EEUU/ la intoxicación por plomo: el escándalo ocultado [Helen Epstein]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 23 16:50:43 UYT 2016


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Correspondencia de Prensa

23 de setiembre 2016

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

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Estados Unidos

La intoxicación por plomo: el escándalo ocultado

Helen Epstein

The New York Review of Books, 21-9-2016

http://www.nybooks.com/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

1.

En diciembre de 1993, un casero de un barrio bajo de Baltimore, Lawrence
Polakoff, arrendó un piso a una madre soltera de 21 años de edad y su hijo
de tres años, Max/1. Pocos días después de instalarse, invitaron a la madre
de Max a participar en un estudio comparativo destinado a discernir cómo los
diferentes métodos de renovación de las viviendas protegían a los niños
frente a la intoxicación por plomo, que sigue siendo un importante problema
que amenaza la salud de millones de niños estadounidenses, muchos de ellos
de familia pobre.

El Congreso había prohibido la venta de pinturas al plomo para interiores en
1978, pero estas permanecieron en las paredes de millones de viviendas de
todo el país y no había ningún plan federal adecuado para afrontar este
problema. En Baltimore, la mayoría de viviendas de los barrios pobres
contenían al menos alguna pintura al plomo, y cerca de la mitad de los niños
que vivían en esos hogares tenían unos niveles de plomo en sangre bastante
superiores a los considerados seguros por los Centros de Control de
Enfermedades. El nivel de plomo en sangre de Max era bajo cuando se mudó al
piso de Polakoff, pero el casero había sido citado al menos diez veces en el
pasado por incumplir las ordenanzas de Baltimore en materia de pinturas al
plomo, y varios de sus inquilinos lo denunciarían más tarde por envenenar a
sus hijos, de modo que el pequeño Max corría un grave peligro.

El estudio en que participaban Max y su madre corría a cargo de dos
científicos adscritos a la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y contaba
con el apoyo de la Agencia de Protección Medioambiental de EE UU. Los
científicos habían creado una asociación con un contratista local que
localizaba a propietarios de viviendas en alquiler en los barrios pobres
como Polakoff y les urgía a arrendarlos preferentemente a familias con niños
de seis meses a cuatro años de edad, que es cuando empiezan a gatear y
caminar por el hogar y cuando la exposición al plomo es más peligrosa para
el cerebro en formación. Si los progenitores aceptaban, su vivienda se
sometería a uno de tres distintos tipos de eliminación del plomo y sus hijos
–todos los cuales estaban sanos, eran normales y tenían bajos niveles de
plomo en sangre cuando se integraron en el estudio– serían objeto de
analíticas regulares para comprobar si sus niveles de plomo ascendían o
descendían/2.

Los tres métodos de eliminación del plomo se diferenciaban por el coste y el
nivel de contundencia. En 25 viviendas se rascaron las paredes que tenían la
pintura desconchada y se repintaron, y se colocó un felpudo delante de la
entrada principal. Este era el llamado “saneamiento de nivel I”, cuyo coste
no debía exceder de 1 650 dólares. En otro grupo de 25 viviendas se aplicó
el “saneamiento de nivel II”, que era más amplio y en el que se rascó toda
la pintura desconchada, se colocaron felpudos en todas las entradas, se
instaló un revestimiento de suelo fácil de limpiar y las paredes
deterioradas se cubrieron con placas de yeso. El coste de estas medidas no
debía superar los 3 500 dólares. En un tercer grupo de 25 viviendas se
llevaron a cabo todas estas medidas y además se sustituyeron todas las
ventanas. El coste de este “saneamiento de nivel III” no debía ser superior
a 7 000 dólares. También se incluyeron en el estudio dos grupos de control
de 25 familias cada uno. La mitad de ellas vivían en pisos construidos
después de la prohibición de la pintura interior al plomo en 1978, y la otra
mitad en casas más antiguas que se suponía habían sido totalmente renovadas
en el pasado.

En el apartamento de Max se aplicó el nivel de saneamiento II. Durante la
ejecución de los trabajos, el contratista detectó algunos “puntos
calientes”, es decir, superficies con pintura al plomo que podían desprender
un polvo peligroso. Se los señaló a Polakoff y registró su ubicación en unos
formularios que se remitieron a los investigadores, pero nadie informó a la
madre de Max. Debido a la limitación del coste del nivel de saneamiento II,
no se procedió a sanear los puntos calientes. Cuando hicieron la analítica
de Max seis meses más tarde, su nivel de plomo en sangre casi se había
cuadruplicado, alcanzado un grado que se sabe causa un daño cerebral
permanente.

En 1990, Leslie Hanes, otra joven soltera negra se mudó a un apartamento en
el que se suponía que había sido eliminada totalmente la pintura al plomo
unos años antes. En 1992 dio a luz a una niña, Denisa, y en la primavera del
año siguiente ella también se apuntó al estudio sobre el plomo en bebés/3.
En la víspera del día en que Hanes firmó el formulario de consentimiento, el
contratista descubrió que su apartamento de hecho no estaba libre de plomo.
Se procedió a eliminar la pintura al plomo que quedaba, pero en el mes de
septiembre siguiente el nivel de plomo en sangre de Denisa se había más que
triplicado y había alcanzado un nivel seis veces más alto que el que en
aquel entonces consideraban seguro los Centros de Control de Enfermedades.

Nadie informó a la madre de Denisa del resultado de la analítica durante
tres meses, hasta casi llegada la Navidad. El asistente del estudio que se
lo contó le deseó felices fiestas y le aconsejó que fregara más a fondo la
escalera de entrada y no dejara que Denisa, que por entonces tenía 18 meses
de edad, se llevara las manos a la boca. Cuando Denisa ingresó finalmente en
el colegio, tuvo problemas para mantener el ritmo y hubo de repetir el
segundo curso. Esto sorprendió a su madre, que había estudiado en la
universidad con notas excelentes. Según contó Hanesa Manuel Roig-Franzia,
del The Washington Post,en 2001, a veces Denisa volvía a casa llorando
porque pensaba que era tonta. “No, mi amor, no eres tonta”, le decía Leslie.
“Simplemente hemos de trabajar más.”

La relación entre la intoxicación por plomo y el bajo nivel del Coeficiente
de Inteligencia (CI) se basa en los hallazgos de estudios epidemiológicos de
grandes grupos de niños, de manera que no hay manera de saber si los
problemas de Denisa –o de cualquier niño o niña en particular– se debían a
la intoxicación por plomo. Algunos niños tienen un CI bajo porque han nacido
así o por algún otro motivo, pero dado que el nivel de plomo en sangre de
Denisa era tan elevado, es muy probable que en su caso la causa fuera la
intoxicación por plomo.

¿Por qué se permitió la realización de un experimento tan antiético? El
libro Lead Wars (Guerras de plomo), de Gerald Markowitz, de la Universidad
de Columbia en Nueva York, y David Rosner, de la Universidad de Columbia (*)
demuestra de modo convincente que el estudio con los bebés de Baltimore fue
posible gracias a una tradición política secular en que la administración de
EEUU, confrontada repetidamente con la necesidad de optar entre la
protección de los niños frente a la intoxicación por plomo y la defensa de
las empresas que fabricaban y comercializaban la pintura al plomo, casi
siempre elegía esta última. Así se corrompieron algunas de las
investigaciones científicas sobre la intoxicación por plomo.

Mucho antes de que se concibiera el estudio de Baltimore con los bebés,
millones de niños sufrieron atrofia del crecimiento y de la inteligencia
debido a productos de consumo contaminados por plomo, y hoy en día aún hay
cerca de cinco millones de niños en edad preescolar expuestos al mismo
peligro. Un experto incluso ha calculado que el hecho de no haber resuelto
tempranamente el problema de las pinturas al plomo puede haber costado a la
población estadounidense, en promedio, cinco puntos del CI, suficientes para
duplicar el número de niños retrasados y reducir a la mitad del número de
niños dotados en el país. No solo nuestra nación habría sido más inteligente
si sus dirigentes hubieran prohibido en su momento las pinturas al plomo,
sino que también habría sido más segura, pues se sabe que el plomo genera
impulsividad y agresividad. Los niveles de plomo en sangre de criminales
adolescentes suelen ser varias veces superiores a los de adolescentes no
criminales, y existe una clara correlación geográfica entre niveles de
criminalidad y exposición al plomo en ciudades de EE UU/4.

En el año 2000, las dos madres demandaron al Kennedy KriegerInstitute,
afiliado a la Universidad Johns Hopkins, que había contratado a los
científicos. Las demandas fueron desestimadas por un tribunal de primera
instancia, pero después de que un tribunal de apelación decidiera reabrir el
caso, las madres llegaron a un arreglo con el instituto cuyos términos se
desconocen. La sentencia del tribunal de apelación, de 96 páginas de
extensión, equiparó el estudio de Baltimore sobre el plomo con el notorio
experimento Tuskegee, en el que se denegó el tratamiento con penicilina a
cientos de hombres negros que habían contraído sífilis, de manera que los
investigadores del Servicio de Salud Pública de EE UU pudieron estudiar la
evolución de la enfermedad.

En septiembre de 2011, otros 25 progenitores que participaron en el estudio
con los bebés incoaron una demanda colectiva contra el Kennedy
KriegerInstitute, acusándole de negligencia, fraude, lesiones y violación de
la ley de protección de los consumidores de Maryland. Puesto que los
historiales médicos de los niños son confidenciales, únicamente los
progenitores y los investigadores saben a ciencia cierta cuáles de ellos, si
es que hubo alguno, resultaron envenenados, pero todos los demandantes
afirman que sus hijos habían corrido peligro. La sentencia todavía está
pendiente.

Sorprendentemente, muchos expertos en salud pública y profesores de ética
defendieron el estudio de Baltimore sobre el plomo en bebés. Al igual que
toda la investigación médica que se realiza en EE UU, este estudio había
sido revisado de antemano por un comité de ética, en este caso uno existente
en la Johns Hopkins. Según Markowitzy Rosner, el informe del comité solo se
preguntó si los niños del grupo de control, que vivían en pisos
supuestamente libres de plomo, sacarían algún beneficio del estudio, pero no
dijo nada sobre el posible daño causado a los niños de los grupos
experimentales. En una serie de comentarios de revistas médicas a raíz de la
sentencia del tribunal de apelación, muchos expertos en salud pública y
bioéticos profesionales se quejaron de que la resolución judicial era un
desastre para su profesión. El presidente de la Johns Hopkins incluso
predijo (sin razón) que perderían millones de dólares de financiación de la
investigación del Estado. Otros alegaron que investigaciones como el estudio
de los bebés eran necesarias si se quería hallar soluciones a los problemas
de los pobres/5.

Está claro que los investigadores científicos deberían tratar de encontrar
soluciones de menor coste para problemas graves de salud pública como la
intoxicación por plomo. Sin embargo, tres aspectos del experimento descrito
parecen especialmente ultrajantes. En primer lugar, se animó a los caseros
reclutados para el estudio a arrendar sus pisos preferentemente a familias
con niños pequeños, pero no se informó de antemano a los progenitores de que
se les iba a proponer la participación en un experimento o de que harían
mejor en buscar una vivienda libre de plomo. En segundo lugar, no se informó
a los progenitores cuando se detectaron “puntos calientes” con altas
concentraciones de plomo en sus apartamentos, ni cuando aumentaron los
niveles de plomo en sangre de sus hijos. Si les hubieran informado, tal vez
habrían decidido sanear sus viviendas por su propia cuenta, o incluso
mudarse a otro sitio, lo que tal vez sería negativo para los investigadores,
pero supondría un potencial beneficio para la vida de los niños.

El tercer aspecto, y el más sangrante, es que los científicos sabían de
antemano, casi con certeza, que las medidas de saneamiento de los niveles I
y II –los más baratos de los tres métodos empleados– no impedirían que los
niños se envenenaran con plomo. Markowitzy Rosner no aclaran esto en Lead
Wars, de modo que muchos lectores tal vez no se percaten de lo problemático
que fue realmente el estudio con los bebés/6.En la década anterior al
comienzo del estudio, los científicos habían realizado otros dos estudios en
que las viviendas de niños con unos niveles de plomo relativamente altos
fueron objeto de medidas similares a las de los niveles I y II de
saneamiento. Algunas de estas viviendas fueron visitadas además cada medio
mes por un “equipo profesional de control de polvo”, cosa que no ocurrió en
el caso de los hogares del estudio con bebés. Al cabo de un año, los niveles
de plomo en sangre de algunos de los niños de estos estudios anteriores
habían ascendido tanto que hubo que hospitalizarlos/7.La causa más probable
es que dichos métodos de saneamiento más baratos no implicaron la
sustitución de las ventanas recubiertas con pintura al plomo, que pueden
generar ráfagas de polvo de plomo cada vez que se abren o se cierran/8.

Tal como escribió uno de los científicos en una carta de 1984 a la New
England Journal of Medicine, estos métodos parciales no deberían utilizarse
para proteger a la población en general: “más cambios permanentes… como la
sustitución de la caja de una ventana deteriorada, puede ser una solución
más eficaz a largo plazo”/9.En estudios posteriores, los científicos
demostraron que la sustitución de ventanas era, en efecto, crucial para la
reducción de la presencia de polvo de plomo en hogares contaminados/10y que
la cantidad de polvo de plomo que quedaba en las viviendas de los bebés del
estudio después de los saneamientos de nivel I y II era similar, y en
algunos casos incluso mayor, a la hallada en numerosos apartamentos en los
que hubo intoxicaciones de niños en la década de 1980/11.¿Por qué
procedieron entonces los científicos a ensayar dos métodos ineficaces de
eliminación del plomo en niños sanos?

Los propios investigadores fueron al parecer personas honestas. El jefe de
grupo, J. Julian Chisolm, realizó en la década de 1950 una encuesta puerta a
puerta entre los niños de los barrios pobres de Baltimore y descubrió que en
promedio sus niveles de plomo eran seis veces mayores que entre los
trabajadores de la propia industria del plomo. Entonces contribuyó a
desarrollar un tratamiento denominado quelación, en el que administraban a
los niños intoxicados por plomo inyecciones de productos químicos que se
enlazan con el plomo y lo extraen de los tejidos, de manera que pueda ser
excretado. Las inyecciones son dolorosas, tienen que administrarse durante
varias semanas y no previenen el daño cerebral, pero sí evitan la muerte.

Mark Farfel, un colega más joven de Chisolm, declaró a The Baltimore Sunque
siempre le había molestado que los niños que ya estaban enfermos recibieran
un tratamiento hospitalario avanzado, pero que se hiciera tan poco por
evitar de entrada que niños sanos se envenenaran con el plomo. Farfelse negó
a hablar con Markowitzy Rosner, y Chisolmya no estaba vivo cuando estos
empezaron a escribir su libro. Sin embargo, por lo que relatan en Lead Wars,
cabe imaginar hasta qué punto estos hombres no pudieron resistir
efectivamente el clima de indiferencia gubernamental hacia los pobres, de
prejuicios raciales omnipresentes y de irresponsabilidad a la hora de tomar
decisiones que influyó en las políticas gubernamentales a lo largo de toda
la crisis del envenenamiento por plomo.

2.

El problema surgió a comienzos del siglo XX, cuando en todo EE UU hubo una
avalancha de casos de intoxicación por plomo en niños. Los síntomas
–vómitos, convulsiones, encías sangrantes, extremidades paralizadas y
dolores musculares tan fuertes que “no soportaban el peso de la ropa de
cama”, como los describió un médico– pudieron reconocerse al instante porque
eran parecidos a los síntomas de los trabajadores intoxicados al pintar
bañeras o preparar aditivos para pinturas y gasolina. Una fábrica de Dupont
incluso tenía el mote de “la casa de las mariposas”, porque había numerosos
trabajadores que tenían alucinaciones viendo insectos volando alrededor.
Muchas víctimas tuvieron que ser retiradas en camisas de fuerza, y algunas
murieron.

En la década de 1920 ya se sabía que una causa común de la intoxicación por
plomo en la infancia radicaba en la ingesta de trocitos de pintura al plomo.
La pintura al plomo era muy popular en EE UU porque su brillo encajaba bien
con la pasión nacional por la higiene y la modernidad, pero los trocitos de
pintura que se desconchaban tenían un sabor dulce, y no sería fácil impedir
que los niños se los llevaran a la boca. Debido a los riesgos que
encerraban, muchos países prohibieron las pinturas al plomo para interiores
en las décadas de 1920 y 1930, entre ellos Bélgica, Francia, Austria, Túnez,
Grecia, Checoslovaquia, Polonia, Suecia, España y Yugoslavia.

En 1922, la Sociedad de las Naciones propuso la prohibición a escala mundial
de las pinturas al plomo, pero por aquel entonces EEUU era el país productor
de plomo más grande del mundo y consumía 170 000 toneladas de pintura blanca
al plomo todos los años. La Asociación de Industrias del Plomo se había
convertido en una poderosa fuerza política y el gobierno de Harding,
favorable a la empresas y fiel seguidor del lema “EE UU primero”, vetó la
prohibición. Los productos que contenían plomo seguían comercializándose en
los mercados estadounidenses hasta bien entrada la década de 1970, y a
mediados de siglo el plomo estaba en todas partes: en cañerías y lámparas,
juguetes pintados y cunas, en el papel de plata que envolvía los caramelos e
incluso en adornos para pasteles. Dado que la mayoría de automóviles
utilizaban gasolina con plomo, la concentración de este en la atmósfera
también fue creciendo, especialmente en las ciudades.

Las pinturas al plomo suponían el peligro más insidioso, pues pueden causar
daños cerebrales aunque no se desconchen. De las paredes emana polvo que
contiene plomo, año tras año, incluso si se pinta encima. También es casi
imposible deshacerse de él por completo. La eliminación de la pintura con
lijadoras eléctricas y sopletes genera nubes de polvo que pueden depositarse
en el suelo durante los meses siguientes, y muchos niños se han intoxicado
durante el propio proceso de eliminación de la pintura al plomo. Incluso al
limpiar las paredes con un paño puede generarse suficiente polvo para
envenenar a un niño. Una buena renovación de la casa entera resuelve el
problema, pero también puede contaminar la atmósfera alrededor del edificio
durante meses. Hasta comienzos de la década de 1950, las empresas no
empezaron a eliminar el plomo de la mayoría de productos para el hogar, pero
la pintura al plomo para interiores siguió utilizándose hasta que el
Congreso la prohibió a finales de la década de 1970, y actualmente sigue en
las paredes de alrededor de 30 millones de hogares estadounidenses.

Cantidades minúsculas de plomo ya pueden envenenar a un niño. Los síntomas
de una grave intoxicación por plomo –convulsiones, dolor, coma, etc.– suelen
observarse cuando la concentración de plomo en la sangre supera los 60
microgramos por decilitro de sangre. Esto equivale a la ingestión de una
cantidad total de plomo que pesa más o menos lo mismo que seis granos de sal
de mesa. De acuerdo con los Centros de Control de Enfermedades, los
progenitores deben preocuparse si la concentración de plomo en la sangre de
sus hijos supera los cinco microgramos por decilitro, pero algunos estudios
han revelado que incluso unos niveles infinitesimales –de hasta uno o dos
microgramos por decilitro– pueden reducir el CI de un niño y menoscabar su
capacidad de autocontrol y de organizar las ideas.

No hay manera de saber cuántos niños se vieron gravemente afectados durante
el siglo pasado por la decisión de EE UU de no prohibir tempranamente el
plomo en los productos de consumo, pero la cifra se mueve en el orden de los
millones. El estudio nacional más preciso sobre la intoxicación por plomo
fue probablemente el  National Health andand Nutrition Examination Survey de
1976-1980, que reveló que el 4 % de todos los niños de menos de seis años
–unos 780 000– mostraban unas concentraciones de plomo en sangre superiores
a 30 microgramos por decilitro, que en aquel entonces se consideraba el
umbral de seguridad.

Según el estudio, los niños negros tenían seis veces más probabilidades que
los blancos de tener altos niveles de plomo. El número de infantes con
niveles de plomo superiores a cinco microgramos por decilitro –o lo que
viene a ser lo mismo, superiores a uno o dos– era naturalmente mucho más
elevado, pero no hay manera de saberlo con precisión. La prohibición de la
gasolina con plomo en 1985 y la renovación gradual de las viviendas de los
barrios bajos han permitido reducir el número de niños intoxicados, de
manera que hoy en día el Centro de Control de Enfermedades calcula que unos
500 000 niños de uno a cinco años de edad tienen unos niveles de plomo en
sangre de más de cinco microgramos por decilitro.

Cuando salió a la luz la magnitud y el horror del problema de la pintura al
plomo, las empresas fabricantes de plomo quitaron hierro a las malas
noticias. Cuando revistas populares como Ladies’ Home Journal comenzaron a
divulgar los peligros de la intoxicación por plomo en las décadas de 1930 y
1940, los fabricantes de plomo y de pinturas publicaron anuncios en National
Geographicy TheSaturday Evening Postque celebraban la alegría que aportaba
la pintura al plomo a la vida de los niños. La publicidad de la pintura
Dutch Boy –que contenía suficiente plomo en una capa aplicada a una
superficie cuadrada de 25 cm2para matar a un niño– mostraba su mascota con
cabeza de estopa pintando juguetes con el Papá Noel sonriendo a sus
espaldas.

En vez de prohibir el plomo en los productos de consumo, el gobierno
patrocinó campañas de salud pública que achacaban la intoxicación por plomo
a un problema de comportamiento que llamaron “pica” –un trastorno en que las
personas consumen sustancias no comestibles– y aconsejaban a los padres
vigilar a sus niños. Las empresas fabricantes de plomo también pagaron a
científicos que publicaron falsos estudios que ponían en duda el vínculo
entre la exposición al plomo y los problemas de salud de los niños. Cuando
el profesor Herbert Needleman, de la Universidad de Pittsburgh, demostró por
primera vez que incluso los niños que tenían unos niveles de plomo
relativamente bajos solían ser menos inteligentes y tener más problemas de
comportamiento que sus compañeros libres de plomo, algunos de esos
investigadores apoyados por la industria afirmaron que sus métodos eran
descuidados y le acusaron de falta de ética profesional (después fue
rehabilitado).

Las compañías contrataron asimismo a una empresa de relaciones públicas que
colaron artículos en The Wall Street Journal y otros periódicos
conservadores que tachaban a Needleman de miembro de un grupo de presión
izquierdista que pretendía conseguir que el gobierno incrementara el gasto
en viviendas y otros programas sociales. Así, al igual que la industria
tabaquera ocultó deliberadamente los peligros del cigarrillo hasta que el
aumento vertiginoso de los costes de la seguridad social relacionados con el
tabaquismo llevó finalmente a los gobiernos de los Estados a demandar a las
empresas/12, y del mismo modo que científicos pagados por empresas
petroleras minimizan actualmente los peligros de los gases de efecto
invernadero, la industria del plomo también mintió a los estadounidenses
durante décadas, y el gobierno no hizo nada por impedirlo.

En la década de 1980, funcionarios del gobierno admitieron por fin que la
crisis de las pinturas al plomo era real, pero no estaban de acuerdo en cómo
abordar el problema. En 1990, el Departamento de Salud y Servicios Humanos
elaboró un plan para eliminar el plomo de las viviendas del país a lo largo
de 15 años y a un coste de 33 000 millones de dólares, una cantidad enorme,
pero equivalente a la mitad del coste estimado de no hacer nada, que habría
supuesto un aumento de la necesidad de programas de educación especial, de
pagos de la seguridad social y subvenciones a las víctimas de la
intoxicación por plomo que tenían daños cerebrales y estaban discapacitadas,
y otros desembolsos. Sin embargo, el plan chocó con la oposición de la
industria del plomo, los agentes inmobiliarios, los propietarios de pisos de
alquiler, las compañías de seguros e incluso algunos pediatras privados que
se quejaban del trabajo extra que supondría el chequeo de los niños. El plan
acabó pronto en un cajón, y en su lugar la Agencia de Protección
Medioambiental, que buscaba una manera más barata de abordar el problema,
encargó el estudio de los bebés de Baltimore.

Desde entonces, el gobierno de EEUU ha gastado menos de 2 000 millones de
dólares en la eliminación del plomo. Con este dinero ha financiado una serie
de programas estatales ejemplares y sin ánimo de lucro que operan en los
centros de las ciudades, pero se trata de una parte minúscula de lo que
sería necesario y alrededor de veinte veces menos que el gasto de EEUU en
torno a la crisis global del sida desde 2004. Cabe preguntarse por qué tanto
los gobiernos Republicanos como los Demócratas han prestado tan escasa
atención a esta amenaza para la infancia de EEUU.

3.

Mucha gente cree que la administración de los programas de salud pública es
una tarea burocrática, como la gestión de un ferrocarril o de una gran
empresa. Se supone que los investigadores han de idear programas que
permitan reducir los peligros y que los gobiernos han de financiarlos. No
obstante, tal como nos recuerdan Markowitzy Rosner, la salud pública es
inseparable de la política, y la historia demuestra que los gobiernos se
muestran a menudo remisos a proteger a sus poblaciones sin la presión de
activistas o la amenaza de agitación social.

Es difícil imaginar la miseria que reinaba en las ciudades europeas del
siglo XVIII. Un simple paseo por ciertos barrios parisinos en la década de
1780 podía causar una úlcera de garganta. En aquel entonces, según el
historiador de la sanidad pública George Rosen, los avances de la ciencia,
la medicina y la estadística habían producido los conocimientos y métodos
básicos de la sanidad pública, pero solo se aplicaban sobre una base
privada, poco sistemática. Los programas nacionales administrados por los
Estados tuvieron que esperar los impulsos de la revolución francesa y el
comienzo del siglo XIX. Después de la revolución, Napoleón dio prioridad a
la salud pública. Hizo construir alcantarillas, trató de depurar los
abastecimientos de agua, creó más mataderos y mercados sanitarios y lanzó la
primera campaña universal de vacunación contra la viruela financiada por el
Estado.

Al otro lado del Canal de la Mancha, esta lección cundió en Inglaterra. Las
reformas sanitarias iniciadas en Londres en las décadas de 1830y 1840también
estuvieron motivadas por el temor a que las epidemias de cólera y otras
enfermedades no solo redujeran la productividad de los trabajadores, sino
que también fomentaran ideas revolucionarias. En EE UU, tanto la presión de
los activistas como el temor a un descontento incipiente aceleraron algunos
de nuestros programas gubernamentales de salud pública más importantes,
desde la era progresista (1890-1920) –cuando los reformadores presionaron al
gobierno para que aboliera el trabajo infantil, mejorara las condiciones de
trabajo en las fábricas, redujera la mortalidad infantil y promulgara normas
legales de seguridad de los alimentos, el alcantarillado y las viviendas–
hasta la década de 1960, cuando el Sierra Club y otros grupos ecologistas
presionaron al gobierno para que regulara el uso de pesticidas y redujera la
contaminación atmosférica, y redes clandestinas de médicos y abogados se
unieron al movimiento feminista para reclamar la legalización del aborto. En
la década de 1980, grupos homosexuales como Act Up presionaron al gobierno
de Reagan, que se mostraba indiferente, para que financiara programas de
tratamiento del sida.

La prevención de la intoxicación por plomo también tuvo sus partidarios,
pero eran marginales y fueron rápidamente acallados. En la década de 1960,
los Panteras Negras y el grupo de activistas puertorriqueño Young Lords
establecieron clínicas de salud de barrio y llevaron a cabo programas de
chequeo para la detección de tuberculosis y anemia drepanocítica, así como
de intoxicación por plomo. El excelente libro Body and Soul: The Black
PantherParty and the Fight Against Medical Discrimination (2011), de la
historiadora Alondra Nelson, describe cómo estos grupos sostuvieron que las
nuevas leyes de derechos civiles y los programas gubernamentales de la Great
Society por si solos nunca colmarían las necesidades de los pobres, a menos
que los pobres mismos tuvieran voz en su definición/13.Los Panteras se
decantaron por la violencia y reclamaron un país separado para los negros.
Sin duda no tuvieron razón en todo, pero en lo que respecta a la
intoxicación por plomo, es probable que sí la tuvieran.

A comienzos de la década de 1980, los movimientos a favor de la justicia
social, encabezados por Martin Luther King, Malcolm X y los Panteras Negras,
habían amainado en gran parte, y con ellos la defensa desde las bases de la
salud de los niños negros pobres. Algunos científicos siguieron haciendo
sonar las alarmas sobre la intoxicación por plomo, entre ellos Herbert
Needleman, Jane Lin-Fu de la Oficina de la Infancia de EE UU, Philip
Landrigandel Hospital Mount Sinaide Nueva York y Ellen Silbergeld, editora
de la revista Environmental Research, pero no contaban con un movimiento
social fuerte que recogiera sus hallazgos y luchara por los niños en riesgo.
Pese a que hubo algunas campañas desganadas contra la intoxicación por
plomo, ni el poderoso movimiento por la salud de las mujeres ni los grupos
ecologistas se hicieron cargo de la cuestión de una manera sostenida. El
gobierno de Obama no ha invertido más en esta problemática que el de George
W. Bush. La intoxicación por plomo ni siquiera aparece en la lista de
prioridades de los Centros de Control de Enfermedades con respecto a las
“batallas de salud pública que pueden ganarse”.

Frente a un gobierno que pretende gastar lo menos posible en una catástrofe
de salud pública, Chisolmy Farfel bien pudieron pensar que no tenían más
remedio que tratar de averiguar si había algún posible vericueto. Sin
embargo, también cabe imaginar que estos científicos podrían haber trabajado
con comunidades pobres para utilizar los hallazgos de sus investigaciones de
manera más creativa. Podrían haber intentado movilizar a la opinión pública
en apoyo del plan original de eliminación del plomo, cuyo coste ascendía a
33 000 millones de dólares. Podrían haber colaborado con políticos negros,
líderes religiosos, grupos de derechos civiles y organizaciones de madres y
padres. Si la intoxicación por plomo hubiera aparecido como un problema que
afecta a los niños de clase media, todo esto podría haber sucedido
efectivamente. En cambio, tal como señalan Markowitzy Rosner en su libro, la
respuesta de Chisolmy Farfel fue “hacer otro estudio”.

* Gerald Markowitzy David Rosner,Lead Wars: ThePolitics of Science and
theFate of America’sChildren, University of California Press/ Milbank
Memorial Fund - See more at:
http://www.vientosur.info/spip.php?article11715#sthash.i2XIcUiU.dpuf

Notas

1/ El nombre del niño está cambiado.

2/Algunas familias fueron captadas sobre el terreno; en estos casos, los
pisos en que ya vivían fueron objeto de medidas de saneamiento de nivel I o
II.

3/ Los nombres de la madre y la hija se han cambiado.

4/Véase Shankar Vedantam, “Research Links Lead Exposure, Criminal
Activity”,The Washington Post, 08/07/2007.

5/Véase, por ejemplo, Robert M. Nelson, “NontherapeuticResearch,
MinimalRisk, and the Kennedy Krieger Lead AbatementStudy”,IRB: Ethics and
Human Research, vol. 23, n.º 6 (noviembre-diciembre de 2001); Anna C.
Mastroianniy Jeffrey P. Kahn, “Risk and Responsibility: Ethics, Grimes v
Kennedy Krieger, and PublicHealthResearchInvolvingChildren”,American Journal
of PublicHealth, vol. 92, n.º 7 (julio de 2002); B.P. Lanphear, “Editorial:
TheConquest of Lead Poisoning: A
PyrrhicVictory”,EnvironmentalHealthPerspectives, vol. 115, n.º 10 (octubre
de 2007).

6/En su solicitud de subvención para el estudio de los bebés de Baltimore,
los científicos afirmaban que pretendían probar “un nuevo enfoque” de la
eliminación del plomo, una afirmación que se cita sin criticar en Lead Wars.
De hecho, muchos de los niños participantes en el estudio fueron asignados a
viviendas tratadas con métodos que habían demostrado ser ineficaces.

7/J.J. Chisolm Jr., E.D. Mellits y S.A. Quaskey, “TheRelationship Betweenthe
Level of Lead Absorption in Children and the Age, Type, and Condition of
Housing”,Environmental Research, vol. 38, n.º 1 (octubre de 1985), pp.
31-45; E.Charney, B. Kessler, M. Farfel y D. Jackson, “Childhood Lead
Poisoning: A Controlled Trial of theEffect of Dust-Control Measureson Blood
Lead Levels”,The New England Journal of Medicine, vol. 309, n.º 18
(3/11/1983), pp. 1 089-1 093.

8/M.R. Farfel, J.J. Chisolm Jr. y C.A. Rohde, “TheLonger-TermEffectiveness
of Residential Lead Paint Abatement”,EnvironmentalResearch, vol. 66, n.º 2
(agosto de 1994), pp. 217-221; M.R. Farfely J.J. Chisolm Jr., “Health and
EnvironmentalOutcomes of Traditional and ModifiedPracticesforAbatement of
Residential Lead-Based Paint”,American Journal of PublicHealth, vol. 80, n.º
10 (octubre de 1990), pp. 1 240-1 245.

9/EvanCharneyy cols., “Effect of Dust Control onBlood Lead”,The New
EnglandJournal of Medicine, vol. 310, n.º 14 (05/04/1984), pp. 924-925.

10/Farfely cols., “TheLonger-TermEffectiveness of Residential Lead Paint
Abatement”.

11/Véase la tabla ES-2 en “Lead-Based Paint Abatement and Repair and
MaintenanceStudy in Baltimore: FindingsBasedonTwoYears of Follow-Up”
(EnvironmentalProtection Agency, 747-R-97-005, diciembre de 1997), en
comparación con la tabla 4 en Mark R. Farfely J. JulianChisolm Jr.,
“AnEvaluation of Experimental PracticesforAbatement of Residential
Lead-Based Paint: Reporton a Pilot Project”,EnvironmentalResearch, vol. 55,
n.º 2 (1991), pp. 199-212. Hay que convertir los microgramos por pie
cuadrado en miligramos por metro cuadrado.

12/ Véase Helen Epstein, “GettingAwaywithMurder”,The New York Review,
19/07/2007.

13/University of Minnesota Press, 2011.

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