Estado español/ crisis del PSOE: tormenta perfecta en el comité federal [Josep María Antentas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Oct 9 11:39:57 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

9 de octubre 2016

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Estado español

Tormenta perfecta en el comité federal

Josep Maria Antentas *

Público.es, 5-10-2016

http://blogs.publico.es/

1.Asediado desde el exterior, primero por el 15M y después por Podemos, la
estocada final al PSOE viene desde el propio interior, como reacción
atemorizada de una fracción de su burocracia y elite dirigente ante su
decadencia, a la crisis de régimen y a todo el derrumbe del orden político
anterior. El “jaque pastor” a Sánchez ha sido el golpe del miedo y de la
arrogancia. El golpe de un pasado que pervive en el presente de forma
putrefacta. Ha sido fruto de la crisis que atenaza al PSOE desde 2011. Y, a
la vez, ha abierto una nueva fase de la misma actuando de factor
precipitante de una dinámica de grave implosión. Es, pues, simultáneamente
consecuencia de la crisis interna y causante de su propia agravación.

La razón de estado (gobernabilidad en nombre del poder financiero y ante la
“amenaza” independentista catalana) chocó, sin que los responsables de ello
lo sepan, con la razón de partido, fruto de la ceguera de unos dirigentes
que, acostumbrados a asimilar y a confundir ambas, no han entendido que su
partido ya no juega el rol sistémico de antes, que no se han percatado de
que en la época de la austeridad permanente ambas razones colisionan entre
sí, empujando inevitablemente a la socialdemocracia a un choque brutal
contra su propia base social. Durante un tiempo Estado y partido fueron lo
mismo para el PSOE. Pero esto ya quedó atrás, de forma que salvar a la vez
al partido y al sistema político del cual fue su principal puntal no es
posible.

Al igual que Rita Barberá o Miguel Blesa es posible que genuinamente no
entiendan por qué se les acusa y no comprendan por qué lo que hicieron toda
su vida devino ahora motivo de escándalo y reproche, Felipe González y los
suyos no asumen que tampoco ya pueden obrar como antes, y que hacerlo empuja
a su partido por la senda de la auto-inmolación. González y Díaz son a la
estrategia política lo que Barberá o Blesa a la ética. Aunque, a decir
verdad, tampoco les van a la zaga en esta materia. La razón en ambos casos
es la misma: el 15M existió. Todo aquél que no lo ha asimilado y no ha
sabido leer su significado deambula como un fantasma, como un ánima en pena
por la política española…al menos en el carril izquierdo.

González, Díaz y toda la fracción golpista simbolizan al peor de los PSOEs
posibles, tan derechista como autoritario, tan españolista como rancio, tan
arrogante como fuera de época. Inconcebible algo más siniestro. Encarnan un
pasado renuente a desvanecerse, que aprisiona el presente y con ello
oscurece el propio futuro. Son muertos vivientes que zombifican todo lo que
tocan, todo lo que muerden. Son astillas de un pasado tenebroso y putrefacto
que aterroriza y contamina el presente con su legado pestilente.

Felipe González, con licencia para conspirar, representa un pasado que se
resiste a ir, que nunca se fue, y que secuestra la posibilidad que el PSOE
desarrolle una política para el presente que le garantice un futuro. “Un
miserable prisionero de los poderosos” lo definió magistralmente el
ex-editor de la New Left Review Robin Blackburn a mitad de los años noventa,
en una expresión que Miguel Romero, editor fundador de Viento Sur, rescató y
reformuló hace unos años como “prisionero del poder” . Un prisionero del
poder que devino esclavo del mismo encadenado en las entrañas de Estado y
osmosificandose con él. Susana Díaz encarna simplemente a una caterva de
dirigentes (en los que la razón de Estado y la de partido se mezclan con
ambiciones personales) que llegaron tres décadas tarde a su tiempo, una
especie de repetición atemporal y anacrónica de la generación que ganó en
1982, pero en un escenario en el que su proyecto ya no tiene bases
materiales para sustentarse con éxito y carece de credibilidad narrativa y
política. Nublados por sus triunfos electorales en Andalucía, olvidan que no
son extrapolables en el conjunto del Estado español y evitan así
cuestionarse el porqué de la decadencia histórica del PSOE.

2.El PSOE ha mostrado ser el eslabón más débil del bipartidismo. Era lógico.
El 15M, a pesar de su transversalidad y de que rompiera posiciones fijas,
impactó en primera instancia en el pueblo de izquierdas. Y la canalización
político-electoral, no automática ni mecánica, de la gran indignación
expresada en las plazas en 2011, vino a través de una opción, Podemos, que
emanaba también del campo de la izquierda, a pesar que tuviera la intención,
correcta, de desbordarlo y la estrategia, incorrecta, de hacerlo emitiendo
mensajes confusos y un proyecto cada vez más vacío.

En las elecciones del 20D y 26J, Sánchez pudo aguantar el embate de Podemos
y Unidos Podemos. Contra todo pronóstico resistió al sorpasso que hubiera
condenado al PSOE a deslizarse por una senda jamás transitada y sin camino
de salida. Pero, a pesar de ello, el partido salió herido de gravedad al
verse empujado hacia una situación inédita en la que ya no es una opción de
gobierno, pues carece de los votos necesarios para ello porque su base
social se contrajo. Pero tampoco puede ser, sin embargo, un partido de
oposición, porque la crisis del bipartidismo, de la cual la propia crisis
del PSOE es el principal puntal, impide la tradicional alternancia turnista.
Ni gobierno, ni oposición, el PSOE dejó de realizar su función habitual y se
ha visto desgarrado entre dos posibilidades que, por razones opuestas,
chocan con la visión qué tiene de sí mismo y con el papel desempeñado desde
la Transición: primero, convertirse en un complemento del bloque derechista,
hoy el más firme bastión y garante de la estabilidad sistémica en tiempos
turbulentos; segundo, preservar a toda costa su independencia, a expensas de
toda la inestabilidad parlamentaria que pueda generar, esperando a que la
base social de Unidos Podemos parcialmente se desanime con el tiempo y poder
así reafirmarse, a pesar de todo, como la principal alternativa electoral al
PP. La primera opción entraña su autodestrucción a medio plazo, aprisionado
entre el muro del PP y la embestida de Unidos Podemos, mientras que la
segunda significaba priorizar los intereses de aparato por encima de la
gobernabilidad, pero sin poder ofrecer una alternativa al PP de forma clara
a corto y a medio plazo y, por tanto, actuar como un partido sin
funcionalidad alguna.

El problema de fondo para el PSOE es que la única opción real para volver a
ser alternativa de gobierno en lo inmediato, conformar una mayoría
alternativa con Unidos Podemos y las confluencias catalana, valenciana y
gallega (más los independentistas catalanes por razones de aritmética
parlamentaria), es imposible, a no ser que Unidos Podemos rebajara sus
exigencias a un mínimo irrisorio y autodestructivo. La contrariedad del PSOE
es muy sencilla: no tiene alternativa alguna a la austeridad y no puede
liderar un gobierno anti-austeridad, a pesar que parte de su  (menguante)
atractivo electoral pasa por aparentar ser un partido distinto a la derecha,
pues hacerlo significaría romper con su razón de ser y su función histórica
desde la Transición.

Sánchez descartó la primera opción por razones evidentes. Implicaba quemarse
a lo bonzo y por una causa no demasiado heroica. Su destino estaba claro:
pasar a la historia como el tipo que hundió el PSOE y que facilitó otro
gobierno de Rajoy, achicharrarse durante dos o tres años en el Congreso
dirigiendo un grupo parlamentario de zombies abducidos por Bruselas y el PP…
y ser relevado sin piedad justo antes de las próximas elecciones por otro
dirigente menos chamuscado. Un porvenir lamentable, sin duda. Difícil
imaginar una carrera política más oscura y un ridículo mayor.

Por ello intentaba aferrarse a la segunda opción. No caer bajo el yugo del
PP y ganar tiempo y más tiempo. Su plan era claro: a) intentar una
negociación pública para conformar un nuevo gobierno b) sondear, aún con
pocas esperanzas, si un Podemos debilitado e internamente roto estaría
dispuesto a auparle a la presidencia a cambio de casi nada c) culpar a
Unidos Podemos y a Ciudadanos en caso de fracaso de las negociaciones y d)
arriesgarse a ir a unas terceras elecciones con un perfil de izquierdas y
unitario en las que confiaba no sólo mantener a Unidos Podemos por detrás,
sino quizá ampliar un poco su ventaja. Ello le hubiera despejado el camino a
medio plazo, pues un mal resultado de los de Pablo Iglesias sólo hubiera
servido para incrementar la bronca interna en Podemos y convertir a su
próxima Asamblea, el tan esperado Vistalegre II, en un encuentro de alto
riesgo para la formación morada, que carece de una cultura del debate
político real ni de gestión inclusiva de las diferencias. Francamente, no
era un mal plan para un aparato acorralado, sin más proyecto que su
supervivencia, y que había hecho ya lo más difícil, quizá para su propio
asombro, el 26J.

No hay que confundirse. Sánchez no encarnaba ninguna ala izquierda en el
partido. En otras palabras: Díaz y González representan cristalinamente a la
derecha del PSOE, pero Sánchez no personifica a la izquierda, sino
simplemente a una fracción del PSOE que supo leer mejor los tiempos y que no
vive en un irreal mundo de fantasía. Ésta ha sido una batalla de una derecha
del partido sobrepasada por la época que le ha tocado transitar, contra un
aparato sin proyecto pero con ganas, tenacidad, y un cierto olfato para
sobrevivir. Al menos lo suficiente para entender que es en el cuerpo a
cuerpo con Unidos Podemos donde se la juega. Paradójicamente, Sánchez en el
fondo sentía la misma nostalgia por el PSOE que se fue y ya no es que
González y Díaz, la misma añoranza por el Régimen que hoy está en crisis.
Pero ambos sectores diferían en la respuesta a dar ante su propia
decadencia.

3.La crisis del PSOE es un capítulo más, y como todos con particularidades
propias, de la crisis de la socialdemocracia europea. La manifestación más
visible de la misma es la caída drástica de sus apoyos electorales, pero
ello es la consecuencia de una crisis de identidad, de estrategia y de
proyecto, en el marco de un contexto de desdemocratización, involución
oligárquica y descomposición de los mecanismos tradicionales de
representación política.

El golpe muestra crudamente la naturaleza de la socialdemocracia
contemporánea: el PSOE no es más que un partido incrustado en, y al servicio
de, el poder económico y financiero, aunque con una base electoral y en
cierta medida militante, que se reivindica parcialmente de izquierdas, en un
contexto donde servir a, y formar parte de, el núcleo del poder
económico-financiero es incompatible con la mas mínima política favorable a
los intereses del grueso de la sociedad. La colisión entre la
socialdemocracia y su propia base social se torna así irremisible.

La gestión procapitalista salvaje de la crisis por parte de la
socialdemocracia europea culmina así una larga trayectoria de integración en
las estructuras políticas y económicas capitalistas, pero en un marco donde
ya no hay bases materiales para ofrecer ni progreso material ni la ilusión
del mismo, a su base social. En los años ochenta, el PSOE implementó un
proyecto de modernización capitalista firmemente, concebido como un proyecto
de “progreso”, verdadero fetiche histórico recurrente de los años del
felipismo, cuyo objetivo y relato legitimador era abandonar el tradicional
atraso del país debido al franquismo y homologarse al resto de países
europeos, a través de una mezcla ideológica de democracia parlamentaria,
consumismo, crecimiento económico, atlantismo y cambio cultural. Entorno a
ello, el PSOE articuló su proyecto nacional y su propia idea de España, con
una retórica que compaginaba desequilibradamente una defensa de la “España
plural” con un fuerte nacionalismo español preeminente.

La generalización del modelo consumista, la modernización social y la
consolidación de un pequeño Estado del Bienestar, en un escenario de
descomposición del movimiento obrero y creciente despolitización y
individualización de las relaciones sociales, dio una sólida hegemonía al
PSOE por toda una década, conectando bien con las expectativas de las clases
medias urbanas y sin perder el favor mayoritario de las clases trabajadoras.
La era González terminó en 1996 por el efecto de la crisis económica de 1993
y el estallido de graves escándalos de corrupción, sin olvidar el impacto
despolitizador de las transformaciones sociales profundas acarreadas por el
propio proyecto de modernización capitalista que facilitó el corrimiento a
la derecha de segmentos de las clases medias y trabajadoras. El PSOE de
Zapatero regresó al poder en 2004 con una propuesta política que enfatizaba
un perfil progresista tradicional en el terreno social y cultural y que en
buena medida servía como coartada para camuflar su falta de diferenciación
en lo económico con el PP. Pero su proyecto terminó pulverizado por la
crisis económica y su aceptación de la euro-austeridad, en un segundo
mandado que se apagó al grito del No nos representan. Retrospectivamente,
todo el proyecto de modernización capitalista abrazado por la
socialdemocracia aparece como una huida sin fin hacia adelante, a modo de
una auténtica burbuja estratégica (e identitaria) en la que la
socialdemocracia ligó su destino al del propio neoliberalismo, en una suerte
de esquema Ponzi vacío y de alto riesgo.

4.Las consecuencias de la tangana en el PSOE y del triunfo de la fracción
golpista son todavía imposibles de calcular. No hay duda de que el PSOE se
ha metido un gol en propia puerta de los que valen una Champions. El diseño,
ejecución y contenido del golpe contra Sánchez, de una brusquedad y
tosquedad impresionantes, ha sido la mejor ejemplificación hacia fuera de lo
que realmente es este partido. Los propios gerifaltes socialistas se han
encargado de dejar claro cual es la naturaleza de su formación y de su
política. Pocas veces una organización se auto-desenmascara de esta forma.

Los problemas experimentados el 20D y el 26J van a multiplicarse
exponencialmente tras el show para destituir a Sánchez. La base electoral
del PSOE, en su mínimo histórico, corre riesgo de reducirse mucho más,
acrecentando sus dos grandes problemas estructurales. Primero, el
envejecimiento de sus votantes y la pérdida de conexión, en beneficio
sobretodo de Podemos, con el voto joven y de mediana edad. Segundo, la
creciente desarticulación territorial y geográfica de sus apoyos en las
urnas. Muy debilitado en Catalunya, en Euskadi y en Galicia (aunque ahí en
menor medida), y sin levantar cabeza en Madrid, corre el riesgo de
convertirse en un partido semi-regional, en sentido amplio, pivotando
entorno a Andalucía y Extremadura, e incapaz de encarnar un proyecto creíble
para el conjunto del Estado. Una situación de alto riesgo para un partido
que en los años ochenta funcionó en simbiosis permanente con la propia idea
hegemónica de lo que era España.

La crisis por la que se precipita el PSOE beneficia a corto plazo al PP, que
finalmente podrá formar gobierno y seguirá concentrado votos en fuga desde
Ciudadanos. Pero a medio término, el embarrancamiento del PSOE supone una
estocada decisiva a un bipartidismo que ya desapareció en su forma clásica
el 20D pero sin ser reemplazado todavía por un nuevo sistema de partidos. La
implosión (más allá de la magnitud final que ésta vaya a tener) del PSOE es
la implosión del sistema político y de gobernabilidad del Régimen de 1978. Y
viceversa.

Con la auto-zancadilla que se ha practicado, en cierta forma el PSOE ha
puesto en manos del PP su propio destino. Aunque no sea nada fácil de
justificar, si Rajoy se mueve exclusivamente por la razón de partido
cortoplacista podría intentar ir hacia unas terceras elecciones, de las que
saldría reforzado a costa del PSOE y Ciudadanos, pero al precio de facilitar
el sorpasso de Unidos Podemos, asestando un golpe certero a la alternancia
turnista sistémica. Sería todo un sarcasmo que a la razón de Estado de
Felipe Gonzalez y compañía, Rajoy respondiera con una estrecha razón de
partido. Toda una lección para los partidarios de la ley y el orden en el
bando socialista. Si, por el contrario, como es probable, prioriza la razón
de Estado, optará por no ir a una nueva cita con las urnas que hundiría a
sus rivales sistémicos, pero que daría alas a quien juega fuera de las
normas, Unidos Podemos. En este caso se “limitará” a imponer unas
condiciones draconianas a un PSOE sin capacidad de negociación alguna por su
propio auto-sabotaje.

En lo que depende de sí mismo, el futuro inmediato del PSOE es muy
complicado. Ir hacia nuevas elecciones en las condiciones posteriores al
golpe, equivaldría a un naufragio inminente. Facilitar el gobierno a Rajoy,
supondrá una inmolación política y fuerte agitación interna, y quizá
alimente las expectativas de Sánchez de intentar reconquistar la dirección
(una opción que, paradójicamente, sería la única que podría reflotar en
cierta medida al partido). Allanar el camino de Rajoy hacia La Moncloa no
implica sólo una abstención. De algún modo u otro tendrá que garantizar la
gobernabilidad y facilitar la aprobación de todo el paquete de medidas, de
“reformas”, que el nuevo gobierno realizará obedeciendo a Bruselas. Las
políticas de euroajuste se han medio paralizado desde hace dos años:
primero, en 2015 cuando era preciso dar oxigeno a Rajoy para no hundirlo
antes de las elecciones y propulsar a Podemos; después, en 2016 por la
interinidad en la Moncloa. Pero en 2017 habrá que recuperar el tiempo
perdido. La maquinaria se pondrá en marcha a todo tren. Y el PSOE puede
verse arrastrado por ella, dejando así libre el campo de la oposición a
Unidos Podemos. Es ahí cuando los verdaderos efectos del golpe contra
Sánchez pueden sentirse en toda regla.

Los procesos políticos, y entre ellos los golpes de mano palaciegos, son
incontrolables. Una vez arrancados tienen su propia dinámica impredecible y
escapan al control de sus propios protagonistas. Abren grietas que pueden
provocar terremotos imprevistos en el corto y el largo plazo. Ninguna
burocracia controla por decreto una realidad indomable siempre a su
voluntad. Quienes orquestraron la rebelión por arriba contra Sánchez lo
hicieron pensando salvar a la vez la gobernabilidad del Estado y su partido.
Pero el efecto logrado puede ser el contrario. Las paradojas anidan en el
corazón de la actividad política. Y la de estos días puede ser mayúscula:
los más firmes adversarios de Unidos Podemos dentro del PSOE pueden haber
creado las condiciones para el sorpasso que éste último no supo realizar por
sí solo. Lo que en otras palabras significa que, si bajo la batuta de Felipe
González y Susana Díaz, el PSOE se precipita sin retorno por la senda de la
autodestrucción, puede ser que González y los suyos acaben haciendo una
imprevista, sorpresiva y valiosísima contribución a las fuerzas de la
ruptura que tanto denostan, temen y han combatido a lo largo de toda su
vida.

* Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).

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