Revolución Rusa/ Víctor Serge: "Treinta años después de la Revolución rusa" [Charles-André Udry - Víctor Serge ]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 1 15:44:51 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de abril 2017

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

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Revolución Rusa

“Treinta años después de la Revolución Rusa” de Víctor Serge

Nota introductoria de Charles-André Udry

A l´encontre, 27-3-2017

http://alencontre.org/

Traducción de la nota introductoria Faustino Eguberri – Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Cuando se multiplican los escritos consagrados al centenario de las
revoluciones rusas, febrero-octubre 1917, resulta evidente la utilidad de
publicar, de nuevo, esta contribución de Víctor Serge, datada de
julio-agosto de 1947. Víctor Serge falleció el 17 de noviembre de 1947 en
México (NdT: ver “La muerte en México de Víctor Serge”, Julián Gorkin, en
https://www.marxists.org/espanol/gorkin/1957-serge.htm)
<https://www.marxists.org/espanol/gorkin/1957-serge.htm>  Este texto fue
publicado en noviembre de 1947 en “La Revolución proletaria”, que se
presentaba como revista sindicalista revolucionaria desde 1930. Había sido
fundada por Pierre Monatte en 1925 con la denominación de “Revista
sindicalista comunista”. “La Revolución proletaria” quedó interrumpida en
1939 siendo relanzada en 1947. Según Jean Rière, se trata del último texto
de Víctor Serge publicado por esta revista que en lo sucesivo estableció
prácticamente el silencio sobre el hombre y la obra.

En 2001, Jean Rière y Jil Silberstein reunieron en la colección Bouquins,
Ed. R. Laffont, “Les Mémoires d’un révolutionnaire et autres écrits
politiques – 1908-1947-“ de Victor Serge (1 046 páginas). La versión
establecida por Jean Rière de las “Mémoires d’un révolutionnaire” (publicada
en español “Memorias de un revolucionario”
https://elsudamericano.files.wordpress.com/2013/05/victor-serge-memorias-de-
un-revolucionario.pd) difiere
<https://elsudamericano.files.wordpress.com/2013/05/victor-serge-memorias-de
-un-revolucionario.pd>  de la primera edición de 1951. Traduce más de cerca
las etapas y las versiones -desde 1938- de la elaboración de este importante
trabajo.

Para situar la etapa de la reflexión política de Víctor Serge en 1947, es
útil recordar el contexto en el que se publica este balance titulado
“Treinta años después de la Revolución rusa”. Este texto fue presentado,
equivocadamente, como un postfacio inédito de “El año I de la Revolución
rusa” publicado en francés en 1930. Una obra redactada en Leningrado entre
1925 y 1928, cuando Víctor Serge se enfrentaba al ascenso y consolidación
del estalinismo.

En 1941, Víctor Serge (con su hijo Vlady) -tras una búsqueda desesperada
para obtener un visado y vigilado por los servicios del FBI- llega a
Martinica, donde es encarcelado. De ahí, va a la República Dominicana y
luego a Haití de donde es expulsado. Llegado a Cuba, es también encarcelado.
Necesita seis meses para llegar a México. Durante todo este período de
gigantescas convulsiones internacionales, no dejó de escribir y de seguir el
desarrollo de los acontecimientos políticos y militares. En República
Dominicana, redacta un trabajo en español “Hitler contra Stalin”,
subtitulado como “La fase decisiva de la guerra mundial”, que ha permanecido
inédito en francés. Durante esos años, en el seno del grupo Socialismo y
Libertad, aborda la cuestión fundamental para él de las perspectivas de la
lucha por el socialismo verdadero, por citar la excelente contribución de
Susan Weissman, “Dissident dans la révolution. Victor Serge, une biographie
politique” (Ed. Syllepse, 2006, 478 p.; traducido del inglés Ed. Verso,
2001). s. Weisman añade:

Durante este período bisagra, el pensamiento de Serge está íntimamente
ligado a su análisis de la naturaleza del estalinismo. (…). Serge estudia la
Unión Soviética a la luz de la nueva configuración mundial. Somete a prueba
los diferentes análisis críticos radicales de la URSS estalinista y se
esfuerza por elucidar la estructura social soviética. Estima que (la Unión
soviética y su ‘régimen totalitario’) proseguirá su curso antisocialista sin
conceder la menor reforma democrática (Weissman, p. 379).

Hay que recordar que, en el capítulo 9 de las “Memorias de un
revolucionario” Víctor Serge, en 1936 (p. 421 versión web citada), expresa
claramente su desacuerdo con Trotsky, entre otros temas , sobre importantes
cuestiones de la historia de la revolución; él (Trotsky) se negaba a admitir
que en el terrible episodio de Cronstadt de 1921, las responsabilidades del
Comité Central bochevique hubieran sido enormes; que la represión que siguió
fue inútilmente bárbara; que el establecimiento de la Cheka (más tarde GPU),
con sus métodos de inquisición secreta, fue por parte de los dirigentes un
grave error incompatible con la mentalidad socialista. Sobre los problemas
de la actualidad rusa, reconocía a Trotsky una clarividencia e intuiciones
asombrosas. Había obtenido de él, en el momento en que escribía “La
revolución traicionada” (texto traducido por Serge, por petición de Trotsky,
y publicado en francés en Grasset en 1936), que inscribiera en el programa
de la oposición la libertad de los partidos soviéticos (dicho de otra forma,
representados en los soviets). Le veía mezclar a los destellos de una gran
inteligencia los esquematismos sistemáticos del bolchevismo de antaño en
cuya resurrección inevitable en todos los países creía. Comprendía su
crispación de último superviviente de una generación de gigantes, pero yo
estaba convencido de que las grandes tradiciones históricas solo tienen
continuidad a través de renovaciones y pensaba que el socialismo debe
también renovarse en el mundo presente y que esto debe hacerse por el
abandono de la tradición autoritaria e intolerante del marxismo ruso del
comienzo de este siglo. Serge añadió, en un manuscrito elaborado con vistas
a una nueva versión, el pasaje transcrito por Jean Rière: (El único problema
que la Rusia roja de 1917-1927 no había sabido plantearse jamás es el de la
libertad, la única declaración indispensable que el gobierno soviético no
hizo fue la de los derechos humanos. Yo exponía estas ideas en artículos
publicados en París y Nueva York…) “El Viejo”, Trotsky, deplorablemente
informado por adeptos más limitados que comprensivos, atacó a Serge sobre
este tema. Este último concluía: Hay una lógica natural de contagio en el
combate; la Revolución rusa continuó así, a pesar suyo, ciertas tradiciones
nefastas del despotismo que acababa de derribar…. Estas notas introductorias
deberían permitir situar mejor el balance -datado por definición-
establecido por Víctor Serge, hace 70 años.]

Treinta años después de la revolución rusa (1)

Víctor Serge

Los años 1938-1939 han marcado un nuevo rumbo decisivo. Se ha concluido la
transformación de las instituciones y de las hábitos de los cuadros del
Estado, llamado todavía soviético aunque no lo sea para nada, gracias a las
"depuraciones" implacables, dando lugar a un sistema perfectamente
totalitario, pues sus dirigentes son los dueños absolutos de la vida social,
económica, política y espiritual del país; el individuo y las masas no
poseen ningún derecho. La condición material de las ocho o nueve décimas
partes de la población se mantiene en un nivel muy bajo. El conflicto
abierto con los campesinos se prolonga bajo formas atenuadas. Se hace
evidente que, poco a poco, una contrarrevolución ha triunfado. La URSS, al
intervenir en la guerra civil española, ha intentado controlar al gobierno
de la república y se ha opuesto, con los peores medios -corrupción,
chantaje, represión, asesinato-, al movimiento obrero que se inspiraba en
los ideales un día compartidos. Una vez consumada la derrota de la República
española, no sin que Stalin tenga parte de responsabilidad, la URSS pactó
pronto, al principio en secreto, con el Tercer Reich. En el punto más álgido
de la crisis europea pueden verse a las dos potencias, la fascista y la
antifascista, la bolchevique y la antibolchevique, abandonar sus máscaras y
unirse en el reparto de Polonia. La URSS extiende, con el consentimiento de
la Alemania nazi, su hegemonía sobre los países bálticos que se separaron de
Rusia durante las luchas de 1917-1919. Este cambio de la política
internacional rusa se explica por los intereses de una casta dirigente ávida
e inquieta, reducida a una capitulación moral frente al Tercer Reich al que
teme por su superioridad técnica. Las similitudes internas de las dos
dictaduras lo han facilitado.

¡Qué espantoso camino hemos recorrido en estos treinta años! El
acontecimiento más esperanzador, más grandioso de nuestro tiempo, parece
volverse contra nosotros. ¿Qué nos queda del entusiasmo inolvidable de 1917?
Muchos hombres de mi generación, que fueron comunistas desde el primer
momento, no guardan otro sentimiento que el rencor hacia la revolución rusa.
Quedan muy pocos testigos y participantes. El partido de Lenin y Trotsky ha
sido fusilado. Los documentos han sido destruidos, escondidos o
falsificados. Sobreviven sólo y en gran número los emigrados que estuvieron
siempre en contra de la revolución. Escriben libros, son enseñantes, cuentan
con el apoyo del conservadurismo, todavía poderoso y, por otra parte,
incapaz, en esta época de convulsión mundial, de desarmarse o de demostrar
objetividad.... Una pobre lógica, mostrándonos el negro espectáculo de la
URSS estalinista, afirma la debacle del bolchevismo, la del marxismo, la del
socialismo... Escamoteo fácil, en apariencia, de los problemas mundiales que
aquejan al mundo y que no dejarán de lastrarle de inmediato. ¿Olvidan las
otras debacles? ¿Qué ha hecho el cristianismo durante las catástrofes
sociales? ¿Qué ha pasado con el liberalismo? ¿Qué ha producido el
conservadurismo ilustrado o reaccionario? ¿No han engendrado a Mussolini, a
Hitler, a Salazar o a Franco? Si se tratara de plantear con honestidad las
debacles de las ideologías, tendríamos trabajo para largo. Y nada ha acabado
aún...

Todo acontecimiento es a la vez definitivo y transitorio. Se prolonga en el
tiempo bajo aspectos, a veces, imprevisibles. Antes de esbozar un juicio
sobre la revolución rusa, recordemos los cambios de rumbo y de perspectivas
de la revolución francesa. El entusiasmo de Kant ante la toma de la
Bastilla... El Terror, Termidor, el Directorio, Napoleón. Entre 1789 y 1802,
la república libertaria, igualitaria y fraternal fue absolutamente negada.
Las conquistas napoleónicas, creadoras de un orden nuevo, sólo en el nombre,
chocan por su similitud con las de Hitler. El emperador se convirtió en "el
Ogro". El mundo civilizado se unió contra él, la Santa Alianza pretendía
restablecer y estabilizar en toda Europa el antiguo régimen… Sin embargo,
vemos que la revolución francesa, con la irrupción de la burguesía, del
espíritu científico y de la industria, alimentó al siglo XIX. Pero treinta
años después, en 1819, en el tiempo de Luis XVIII y del zar Alejandro I, ¿no
parece como uno de los más costosos fracasos históricos? ¡Cuántas cabezas
cortadas, cuántas guerras, para llegar a una mezquina restauración
monárquica!

Es natural que la falsificación de la historia esté hoy al orden del día.
Entre las ciencias inexactas, la historia es aquella que lesiona más
intereses materiales y psicológicos. Sobre la revolución rusa pululan
leyendas, errores, interpretaciones tendenciosas, aunque sea fácil
informarse sobre los hechos… Pero, evidentemente, es más cómodo escribir y
hablar sin informarse.

A menudo se afirma que "el golpe de mano bolchevique de octubre-noviembre de
1917 derribó una democracia naciente..." Nada más falso. En Rusia, la
República no había sido proclamada, no existía ninguna institución
democrática fuera de los Sóviets o de los Consejos obreros, de campesinos y
de soldados... El gobierno provisional, presidido por Kerenski, se había
negado a llevar a cabo la reforma agraria, a abrir las negociaciones de paz
reclamadas por la voluntad popular, a tomar medidas efectivas contra la
reacción. Vivía una transición entre dos complots permanentes: el de los
generales y el de las masas revolucionarias. Nada hacía pensar en el
establecimiento pacífico de una democracia socializante, la única que
hubiera sido hipotéticamente viable. A partir de septiembre de 1917 la
alternativa se daba entre la dictadura de los generales reaccionarios o en
la de los Sóviets. En esto coinciden dos historiadores desde posiciones
opuestas: Trotsky y el hombre de Estado liberal de derechas, Miliukov. La
revolución soviética o bolchevique fue el resultado de la incapacidad de la
revolución democrática, moderada, inestable e inoperante que la burguesía
liberal y los partidos socialistas contemporizadores dirigieron después de
la caída de la autocracia.

Se continúa afirmando que la insurrección del 7 de noviembre (25 de octubre
al viejo estilo) de 1917 fue la obra de una minoría de conspiradores: el
Partido bolchevique. Nada se opone más a los hechos verificables. 1917 fue
un año de acción de masas asombroso por la multiplicidad, la variedad, la
potencia, la perseverancia de las iniciativas populares que empujaron a
levantarse a los bolcheviques. Las demandas agrarias se extendían por toda
Rusia. En el ejército, la insubordinación aniquilaba la vieja disciplina.
Cronstadt y la flota del Báltico habían rechazado categóricamente obedecer
al gobierno provisional y sólo la intervención de Trotsky en el Sóviet de la
base naval evitó un conflicto armado. El Sóviet de Tachkent, en Turkestán,
había tomado el poder por su propia cuenta.... Kerenski amenazaba al Sóviet
de Kaluga con la artillería... Un ejército de 40.000 hombres en el Volga se
negaba a obedecer. En las afueras de Petrogrado y de Moscú se formaban
guardias rojos obreros. La guarnición de Petrogrado se ponía a las órdenes
del Sóviet. En los Sóviets, la mayoría de los socialistas moderados se
pasaban pacíficamente a los bolcheviques, sorprendiéndoles a ellos mismos
este cambio. Los socialistas moderados abandonaban a Kerenski, que no podía
contar más que con los militares que llegaron a ser tremendamente
impopulares. Estas son las razones por las cuales la insurrección venció en
Petrogrado, casi sin derramamiento de sangre, con entusiasmo. Hay que volver
a leer, sobre estos acontecimientos, las formidables páginas de John Reed y
de Jacques Sadoul, testigos presenciales. El complot bolchevique fue
literalmente conducido por una colosal ola ascendente.

Conviene recordar que el imperio se había hundido en febrero-marzo de 1917
bajo el empuje del pueblo desarmado de las afueras de Petrogrado. La
confraternización espontánea de la guarnición con las manifestaciones
obreras decidió la suerte de la autocracia. Más tarde, se buscaría a los
desconocidos que tomaron la iniciativa de esta confraternización; se
encontró a muchos, la mayoría de ellos ha quedado en el anonimato... Los
dirigentes y militantes más cualificados de todos los partidos
revolucionarios estaban en esos momentos en el extranjero o presos. Los
pequeños grupos que existían en Petrogrado estaban tan sorprendidos y
sobrepasados por los acontecimientos ¡que los bolcheviques se proponían
publicar un llamamiento a la vuelta al trabajo en las fábricas! Cuatro meses
más tarde, la experiencia del gobierno de coalición de los socialistas
moderados y de la burguesía liberal suscitó una cólera tal que a principios
de julio la guarnición y los barrios obreros organizaron, ellos mismos, una
gran manifestación armada bajo la consigna de todo el poder a los Sóviets.
Los bolcheviques desaprobaron esta iniciativa tomada por desconocidos,
uniéndose de mala gana al movimiento para conducirle a una liquidación tan
dolorosa como peligrosa. Estimaban, probablemente con razón, que el país no
seguiría a la capital. Se convirtieron, naturalmente, en la cabeza de turco.
La persecución y la calumnia ("agentes de Alemania") cayó inmediatamente
sobre ellos. A partir de ese momento supieron que si no se ponían a la
cabeza del movimiento de masas ganarían la impopularidad y los generales
cumplirían su objetivo.

El general Kornilov se mete en la aventura en septiembre de 1917, con la
complicidad manifiesta de una parte del gobierno Kerenski. Lenin y Zinoviev
escondidos, Trotsky en prisión, los bolcheviques están acosados. Las tropas
de Kornilov se disgregan al contacto con los ferroviarios y los agitadores
obreros.

Los funcionarios de la autocracia vieron venir la revolución; no supieron
impedirla. Los partidos revolucionarios la esperaban; no supieron, no
pudieron provocarla. Una vez desencadenados los acontecimientos, no les
quedaba más que participar con más o menos clarividencia y voluntad.

Los bolcheviques asumieron el poder porque, en la selección natural que se
produjo entre los partidos revolucionarios, ellos fueron los más aptos para
expresar de una forma coherente, clarividente y voluntariosa, las
aspiraciones de las masas movilizadas. Conservaron el poder, vencieron en la
guerra civil porque las masas populares finalmente les apoyaron, a pesar de
las vacilaciones y los conflictos, del Báltico al Pacífico. Este gran hecho
histórico ha sido reconocido por la mayoría de los enemigos rusos del
bolchevismo. Hélène Kousskova, propagandista liberal en la emigración,
escribía recientemente que es "incontestable que el pueblo no apoyaba ni al
movimiento de los Blancos (...) ni la lucha por la Asamblea Constituyente
(...)". Los Blancos representaban la contrarrevolución monárquica, los
Constituyentes, el antibolchevismo democrático. Por eso, hasta el final de
la guerra civil, en 1920-1921, la revolución rusa aparece ante nosotros como
un inmenso movimiento popular al que el Partido bolchevique dota de un
cerebro y un sistema nervioso, así como de dirigentes y cuadros.

Se afirma que los bolcheviques quisieron inmediatamente el monopolio del
poder. ¡Otra leyenda!. Al contrario, temían el aislamiento en el poder.
Muchos de ellos fueron partidarios, al principio, de un gobierno de
coalición socialista. Lenin y Trotsky rechazaron la coalición con los
partidos socialistas moderados que habían conducido la revolución de marzo
al fracaso y que se negaban a reconocer al régimen de los Sóviets. Pero el
Partido bolchevique solicitó y obtuvo la colaboración del Partido socialista
revolucionario de izquierdas, partido campesino dirigido por intelectuales
idealistas hostiles al marxismo. A partir de noviembre de 1917 hasta el 6 de
julio de 1918, los socialistas-revolucionarios de izquierda participaron en
el gobierno. Rechazaron, junto a un tercio de conocidos bolcheviques,
admitir la paz de Brest-Litovsky y, el 6 de julio de 1918, dieron una
batalla insurreccional en Moscú en la que proclamaban su intención de
"gobernar solos" y de "recomenzar la guerra contra el imperialismo alemán".
Su mensaje radiado ese día fue la primera proclamación de un gobierno de
partido único. Fueron vencidos y los bolcheviques tuvieron que gobernar
solos. A partir de ese momento, su responsabilidad aumentó, su mentalidad
cambió.

¿Constituían antes o después de la escisión del Partido obrero
socialdemócrata ruso en mayoría (bolcheviques) y minoría (mencheviques), un
partido profundamente diferente a otros partidos revolucionarios rusos? Se
les imputa un carácter autoritario, intolerante, amoral en la elección de
los medios; una organización centralizada y disciplinada que contenía el
germen del estatismo burocrático; un carácter dictatorial e inhumano. Tanto
autores eruditos como ignorantes coinciden en señalar la "amoralidad" de
Lenin, su "jacobinismo proletario", su "revolucionarismo profesional". Una
mención a la novela-panfleto de Dostoievski, Los Poseídos, y el ensayista
cree haber esclarecido los problemas por él creados.

Todos los partidos revolucionarios rusos, ya desde 1870-1880, fueron
autoritarios, fuertemente centralizados y disciplinados en la ilegalidad,
para la ilegalidad; todos formaron "revolucionarios profesionales", es
decir, hombres que vivían exclusivamente para la lucha; todos podrían,
ocasionalmente, ser acusados de una cierta amoralidad práctica, aunque sea
justo reconocerles un idealismo ardiente y desinteresado. Casi todos estaban
imbuidos de una mentalidad jacobina, proletaria o no. Todos crearon héroes y
fanáticos. Todos, con excepción de los mencheviques, aspiraban a una
dictadura, y los mencheviques georgianos recurrieron a procedimientos
dictatoriales. Todos los grandes partidos eran estatalistas, tanto por su
estructura como por la finalidad que se asignaban. En realidad, había, más
allá de las divergencias doctrinales importantes, una única mentalidad
revolucionaria.

Recordemos el temperamento autoritario del anarquista Bakunin y sus métodos
de organización clandestina en el seno de la primera Internacional. En su
Confesión Bakunin preconiza una dictadura ilustrada, pero sin piedad,
ejercida por el pueblo… El Partido socialista-revolucionario, imbuido de un
ideal republicano, más radical que socialista, formó, para combatir la
autocracia por el terrorismo, un "aparato" rigurosamente centralizado,
disciplinado, autoritario, presa fácil de la provocación policial. La
socialdemocracia rusa, de conjunto, ambicionaba la conquista del Estado.
Nadie tuvo un lenguaje más jacobino en relación a la futura revolución rusa
que su dirigente Plejánov. El gobierno Kerenski, donde los
socialistas-revolucionarios y los mencheviques tenían bastante fuerza,
utilizaba, sin cesar, un lenguaje dictatorial, totalmente veleidoso. Los
mismos anarquistas, en las regiones ocupadas por el Ejército Negro de Nestor
Makhno, ejercían una auténtica dictadura, acompañada de confiscaciones,
requerimientos, arrestos y ejecuciones. Y Makhno fue "batko", padrecito,
jefe...

Los socialdemócratas mencheviques de derecha, como Dan y Tseretelli,
deseaban un poder fuerte. Tseretelli recomendó la represión del bolchevismo
antes de que fuera tarde... Los mencheviques de izquierda, de la tendencia
de Martov, parecen haber sido el único grupo político profundamente
interesado en una concepción democrática de la revolución, lo que
constituye, desde un punto de vista filosófico, una honrosa excepción. 

Las características propias del bolchevismo que le confieren una innegable
superioridad sobre los partidos rivales con los que compartía una amplia
mentalidad común son: a) la convicción marxista; b) la doctrina de la
hegemonía del proletariado en la revolución; c) el internacionalismo
intransigente; d) la unidad de pensamiento y acción. Entre muchos hombres,
la unidad de pensamiento y acción condujo a la fe en su propia voluntad. 

El realismo marxista de 1917 nos parece hoy un poco esquemático. El mundo ha
cambiado, las luchas sociales son mucho más complejas de lo que eran
entonces. Durante la revolución rusa, este realismo, apoyado por importantes
conocimientos económicos e históricos, estuvo a la altura de las
circunstancias. Contenía eficaces antídotos contra la fraseología liberal,
el doble juego, la dilación interesada, la abdicación honorable e hipócrita.
Los socialistas moderados estimaban que Rusia llevaba a cabo una "revolución
burguesa", destinada a abrir al capitalismo una era de desarrollo, dotándose
del estatuto político de democracia burguesa... Los bolcheviques creían que
sólo el proletariado podía hacer la revolución "burguesa", pero sin ir más
allá; que el socialismo no podía triunfar en un país tan atrasado, pero que
correspondería a una Rusia socializante dar el impulso al movimiento obrero
europeo. Lenin no preveía, en 1917, la nacionalización completa de la
producción, sino sólo el control obrero sobre ella; más tarde pensó en un
régimen mixto, de capitalismo y estatalismo; sin embargo, en 1918, el
estallido de la guerra civil impuso la nacionalización completa como medida
inmediata de defensa... La intransigencia internacionalista de los
bolcheviques descansaba en la fe en una próxima revolución europea, más
madura y más fecunda que la revolución rusa... Esta visión de futuro no les
era exclusiva. Era compartida, también, por la ideología socialista europea,
aunque, de hecho, los grandes partidos no creían en la revolución. El
continuador alemán de Marx, Karl Kautsky, había teorizado hasta 1908 la
próxima revolución socialista; Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Karl
Liebknecht profesaban la misma convicción. La diferencia esencial entre los
bolcheviques y los otros socialistas parece haber sido de naturaleza
psicológica, debido a la formación particular de la intelligentsia
revolucionaria y del proletariado ruso. No había lugar en el Imperio de los
zares ni para el oportunismo parlamentario, ni para los compromisos
cotidianos; una realidad social tan simple como brutal engendró una fe
completa y activa. En este sentido, los bolcheviques fueron más rusos y
estuvieron más al unísono con las masas rusas que los
socialistas-revolucionarios y los mencheviques, cuyos cuadros estaban
empapados de una mentalidad occidental, evolucionista, democrática, según
las tradiciones de los países capitalistas avanzados.

Abramos el difícil capítulo de los errores y las responsabilidades. No sin
lamentar que en un estudio tan breve no nos sea posible considerar los
errores, las responsabilidades y los crímenes de las potencias y de los
partidos que combatieron la revolución soviética-bolchevique. A falta de
este contexto decisivo, estamos obligados a contentarnos con una visión
unilateral.

Yo escribía, en 1929, en mi libro Retrato de Stalin, publicado en París
(Grasset): "(...) el error más incomprensible -porque fue deliberado- que
estos socialistas (los bolcheviques), dotados de grandes conocimientos
históricos, cometieron, fue el de crear la Comisión extraordinaria de
Represión de la Contra-Revolución, de la Especulación, del Espionaje, de la
Deserción, llamada abreviadamente Checa, que juzgaba a los acusados y a los
simples sospechosos sin ni siquiera escucharlos o verlos, sin permitirles,
en consecuencia, ninguna posibilidad de defensa (...), deteniendo en secreto
y ejecutando. ¿Qué era sino una Inquisición? Sin duda, un estado de sitio o
una dura guerra civil necesitan medidas extraordinarias; pero, ¿les está
permitido a los socialistas olvidar que la publicidad de los procesos es la
única garantía contra la arbitrariedad y la corrupción para no retroceder
más allá de los procedimientos expeditivos de Fouquier-Tinville? El error y
la responsabilidad son patentes, las consecuencias han sido espantosas ya
que la GPU, es decir, la Checa, ampliada bajo nuevo nombre, acabó por
exterminar toda la generación revolucionaria bolchevique (...)" No queda más
que remarcar, en favor del Comité central de Lenin, algunas circunstancias
atenuantes, importantes a los ojos de la sociología. La joven república
vivía expuesta a mortales peligros. Su indulgencia hacia generales como
Krasnov y Kornilov les costó sangre a raudales. El antiguo régimen había
utilizado ampliamente el terror. La iniciativa del terror fue tomada por los
Blancos, ya en noviembre de 1917, para masacrar a los obreros del arsenal
del Kremlin; vuelta a tomar por los reaccionarios finlandeses en los
primeros meses de 1918, a mayor escala, antes de que el "terror rojo" fuera
proclamado en Rusia. Las guerras sociales del siglo XIX, después de las
jornadas de junio de 1848 y de la Comuna de París en 1871, estuvieron
caracterizadas por el exterminio en masa de los proletarios vencidos. Los
revolucionarios rusos sabían lo que les esperaba en caso de derrota. Sin
embargo, la Checa fue benigna en sus comienzos, justo hasta el verano de
1918. Y cuando el "terror rojo" fue proclamado, después de los alzamientos
contrarrevolucionarios, después del asesinato de los bolcheviques Volodarski
y Ouritski, después de los dos atentados contra Lenin, la Checa empezó a
fusilar a los rehenes, a los sospechosos y a los enemigos, sólo para
canalizar, para controlar el furor popular. Dzerjinski temía mucho los
excesos de las Checas locales; la estadística de los chequistas fusilados
es, en este sentido, edificante.

Releyendo últimamente un pequeño libro, deplorablemente traducido al
francés, los Recuerdos de un comisario del pueblo, del
socialista-revolucionario de izquierdas Steinberg, he vuelto a encontrarme
con esos dos significativos episodios. Habiendo sido disparados dos tiros
contra Lenin a finales de 1917, una delegación obrera vino a decirle que si
la contrarrevolución hacía derramar una sola gota de su sangre, el
proletariado de Petrogrado le vengaría con creces... Steinberg, que
colaboraba entonces con Lenin, hace notar el embarazo de éste. El episodio
no fue difundido, justamente para evitar consecuencias trágicas. Por otro
lado, los dos socialistas-revolucionarios que dispararon fueron arrestados,
perdonados y, más tarde, pertenecieron al Partido bolchevique... Dos
ex-ministros liberales, Chingariov y Kokochkine, al encontrarse enfermos en
la cárcel, fueron trasladados al hospital. Fueron asesinados en sus lechos;
cuando informaron a Lenin, éste, absolutamente trastornado, ordenó al
gobierno abrir una investigación y descubrieron que los autores de los
crímenes eran marineros revolucionarios, apoyados y protegidos por el
conjunto de sus camaradas. Rechazando la "mansedumbre" de los que estaban en
el poder, los marineros la habían suplido mediante una iniciativa
terrorista. De hecho, la tripulación de la flota rehusó entregar a los
culpables. Los comisarios del pueblo decidieron "dejar pasar" el asunto.
¿Podían, en el momento en el que el sacrificio de los marineros era cada día
más necesario para el bien de la revolución, abrir un conflicto con el
terrorismo espontáneo? En 1920, la pena de muerte fue abolida en Rusia. Se
creía próximo el final de la guerra civil. Yo creía que todo el Partido
deseaba una normalización del régimen, el fin del estado de sitio, una
vuelta a la democracia soviética, la limitación de los poderes de la Checa
o, mejor, su supresión. Todo esto era posible, lo que equivale a decir que
la salud de la revolución era posible. El país, agotado, quería comenzar la
reconstrucción. Sus reservas de entusiasmo y de fe continuaban siendo
grandes.

El verano de 1920 marca una fecha fatal. Hay que tener muy mala fe, por
parte de los historiadores, para no señalarlo. Rusia entera vivía con la
esperanza de la pacificación en el momento en que Pilsudski lanzó los
ejércitos polacos contra Ucrania. Esta agresión, claramente inspirada por
ánimos de conquista, coincidió con el reconocimiento acordado por Francia e
Inglaterra al general barón Wrangel que ocupaba por entonces Crimea. La
resistencia de la revolución fue instantánea. Polonia vencida, el Comité
central pensó en provocar una revolución soviética. El fracaso del Ejército
Rojo ante Varsovia hizo cambiar los propósitos de Lenin, pero lo peor fue
que, a resultas de esta penosa guerra, en un país desangrado y empobrecido,
ya no entró en consideración abolir la pena de muerte ni comenzar la
reconstrucción sobre las bases de una democracia soviética... La miseria y
el peligro esclerotizaron al Estado-Partido inmerso en ese régimen
económico, intolerable para la población e inviable en sí, que se ha dado en
llamar el "comunismo de guerra".

A principios de 1921 la sublevación de los marineros de Cronstadt fue,
precisamente, una respuesta contra ese régimen económico y contra la
dictadura del Partido. Sean cuales sean sus intenciones, un partido que
gobierna a un país hambriento no podrá mantener su popularidad. La
espontaneidad de las masas se había apagado; los sacrificios y las
privaciones habían agotado a la minoría activa de la revolución. Los
inviernos helados, las raciones insuficientes, las epidemias, los
requerimientos en el campo extendían el rencor, la desesperanza, la
ideología confusa de la contrarrevolución por el pan blanco. Si el Partido
bolchevique hubiera aflojado las riendas del poder, ¿quién lo habría
sucedido? ¿No era su deber mantenerlo? Hizo bien en hacerlo.

Se equivocó, sin embargo, al enloquecer ante la sublevación de Cronstad, ya
que le era posible hacerlo de otra forma, como sabemos los que estábamos
allí, en Petrogrado. Los errores y las responsabilidades del poder se funden
en lo que respecta a Cronstadt en 1921. Los marineros se sublevaron porque
Kalinin rehusó escucharles. Donde era necesaria la persuasión y la
comprensión, el presidente del Comité ejecutivo de los Sóviets empleó la
amenaza y el insulto. La delegación de Cronstadt al Sóviet de Petrogrado, en
lugar de ser recibida fraternalmente, fue arrestada por la Checa. La verdad
sobre el conflicto fue hurtada al país y al Partido por la prensa, que, por
vez primera mintió, publicando que un general blanco, Kozlovski, ejercía la
autoridad en Cronstadt. La mediación propuesta por los influyentes y
bienintencionados anarquistas americanos, Emma Goldman y Alexandre Berkman,
fue rechazada. Sonaron los cañones en una batalla fraticida y la Checa,
después, fusiló a los prisioneros. Si, como indica Trotsky, los marineros
habían cambiado después de 1918 y expresaban las aspiraciones del
campesinado atrasado, hay que reconocer que el poder también había cambiado.


Lenin, al proclamar el fin del "comunismo de guerra" y la "nueva política
económica", satisfizo las reivindicaciones económicas de Cronstadt después
de la batalla y de la masacre. Reconocía así que el Partido y él mismo se
habían aferrado a un régimen insostenible que ya Trotsky había alertado
sobre sus peligros y propuesto un cambio un año atrás. La nueva política
económica abolía las requisiciones en el campo, reemplazándolas por un
impuesto en especie, restablecía la libertad de comercio y de la pequeña
empresa, desterraba, en una palabra, la armazón mortal de la estatalización
completa de la producción y del intercambio. Hubiera sido natural aflojar,
al mismo tiempo, la armadura del gobierno por una política de tolerancia y
reconciliación hacia los elementos socialistas y libertarios dispuesto a
situarse sobre el terreno de la constitución soviética. Rafael Abramovitch
reprocha a los bolcheviques, con razón, no haber entrado en 1921 en esta
vía. Por el contrario, el Comité central puso fuera de la ley a los
mencheviques y anarquistas. Un gobierno de coalición socialista, si se
hubiera formado en esa época, habría implicado algunos peligros internos,
menores, sin embargo -a las pruebas me remito- que los del monopolio del
poder... En efecto, el descontento del Partido y de la clase obrera obligó
al Comité central a establecer, en lo sucesivo, el estado de sitio; un
estado de sitio clemente, es cierto, en el interior del Partido. La
oposición obrera fue condenada, y una depuración acarreó exclusiones.

¿Qué profundas razones motivaron la decisión del Comité central para
mantener y fortalecer el monopolio del poder? En primer lugar, en estas
crisis los bolcheviques no tenían confianza más que en ellos mismos.
Acarreando solos las pesadas responsabilidades, singularmente agravadas por
el drama de Cronstadt, temían abrir la competición política a los
socialdemócratas mencheviques y al partido "campesino" de los
socialistas-revolucionarios de izquierda. Finalmente, y sobre todo, creían
en la revolución mundial, es decir, en la inminente revolución europea,
sobre todo en Europa central. Un gobierno de coalición socialista y
democrático hubiera debilitado a la Internacional comunista llamada a
dirigir las próximas revoluciones. Quizá estamos tratando el error más
grande y grave del Partido de Lenin-Trotsky. Como ocurre siempre en el
pensamiento creativo, el error se mezcla con la verdad, con el sentimiento
voluntarioso, con la intuición subjetiva. No se emprende nada sin creer en
la empresa, sin medir los datos tangibles, sin perseguir el éxito, sin
entrar en lo problemático y lo incierto. Toda acción se proyecta en el
presente real hacia el futuro desconocido. La acción justificada por la
inteligencia es aquella que se proyecta a sabiendas. La doctrina de la
revolución europea ¿estaba, bajo éste ángulo, justificada?

No creo que seamos capaces de responder a esta cuestión de forma
satisfactoria, solamente me propongo delimitarla. No queda ninguna duda de
que el capitalismo estable, creciente, relativamente pacífico, del siglo
XIX, acabó en la primera guerra mundial. Tenían razón los marxistas
revolucionarios que preconizaban que se abría una era de revoluciones que
abarcaría al planeta entero y que si el socialismo no lograba imponerse en
los principales países de Europa la barbarie y otro ciclo de "guerras y
revoluciones", según lo definía Lenin citando a su vez a Engels, se
impondrían. Los conservadores, los evolucionistas y los reformistas que
creyeron en el futuro de la Europa burguesa, sabiamente recortada por el
Tratado de Versalles, apañada en Locarno, empapada de frases huecas por la
Sociedad de Naciones, aparecen hoy como políticos sin visión. ¿Qué estamos
viviendo sino una transformación mundial de las relaciones sociales, de los
regímenes de producción, de las relaciones intercontinentales, de los
equilibrios de fuerzas, de las ideas y las costumbres, es decir, una
revolución mundial tan viva en Indonesia como incierta y titubeante en
Europa? América, con sus formidables progresos técnicos, sus abrumadoras
responsabilidades a escala mundial, sus impulsos sociales contradictorios,
mantiene un lugar privilegiado, como corresponde al país industrial más rico
y mejor organizado; pero nada de lo que pase en Grecia, en Japón, en las más
remotas zonas árticas de la URSS; nada de lo que se haga o trame en Trieste
o Madrid puede serle ajeno...

Los marxistas revolucionarios de la escuela bolchevique deseaban, querían,
la transformación social de Europa y del mundo mediante la toma de
conciencia de las masas trabajadoras, mediante la organización racional y
justa de una sociedad nueva; se proponían trabajar para que el hombre
dominara, por fin, su propio destino. Y es aquí donde se equivocaron, pues
fueron vencidos. La transformación del mundo se desarrolla en medio de la
confusión de las instituciones, de los movimientos y de las creencias, sin
la aparición de una clara consciencia o de un humanismo renovado e, incluso,
poniendo en peligro todos los valores, todas las esperanzas de los hombres.
La tendencia general sigue siendo, sin embargo, la que el socialismo de
acción ya indicaba desde 1917-1920: hacia la colectivización y la
planificación de la economía, hacia la internacionalización del mundo, hacia
la emancipación de los pueblos y las colonias, hacia la formación de
democracias de masas de un nuevo tipo. La alternativa continúa siendo la que
el socialismo preveía: la barbarie y la guerra, la guerra y la barbarie, el
monstruo con dos cabezas.

Los bolcheviques creían, con razón, que la salud de la revolución rusa
dependía de la posible victoria de una revolución en Alemania. La Rusia
agrícola y la Alemania industrial hubieran sufrido, bajo el socialismo, un
desarrollo extraordinario y pacífico. Con esta hipótesis cumplida, la
república de los Sóviets no hubiera padecido la asfixia burocrática
interna... Alemania hubiera escapado de las tinieblas del nazismo y de la
catástrofe. El mundo hubiera podido conocer otras luchas, pero nada nos
autoriza a pensar que esas luchas hubieran producido maquinarias infernales
como el hitlerismo y el estalinismo. Por el contrario, todo nos induce a
pensar que una revolución triunfante en Alemania después de la primera
guerra mundial hubiera sido infinitamente fecunda para el desarrollo social
de la humanidad. Tales especulaciones sobre las posibles variantes de la
historia son legítimas e incluso necesarias, si se quiere comprender el
pasado y orientarse en el presente; para condenarlas, habría que considerar
la historia como un encadenamiento de fatalidades mecánicas y no como el
desarrollo de la vida humana en el tiempo.

Luchando por la revolución, los espartakistas alemanes, los bolcheviques
rusos y sus camaradas de todos los países, luchaban para impedir el
cataclismo mundial que acabamos de sobrevivir. Ellos lo sabían. Maduraron
con una generosa voluntad de liberación. Quien quiera que haya estado con
ellos no los olvidará nunca. Pocos hombres fueron tan devotos de la causa de
los hombres. Ahora está de moda imputar a los revolucionarios de los años
1917-1927 una intención de hegemonía y de conquista mundial, pero conocemos
muy bien los rencores y los intereses que trabajan por desnaturalizar la
verdad histórica. En lo inmediato, el error del bolchevismo fue, no
obstante, patente. La inestabilidad reinaba en Europa, la revolución
socialista parecía teóricamente posible, racionalmente necesaria, pero no se
hizo. La inmensa mayoría de la clase obrera de los países occidentales
rechazó impulsar o sostener el combate; creyó en la vuelta del progreso
social de antes de la guerra; se encontraba lo suficientemente bien como
para temer los riesgos; se dejó alimentar por las ilusiones. La
socialdemocracia alemana, conducida por dirigentes mediocres y moderados,
temía los esfuerzos generales de una revolución fácilmente iniciada en
noviembre de 1918 y siguieron las vías democráticas de la república de
Weimar...

Cuando se reprocha al bolchevismo haber llevado a cabo una revolución por la
violencia y la dictadura del proletariado, no sería justo dejar de
considerar la experiencia contraria, la del socialismo moderado, reformista,
que intentó agotar las posibilidades de la democracia burguesa hasta la
llegada de Hitler. Los bolcheviques se equivocaron al valorar la capacidad
política y la energía de las clases obreras de Occidente y, en principio, de
la clase obrera alemana. Este error, deudor de su idealismo militante,
arrastró graves consecuencias. Perdieron el contacto con las masas de
Occidente. La Internacional comunista pasó a ser un anexo del Estado-partido
soviético. La doctrina del "socialismo en un solo país" nació de la
decepción. En su momento, las tácticas estúpidas e incluso perversas de la
Internacional estalinista facilitaron el triunfo del nazismo en Alemania...

Un primer balance de la revolución rusa hay que hacerlo sobre el año 1927.
Han pasado ya diez años. La dictadura del proletariado se ha convertido,
después de 1920-1921, -datos aproximados y discutibles- en la dictadura del
Partido comunista, sometido éste, a su vez, a la dictadura de la "vieja
guardia bolchevique". Esta "vieja guardia" constituye, en general, una élite
notable, inteligente, desinteresada, activa, tenaz. Los resultados obtenidos
son grandiosos. En el extranjero, la URSS es respetada, reconocida, y, a
menudo, admirada. En el interior, la reconstrucción económica ha llegado a
su fin, sobre las ruinas dejadas por las guerras, con los únicos recursos
del país y de la energía popular. Un nuevo sistema de producción
colectivista ha sustituido al capitalismo y funciona bastante bien. Las
masas trabajadoras de las Rusias han demostrado su capacidad de victoria, de
organización y de producción. Se han instalado nuevas costumbres así como un
nuevo sentimiento de dignidad en el trabajador. El sentimiento de la
propiedad privada, que los filósofos de la burguesía consideraban como
innato, está en vías de extinción natural. La agricultura se ha reconstruido
a un nivel que alcanza e incluso sobrepasa al de 1913. El salario real de
los trabajadores está sensiblemente por encima del de 1913, es decir, del de
antes de la guerra. Ha surgido una nueva literatura llena de vigor. El
balance de la revolución proletaria es netamente positivo. Pero ya no se
trata sólo de reconstruir, sino de construir: de ampliar la producción, de
crear nuevas industrias (automóvil, aviación, química, aluminio...); se
trata de remediar la desproporción entre una agricultura restablecida y una
industria débil.

La URSS está aislada y amenazada. Se trata de asegurar su defensa. Los
marxistas no tienen mucha ilusión en el pacto Briand-Kellog que pone a la
guerra "fuera de la ley"... El régimen está en una encrucijada, el Partido
desgarrado por la lucha por el poder, y por el programa del poder,
disponiendo a los viejos bolcheviques los unos contra los otros. Los
continuadores más lúcidos de los tiempos heroicos se han agrupado en torno a
Trotsky. Pueden cometer errores tácticos, formular tesis insuficientes,
vacilar, pero su mérito y su coraje no serán puestos en duda. Preconizan la
industrialización planificada, la lucha contra las fuerzas reaccionarias y,
sobre todo, contra la burocracia, por el internacionalismo militante, la
democratización del régimen, empezando por el Partido. Han sido vencidos por
la jerarquía de los secretarios, que se confunde con la jerarquía de los
comisarios de la GPU, bajo la égida del secretario general, el obscuro
georgiano de hace poco, Stalin. Los miles de fundadores de la URSS que
habían dado ejemplo de su devoción al pensamiento socialista, se encuentran
ahora en prisión o deportados. Lo que les imputan es contradictorio, pero
poco importa. El hecho esencial es que en 1927-1928, gracias a un golpe de
mano dado en el Partido, el Estado-Partido revolucionario ha pasado a ser un
Estado-policial-burocrático, reaccionario, sobre el terreno creado por la
revolución. El cambio de ideología se acentúa brutalmente. El marxismo de
fórmulas planas elaborado por los verdugos sustituye al marxismo crítico de
los hombres con ideas. Se establece el culto al Jefe. El "socialismo en un
solo país" ha pasado a ser el cliché válido para todos los advenedizos que
tienen, como único interés, conservar sus privilegios. Los opositores
observan, con angustia, cómo se perfila un nuevo régimen, un régimen
autoritario. Cuando los viejos bolcheviques que acabaron con la oposición
trotskista, los Bujarin, Rykov, Tomski, Rioutine, se den cuenta, espantados,
pasarán ellos mismos a la resistencia. Demasiado tarde. La lucha de la
generación revolucionaria contra el totalitarismo duró diez años, de 1927 a
1937.

Las peripecias confusas y a veces desconcertantes de esta lucha no nos deben
oscurecer su significado. Las personalidades han podido enfrentarse las unas
a las otras, combatirse, reconciliarse, incluso traicionarse; han podido
perderse, humillarse ante la tiranía, intentar ser astutos ante los
verdugos, dejarse utilizar, alzarse desesperadamente. El Estado totalitario
utilizó a unos contra otros eficazmente, ya que había aprisionado sus almas.
El patriotismo del Partido y de la revolución, cimentado por el sacrificio,
los servicios, los resultados obtenidos, el apego a prodigiosas visiones de
futuro, el sentimiento del peligro común, borró el sentido de la realidad en
las mentes más claras. La resistencia de la generación revolucionaria, a la
cabeza de la cual se encontraban la mayor parte de los viejos socialistas
bolcheviques, fue tan tenaz que en 1936-1938, durante los procesos de Moscú,
debió ser exterminada para que el nuevo régimen se estabilizara. Fue el
golpe de mano más sangrante de la historia. Los bolcheviques perecieron por
decenas de miles, los combatientes de la guerra civil por centenares de
miles, los ciudadanos soviéticos, portadores de un idealismo condenado, por
millones. Algunas decenas de compañeros de Lenin y Trotsky consintieron en
deshonrarse, en un supremo acto de abnegación hacia el Partido, antes de ser
fusilados. Miles más fueron fusilados en los sótanos. Los campos de
concentración más grandes del mundo se encargaron de la aniquilación física
de masas de condenados. La sangrienta ruptura fue llevada a cabo entre el
bolchevismo, forma rusa ardiente y creadora del socialismo, y el
estalinismo, forma igualmente rusa, es decir, condicionada por todo el
pasado y el presente de Rusia, del totalitarismo. A fin de que este último
término tenga su sentido preciso, definámosle: el totalitarismo, tal y como
se estableció en la URSS, en el Tercer Reich, y esbozado en la Italia
fascista y en otras partes, es un régimen caracterizado por la explotación
despótica del trabajo, la colectivización y la producción, el monopolio
burocrático y policial (mejor valdría decir terrorista) del poder, el
pensamiento sojuzgado, el mito del jefe-símbolo. Un régimen de esta
naturaleza tiende, por fuerza, a la expansión, es decir, a la guerra de
conquista, ya que es incompatible con la existencia de vecinos diferentes y
más humanos; ya que sufre, inevitablemente, de sus propias psicosis de
inquietud; ya que vive sobre la represión permanente de las fuerzas
explosivas de su interior.

Un autor americano, James Burnham, sostiene que Stalin es el verdadero
continuador de Lenin. La paradoja, llevada a la hipérbole, no carece de un
cierto atractivo estimulante en los medios de pensamiento perezoso e
ignorante... Es evidente que un parricida es el continuador biológico de su
padre. Y es, asimismo, evidente, que no se continúa un movimiento
masacrándole, una ideología renegando de ella, una revolución de
trabajadores mediante la más cruda explotación de esos mismos trabajadores,
la obra de Trotsky asesinando a Trotsky y quemando sus libros... O las
palabras continuación, ruptura, negación, renegar, destrucción, no tendrían
sentido inteligible, lo que podría interesar, por otra parte, a los
intelectuales brillantemente oscurantistas. Yo no sueño con meter a James
Burnham en esta categoría. La paradoja que ha desarrollado, sin duda por
amor a la teoría irritante, es tan falsa como peligrosa. Bajo miles de
formas planas se encuentra hoy en la prensa y en los libros, justo antes de
la preparación de la tercera guerra mundial. Los reaccionarios tienen un
interés evidente en confundir el totalitarismo estalinista, exterminador de
los bolcheviques, con el bolchevismo, a fin de perjudicar a la clase obrera,
al socialismo, al marxismo e, incluso, al liberalismo...

El caso personal de Stalin, ex viejo bolchevique, así como el de Mussolini,
ex viejo socialista de Avanti, es totalmente secundario a efectos
sociológicos. Que el autoritarismo, la intolerancia y ciertos errores del
bolchevismo hayan labrado un terreno favorable al totalitarismo estalinista,
no se puede negar. Una sociedad contiene, como un organismo, gérmenes de
muerte. Pero hace falta que las circunstancias históricas les faciliten su
eclosión. Ni la intolerancia ni el autoritarismo de los bolcheviques (y de
la mayor parte de sus adversarios) permiten poner en cuestión su mentalidad
socialista o las conquistas de los diez primeros años de la revolución. Y
estas conquistas son tan reales que dos sabios americanos, estudiosos del
desarrollo cíclico de los organismos y de las sociedades, constatan que "en
1917-1918, Rusia entró en un nuevo ciclo de crecimiento, de suerte que hoy
podemos situarla como la más joven de las grandes naciones del mundo (...)
(1)".

En el momento del estallido de la revolución rusa, los efectivos organizados
de todos los partidos revolucionarios eran inferiores al 1% de la población
del Imperio. Los bolcheviques constituían una fracción de ese menos del uno
por ciento. La ínfima levadura creció pero rápidamente se agotó. La
revolución de octubre-noviembre de 1917 fue dirigida por un partido de
hombres jóvenes. El mayor de entre ellos, Lenin, tenía 47 años, Trotsky 38;
Bujarin, 29; Kamenev y Zinoviev, 34. Diez a veinte años más tarde, la
resistencia al totalitarismo fue llevada a cabo por una generación
envejecida. Y esta generación no sucumbió solamente bajo el peso de una
joven burocracia policial ávidamente agarrada a los privilegios del poder,
sino además por la pasividad política de las masas agotadas, subalimentadas,
paralizadas por el sistema terrorista y la intoxicación de la propaganda.
Por otra parte, se encontraron sin el más mínimo apoyo eficaz en el
exterior. Durante su resistencia en la URSS la escalada de las fuerzas
reaccionarias en el mundo fue casi ininterrumpida. Las potencias
democráticas trataban con miramientos o alentaban a Mussolini y Hitler. El
impulso de los frentes populares, ese combate de retaguardia de las masas
trabajadoras de Occidente, quebrado en España por la coalición del nazismo,
del fascismo y de Franco, en el momento preciso en que los verdugos de
Stalin procedían, en Rusia, a la liquidación del bolchevismo...

VII. ¿Podemos defender algo de la revolución rusa después de esos diez
primeros años exaltantes y de los veinte negros años que les siguieron? Sí,
y no poco: una inmensa experiencia histórica, recuerdos llenos de orgullo,
ejemplos inapreciables... La doctrina y las tácticas del bolchevismo
necesitan, sin embargo, un estudio crítico. Se han producido tantos cambios
en este mundo caótico que ninguna concepción marxista -o socialista- válida
en 1920 tendría aplicación práctica sin una revisión esencial. No creo que
en un sistema de producción en donde el laboratorio ha adquirido, en
relación al taller, una creciente preponderancia, la hegemonía del
proletariado pueda imponerse si no es bajo formas morales y políticas que
impliquen, en realidad, la renuncia a la hegemonía. No creo que la
"dictadura del proletariado" pueda revivir en las luchas del futuro. Habrá,
sin duda, dictaduras más o menos revolucionarias; la tarea del movimiento
obrero será siempre, estoy convencido, mantener un carácter democrático, no
sólo en beneficio del proletariado, sino también para el conjunto de los
trabajadores y de las naciones. En este sentido, la revolución proletaria no
es, según creo, nuestro fin; la revolución que nos proponemos debe ser
socialista, en el sentido humanista de la palabra; más exactamente,
socializante, democrática, libertariamente realizada... Fuera de Rusia, la
teoría bolchevique del Partido ha fracasado. La variedad de los intereses y
de las formaciones psicológicas no ha permitido constituir la cohorte
homogénea de militantes dedicados a una obra común tan noblemente loada por
el pobre Bujarin... La centralización, la disciplina, la ideología dirigida
nos deben inspirar una justa desconfianza, por más que necesitemos
organizaciones serias...

¿Y qué le queda al pueblo ruso? Por ironía de la historia, sólo perder sus
cadenas. Espero que pronto se traduzca al francés el libro objetivamente
implacable de David J. Dallin y Boris l. Nicolaevski sobre El trabajo
forzado en la Rusia soviética. En él se nos habla que en 1928, en la época
del Termidor soviético, en los campos de concentración de la GPU se hallaban
unos treinta mil condenados. Nos es imposible saber, sin embargo, cuántos
millones de esclavos encerrados hay hoy en los campos de Stalin. Las cifras
más modestas los sitúan entre diez o doce millones que, según estos autores,
constituyen el 16% de la población adulta masculina, siendo sensiblemente
inferior el de las mujeres. Reciente he subrayado en Masses la importancia
decisiva de estos datos. Admitiendo la cifra del 15% de privilegiados del
régimen, que gozan en la URSS de una condición comparable a la de europeos
civilizados, cifra probablemente optimista en este momento y que habría que
dividir por dos para obtener el porcentaje de trabajadores adultos
privilegiados, yo escribía: "Desde entonces: 7% de trabajadores adultos
privilegiados, 15% de parias, 78% de explotados en condiciones pobres o
miserables (...)" ¿Cómo quieren calificar a esta estructura social? ¿Es
defendible?

En el exterior, la influencia de este "universo concentracionario" ha sido
capaz de impedir la andadura del socialismo y la reorganización de Europa.
La tragedia no es específicamente rusa, es universal. La tercera guerra
mundial parece ser la salida lógica. No nos resignamos, sin embargo, a las
soluciones catastrofistas siempre y cuando haya otras posibilidades. La
agresividad del régimen estalinista en el exterior está condicionada por la
gravedad de su situación interna. La rebelión latente de las masas rusas y
no rusas contra este régimen ha sido demostrada por el derrotismo de las
poblaciones que, al principio de la invasión, acogieron a los invasores como
a liberadores; probada por los disturbios del día siguiente de la victoria;
por el movimiento mucho más complejo de lo que se creía del ejército Vlassov
que se batía alternativamente por los nazis y contra ellos; por los dos o
trescientos mil refugiados rusos en Alemania; por la población de los campos
de concentración. Opino que los regímenes totalitarios constituyen colosales
fábricas de rebeliones. Aquel más que otro en razón de su tradición
revolucionaria.

La documentación sobre el estado de espíritu de las masas rusas crece día a
día. Cualquiera que conozca Rusia sabe que, bajo el caparazón de bronce del
régimen, existe una profunda vitalidad. Las nueve décimas partes de los
hombres que trabajan, construyen, inventan o administran, podrían, si
rompieran sus cadenas, convertirse rápidamente en ciudadanos de una
democracia del trabajo... ¿Podrán librarse a tiempo de sus cadenas para que
una Rusia socialista pueda prevenir el desencadenamiento de la guerra?.

Lo que ha hecho el estalinismo por inculcar a sus oprimidos el horror y la
repugnancia por el socialismo es inimaginable, siendo previsible que se
produzcan reacciones tanto en Rusia como, y sobre todo, entre los pueblos no
rusos, como los musulmanes de Asia central, recorridos por aspiraciones
pan-islámicas. Estimo, no obstante, fundándome sobre muchas observaciones
hechas en la URSS en años particularmente crueles para las masas, que la
gran mayoría del pueblo ruso se da perfectamente cuenta de la impostura del
socialismo oficial. No es posible la vuelta al antiguo régimen o, incluso, a
un capitalismo desarrollado, en razón del alto grado de desarrollo
conseguido por la producción estatalizada, en el momento en el que Europa
entera camina hacia las nacionalizaciones y la planificación. La democracia
rusa tendría que sanear, limpiar de mugre, reorganizar, en interés de los
productores, la producción socializada. El interés técnico de la producción,
el sentido de la justicia social, la libertad recobrada, se conjugarían, por
la fuerza de las cosas, en volver a poner a la economía al servicio de la
comunidad... No está todo perdido ya que nos queda esta esperanza racional,
fuertemente motivada. México, julio-agosto de 1947.

Nota de Viento Sur

1) El texto de Victor Serge en español está reproducido de la publicada por
la Fundación Andreu Nin disponible en
https://www.marxists.org/espanol/serge/47_30an.htm

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