Uruguay/ Intoxicados: el modelo agronegocio, efectos nocivos sobre la salud y el ambiente [Tania Ferreira y Betania Núñez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 1 15:56:56 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de abril 2017

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

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Uruguay

Mapeo de Uruguay fumigado

Intoxicados

Cientos de denuncias y testimonios dibujan el mapa de los pueblos fumigados
en Uruguay: la avioneta que no reconoce alambrados, los químicos que llegan
al agua potable y los síntomas que se interpretan mal. La aplicación de
agrotóxicos aumenta y con ella los efectos nocivos sobre la salud y el
ambiente. La contradicción de modelos queda expuesta y los vecinos y
pequeños productores pierden frente a los grandes del agronegocio.

Tania Ferreira/Betania Núñez *

Brecha, 31-3-2017

http://brecha.com.uy/

Luego de que los focos de las cámaras de tevé se apagaran y el paraje La
Armonía (Canelones) saltara a una desafortunada fama en las tapas de los
diarios, después de que sus cultivos se secaran y unas siete familias
perdieran toda o casi toda su producción, los últimos análisis son aún más
desalentadores. Esta semana, casi dos meses después de lo sucedido, los
vecinos supieron que varios pozos de agua para consumo humano estaban
contaminados con agrotóxicos.

Durante años atribuyeron la seca de los cultivos a factores climáticos, la
falta de agua o al exceso de ella, pero nunca levantaron la mirada hacia el
vecino argentino que planta maíz transgénico a 30 metros. Bebieron el agua
de los pozos, comieron sus tomates, morrones y berenjenas, y regaron los
invernáculos con agua de la cañada sin saber de la contaminación (véase nota
“Agua que no has de beber”).

Después de hacerle creer que estaba loca, que tenía visiones, que su
enfermedad era de nacimiento, a Miriam, de Colonia Juncal (Guichón,
Paysandú), le dieron la razón. No lo hicieron los médicos de la zona, que
viven tan próximos a las plantaciones como sus pacientes y que respiran los
mismos agrotóxicos que el resto. Lo comprobó el Ministerio de Salud (MS) en
2016, tres años después de que hiciera la primera denuncia: su salud fue
afectada por los herbicidas que se aplicaron en los campos vecinos.

Pero las fumigaciones no cesaron. Una familia de la zona elevó en febrero
otra denuncia: “es una cerrazón impresionante, viene el humo, el olor, y se
te parte la cabeza en segundos”, cuenta Jorge, que relata que sus síntomas,
los de su esposa y su niño van desde cólicos, diarrea y vómitos hasta
cefaleas y alergias. En Guichón hay vecinos que denuncian, hay algunos que
se cansaron de denunciar, y hay otros, nuevos en la zona, que se informan,
porque ya empezaron a sentir los efectos de la fumigación (véase nota
“Rodeados”).

Debido a la negligencia del médico sojero Máximo Castilla, obstinado en
fumigar a sus vecinos, el caso de Paso Picón (Canelones) es otro de los
tristemente mediáticos. A pesar de que la Intendencia de Canelones lo
sancionó con una multa millonaria, los vecinos lo han visto fumigando hasta
fines del año pasado. Si bien algunos están más enfermos que antes, los
pobladores de Paso Picón siguen peleando, cada vez más desanimados, contra
las demandas que el médico les inició hace años por difamación. Echando mano
a su equipo de abogados, el médico arremete ahora “contra todos” los que se
han metido con él, como se lo ha escuchado decir en el pueblo.

Las denuncias

Más allá de los casos difundidos por la prensa, en los últimos años se
presentaron cientos de denuncias por mal uso de agrotóxicos al Ministerio de
Ganadería, Agricultura y Pesca (Mgap), al Ministerio de Vivienda,
Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (Mvotma) y al MS. El Mgap es el
que recibió la mayor cantidad de denuncias, 589 desde 2011, mientras que en
el Mvotma fueron 71 y en el MS 54, según las cifras que obtuvo Brecha
mediante pedidos de acceso a la información que realizó a los tres
ministerios y repitió en seis intendencias del Interior, con mayor o menor
suerte. El Mgap lidera este ranking porque no sólo recibe denuncias de los
afectados sino también derivaciones de otras instituciones, ya que es el
organismo que tiene capacidad para tomar las muestras y hacer los análisis
de laboratorio. En ese ministerio las denuncias se clasifican según el
motivo (a una misma denuncia puede asignársele más de uno), y el más
repetido es la deriva del producto, que puede ocasionar afectaciones a la
salud, al ambiente o a la producción (véase gráfico).

Si se desglosa por departamento, tanto en las estadísticas del MS como en
las del Mvotma, los que más denunciaron fueron los canarios, y les siguieron
los habitantes de Colonia, San José y Paysandú. La cantidad de denuncias por
departamento se asocia, explicaron a Brecha algunos especialistas, a la
agresividad de los agrotóxicos empleados (según los tipos de cultivo más
extendidos en la zona), a la densidad de población instalada en lugares
próximos a las plantaciones y a la existencia de pobladores que se animan a
hacer frente al gran productor. En Canelones se conjugan todos estos
factores, y ocurre lo mismo pero en menor medida en los departamentos que
aparecen primeros en cantidad de denuncias presentadas.En este sentido, es
particular el caso de Soriano: es el departamento con mayor producción
agrícola y, sin embargo, la cantidad de denuncias es marginal. En Soriano
pesa la tradición, pero además la construcción de un discurso promovido
desde la Intendencia, fundamentalmente en el período de Guillermo Besozzi,
que relegó el lema del escudo departamental, “Aquí nació la patria”, por el
eslogan “Departamento fértil”, cuando la Intendencia repartía, a manera de
souvenir, una cajita con una semilla de soja, cual germinador.

“Son todos productores. Convivir con el químico es parte de la lógica”, dijo
Germán Cavallero, secretario general de la Intendencia de Soriano,
consultado sobre la ausencia de denuncias presentadas directamente a la
comuna. Si la afirmación resulta un tanto exagerada, sí es cierto que de una
u otra forma la mayoría está directa o indirectamente vinculada a la
producción, lo que desalienta las denuncias. Sin embargo, hace un año
comenzó a gestarse un movimiento de pobladores que están atentos al tema.
Alejandro, del grupo Mburucuyá, de Dolores, contó a Brecha que “acá nos
criamos entre matayuyos y hoy, todavía, hablar mal del glifosato es como
hablar mal de la madre. Están todos vinculados y nadie se anima a
denunciar”. Eso explica que en el total de denuncias presentadas desde
Soriano ante los ministerios, las realizadas por maestras o directoras de
escuelas rurales (independientes del poder económico) tengan un peso
importante, aunque tampoco estén libres de presiones. Ejemplo de eso fue la
afectación a la salud que sufrieron los niños de la escuela 84 de La
Concordia, ya que a una reunión que se hizo para tratar este tema se
presentaron tres padres que trabajaban para el productor e intentaron
desalentar la presentación de la denuncia. Además, el productor se acercó a
la escuela y acusó de psicosis a la directora, luego de que los niños
tuvieran náuseas, diarrea y dolores de cabeza y un médico de la policlínica
les diagnosticara intoxicación (véase Brecha, 7-X-2010).

Pero tanto en Soriano como en el resto de los departamentos, hay otros
factores que desalientan la presentación de denuncias. “Uno se cansa de
denunciar. Desde que hacés la denuncia hasta que vienen a tomar las muestras
pasan muchos días”, ni que hablar del tiempo que se demora en obtener una
respuesta, y cuando llega la comunicación se limita a indicar el agrotóxico
detectado, aseguraron varios vecinos. En Guichón, la oficina del Mgap no
canaliza las denuncias, y cuando vienen los técnicos, analizan únicamente la
situación del denunciante, pero no reparan en los vecinos o en otras
situaciones que se podrían detectar: “Muchas veces pasamos por escuelas
rurales al lado de plantaciones de soja y paramos, tomamos los datos y
hacemos la denuncia. Pero los técnicos del Mgap, que recorren las mismas
rutas que nosotros, no lo ven, no actúan de oficio”, planteó Marcelo
Fagúndez, del grupo Vecinos de Guichón por los Bienes Naturales, en el que
muchos afectados sostienen que no poseen los recursos ni el tiempo para dar
seguimiento a las denuncias, y que incluso cuando insisten, no obtienen
ninguna solución.

Pero más allá de las trabas, el MS informó a Brecha que desde 2011 determinó
la afectación de la salud en cinco casos (tres de ellos que incluyen a
varios vecinos o trabajadores) y aplicó sanciones contra los productores que
fueron desde las 300 a las 1.000 unidades reajustables. Dos fueron en
Canelones, uno en Río Negro, uno en Paysandú y uno en Cerro Largo, a partir
de denuncias hechas entre 2012 y 2013. El análisis de los casos ha llevado
su tiempo, si se tiene en cuenta que la última resolución es de 2016; por lo
que las denuncias realizadas desde 2014 todavía podrían arrojar viejas
responsabilidades.

El modelo

El desarrollo de la agricultura a gran escala se consolidó en 2003 a partir
del boom de la soja, cuando el precio internacional del grano se disparaba y
su cultivo para la exportación aseguraba llenar bolsillos, explicó a Brecha
el bioquímico y docente de la Facultad de Química Pablo Galeano. “En ese
entonces –afirma– empezó un nuevo modelo de negocios, grandes empresas que
captaban inversores y arrendaban los campos mientras el precio de la soja se
mantenía alto. El objetivo es explotar la tierra todo el tiempo que se pueda
mediante el uso de un paquete tecnológico intensivo en insumos químicos, con
una lógica que no es la misma que la del pequeño productor que cuida el
campo para dejárselo a sus hijos.”

El boom sojero trajo aparejada la utilización masiva de agroquímicos. Hasta
2014 el uso de estos productos creció en una proporción mayor al incremento
de la superficie destinada a la agricultura. Su crecimiento alcanzó un punto
máximo en 2013, superando los 2,2 millones de hectáreas, cifra que ha
descendido gradualmente durante los años posteriores y no alcanzará los 1,7
millones de hectáreas en la zafra 2016/2017, según estimaciones del Mgap. La
razón principal es la caída del precio de la soja, que ocupa más de la mitad
del área agrícola.

Asociado a este fenómeno, en el año 2000 se registró un volumen de
importación de 3.783 toneladas de agroquímicos, cifra que siguió creciendo
con pocos retrocesos hasta 2014, cuando se importaron 24.654 toneladas, un
récord histórico. El año siguiente fueron 15.107 las toneladas de
plaguicidas importadas, y en 2016, 17.461. Galeano estimó que esta caída,
además de estar vinculada a la disminución del área destinada a la
agricultura, se puede deber a la acumulación de stock en años anteriores o a
la especulación respecto a la subida del dólar.

Los herbicidas, destinados a combatir la maleza, son los que representan el
mayor volumen de las importaciones, en comparación con los plaguicidas que
atacan insectos (insecticidas) y hongos (fungicidas). Entre los herbicidas,
el glifosato es el que más se utiliza: el año pasado se importaron más de 11
mil toneladas de este producto, y en 2014 encima de 14 mil. “Empieza a haber
plantas que antes mataba el glifosato y ahora no. Es como con los
antibióticos”, explica el bioquímico, y por este motivo el glifosato es
mezclado cada vez más con otros tóxicos, como el 2,4-D, de pésima fama por
haber sido uno de los compuestos del agente naranja utilizado por Estados
Unidos en la guerra de Vietnam. Hoy, luego del glifosato, es el producto que
más se importa.

“El Estado es permisivo, y después terminamos peleándonos entre los
pobladores. Los productos están a la mano, y la gente va y los aplica”,
planteó a Brecha Carlos Urruty, apicultor, docente y guía de circuitos de
naturaleza de Guichón. “Este año, como hubo problema para vender la miel en
Europa porque aparentemente aparecieron rastros de glifosato, nos mandaron
un mail desde el Mgap pidiendo que por favor extremáramos los cuidados, que
no vayamos a poner glifosato cerca de las colmenas como matayuyos. Es
vergonzoso lo que nos planteaban, porque acá nosotros nadamos en glifosato,
estamos rodeados de soja, de sorgo, de trigo”, contó Urruty. “Lo que
queremos es otro modelo, por lo menos en algunas zonas”, sostuvo Marcelo
Fagúndez, con los ojos puestos en el debate canario.

En Canelones el ejemplo de La Armonía dejó en evidencia la fuerte
contradicción de modelos productivos en un mismo territorio. “Un plan de
desarrollo rural pertinente y apropiado para el departamento debe reconocer
que el modo de producción prioritario es el familiar, es el modo de
producción que asegura la soberanía alimentaria, es el único que no oscila y
no tiene la fugacidad ni la volatilidad que tiene el capital”, dijo a Brecha
Matías Carámbula, director de Desarrollo Rural de la Intendencia de
Canelones. Esa particularidad de departamento proveedor de alimentos es algo
a defender ante el avance del agronegocio, señalaron desde el gobierno
canario, que en estas fechas se apresta a discutir un nuevo plan de
ordenamiento territorial.

El Mvotma parece ir en la misma línea, una cartera que impulsa la producción
agroecológica y ve con buenos ojos que algunos cultivos sean restringidos a
determinadas zonas, y que además pretende incluir un componente ambiental y
de salud que analice cada plaguicida antes de que sea habilitado para su uso
agrícola.

Pero se necesita mucha voluntad política para contradecir la tendencia
nacional de país agroexportador (Mujica, años atrás, decía: “La soja merece
un monumento porque es una planta sagrada que nos trajo rentabilidad”), los
lineamientos a nivel nacional, empezando por el propio Mgap y su idea de
“país productivo”, y los intereses de los grandes productores.

Hasta que no se logre una revisión del ordenamiento territorial pero a nivel
nacional, las contradicciones entre modelos productivos y los conflictos
entre pobladores continuarán.

* Colaboración en la producción periodística de Mariana Abreu.

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La responsabilidad de las empresas aplicadoras

Empuñando el volante

En la película argentina Desierto verde, (1) el piloto del avión fumigador
espera junto a los empresarios sojeros que el magistrado dicte sentencia en
un juicio sin precedentes. Los vecinos de Ituzaingó Anexo, en Córdoba, cuyas
casas están linderas a un campo de soja, están muriendo de cáncer
envenenados por los pesticidas. En un fallo histórico, el juez decide duras
penas para el empresario y, en un detalle que tal vez pase desapercibido,
absuelve completamente al piloto del avión fumigador por entender que sólo
siguió órdenes. La pregunta que deja abierta: ¿hasta dónde llega la
responsabilidad del aplicador?

Un ejemplo local. En la zona de La Armonía (véase nota “Agua que no has de
beber”) los propios vecinos cuentan que fueron aconsejados por ingenieros
agrónomos del Mgap y la recomendación fue clara: la millonaria demanda
económica que están organizando por las pérdidas de sus cultivos debe ir
contra la empresa aplicadora y no contra la sociedad anónima argentina dueña
de los campos. “Para mí es al revés, vamos a demandar a los dueños de los
campos y los cultivos. La indicación equivocada (una dosis de picloram ocho
veces más de la permitida) la firmó el ingeniero agrónomo de la empresa.
Ellos son los responsables”, opinó Eduardo Casanova, uno de los productores
afectados.

Según el último registro de empresas habilitadas por el Mgap (de octubre de
2016), en Uruguay hay 49 aplicadoras aéreas (avionetas fumigadoras) y 803
terrestres (mosquitos y camiones fumigadores). “Las terrestres son muchas
más y hay menos control sobre ellas, muchas veces son los propios dueños de
los campos que fumigan. Sobre nosotros hay más control porque somos menos,
todos los pilotos estamos registrados y tenemos licencia”, opinó Gustavo
Matiaude, secretario de la Asociación de Pilotos Aeroaplicadores de Uruguay
(Apau). Matiaude, quien dice salir a fumigar con su hija en la cabina de la
avioneta, defiende la labor de sus colegas pilotos (“somos los encargados de
cuidar la comida de todo un país”), y sostiene que hay demasiada
“sensibilidad” de la población con respecto al tema: “Siempre somos los que
aparecemos en la foto aunque no tengamos nada que ver”. De hecho, “vamos a
empezar a defendernos como asociación contra las denuncias sin fundamentos”,
y a demandar a los vecinos “que opinan sin saber”, que “son siempre los
mismos, son los que denuncian sólo porque pasó volando una avioneta”.

La fumigación área cubre mayor superficie en menor tiempo cuando los
calendarios de producción aprietan, sostienen los pilotos, pero justamente
esa “ventaja de optimizar tiempos” es la que trae consigo los casos de mala
praxis: “un día van a un campo, después al de al lado… Si el día pautado hay
viento, aplican igual el producto, porque si no se atrasan”, advierte el
bioquímico Pablo Galeano, en relación con la deriva de los productos hacia
tierras aledañas.

Los mosqueteros

Otros, sobre todo ex fumigadores, son bastante críticos en cuanto a la
responsabilidad que les cabe a los dueños de las aplicadoras, señalan el
riesgo de salud al que están directamente expuestos los trabajadores y
apuntan en dirección a los productores, que les exigen pasar por alto su
formación en buenas prácticas, en pos de lograr una aplicación más agresiva,
“por si las moscas”. Sistemas de seguridad que se deshabilitan para evitar
molestias durante el vuelo y terminan con pérdidas de producto sobre los
pueblos, los animales, los cauces de agua. Aplicaciones que cruzan
alambrados y entran en el campo del vecino. Y fumigaciones en horarios y
condiciones climáticas no recomendadas son sólo algunas de las prácticas que
relatan.

“Los mosquiteros (conductores de mosquitos) lavan las máquinas o cargan agua
con la motobomba directamente de la cañada, a veces se le zafa la retención
del mosquito y toda el agua con el producto vuelve a la cañada… Hace poco a
uno le pasó, se le aflojó la válvula del camión y volvió el producto para
atrás, y fue instantáneo: subieron todos los peces muertos”, cuenta un
vecino de Guichón, que presenció el siniestro.

Nota

1) Ulises de la Orden, 2013

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El caso de Guichón y la afectación a la salud

Rodeados

Por el camino que desemboca en la casa de Miriam, en Colonia Juncal, está la
escuela agraria y hay varias viviendas, pero lo que predomina es la
plantación de transgénicos: de un lado soja, del otro maíz. Los dueños de
los campos son, en general, reconocidos pobladores de la zona, como el
político colorado David Helguera, pero los predios están arrendados a dos
argentinos, José Borgo y Horacio del Campo, que extienden sus plantaciones
hasta el borde del alambrado.

Desde hace años Miriam lucha por preservar su salud y mantener su trabajo.
Es apicultora y sus abejas manifestaron síntomas antes de que ella los
percibiera en su propio cuerpo. En el año 2000, con el avance de la soja y
la forestación y sus indisociables fumigaciones, el rendimiento de su
empresa apícola empezó a mermar. En 2013, luego de varios achiques y de
conseguir trabajo en Montevideo, definió cerrarla definitivamente. “Vine
para hacer todos los trámites del cierre de la empresa y esa noche tenía una
reunión con otros apicultores. Cuando me vinieron a buscar sentí el olor, y
me demoré para ir a tapar a los pollitos, las gallinas y los conejos. El
compañero que me había venido a buscar abrió apenitas la ventanilla de la
camioneta y me apuró, diciendo que nos íbamos a intoxicar.” Ya en la
reunión, a Miriam le empezó a faltar el aire. “Pedí que me llevaran a la
emergencia. Cuando llegué tenía 23 de presión arterial, me pusieron oxígeno,
y perdí la noción del tiempo, pero no me recetaron más que un antialérgico,
el mismo que le daba a mis hijos cuando eran chicos. Entonces me di cuenta
de que tenía que hacer la denuncia. Fui a buscar a Marcelo (Fagúndez,
referente del grupo Vecinos de Guichón por los Bienes Naturales), que me
ayudó a escribirla.”

Las muestras de su terreno dieron positivo a los herbicidas 2,4-D y
glifosato, pero fue tres años después, en 2016, que el Ministerio de Salud
(MS) comprobó la afectación de su salud. “Ahora tengo dolores musculares,
articulares y óseos, pero sé que la degeneración no se detiene, sigue
avanzando. ¿Qué pasa con las personas que quedan enfermas, sin trabajo y a
la deriva? Los ministerios cobran una multa, pero el afectado queda
desamparado.”De hecho, que el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca
(Mgap) y el MS hayan resuelto aplicar sanciones al productor (todavía
pasibles de apelación) no impidió que los agrotóxicos llegaran nuevamente
hasta su casa en diciembre del año pasado, esta vez en forma de glifosato y
atrazina (este último prohibido unos días antes por el Mgap), tal como se
comprobó luego de plantear una nueva denuncia. En estos años Miriam contrató
a varios abogados, recorrió las oficinas públicas y pagó pasajes y estadías
para poder denunciar.No es la única, porque aunque haya quienes callan por
temor a las represalias, en Guichón hay un movimiento de vecinos que desde
hace años trabaja el tema, denuncia, debate, propone. En 2009 denunciaron la
muerte de 49 terneros y dos vacas luego de que un avión rociara al ganado de
los productores de la zona con el herbicida endosulfán. Desde 2012 denuncian
sistemáticamente las fumigaciones próximas a las escuelas rurales, la quema
y el desecho ilegal de envases de agrotóxicos, la afectación de la salud de
los pobladores. En 2013 hicieron un relevamiento luego de que 23 mujeres
perdieran sus embarazos (de ocho semanas hasta embarazos a término) en el
lapso de tres meses.

Con paciencia, Marcelo repite en compañía de los periodistas de Brecha un
recorrido que ya es rutina: visita las casas de los vecinos, releva
testimonios y habla sobre un plan local de ordenamiento territorial que
impulsan y que implicaría contar con una “zona de protección ambiental y
turístico termal”.

En el camino, Nelson cuenta que luego de una fumigación consultó a una
doctora vecina, que confundió sus síntomas con los de una hepatitis, y que
desde ese momento va lo menos posible a su casa de Colonia Juncal. Jorge
señala las plantaciones que lo rodean y describe la afectación que padece su
familia, da cuenta de la denuncia que presentó y los meses que va a demorar
en conocer los resultados de las muestras, aunque asegura que ya sabe lo que
van a arrojar: las fumigaciones fueron con 2,4-D, y “el olor llegaba
limpito” a su casa. Ana y Gustavo, nuevos en el barrio, relatan que al poco
tiempo de mudarse apreció el sorgo, y más tarde su sucesora la soja, a tan
sólo diez metros de la ventana de la cocina. Le pidieron “al argentino”, el
día que “llegó en su cuatro por cuatro”, que les avisara antes de fumigar,
que ellos preferían irse del lugar cada vez que se aplicaran agrotóxicos,
pero ahora no sólo no les avisan sino que realizan las aplicaciones de
madrugada: cuando el olor irrumpe en sus sueños, Ana y Gustavo juntan sus
cosas, resguardan a sus animales y se van.

Otra Ana, en este caso del barrio Mevir 1, donde está alojado el silo de la
Cooperativa Agraria Nacional (Copagran), cuenta que no fueron una, ni dos,
ni tres las veces que se intoxicó. “Yo cosecho hierbas medicinales en el
monte, y ese día, hace unos meses, sentí un ruido y miré para arriba. Era
una avioneta que pasaba, y debajo de ella caía una llovizna que me quemó los
ojos. Ahora tengo un problema en los lagrimales, y el oculista me dice que
estoy muy afectada, que me tienen que ver en Montevideo. Estoy con gotas y
antibióticos, y estoy empeorando. Yo ya estoy lisiada con esto, cada vez que
fumigan me vienen náuseas, me queda la cara quemada, me enciendo. Miriam me
dijo que haga la denuncia, pero qué voy a ir, si la última vez demoraron un
año en venir. Yo no quiero pasar por eso de nuevo, estar esperando,
atrasándome en mi trabajo, para que al año vengan a preguntarme cómo fue y
que no te solucionen nada.”

Guichón está rodeado de soja y eucaliptos. Las recurrentes denuncias de los
pobladores lograron disminuir las aplicaciones aéreas de agrotóxicos y
confinar la mayor parte de las plantaciones a las afueras de la ciudad, pero
directa o indirectamente los vecinos de Guichón siguen siendo fumigados: las
dos potabilizadoras de agua, de donde se obtiene la que toman los vecinos de
toda la zona, son a cielo abierto y están a pocos metros de las
plantaciones; Copagran y su silo están en medio de la ciudad y las
aplicaciones sobre los granos se dispersan y llegan hasta las casas de los
vecinos y el Caif. Frente a la burocracia y la desidia del Estado, en
Guichón se repite la idea de que la producción pesa más que la salud de la
gente.

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