Memoria/ Hungría 1956: aniversario de una revolución [Pepe Gutiérrez Álvarez]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Mar Oct 25 13:27:00 UYT 2016
_____
Correspondencia de Prensa
25 de octubre 2016
BoletÃn Informativo
redacción y suscripciones
<mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net
_____
Memoria
HungrÃa 1956
Aniversario de una revolución
Pepe Gutiérrez Ãlvarez *
Viento Sur, 24-10-2016
http://www.vientosur.info/
En los años cincuenta, el estalinismo, que habÃa salido reforzado con la victoria sobre el nazismo, habÃa extendido su poder a toda Europa del Este y habÃa ampliado su influencia, pese a sus diferencias con Mao, a China (1949) y a Corea (1953), parecÃa haber llegado a un punto de no retorno. Se hablaba del “campo socialista†que, entre otras cosas, reafirmaba su victoria histórica contra el “viejo†socialismo revolucionario y pluralista... Una historia qua quizás pueda parecer lejana pero cuya importancia no puede ser desmerecida, de entrada porque contribuye a comprender mucho mejor el “fracaso del socialismoâ€, un ideal que, al decir de los obreros polacos, habÃa sido un buen invento pero que habÃa sido mal aplicado. El socialismo es inherente a la libertad, y esto lo tuvieron claro los trabajadores, los estudiantes y los intelectuales obreros húngaros que en pleno fervor revolucionario descabezaron las odiosas estatuas de Stalin, momento que quedó inmortalizado en unas fotos que nos hablaban de la vÃspera de nuestro tiempo: de la crisis irreversible del estalinismo. Un desastre o un desvÃo de una revolución que podÃa haber sido muy diferente. No le faltaba razón a Pascual Maragall cuando dijo aquello de que, de no haber sido por lo de HungrÃa del 56, todos nos hubiéramos hecho comunistas.
Y es que incluso aquà donde el régimen presentó los hechos como sà se tratara de una rebelión nacional-católica (asà lo presentan algunas pelÃculas de la época como El canto del gallo, de Rafael Gil con Francisco Rabal), no por ello dejó de influir en la evolución del pensamiento crÃtico de las nuevas generaciones.
Se puede decir que todo comenzó con la conmoción provocada por el XX Congreso del PCUS, con el inaudito “Informe Kruschev†sobre los crÃmenes de Stalin que, a pesar de sus contradicciones y limitaciones, sirvió para legitimar en cierta medida el movimiento de protesta que, en el verano de 1956, afectaba en HungrÃa a todos los grupos sociales y en especial a estudiantes e intelectuales. Las voces más numerosas reclamaban medidas urgentes para corregir el modelo socialista. DecÃa Bela Kovacs, el secretario del Partido de los Pequeños Propietarios liberado en abril, que nadie pensaba entonces en volver a la situación anterior a 1945. La frase probablemente fuera exagerada. En la manifestación del 56 se confundieron distintas corrientes, desde comunistas, anticomunistas, demócratas, liberales, socialdemócratas, hasta nostálgicos horthystas, y confluyeron las insatisfacciones materiales derivadas de la industrialización acelerada y la crÃtica al sistema de poder responsable de la anterior. El denominador común de los manifestantes radicaba en la defensa de un patriotismo independiente y soberano.
Ya en julio de 1956, Moscú, consciente del malestar existente en el partido húngaro, envió a Budapest a dos eminentes jerarcas, Mikoyan y Suslov, para arbitrar una solución. Esta no fue otra que la de hacer dimitir de la dirección al odiado Rakosi, nombrando en su lugar a Erno Geröe (igualmente poco popular por su identificación con el sistema del anterior, comisario estalinista en 1937 en Barcelona), e incorporar a la ejecutiva a Janos Kadar y otros de los llamados comunistas nacionales (que habÃan pertenecido a la Resistencia), representantes de una lÃnea centrista y moderada. La nueva dirección anunció un programa con determinadas concesiones, que fueron consideradas insuficientes por la oposición. Entre las resoluciones adoptadas, estaban la de rehabilitar a las vÃctimas del rakosismo, celebrándose honras fúnebres en su recuerdo (el 6 de octubre tuvo lugar el funeral por Rajk), que congregaron a mucha gente, readmitir a Imre Nagy en el Partido (13 de octubre) y mejorar las relaciones diplomáticas con Yugoslavia, siguiendo el ejemplo de Moscú. En este sentido, en septiembre se firmó un protocolo de cooperación económica, y el 15 de octubre salió para Belgrado una delegación húngara encabezada por Geröe y Hegedüs -presidente del Consejo- con objeto de proseguir las negociaciones. El regreso de la delegación a Budapest coincidió con la manifestación preparada por intelectuales y estudiantes para ese dÃa, 23 de octubre.
Los manifestantes se congregaron ante la estatua del poeta Petöfi, recitándose un poema simbólico -Talpra Magyar- que recordaba los inicios de la revolución antihabsbúrgica de 1848. El Gobierno, desconcertado e indeciso, terminó por consentir la manifestación que en un principio habÃa prohibido. La multitud -formada por intelectuales, estudiantes, empleados, obreros, campesinos, e incluso soldados de uniforme-, que portaba banderas nacionales sin el emblema comunista, mostró después su solidaridad con el pueblo polaco en la plaza de Joseph Bern -un general polaco que luchó con los húngaros en 1848-49-. Se leyó allà el comunicado elaborado por la Unión de Escritores, que, en la misma lÃnea reformista y moderada de las propuestas del CÃrculo Petöfi, pedÃa la reunión del Comité Central del partido y la incorporación de Imre Nagy al Gobierno. También se dio lectura al manifiesto reivindicativo de los estudiantes, más radical y mucho más aplaudido que el texto anterior. Era una carta de 16 puntos en la que, entre otras exigencias, se formulaba la necesidad de evacuación de las tropas soviéticas, la reconstitución del Gobierno bajo la dirección de Imre Nagy y la expulsión de los estalinianos, elecciones generales con sufragio universal y secreto y participación plural de partidos, derecho de huelga para los trabajadores, revisión de los tratados soviético-húngaros, de los procesos polÃtico y económico, y rehabilitación de las vÃctimas del rakosismo además, por supuesto, de proclamar la solidaridad con el pueblo polaco.
A continuación, el grito de “¡Nagy al poder!†se convirtió en el lema más repetido por la multitud. ¿Qué hacÃa entretanto el personaje cuyo nombre se invocaba con intenciones mesiánicas? Nagy no participó en la manifestación, pero se vio obligado por la tarde a dirigir unas palabras a la muchedumbre. Habló desde la sede del Parlamento con un lenguaje gubernamental, racional más que sentimental, sobre la solución de los problemas y divergencias a través de la discusión y la negociación, animando a la gente ante todo a preservar el orden constitucional y la disciplina. A la misma hora aproximadamente, el primer secretario del partido, Erno Geröe, emitió un comunicado por radio en el que defendió el poder de la clase obrera y concluyó condenando una manifestación que calificaba de nacionalista. ¿Se trató de una provocación deliberada? Lo cierto fue que el comunicado del secretario decepcionó profundamente a los manifestantes y a raÃz del mismo los acontecimientos se precipitaron en una espiral de violencia, en el edificio de la Radio, en la sede del periódico oficial del partido, y en otros barrios de la ciudad. La AVH (policÃa de seguridad del Estado) protegió los puntos neurálgicos de la población, pero la calle fue tomada por los insurgentes.
Llegó un momento en el que la situación para el Gobierno era en extremo difÃcil, ya que carecÃa de autoridad moral, no disponÃa de fuerzas suficientes para reprimir la insurrección, y además dudaba de su lealtad, caso de producirse un enfrentamiento popular. El Comité Central del partido, reunido urgentemente en la noche del 23 al 24, adoptó dos decisiones trascendentales: nombrar a Imre Nagy presidente del Consejo de Ministros, y solicitar la ayuda de las tropas soviéticas para restablecer el orden. En relación al segundo acuerdo, se hizo creer que la petición de ayuda soviética fue refrendada por Nagy, pero –presume François Fejtö, el más reconocido historiador de esta época, basándose en diversos testimonios- semejante imputación podÃa formar parte de una maniobra polÃtica para desprestigiar y aislar al personaje, haciéndole responsable de la invasión. De partida, parece difÃcil que Nagy mediara en una decisión cuando aún no habÃa tenido prácticamente tiempo de tomar posesión del cargo, si se tiene en cuenta que los tanques soviéticos aparecieron en las calles de la capital en las primeras horas del dÃa 24 de octubre. El asunto, no obstante, permanece oscuro, aunque quizás los húngaros de hoy lo conozcan mejor. En efecto, el The Budapest Post comunicaba en febrero de 1993 la publicación de dos libros, El expediente Yeltsin y Las páginas que faltaban, con documentos de origen soviético sobre la revolución de 1956, que Boris Yeltsin habÃa regalado durante su visita a Budapest en noviembre de 1992 al presidente húngaro Arpad Göncz.
Cuando fue interrogado por un periodista del citado semanario, el presidente del Consejo de Ministros húngaro el 23 de octubre de 1956, Andras Hegedüs, declaró su satisfacción por la entrega de estos documentos, y, aunque aún no los habÃa leÃdo, no dudaba de su interés para explicar su propia actuación en aquellos dramáticos dÃas, señalando al respecto que él no actuó solo y que lo hizo por sentido de responsabilidad polÃtica. Los documentos parecen revelar que la carta de los dirigentes húngaros pidiendo la intervención armada soviética fue firmada después del 23 de octubre, y fue utilizada sólo más tarde para justificar la invasión de cara a la comunidad internacional. En todo caso, lo que está claro es que los dirigentes húngaros se comportaron entonces de manera muy distinta a como lo habÃan hecho sus homónimos polacos. En lugar de hacer causa común con el pueblo, llamaron a las tropas soviéticas, comprometiendo en alto grado a Nagy, cuya presidencia se verá inmediatamente hipotecada por la invasión militar. De poco servirá que el dÃa 25 Mikoyan y Suslov sustituyan a Geröe por Janos Kadar en el cargo de primer secretario del partido, y que autoricen -¿era sincera la autorización? - dÃas más tarde a Nagy y al nuevo equipo a ensayar la vÃa nacional hacia el socialismo, dándoles las mismas concesiones que a la Polonia de Gomulka. Tres factores neutralizarán esta solución: la radicalización de la insurrección en la capital, como consecuencia del luctuoso suceso ante el Parlamento el 25 de octubre, a resultas del cual murieron varios centenares de personas; la extensión del movimiento a provincias, particularmente a las occidentales; y, finalmente, el desacuerdo creciente entre Nagy y el grupo “centrista†de Janos Kadar.
Los trabajadores se pusieron en pie y la huelga general empezó espontáneamente en Budapest el dÃa 24 tras la intervención militar, y en los dÃas siguientes se propagó al resto del paÃs. En casi todas las ciudades y pueblos de HungrÃa se constituyeron, a veces de modo violento pero las más de forma pacÃfica, comités y consejos revolucionarios que asumieron el poder llevados por un irresistible espÃritu de antiautoritarismo (Feher-Heller). Fueron capaces de implantar una libertad de prensa, que permitió publicar y emitir toda clase de propaganda, salvo la de los nazis húngaros, cuyo periódico Aurora fue vetado. Entre estas instituciones, surgidas de modo espontáneo, sobresalieron los Consejos Obreros, elegidos en el plazo de sólo dos dÃas (26-28 de octubre) en todas las fábricas del paÃs. El dÃa 31 de octubre se reunió en Budapest un Parlamento de los Consejos Obreros, en el que estuvieron presentes delegados de las fábricas más importantes del paÃs, que aprobó una declaración de los derechos y deberes de los nuevos organismos. Aquella carta transformaba radicalmente la organización de la fábrica impuesta por el régimen rakosista. En la misma se afirmaba, en efecto, que la fábrica pertenecÃa a los trabajadores, y que su control estarÃa en manos de un Consejo Obrero elegido democráticamente por éstos.
No obstante, la acción revolucionaria de los Consejos y Comités no iba contra el Estado, sino contra la forma totalitaria del Estado y su sumisión a la Unión Soviética. La aceptación del Gobierno Nagy por parte de las instituciones revolucionarias quedó condicionada al grado de cumplimiento que aquel hiciera respecto a sus aspiraciones nacionales y sociales. De todas partes llegaban a Budapest delegados con las reclamaciones de los Comités y Consejos Obreros para ser discutidas con Nagy, quien se encontraba en aquellos primeros dÃas en una posición algo rezagada respecto a la presión popular, pero también algo adelantada respecto al resto del equipo dirigente. Pero también es cierto que el programa aprobado por el Consejo Obrero y el Parlamento de estudiantes de Miskolc alcanzó un cierto carácter representativo. Se pedÃa en él la formación de un gobierno provisional, democrático, soberano e independiente, con exclusión total de los rakosistas, y fundamentado en el Partido Comunista Húngaro y en el Frente Popular; elecciones generales, libres, y con participación plural de partidos; retirada inmediata de las tropas soviéticas; reconocimiento de las reivindicaciones formuladas por los Consejos Obreros y Parlamentos de estudiantes de todo el paÃs; abolición de la AVH, y reorganización de las fuerzas armadas (milicia y ejército regular); por último, la amnistÃa completa para los patriotas que habÃan participado en la revolución.
En esta situación, el proceso de constitución de los nuevos órganos de representación alcanzó en los últimos dÃas de octubre un ritmo muy vivo. En los pueblos, en las fábricas, en los sectores profesionales y de servicios, en los cuadros de la administración, hasta en las fuerzas militares (Comité revolucionario de la Defensa Nacional, formado el dÃa 29 por el general Bela Kiraly y el coronel Pal Maleter), por todas partes surgieron de modo espontáneo Consejos y Comités. Con estas nuevas instituciones, la revolución se encaminaba hacia una forma de Estado que garantizara el libre desarrollo del pueblo húngaro, decÃa Radio Miskolc el 30 de octubre; hacia una HungrÃa libre, independiente, democrática y socialista, emitÃa por su parte Radio Budapest el mismo dÃa.
Semejantes propuestas, aunque finalmente fueron plenamente asumidas por Nagy, no fueron compartidas, sin embargo, por el Kremlin ni por aquellos húngaros partidarios de un nacionalismo radical, antisemita y conservador, que dominaban en el Consejo Nacional Transdanubiano, de Györ, y en Budapest giraban en torno a Jozsef Dudas, militar y editor del periódico HungrÃa Independiente. En esta lÃnea, el papel desarrollado por Radio Europa (que se emitÃa en húngaro desde Munich por refugiados al servicio de la CIA, y era muy oÃda en HungrÃa, en particular en su parte occidental) fue en alto grado desestabilizador al concentrar sus acusaciones en los que denominaba estalinistas ocultos, y en especial en Imre Nagy, a quien presentaban como un traidor y un asesino del pueblo (27 de octubre).
Aquà entra la poderosa Iglesia católica, y en su emisión del 31 de octubre, Radio Europa Libre se referÃa al cardenal Jozsef Mindszenty como el más legÃtimo jefe del movimiento nacionalista húngaro. El mencionado cardenal acababa de ser liberado por Nagy, que esperó alcanzar del primado de la Iglesia católica el mismo apoyo hacia el gobierno de unidad nacional que ya habÃa acordado con los jefes de las comunidades calvinista, luterana y judÃa. En sus Memorias el cardenal señala que, después de su famosa alocución radiofónica del dÃa 3 de noviembre, fue felicitado por Zoltan Tildy por la gran ayuda que acababa de prestar con mis palabras al nuevo Gobierno nacional. Sin embargo, ni una sola voz de aliento y simpatÃa hacia Nagy pronunció expresamente Mindszenty en aquel discurso. Cierto, hizo algunos llamamientos en la misma lÃnea que el Gobierno, como la petición de la vuelta al trabajo, la aprobación de la neutralidad y la condena de las venganzas privadas.
Sin embargo, estos contenidos quedaban muy diluidos en el conjunto de un mensaje donde también se negaba legitimidad al Gobierno democrático de 1945; se pedÃan elecciones bajo control internacional, situándose el primado al margen de los partidos y por encima de ellos; se defendÃa el derecho de propiedad equitativamente limitado por los intereses sociales, y la preocupación por preciadas instituciones con un gran pasado, concluyendo el cardenal con la petición del restablecimiento inmediato de la libertad de enseñanza religiosa, asà como la restitución de las instituciones y asociaciones de la Iglesia católica, incluida su prensa. El primado habló, en definitiva, sin tener en cuenta que durante su encierro se habÃan firmado en 1950 unos acuerdos que regulaban las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Pocos dÃas más tarde, sin embargo, en la primera entrevista que concedió a los periodistas en la embajada de EE.UU. donde se refugió, Mindszenty declaró: “Sólo el gobierno de Imre Nagy es el legal húngaro. Kadar ha sido impuesto por el extranjero. Rechazo su Gobierno como ilegalâ€.
En el momento en que Nagy cayó en desgracia, preparó unos “Memorandum†para el Comité Central y para Andropov, entonces embajador de la Unión Soviética en HungrÃa, con objeto de justificar su actuación anterior. Las ideas reformistas que allà se defendÃan alertaron a sus adversarios estalinistas, que vieron la amenaza que aquéllas representaban para el sistema de partido único, tal vez en mayor medida que el propio autor. Nagy se referÃa, en efecto, a un régimen de democracia popular que tuviera en cuenta los ideales de la clase obrera, en el cual la vida pública se basarÃa en fundamentos éticos, y en los cuatro principios polÃticos siguientes: la separación de los poderes del Estado y del partido; la reorganización de la administración del Estado con un criterio descentralizador; la potenciación del Parlamento y del Gobierno, con menoscabo del poder del partido; y, finalmente, la reorganización del Frente Popular en la lÃnea que apuntó en 1954. No menos heterodoxo se manifestó Nagy en polÃtica exterior: Nuestro paÃs –decÃa- debe evitar la participación activa en el conflicto entre bloques.
Dichos Memorandum encerraban toda una teorÃa polÃtica que Nagy aplicará hasta sus últimas consecuencias cuando opte abiertamente por la HungrÃa real. Según Feher y Heller, Nagy habÃa firmado la solicitud de ayuda al ejército soviético, y su primer comunicado al paÃs (24 de octubre), aunque sin incurrir en las amenazas pronunciadas por Geröe y Kadar, calificaba a los trágicos sucesos de contrarrevolucionarios. Muy probablemente fuera esa la reacción instintiva de un viejo bolchevique con casi cuarenta años de militancia. Pero a partir de entonces, Imre Nagy decidió frenar desde el poder la solución estalinista de aplastar violentamente el movimiento, legitimando su gobierno en la manifestación del 23 de octubre (base de la nueva situación, dirá Kadar el 1 de noviembre), que habÃa acabado con el sistema impuesto y legalizado en la Constitución de 1949. Asà pues, la composición del Gobierno del 26 de octubre demostró el afán que todavÃa animaba a Nagy de apaciguar a los insurgentes sin intranquilizar al Kremlin. AsÃ, aunque excluyó a algunos rakosistas, mantuvo a otros en puestos clave de la administración e hizo entrar en el gabinete a personalidades de destacada significación, como los comunistas F. Münnich y Georg Lukács, y a algunos de los lÃderes de la polÃtica anterior a 1948, como Z. Tildy, Bela Kovacs y F. Erdei. Tal composición no presagiaba el anuncio de las reformas que se hicieron públicas en el comunicado del dÃa siguiente. Aparte de que ya el movimiento popular dejaba de ser considerado como una contrarrevolución, el Gobierno prometÃa discutir las reivindicaciones elaboradas por los Comités revolucionarios y Consejos Obreros, cuya existencia era reconocida en el nuevo marco polÃtico.
A partir de esta fecha, y hasta su caÃda, la solidaridad de Nagy con el pueblo fue en aumento, a pesar de algunas manifestaciones de violencia indiscriminada hechas por las masas, cuyo exponente más trágico fue la masacre ante el Centro del Partido Comunista de Budapest ocurrida el 30 de octubre, en la que resultó muerto, entre otros, el nagysta Imre Mezö. Ese mismo dÃa, Nagy reconoció lo que venÃa siendo un hecho desde el 23 de octubre, el final del partido único, y anunció un Gobierno de coalición, semejante al de 1945, y el inicio de conversaciones con la Unión Soviética para la evacuación de sus tropas.
Finalmente, los últimos tanques soviéticos salieron de la capital el 31 de octubre, pero no del paÃs, ya que -según explicaron Mikoyan y Suslov- su presencia no era un asunto bilateral entre HungrÃa y la URSS, sino que concernÃa a todos los signatarios del Pacto de Varsovia. Los pasos siguientes fueron declarar la neutralidad de HungrÃa, acordada por el Gobierno y la directiva del Partido el 1 de noviembre (Kadar abandonó la capital a las pocas horas con rumbo desconocido), y denunciar el Pacto. Mientras sucedÃan estos acontecimientos en la capital, nuevas tropas soviéticas empezaron a entrar en el paÃs sin haber mediado en esta ocasión petición alguna por parte del Gobierno nacional. No obstante, aún quedaban dos dÃas durante los cuales HungrÃa vivió el sueño de ser un paÃs libre, independiente y neutral, pareció que se recobraba la normalidad, y los partidos polÃticos de 1945 comenzaron a reorganizarse.
Esta segunda invasión soviética de HungrÃa se vio facilitada en el contexto internacional al coincidir con la acción francobritánica contra Suez, que suscitó graves divergencias entre Washington y sus principales aliados en Europa. A pesar de las declaraciones del presidente Eisenhower en favor de la causa húngara, y de la propaganda norteamericana que sembró la esperanza en los ánimos de los revolucionarios de una ayuda de Occidente, los EE.UU. no hicieron nada más que plantear, sin mucha convicción, el problema en el Consejo de Seguridad de la ONU, y facilitar la acogida de refugiados. Los acuerdos de Yalta estaban vigentes y limitaban su esfera de acción al ser HungrÃa un asunto del bloque oriental. Y ninguna de las grandes potencias estaba dispuesta a correr riesgos innecesarios sometiendo a revisión el statu quo surgido de la Segunda Guerra Mundial.
Ante tales circunstancias, el inoportuno ataque anglo-francés contra Egipto a partir del 31 de octubre con el pretexto de la nacionalización del canal de Suez, proclamada por Nasser a finales de julio, esfumó las esperanzas de una ayuda occidental a HungrÃa al romper la unidad de los paÃses de la OTAN, situar a la URSS y EE.UU. en el mismo bando de defensa de la paz mundial, y desacreditar en adelante cualquier manifestación prohúngara proveniente de las agresoras Gran Bretaña y Francia. La invasión militar soviética de HungrÃa fue también apoyada por la casi totalidad de los partidos comunistas de los paÃses occidentales, incluyendo el PCE que acababa de diseñar su polÃtica de “reconciliación nacionalâ€. Pero provocó una gran indignación en muchos de sus militantes, especialmente entre los intelectuales franceses que dedicaron un número extraordinario de la revista Les Temps Modernes (n 129/130/131, nov 1956, ene 57) a la revolución de HungrÃa. En él se afirmó sin ambages que octubre del 56 no fue un levantamiento de la chusma ni un motÃn contrarrevolucionario, sino un acontecimiento profundamente enraizado en la denuncia de la polÃtica estaliniana. Por entonces, grupos minoritarios pero muy activos de filiación trotskista y anarquista, ya habÃan desarrollado una amplia campaña de solidaridad con los consejos obreros.
Consciente de lo que estaba en juego, el último gobierno de coalición formado por Nagy hizo público el 3 de noviembre su firme propósito de impedir la restauración del capitalismo en HungrÃa, pero también de defender con el mismo ahÃnco las conquistas de la revolución, en particular la independencia nacional, la neutralidad y la construcción del socialismo sobre una base democrática. En aquel gabinete, los comunistas disidentes estuvieron representados por Losonczy, Maleter y el propio Nagy; los Pequeños Propietarios por Tildy, Kovacs y Szabo; los Socialdemócratas por Anne Kethly, Kelemn y Fischer; y los Nacional Campesinos (reconvertidos en Partido Petöfi) por Bibo y B. Farkas. La inclusión en el Gobierno del nombre de Kadar era totalmente ilusoria, porque para entonces ya se conocÃa su salida de Budapest, junto con Apro, Münnich, y otros. Pocas horas antes de formar este Gobierno, Nagy habÃa comunicado al secretario general de la ONU la entrada de las tropas soviéticas en HungrÃa, y solicitó su mediación para negociar con la URSS, con la que trataba inútilmente de llegar a un acuerdo a través de su embajador, Andropov. La delegación húngara -F. Erdey, P. Maleter, I. Kovacs y M. Szücs-, que finalmente se desplazó a Tököl el 3 de noviembre para negociar con los soviéticos, fue detenida allà mismo, apenas comenzada la entrevista.
Esta segunda y definitiva invasión militar se puso en marcha, y en las primeras horas del 4 de noviembre los tanques soviéticos entraron en Budapest. Imre Nagy y algunos de sus colaboradores se refugiaron, en vano, en la embajada de Yugoslavia, mientras en el edificio del Parlamento quedó István Bibo como único representante del gobierno legÃtimo húngaro. A él le correspondió formular en la madrugada del dÃa de la intervención la última declaración de que HungrÃa no pretendÃa seguir una polÃtica antisoviética sino coexistir en una comunidad de naciones libres del Este de Europa cuyo objetivo sea fundar sus vidas sobre la base de los principios de libertad, de justicia y de una sociedad libre de explotación.
Nagy concluyó con una desesperante petición de ayuda a las grandes potencias y a las Naciones Unidas en favor de la libertad del pueblo húngaro. Antes de terminar aquel dÃa, las emisoras del este de HungrÃa difundieron comunicados de Münnich y de Kadar, anunciando su ruptura con Nagy y la fundación de un gobierno revolucionario obrero y campesino en la ciudad de Szolnok que, además de solicitar la ayuda soviética, incluÃa en su programa casi todos los puntos del Gobierno anterior, salvo lo referente a las elecciones libres, pluripartidismo y neutralidad. El 23 de noviembre de 1956 Imre Nagy y sus allegados fueron sacados de la embajada yugoslava y deportados a Rumania, no obstante haber prometido Kadar a Tito su liberación. En un proceso secreto, Nagy fue acusado de alta traición por conspiración, complicidad con los crÃmenes contrarrevolucionarios y abrogación del Tratado de Varsovia. El 16 de junio de 1958 fue ejecutado, junto a Pal Maleter, Jozsef Szilagyi y Miklos Gimes (Geza Losonczy habÃa muerto ya en la cárcel). Yugoslavia volvió a protestar contra la violación de las garantÃas que Kadar habÃa dado de forma solemne, y muchos intelectuales de todas las tendencias militantes socialistas y comunistas expresaron igualmente su indignación en Europa occidental.
El régimen neoestalinista de Kadar, después de una primera etapa de brutal represión, se fue consolidando en los años siguientes. El partido -ahora llamado Socialista y Obrero- recuperó su papel de control sobre el Estado y la sociedad, y los húngaros se vieron obligados a aceptar con resignación, una vez más en su historia, el fracaso de una revolución.
Gracias a la coyuntura mundial favorable de los años sesenta, a la ayuda económica de la Unión Soviética y a la flexibilidad introducida en el sistema de planificación, el Gobierno fue capaz de mejorar sustancialmente el nivel de vida de las gentes, sobre todo en comparación con los otros paÃses de Europa del Este. La estabilidad del régimen quedó asegurada por un sistema de opresión que abandonó el estalinismo más duro, y se aplicó únicamente a los que desobedecieran las órdenes del Gobierno. La divisa kadarista, según la cual quienes no están contra nosotros están con nosotros permitió ensanchar la base social del sistema, y hacer emerger un consenso basado en parte en la templanza de las fuerzas revolucionarias, y en parte en la mejora material de las masas despolitizadas. Dentro del bloque oriental, la HungrÃa de Kadar se convirtió en un paÃs relativamente “liberalâ€, pero la crisis no se hizo esperar, y cuando la burocracia soviética hizo quiebra, el “kadarismo†tuvo los dÃas contados.
Doce años más tarde, el sueño de un socialismo con “rostro humano†reaparece en la “primavera de Pragaâ€. Como los húngaros de 1956, los lÃderes del partido pertenecen a la tradición “bujarinista†y como en HungrÃa, el pueblo hace propia las propuestas autogestionarias hasta que Breznev, pretextando una “infiltración trotskista†se impone por los tanques. El último sueño autogestionario lo representó Solidarność, pero ya nadie creÃa que la historia pasaba por ahÃ. Entonces creyeron el espejismo del “capitalismo con rostro humanoâ€, que se podÃa optar por una democracia como la que los trabajadores y la socialdemocracia habÃa logrado en paÃses como Suecia. No podÃan estar más equivocados, pero lo cierto es que el rechazo al estalinismo (el “comunismoâ€) se hizo omnipresente en beneficio del neoliberalismo, el nacionalismo reaccionario y de su mano derecha, la Iglesia conformada por Wojtyla.
* Pepe Gutiérrez-Ãlvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de Viento Sur.
Anexo bibliográfico
Entre las diferentes aportaciones que se han publicado entre nosotros sobre HungrÃa de 1956 el más clásico es el del socialista heterodoxo François Fetjö, Hongria 1956. Socialisme i llibertat, aparecida en Edició de Materials (una editorial muy ligada al Frente de Liberación Popular (FLP)) con prólogo de Jean-Paul Sartre, que data de 1966. El otro trabajo de Fetjö, Budapest, l´insurrection. La première revolution antitotalitaria (Comlexes, Paris, 1990), ya no fue editado, aunque sà lo habÃa sido su Historia de las democracias populares, 1953-1970 (2 vols, Ed. MartÃnez Roca, Barcelona, 1971). Tampoco lo fue el conocido trabajo del militante comunista británico, Peter Frye, La tragedia húngara, que empero sà lo ha sido en Buenos Aires por el CEIP-IPS con el tÃtulo de HungrÃa del 56. Esta misma editorial tradujo La revolución húngara de los consejos obreros, de Pierre Broué. En fechas más recientes se han publicado aquà dos libros ciertamente importantes sobre la historia húngara, Los hermanos Rajk, de Duncan Shiels, y sobre todo En nombre de la clase obrera. HungrÃa 1956: La revolución narrada por uno de los protagonistas, de Sándor Kopácsi (El Viejo Topo, Barcelona, 2008, 405 págs), sin lugar a dudas el trabajo más importante y elaborado sobre aquellos acontecimientos.
_____
---
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20161025/a73a6bab/attachment-0001.htm
Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa