Religión/ el infierno en la tierra: Madre Teresa, las imposturas de una santa [Daniel Gatti]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 9 12:11:35 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

9 de setiembre 2016

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Religión

Madre Teresa, las imposturas de una sanata

El infierno en la tierra

“Hay algo hermoso en ver a los pobres aceptar su suerte, el mundo gana mucho
con su sufrimiento”, solía repetir la madre Teresa de Calcuta, canonizada
esta semana por el papa Francisco. La religiosa albanesa, considerada como
símbolo por antonomasia del buenismo católico, era en realidad una ferviente
militante ultraconservadora, amiga de dictadores y estafadores, y fundadora
y gestora de horrorosos antros.

Daniel Gatti

Brecha, Montevideo, 9-9-2016

http://brecha.com.uy/

Nacida en Albania en 1910, Agnes Gonxha Bojaxhiu, conocida luego como “madre
Teresa”, desembarcó en Calcuta apenas adolescente, en 1929. Llegaba como
misionera para predicar la fe católica en tierra hinduista, y alrededor de
veinte años después comenzaría a edificar una historia que a ella la
llevaría a la santidad y a la ciudad india, capital del imperio británico
por casi siglo y medio y “faro cultural” de la región, a ser vista como la
representación por excelencia de la miseria humana: Calcuta se convertiría
en la plataforma de lanzamiento de quien sería conocida, entre otros varios
nombres con olor a incienso, como “la santa de las alcantarillas”, y en
punto de partida de una construcción intelectual llamada madre Teresa.

Al médico indio, calcutense él, Aroup Chatterjee la historia de la madre
Teresa nunca le cerró demasiado. Se decía en su ciudad que las Misioneras de
la Caridad, la orden fundada por la monja de velo blanco con vivos azules,
“trabajaban” en los barrios pobres y ayudaban a sus habitantes a salir de la
miseria, pero él, que sí pasaba la mayor parte de su tiempo en esas zonas,
nunca había visto en ellas a alguna de las hermanas. Se decía también que
los hospicios fundados por la orden eran un modelo de asistencia y caridad,
pero lo que él sabía, por dichos de médicos que no encontraban demasiada
difusión en los medios, pero que trascendían en el ambiente, era que no
pasaban de ser simples y muy terrenales morideros en los que pobres de toda
pobreza iban simplemente a pasar sus últimas horas y eran dejados,
literalmente, a la buena de Dios. A Chatterjee le molestaba además, y mucho,
que gracias a la madre Teresa su ciudad fuera vista casi que como
equivalente a un “hoyo negro”. Años después, el médico, ya instalado en
Londres, diría en una conferencia de presentación de su libro sobre la obra
de la monja Agnes: “En los países occidentales basta hablar de Calcuta para
que a la gente le vengan de inmediato imágenes de leprosos, de mendigos, de
miserables tirados en las calles. Yo recuerdo a Calcuta también como
cosmopolita y viva, una ciudad con enormes contradicciones sociales, como
todas las del tercer mundo, con sus legiones de pobres, pero también con su
enorme producción cultural. Madre Teresa nos hizo mucho mal”.

Esa era, sin embargo, tal vez la menor de las críticas de Chatterjee a la
hoy canonizada religiosa. Cuando todavía vivía en su país, y mientras
estudiaba medicina y militaba en un partido de izquierda, Chatterjee acabó
por conocer por dentro uno de los tantos hospicios para pobres que Teresa
desparramó por el mundo a lo largo de su vida. Lo que vio lo horrorizó tanto
que se prometió denunciarlo. En 1994, el médico, que ya estaba radicado en
Inglaterra, decidió contactar a Bandung Productions, una productora
audiovisual dirigida por el escritor y cineasta paquistaní Tariq Ali. La
idea era trabajar en un documental en el que se contara “la historia oculta”
de Teresa de Calcuta. El canal 4 de la televisión británica se interesó en
el tema y el resultado fue El ángel del infierno (Hell’s Angel: Madre
Teresa), un documental presentado por el escritor y periodista Christopher
Hitchens ampliamente basado en las investigaciones de Chatterjee.

Un año después, Hitchens reincidiría con su libro La posición del misionero:
Madre Teresa en la teoría y en la práctica (The Missionary Position: Mother
Teresa in Theory and Practice), y Chatterjee comenzaría a recorrer el mundo
para recabar testimonios sobre los famosos hospicios fundados por la orden
de las Misioneras de la Caridad. El médico calcutense entrevistó a más de un
centenar de colegas, integrantes de organizaciones sociales y monjas y
voluntarios que trabajaron para la congregación, y reunió todo en su libro
Madre Teresa, el veredicto final, publicado en 2003 en Londres y reeditado
en marzo pasado por la editorial Fingerprint Publishing. “En su momento el
libro fue un best seller, pero creo que no logró horadar el prestigio de
Teresa entre los católicos. La iglesia hizo todo por silenciarlo. Hay que
recordar que Teresa contaba con los favores del papa de entonces, Juan Pablo
II, con quien compartía una visión del mundo y en particular una furibunda
militancia contra corrientes heterodoxas, como la teología de la liberación
y su cruzada contra el aborto, la homosexualidad y otras ‘desviaciones’.
Teresa contaba, además, con gigantescas financiaciones para difundir su obra
y su imagen”, dijo hacia fines de la década pasada el médico indio.

***

Los hospicios de las Misioneras de la Caridad, tanto en Calcuta como en el
resto del mundo, eran en realidad –son– “casas de la muerte donde reina una
cultura del sufrimiento y la resignación” consecuentemente difundida a
través de una multitud de prácticas y de signos, desde la pésima atención
médica brindada hasta la manera en que se informa en un pizarrón de la
“partida al cielo” de los “muertos del día”, señaló Chatterjee. A quienes
llegan a paladas a esos morideros, a veces en estado terminal, a veces con
simples enfermedades “de la pobreza” perfectamente curables con tratamientos
adecuados (tuberculosis, disentería), se les suministra únicamente
aspirinas, se les niega antibióticos, incluso el traslado a hospitales, se
los hacina en amplios espacios colectivos en los que “se contagian en
cadena”, contrayendo enfermedades por las que terminan, por lo general,
muriendo. “Madre Teresa autorizó personalmente la reutilización, una y otra
vez, de agujas hipodérmicas y era habitual que en los hospicios las sábanas
repletas de heces de los enfermos se lavaran en la cocina, junto a los
inmundos platos en que se les servía la comida, y que los internados
debieran defecar uno al lado del otro debido a la ausencia de baños”,
testimonió Chatterjee. Y en los orfanatos de la congregación no era extraño
–más bien era común– que a los niños los ataran a las camas y les enseñaran
a aceptar castigos físicos para “aprender a obedecer ‘los designios del
Señor’”.

***

En los años noventa el escritor y periodista argentino Martín Caparrós
visitó uno de los morideros de las Misioneras de la Caridad en Calcuta.
Estaba preparando un libro de viajes por India y lo que vio en ese hospicio,
el primero fundado por la hoy santa, ya cerrado, lo resumió en un artículo
que tituló “Por qué detesto a la madre Teresa de Calcuta”. La nota comienza
así: “Algo me molestó desde el principio. Llegué al moritorio de la madre
Teresa de Calcuta, en Calcuta, sin mayores prejuicios, dispuesto a ver cómo
era eso, pero algo me molestó. Primero fue, supongo, un cartel que decía
‘Hoy me voy al cielo’ y, al lado, en un pizarrón, las cifras del día:
‘Pacientes: hombres: 49, mujeres: 41. Ingresados: 4. Muertos: 2’. En el
pizarrón no existía el rubro ‘Egresos’. En el moritorio de la madre Teresa,
su primer emprendimiento, la base de todo su desarrollo posterior, no hay
espacio para curaciones”. Caparrós no describe escenas de hacinamiento
mugroso. Sí un escenario cuidadosamente preparado para que los pobres
recogidos de las calles por los voluntarios de la orden llegaran a la muerte
tranquilos y limpitos, aceptándola: “En el moritorio de Calcuta, la sala de
los hombres tiene 15 metros de largo por diez de ancho. Las paredes están
pintadas de blanco y hay carteles con rezos, vírgenes en estantes,
crucifijos y una foto de la señorita también llamada madre con el papa
Wojtyla. ‘Hagamos que la iglesia esté presente en el mundo de hoy’, dice la
leyenda. En la sala hay dos tarimas de material con mosaicos baratos, que
ocupan los dos lados largos: sobre cada tarima, 15 catres; en el suelo,
entre ambas, otros 20. Los catres tienen colchonetas celestes, de plástico
celeste, y una almohada de tela azul oscuro; no tienen sábanas. Sobre cada
catre, un cuerpo flaco espera que le llegue la muerte. El moritorio de la
madre Teresa está al lado del templo de Khali y sirve para morirse más
tranquilo, dentro de lo que cabe. La madre Teresa lo fundó en 1951, cuando
un comerciante musulmán le vendió el caserón por muy poco dinero porque la
admiraba y dijo que tenía que devolverle a dios un poco de lo que dios le
había dado. Desde entonces, los voluntarios recogen en la calle moribundos y
los traen a los catres celestes, los limpian y los disponen para una muerte
arregladita”.

Un voluntario (“Richard, grande como dos roperos, rubio, media americana,
maneras de cura párroco de Milwaukee”) le contó de todas maneras, como quien
constata que era eso lo que debía suceder y no otra cosa, cómo un enfermo
que había ingresado un mes antes con una fractura terminó muriendo por una
infección no tratada.

***

No por falta de fondos, precisamente. A diferencia del supuesto objeto de
sus desvelos –“el pobre”–, la orden creada por la monja Agnes (que en 1963
agregó una rama masculina) nunca careció de dinero contante y sonante. Al
contrario: lo acumuló en grandes, enormes cantidades. Una investigación
realizada en 2013 por Serge Larrivée, Genevieve Chenard y Carole Sénéchal,
de las universidades canadienses de Montreal y Ottawa y publicada en la
revista bilingüe Studies in religión/Sciences religieuses, calcula en varios
cientos de millones de dólares los fondos recibidos por la congregación a lo
largo de los años. Se trata apenas de estimaciones, porque nunca la orden
fue auditada y jamás sus cuentas fueron públicas. El trabajo, que maneja
cientos de documentos, constata que no existe correspondencia alguna entre
las reiteradas afirmaciones de Teresa de que consagraba lo esencial del
dinero que le era donado a “atender las necesidades de los pobres que llegan
a las casas de la orden” y la realidad de hospicios carentes de lo más
básico. Dos tercios de esos miserables esperaban recibir atención médica y
un tercio morir dignamente. Ni lo uno ni lo otro, se señaló en la
investigación. “El fraude era total. Teniendo en cuenta la gestión
parsimoniosa de las obras de caridad de la madre Teresa, uno puede
preguntarse dónde fueron a parar los millones de dólares que supuestamente
debían ir a los más pobres de los pobres”, apuntó Serge Larrivée.

En 1998, un año después de la muerte de la monja albanesa, el periodista
alemán Walter Wullenweber logró publicar en la revista Stern un reportaje
sobre el manejo del dinero por parte de la orden. Tuvo que lidiar durante
meses con los editores de la revista, que temían juicios y una catarata de
críticas por meterse y cuestionar a la bondad hecha persona. Lo que apareció
fue una versión edulcorada de su nota original, pero aun así es fuerte. A
partir de testimonios de ex colaboradores de las huestes de la santa de las
alcantarillas y de diversas investigaciones, la nota sostiene que apenas 7
por ciento de los fondos recibidos por la orden fueron destinados a obras de
caridad. Mucho de ese dinero fue a parar a la fundación de conventos.
“Teresa se jactó de que fundó alrededor de 500 conventos en más de 100
países. Pero no fundó una sola clínica en Calcuta”, recordó Caparrós. Ni
siquiera hablaba el bengalí, a pesar de que decía tener un “contacto
cotidiano y directo” con los pobres y que enseñaba esa lengua a los niños de
la calle, apuntó Chatterjee.

Entre los mayores donantes de las Misioneras de la Caridad (se dice que con
cerca de un millón de dólares) figuró el dictador haitiano Jean Claude
Duvalier, de quien Teresa recibió la Legión de Honor en 1981. Cuando le fue
entregado el premio, la monja albanesa lo retribuyó saludando a “Baby Doc”
por su “amor por los pobres, que lo adoran también a él”. Otro fue Charles
Keating, que le dio más de un millón y cuarto de dólares y solía prestarle
su lujoso avión privado. Amigo de Ronald Reagan, Keating fue un financista
que se hizo famoso por haber estafado sin ningún tapujo unos 250 millones de
dólares a pequeños ahorristas. Cuando estaba siendo juzgado, Keating recibió
el muy preciado apoyo de Teresa, que envió una carta a los tribunales
pidiendo clemencia para ese “hombre que tanto ha hecho por los pobres”. El
fiscal del caso retrucó reclamando a la santa que se desprendiera del millón
y cuarto de dólares donados por Keating, pero la santa estaba seguramente en
alguna de sus misiones y no tuvo tiempo de contestar.

Tuvo tiempo, sí, en 1984, para pedir a las decenas de miles de personas
contaminadas por una fuga masiva de sustancias tóxicas de una fábrica de
pesticidas propiedad de la empresa estadounidense Union Carbide, en Bhopal,
India, que aceptaran su destino y no reclamaran las indemnizaciones que les
correspondían. “Olviden y perdonen”, les dijo. Más de 20 mil personas
murieron en las semanas y meses siguientes al escape, y más de 600 mil
resultaron afectadas en su salud. Teresa dijo haber orado por ellas.

***

Aroup Chatterjee está convencido de que “la marca Teresa” no sería lo que
luego fue, de no haber mediado la fabulosa campaña iniciada en favor de la
monja por el periodista y escritor ultracatólico británico Malcolm
Muggeridge. Muggeridge, que había vivido en Calcuta en los años treinta,
conoció a Agnes en Londres y quedó encantado con que fuera albanesa: que
proviniera de un país “comunista” le venía bien para sus planes de propagar
la fe católica más allá de la Cortina de Hierro. También lo sedujo la imagen
de “humildad” que vendía Teresa, y su look de pobre más pobre no se puede, y
su anticomunismo visceral y su conservadurismo radical. En 1969, cuando en
Occidente el consumo de “lo oriental” batía récords, Muggeridge convenció a
la Bbc de enviar un equipo a Calcuta para filmar la vida de una monja que
hacía milagros rescatando a los pobres. El documental fue impactante y tuvo
como primer efecto que a la orden de las Misioneras de la Caridad le
lloviera una primera andanada de donaciones: más de 20 mil libras esterlinas
en pocos días. El documental se subtituló: Algo hermoso para Dios, y su
título fue un descubrimiento: Madre Teresa de Calcuta. Nacía la marca.

Muggeridge llevó luego de la mano a la monja a recorrer el mundo y se
convirtió en coordinador de la campaña que condujo a que en 1978 Teresa
recibiera, tras dos intentos fallidos, el Nobel de la Paz. La monja dedicó
lo esencial de su discurso de recepción del premio a hablar de dos de sus
demonios preferidos: el aborto y la contracepción. “El aborto es el peor
enemigo de la paz mundial, porque es una guerra, una matanza, un asesinato
en la propia madre” y es tan moralmente reprensible “como la contracepción”,
dijo ante los tocados de Estocolmo.

***

Dos de las mayores imposturas relacionadas con Teresa llegaron post mortem,
dice Aroup Chatterjee, y tienen que ver con los milagros que se le
atribuyen, sin los cuales no podría haber sido canonizada. El primero habría
tenido lugar un año después del fallecimiento de la hoy santa: una india,
Monica Besra, habría sido curada de un cáncer luego de que se le hubiera
colocado sobre un gigantesco tumor una medalla que había pertenecido a la
fundadora de las Misioneras de la Caridad. La interesada dijo que nones, que
fueron los médicos los que la curaron, pero la iglesia india no se dio por
enterada. Más recientemente, fue un carioca afectado por un tumor cerebral
el que por arte de Teresa fue librado del cáncer tras haber orado por ella
junto a su mujer. “Recién se supo la identidad del agraciado a último
momento, sin margen para dar marcha atrás, no como con Besra, a la que
enseguida se identificó y se le dio tiempo para que negara haber sido
salvada por Teresa”, señala Chatterjee.

***

Pero su última impostura la “madre de los pobres” la protagonizó en vida,
cuando ya enferma de cáncer fue tratada en uno de los más modernos y caros
hospitales de California, con todos los lujos que les negaba a los
miserables que “acogía” en sus morideros.

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