Colombia/ un Estado (débil), dos países (fuertes) [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Oct 7 14:05:00 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

7 de octubre 2016

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Colombia

Un Estado (débil), dos países (fuertes)

La estruendosa derrota del proceso de paz en el referendo del domingo
muestra que no alcanza con rubricar acuerdos para sellar la reconciliación.
Colombia está dividida en dos mitades que no se reconocen, ni lo harán,
porque necesitan modos de encontrarse y dialogar pero no al estilo del
proceso de La Habana, elitista y distante.

Raúl Zibechi

Brecha, Montevideo, 7-10-2016

http://brecha.com.uy/

Las dos Colombia que chocaron el domingo 2 encarnan mundos que se temen. Una
realidad que antecede, con mucho, el posicionamiento ideológico y viene a
justificar distancias culturales sobre las que toman forma las diferencias
políticas. Esos dos mundos pudieron más que las largas negociaciones entre
gobierno y Farc en La Habana, sobrevolaron el macizo apoyo internacional a
la firma de la paz, y desbarataron el más serio y firme intento por superar
una guerra de 52 años.

El Sí tenía todo a su favor, con el respaldo que había recibido desde el
gobierno y la oposición de izquierda moderada, agrupada en el Polo
Democrático, hasta los gobiernos de la región y los organismos financieros
internacionales, pasando por diversos movimientos sociales. La propia
directora general del Fondo Monetario, Christine Lagarde, había prometido en
Cartagena, tras la firma del acuerdo de paz ente gobierno y guerrilla, abrir
una línea de crédito especial para Colombia por 11.000 millones de dólares
en caso de que el Sí hubiera ganado.

Todo el mundo creyó, además, en la veracidad de las encuestas que
pronosticaban hasta un 60 por ciento de votos favorables al Sí. Pero ganaron
los partidarios del No, con el Centro Democrático de Álvaro Uribe, ex
presidente y ex aliado del actual presidente Juan Manuel Santos, a la
cabeza.

Uribe bien puede ser considerado el principal vencedor de la consulta. Sin
embargo, no debería vérselo como el hacedor de la derrota del Sí. La
habilidad del ex presidente consistió en captar la bronca y el rencor de la
mitad de los colombianos con las Farc, una antipatía que su gobierno
(2002-2010) contribuyó como pocos a potenciar, aliándose con las fuerzas
armadas y una parte sustancial del empresariado, en particular del ganadero,
y también con paramilitares y narcotraficantes.

Explicar una sorpresa

Una parte considerable de los análisis sobre el resultado del referendo puso
el énfasis en cuestiones puntuales vinculadas a aciertos y errores de
campaña. “Mientras la campaña del No siguió en forma unificada las
directrices del uribismo, la del Sí resultó dispersa”, sostuvo uno de los
periódicos más prestigiosos del país (El Espectador, 4-X-16). El diario
aludía a la multiplicidad de apoyos que recibió el Sí, y afirmó que si todos
los que apoyaban la paz hubieran hecho una campaña unificada los resultados
hubieran sido distintos.

Entre los argumentos menos sólidos apareció el que atribuye al pasaje del
huracán Matthew por la costa del Caribe la abstención de más de cien mil
votantes en la región más favorable a la paz. Las mismas premisas defienden
quienes se quejan de la baja participación, de no más del 37 por ciento.
Debe recordarse que las elecciones en Colombia desde siempre se
caracterizaron por la baja participación. En todo caso, deberían pensarse
las razones por las cuales la dirigencia política tiene tan esmirriada
credibilidad.

La publicación La Silla Vacía (nombre que hace referencia a la ausencia de
Manuel Marulanda en El Caguán, en las negociaciones de paz de los noventa),
una de las más sólidas en el análisis de la política colombiana, esgrimió
cinco razones que explicarían el fracaso del Sí. La primera consiste en
haber subestimado el rechazo de la población a las Farc, que Uribe supo
capitalizar al lanzar la consigna de que el Sí equivalía a decir “Ser pillo
paga”. Durante la campaña el ex presidente desplegó anuncios simulando
carteles en favor de “Timochenko presidente”, aludiendo a que el Sí llevaría
a la larga al actual líder de las Farc a la presidencia de la república.

La segunda razón sería haber subestimado el rechazo que Santos concita. En
efecto, el gobierno tiene menos del 30 por ciento de aprobación, por lo que
el presidente “se convirtió desde un inicio en un lastre para el plebiscito”
(Lasillavacia.com, 3-X-16). Luego destaca que los partidarios del No
tuvieron la habilidad de no oponerse a la paz, sino apostar por “un mejor
acuerdo”.

La publicación achaca a las Farc y al gobierno actitudes de soberbia. El
presidente exhibió un estilo caudillista y autoritario, mientras que la
guerrilla mostró “todo menos humildad”. En Cartagena, durante la ceremonia
de firma de la paz de la semana pasada, Timochenko “salió al escenario como
una estrella de rock”, exhibiendo una “superioridad moral” que causó
disgusto a muchos, observó la revista. Los dirigentes de la guerrilla nunca
entendieron que se trataba de conquistar la voluntad de esa otra mitad del
país que sólo los conoce a través de la publicidad negativa de sus enemigos,
agregó.

Por último, el semanario aludió al proverbial conservadurismo de los
colombianos, católicos y homofóbicos. Uribe hizo llamados a rescatar la
“familia tradicional”, mientras que el procurador Alejandro Ordóñez aseguró
que los acuerdos de La Habana pretendían cambiar instituciones sagradas,
como el matrimonio. El gobierno no pudo convencer a la Iglesia Católica, en
una reu­nión que mantuvo con varios cientos de pastores cristianos, de que
las denuncias no eran verdaderas (Semana, 2-X-16).

Campo y ciudad

Lo cierto es que la sociedad colombiana vive desde hace décadas una profunda
y creciente polarización que tuvo su punto de partida en el asesinato del
líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, inicio de una
guerra civil entre liberales y conservadores que creó las condiciones para
el nacimiento de las Farc en los sesenta. Pero esa guerra no afectó a todos
los colombianos por igual, sino en primer lugar a los pobladores rurales.

El Grupo de Memoria Histórica denunció que el conflicto ha causado la muerte
de 220 mil personas entre 1958 y 2012, de las cuales más del 80 por ciento
fueron civiles. En paralelo, el Registro Único de Víctimas indicó que hasta
marzo de 2013 se habían registrado 25 mil desaparecidos y casi seis millones
de desplazados, en un país de 48 millones de habitantes. Desaparecidos y
desplazados provienen de las áreas rurales que votaron mayoritariamente por
la paz, como Chocó, Cauca, Guaviare, Nariño, Caquetá, Vaupés, Meta y
Putumayo, donde el Sí se impuso con cierta holgura. Por eso se dice que las
víctimas de la guerra votaron afirmativo.

Por el contrario, en las grandes ciudades y zonas urbanas triunfó el No.
Como señala la periodista Constanza Vieira, “Colombia exhibió su peculiar
trastorno de doble personalidad, que hace que se hable de dos países: el más
desarrollado, predominante en los Andes, votó mayoritariamente No. El país
de la periferia, con menor densidad de población, lo hizo por el Sí, junto
con Bogotá, de unos 8 millones de habitantes” (Ips, 3-X-16).

Lo interesante, y verdaderamente complejo, es que el país “moderno” le dio
la espalda a la paz y se alió con el ultraderechista Uribe, salvo en Bogotá,
que ha experimentado un proceso de democratización tras dos décadas de
gobiernos municipales progresistas.

Las razones de este supuesto desfase ente modernidad y actitud política
conservadora serían, básicamente, dos. La primera se relaciona con los
escenarios de la guerra. Para los citadinos, el conflicto es algo que sucede
lejos de su vida cotidiana, entre contendientes con los que no tienen el
menor contacto. Esta población no sólo no sufre la guerra sino que se
“informa” por medios de comunicación siempre controlados por una alianza
entre un Estado militarista y empresarios amigos de los militares.

Sin embargo, en las ciudades se respira prosperidad, por un lado, y pobreza
en el otro extremo. Pero en un país como Colombia una y otra no se miran,
menos aún interaccionan. El 60 por ciento largo de colombianos que no votan
suelen pertenecer a la mitad más pobre de la población, lo que explica el
pequeño peso de una izquierda que, además, hace rato está desconectada de la
realidad.

La segunda explicación tiene que ver con el peso creciente de las “iglesias
de garaje”, que proliferaron a tal punto en los últimos 20 años que el
gobierno pretendió controlarlas a través de un registro. De acuerdo a este
“catastro”, hace tres años, fecha del último control, había en Colombia
5.071 iglesias no católicas anotadas ante el Ministerio del Interior
(Caracol, 17-I-14). Cada día se presentan tres iglesias nuevas, además de
las que funcionan de forma “ilegal”.

En su inmensa mayoría se trata de pequeños templos evangélicos o
pentecostales a los que acuden decenas de personas. Probablemente tengan una
incidencia similar a las iglesias pentecostales en Brasil, que cuentan con
poderosos medios de comunicación, grandes templos y una numerosa bancada de
diputados y senadores. Pero en Colombia el fenómeno no cuenta con estudios
que permitan conocer la cantidad de fieles que abarcan ni sus
características. Sí se sabe que los ingresos de esas iglesias informales
eran, hace apenas tres años, de 10.000 millones de pesos, cinco veces más
que el presupuesto estatal para educación (Dinero.com, 24-IV-13).

Esas miles de iglesias se mostraron reacias al acuerdo de paz. Una de las
escasas investigaciones académicas sobre este fenómeno, realizada por el
periodista Ricardo Sarmiento, divide a las iglesias en tres categorías: las
locales o “de garaje”, con sede única, casi siempre pentecostales y que
influencian a personas de las cercanías de donde están instaladas; las que
tienen varias sedes en Bogotá y en diferentes regiones del país; y las
“megaiglesias”, que pertenecen a congregaciones internacionales.

Este universo en expansión geométrica tiene una poderosa influencia sobre el
comportamiento de los sectores populares. Fundamentalmente las pequeñas
“iglesias de garaje”, que están radicadas en barrios periféricos, funcionan
en casas de familia y encarnan un “protestantismo informal que crece sin
necesidad de apoyo económico foráneo”, según afirma en un informe el
sociólogo William Beltrán. Se las puede considerar como “una forma de
resistencia social” de los más pobres, porque “propician espacios de
organización comunitaria para desplazados y marginados que encuentran en el
seno de esas comunidades la posibilidad de reestructurar el sentido de su
existencia y su identidad”.

El otro refugio de los pobres son las fuerzas armadas, que captan a jóvenes
en busca de un sentido a sus vidas y un ingreso seguro, como puede verse en
cualquier recorrido por las ciudades colombianas. “Si el presidente Santos
de verdad quiere hacer la paz con todo el país debe ofrecerles a los
militares, y a Uribe, y a los intereses y miedos que él representa, un trato
que los cobije”, escribía bastante antes del referendo el periodista Héctor
Abad Faciolince (El Espectador, 30-VII-16). “Me temo que aquí seguirá la
guerra si algunos militares y civiles reciben más penas y vergüenzas que la
guerrilla. Si Santos define un trato especial para militares y civiles
implicados en el conflicto (y sólo él tiene el poder de hacerlo), creo que
hasta el Centro Democrático votaría por el Sí en el plebiscito. Aquí hay
cierta derecha que no descansará hasta no ver presa o muerta a la cúpula
guerrillera; y cierta izquierda que no estará contenta hasta no ver preso a
Uribe y a sus amigos. A esa izquierda y a esa derecha hay que desarmarlas
con un perdón especial”, concluía Abad.

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