajo generó en ellos una perspectiva localista,
provinciana, y aislada de las decisiones económicas a nivel nacional. Los
trabajadores no veían razón alguna por la cual apoyar la inversión en otras
empresas, sobre todo, las que quedaban lejos de ellos y sus lugares de
trabajo.
A fin de cuentas, como lo señaló Catherine Samary en su libro Yugoslavia
Dismembered, el modelo yugoslavo de autogestión no pudo hacerle frente ni al
plan de la burocracia ni al mercado. La década de los 70 fue la última en la
que logró obtener cierto grado de crecimiento. Acabó acumulando una deuda de
20 mil millones de dólares que conllevó a la intervención del Fondo
Monetario Internacional.
Por lo tanto, el modelo yugoslavo, desde el punto de vista de la gestión
obrera presenta demasiados problemas como para ser emulado en Cuba. Por
añadidura, nadie en esta oposición de izquierda cuestiona cómo sería posible
el modelo de autogestión en la ausencia de un movimiento obrero o cómo
podría funcionar si los trabajadores no están motivados para luchar por su
autogestión. Obviamente, nada de ésto propicia la posibilidad de la
autogestión.
Hay otra corriente dentro de esa izquierda crítica que rechaza cualquier
concesión al capital y a la empresa privada, esgrimiendo el argumento de que
la empresa capitalista por definición contradice al socialismo. Pero no
consideran la cuestión crítica de cómo puede emerger una Cuba socialista y
democrática del estancamiento económico y la pobreza en la que se encuentra
sin hacer ningún tipo de concesión al capital.
Lo que sí es posible
Para un número creciente de cubanos dentro y fuera del país, el
socialismo—sea en su versión autoritaria o democrática—es una utopía
irrealizable. Cada vez menos cubanos lo consideran probable o deseable. Para
aquellos que todavía apoyan esa idea, la situación económica actual—en
combinación con la existencia de un capital extranjero extremadamente
poderoso—les impide siquiera imaginarse la posibilidad eventual de un
socialismo pleno.
La viabilidad de un socialismo pleno está relacionada con la teoría marxista
que rechaza la posibilidad del socialismo en un solo país, especialmente
cuando se trata de una patria económicamente subdesarrollada que existe en
un mundo capitalista libre de la amenaza inmediata de un movimiento
revolucionario socialista.
Además de tenerse que enfrentar a las hostilidades de su vecino imperial,
Cuba no podría adoptar un socialismo autárquico como vía para su desarrollo
económico, porque depende de la importación del petróleo. Su dependencia al
turismo, a la exportación de servicios médicos, níquel y, a menor grado, de
productos farmacéuticos y de la muy reducida industria del azúcar
caracterizan a su economía basada en el comercio con el exterior. Su
integración al mercado capitalista mundial impide el establecimiento en su
seno de una democracia socialista plena.
Pero esto no quiere decir que Cuba debe abandonar la idea del socialismo,
pero sí que se puede pensar en términos de una economía de transición, de un
baluarte provisional que realmente se puede implementar hasta que la
situación internacional cambie en una dirección más favorable al socialismo.
La economía política del marxismo clásico ofrece un modelo de lo que ese
baluarte podría ser. Reconoce, para comenzar, que en economías menos
desarrolladas como la de Cuba, los individuos, la familia y la producción a
pequeña escala desempeñan un papel más importante que en las economías
desarrolladas.
En su Socialismo: Utópico y Científico, Federico Engels distingue entre el
capitalismo moderno—en el que la producción está socializada, pero el
producto es controlado y apropiado por los capitalistas–y el socialismo—en
el que tanto la producción como la propiedad están socializadas. De esta
distinción deriva la noción que la propiedad productiva basada en el trabajo
colectivo es el objeto apropiado de la socialización y no la propiedad
productiva individual o de familia, y mucho menos la propiedad de objetos
para uso personal como la ropa, autos y muebles.
Por lo tanto, una economía de transición en Cuba permitiría la pequeña
propiedad productiva privada. Esta es una posición que deriva de un análisis
marxista del capitalismo y no de una adaptación oportunista a la política
liberal del libre mercado.
Esa economía de transición subordinaría el sector privado de la pequeña
empresa, regida por los mecanismos del mercado, al sector público a cargo de
administrar la gran industria del país—productos farmacéuticos, turismo,
minerales y la banca—bajo el control obrero, coordinada y planificada
democráticamente. El gobierno trataría de armonizar–basado en los recursos a
su alcance para investigar las condiciones del mercado y desarrollar los
pronósticos económicos más idóneos—la economía estatal con la economía de la
pequeña empresa conforme a un plan definido.
Obstáculos económicos
Pero primero es necesario hacer un reconocimiento honesto de la economía, la
que ha estado en franco deterioro aun antes de la crisis actual provocada
por la reducción de los envíos de petróleo de Venezuela.
Para empezar, el extenso sector público que abarca tres cuartas partes de la
economía se está tambaleando. El economista cubano Pedro Monreal ha señalado
que el gobierno mismo ha admitido públicamente que el 58 por ciento de las
empresas estatales están funcionando “mal o deficientemente.”
El crecimiento económico ha sido bajo y empeorará con la crisis actual.
Según los cálculos del también economista cubano Pável Vidal Alejandro, el
PIB de Cuba no crecerá en el 2016 y muy probablemente se contraerá en un 3
por ciento en el 2017. Sería el primer año de crecimiento negativo
registrado en los últimos 25 años de la economía cubana.
Hay voces importantes en la oposición de izquierda que se oponen al
crecimiento económico por razones ecológicas, entre otras. Sin embargo, una
de las condiciones necesarias para la democratización es la mejora de las
condiciones materiales en las que viven sus ciudadanos. La alternativa —el
continuo estancamiento económico y deterioro del nivel de vida— fomentará la
emigración masiva, que además de ser una tragedia en sí, resta el potencial
de cualquier movimiento de oposición democrática y progresiva — ya no se
diga socialista—en Cuba.
Aún más alarmante es el hecho que la taza de la nueva inversión, requerida
para reponer el capital existente, es una de las más bajas de Latinoamérica,
con menos del 12 por ciento de su PIB. Los pronósticos del gobierno indican
una disminución en la inversión del 17 por ciento en el 2016, y 20 por
ciento en el 2017. Eso conllevaría a la formación bruta del capital un poco
por arriba del 10 por ciento, casi la mitad de la taza de inversión
necesaria para el desarrollo económico.
El deterioro del capital no solo impide expandir, sino mantener los niveles
actuales de la ya deteriorada producción económica y nivel de vida. Es por
eso que Cuba ha llegado al límite de sus recursos para lidiar con el aumento
significativo del turismo –de 3 millones de turistas en el 2014, a 3.5
millones en el 2015, y a 3.7 millones calculados para fines del 2016– que se
desató con la reanudación de las relaciones entre Cuba y los EEUU en
diciembre del 2014. La eliminación de restricciones en las remesas a la
isla, que Obama ordenó, ha empeorado significativamente la escasez de
alimentos y bebida. La oferta no puede dar abasto con el aumento de la
demanda.
La productividad económica en el país también se ha quedado atrás. Salvo por
la papa, la producción agrícola en Cuba está muy por debajo del resto de
Latinoamérica. En el sector industrial, la biotecnología ha sido el único
que goza de una productividad relativamente alta en comparación con la que
reina en las otras economías de la región.
El aumento de la productividad no es un asunto que solo atañe al capitalismo
en su sed de lucro, sino también a una economía interesada en reducir el
trabajo arduo, mejorar los niveles de vida, y maximizar el tiempo de ocio
tratando de producir más con la fuerza de trabajo disponible.
El Che Guevara abogó por lo que, de hecho, acabó siendo una manera de
exprimir aún más al trabajador. La organización del trabajo, la tecnología,
y lo más importante: el control obrero, ofrecen una alternativa real para
obtener una economía más productiva.La autogestión es en sí una motivación
poderosa. La baja productividad actual deriva de un sistema burocrático que
sistemáticamente desorganiza y genera caos, y que no lofrece a los
trabajadores ni incentivos políticos—que le permiten a los trabajadores voz
y voto con respecto a su trabajo—ni incentivos materiales—típicos del mundo
capitalista desarrollado—para motivarlos. Los incentivos morales de Guevara
fracasaron: fueron un método de responsabilizar a los trabajadores sin
darles poder alguno, y para hacerlos trabajar más duro sin ofrecerles ningún
control ni remuneración.
Obstáculos ecológicos
La oposición de la izquierda al crecimiento económico se basa, sobre todo,
en consideraciones ecológicas. Cuba está confrontando muchos problemas
graves del medio ambiente, entre ellos un aumento en la cantidad de roturas
y filtraciones del viejo y mal mantenido sistema de agua. Esto ha causado
una pérdida considerable del líquido, que muchas veces se acumula en las
calles y en los terrenos vacíos, y el uso de recursos insalubres para
almacenarla como respuesta a su escasez. Esta situación ha conllevado a la
proliferación del mosquito Aedes Aegypti, el trasmisor de la temible
enfermedad del dengue.
El número creciente de cerdos, aves y de cultivos caseros –parte del muy
celebrado, pero muy problemático movimiento agrícola urbano— combinado con
el muy deteriorado servicio de recolección de basura ha aumentado
considerablemente la posibilidad de brotes epidémicos en las áreas urbanas.
Las recientes declaraciones del gobierno afirmando que ha logrado contener
la epidemia de zika y que casi ha eliminado el dengue deben verse con
escepticismo, en tanto que persistan las condiciones que propician la
propagación de estas enfermedades.
La posición contra el crecimiento entre los cubanos de la izquierda
oposicionista ganó fuerza a raíz de la reciente visita a la isla del
economista Jeffrey Sachs, quien durante su estadía en La Habana instó “al
pueblo cubano que no avance hacia el siglo veinte.” Según explicó el
reportero Fernando Ravsberg, Sachs insistió que los cubanos debían enfocarse
en crear un sistema económico sostenible y concentrarse en el desarrollo de
la agricultura orgánica, sembrada sin tractores y cultivada sin el uso de
fertilizantes químicos o pesticidas.
Si el reporte de Ravsberg es correcto, Sachs no sopesó los costos y
beneficios que cada medida para proteger el medio ambiente implica tanto
para el medio ambiente, como para la sociedad en general. Es cierto que los
tractores pequeños y eficientes, que el gobierno cubano está proyectando
producir en asociación con capital estadounidense, consumen petróleo. Pero
los efectos negativos que el petróleo tiene en el medio ambiente no se
comparan con el costo mucho mayor de una agricultura basada en energía
animal o energía humana. Estas producen menos alimento y requieren
cantidades masivas de energía de seres humanos y de bestias.
La historia misma de Cuba lo ha demostrado: el abandono de vehículos
motorizados en la agricultura que tuvo lugar a principios del Período
Especial representó, en términos netos, un gran retroceso para los cubanos.
Fue también en los noventa que el transporte urbano se desmotorizó. Los
residentes urbanos recurrieron a las bicicletas, que más tarde fueron
abandonadas—no porque los cubanos preferían las guaguas abarrotadas e
infrecuentes o los taxis colectivos caros (solo una proporción muy pequeña
de los nacionales tiene su propio carro), sino porque con la bicicleta no
les era posible llegar a tiempo al trabajo desde los lejanos suburbios donde
vive la clase trabajadora ni la bicicleta los protegía de la lluvia y
vientos tropicales que arrasan al país de junio a noviembre.
El gobierno chino ha fomentado la propiedad individual de carros, lo que ha
contribuido a la enorme contaminación urbana de ese país. Es una advertencia
que debería llevar a cualquier gobierno cubano a considerar un sistema
efectivo de transporte público como una política a favor del medio ambiente.
Por último, Cuba necesita mejorar la proporción de la electricidad que
produce basada en recursos renovables. Actualmente es solo un 5 por ciento,
lo que representa la cuarta parte de lo que se ha logrado en toda
Latinoamérica.
La política hacia una alternativa socialista
El camino hacia el socialismo requiere tanto de un programa como de una
política a seguir, basada en consideraciones estratégicas y tácticas regidas
por ciertos principios, para participar, intervenir y responder a las
propuestas del gobierno y de las varias corrientes de oposición.
Guiados por esa política principista orientada a intervenir en los problemas
concretos que afectan a la sociedad, los cubanos socialistas podrían
identificar ciertas áreas de interés común con los católicos liberales y los
críticos socialdemócratas en la Isla. Estas incluyen propuestas para
promover la producción y la productividad agrícola, tales como la
codificación de los derechos de usufructo de los pequeños productores
agrícolas, la eliminación de la venta forzada del producto a precios
establecidos por Acopio, y el establecimiento de mercados mayoristas para la
pequeña empresa y los productores individuales.
En la esfera del empleo urbano, se deben apoyar propuestas para formar
cooperativas basadas en la iniciativa de los trabajadores y no por órdenes
del gobierno para deshacerse de sus empresas que se están yendo a pique por
bajo rendimiento,o de negocios que no puede administrar centralmente, como
los pequeños restaurantes.
Igualmente importante sería oponerse a otras propuestas de esos mismos
grupos, como la propuesta para legalizar el empleo en todas las ocupaciones,
aun en aquellas que deben funcionar en el interés público, como la educación
y la medicina.
La izquierda también debería responder a la propuesta de la libre
importación señalando que un estado democrático debe decidir el uso de las
divisas del país basado en una serie de prioridades que incluyen criterios
sociales para favorecer a los sectores más empobrecidos de la población y la
compra de bienes de producción que más beneficien el desarrollo económico.
Porque de otro modo, los cubanos pudientes pueden malgastar las de por sí
escasas divisas en la importación de bienes frívolos tales como carros y
muebles de lujo.
Y podría presentar su oposición a la opinión dominante actual—entre los
críticos y de un número creciente de economistas en el gobierno—que el
Estado debe subsidiar a personas en lugar de subsidiar productos y que debe
reemplazar el subsidio universal con un sistema que únicamente le
proporciona ayuda a los ciudadanos más necesitados.
Es claro que los subsidios universales proveen beneficios innecesarios para
los cubanos más pudientes. Pero los críticos de ese sistema nunca mencionan
el lado negativo de su propuesta que consiste en que socava la solidaridad
social. La experiencia internacional ha demostrado que programas basados en
el bajo ingreso conllevan a la estigmatización de la gente pobre y que como
resultado pierden su legitimidad a través del tiempo socavando así la
asignación de fondos para sus operaciones y su viabilidad.
Una posible respuesta a ese problema podría consistir en la introducción de
una escala conforme a la que los beneficios obtenidos varían en relación
inversa al ingreso. Esto permitiría reconocer la existencia del diferencial
de necesidades y al mismo tiempo maximizar el apoyo político a la existencia
y continuación del programa.
Los socialistas que vienen de la tradición marxista saben que los subsidios
tienen que ser selectivos: cualquier economía se derrumbaría si el estado
proporcionara todo gratis o a precios por debajo del costo de producción.
Más aún una economía relativamente subdesarrollada como Cuba, que cuenta con
un excedente demasiado pequeño como para poder sostener muchos productos
subsidiados o gratis.
Pero es importante conservar viva la noción del subsidio universal, porque
mantiene el camino abierto a la posibilidad de su expansión cuando la
economía se vuelva más productiva y más rica.
Los críticos liberales y el gobierno mismo están de acuerdo en la necesidad
de la inversión extranjera como una manera de resolver la baja
capitalización de la economía cubana. Muchos en la izquierda están opuestos
a esa idea y la ven como el caballo de Troya del capitalismo y el dominio
extranjero. Pero la ausencia de una industria doméstica desarrollada de
bienes de todo tipo hace necesaria una política de inversión capitalista
extranjera, aunque eso sí: controlada y selectiva. Esta posibilitaría la
importación de nueva maquinaria, y la renovación de la infraestructura de
los servicios públicos y del transporte.
La nueva inversión foránea también puede tener un efecto significativo en la
empleomanía y un impacto multiplicador en la creación y desarrollo de nuevas
industrias que complemente y contribuya al desarrollo de las industrias ya
establecidas.
El impacto de dicha inversión sobre los sueldos y condiciones de trabajo
sería negociado a través de sindicatos independientes, los que
inmediatamente cancelarían la práctica actual del gobierno de cobrar
directamente los salarios que los inversionistas extranjeros le deben a los
trabajadores cubanos y de pasarles a estos últimos solo una fracción de lo
que ganaron. El gobierno sostiene que con el dinero que retiene sufraga el
gasto social y otras operaciones gubernamentales. Pudiera lograr lo mismo a
través de un sistema de impuestos transparente y equitativo en lugar de
detentar el monopolio de la venta y el control del trabajo.
Es cierto que una producción basada en la autogestión y la existencia de
sindicatos poderosos pueden desalentar la inversión extrajera. Sin embargo,
una administración y un sistema tributario honestos, junto con la existencia
de recursos naturales y humanos no reproducibles en otros países pudieran
superar esa desventaja.
Los críticos de derecha de la oposición minimizan y hasta ignoran el
importantísimo problema de la creciente desigualdad. A la izquierda este
problema le brinda una oportunidad única para introducir y propagar el
principio de sindicatos independientes, los que aunados a un sistema
progresivo de impuestos pueden funcionar más efectivamente que la política
actual de reglas burocráticas diseñadas para hostigar a la pequeña empresa y
a los cuentapropistas.
No quiere decir que se debe abrogar todo tipo de regulación. Esta es
necesaria en varias esferas como la seguridad ocupacional, la salud,
pensiones y derechos sindicales. Si fuera administrada –bajo el control y
supervisión de los trabajadores—por organizaciones profesionales en lugar de
una burocracia central, acabaría beneficiando a los trabajadores y no a los
propietarios. Para poder hacerlo, es primero necesario distinguir entre las
reglas diseñadas para proteger a los trabajadores y las reglas que protegen
los intereses de los burócratas.
La intervención y participación con respecto a las propuestas presentadas
tanto por el gobierno no democrático como por el sector de la oposición
pro-capitalista le brinda a la izquierda la oportunidad de formular demandas
específicas y de mobilizar a la gente para luchar por ellas. Eso es lo que
construye un movimiento—o por lo menos un polo alrededor del cual
organizarse—a pesar de la represión gubernamental y el escepticismo popular.
El régimen actual de Cuba no permite la existencia legal de otros partidos,
de sindicatos independientes o de medios de comunicación libres. Estos son,
por supuesto, los elementos que conforman el marco político que facilitaría
el tipo de sistema social y político de transición aquí esbozado. Aun así,
la oposición debe hablar de una alternativa que abiertamente reconoce tanto
las posibilidades como las dificultades involucradas en construir una
democracia socialista. Eso es lo que le da poder a la gente en lugar de
hacerle sentir que no hay nada que se puede hacer para hacer avanzar al país
en una dirección anticapitalista, radicalmente democrática y encaminada al
socialismo. Hay una alternativa.
* Samuel Farber nació y se crió en Cuba y ha escrito numerosos artículos y
libros sobre dicho país. Su último libro es The Politics of Che Guevara:
Theory and Practice, publicado por Haymarket Press en 2016.
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