Argentina/ Macri: de Ravi Shankar a Carl Schmitt [Fernando Rosso y Juan Dal Maso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Abr 12 16:18:53 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

12 de abril 2017

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germain5 en chasque.net

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Argentina

Después del #1A

Macri: de Ravi Shankar a Carl Schmitt

Los alcances y límites del cambio de discurso del Gobierno. La construcción
del enemigo a medida, del manual de autoayuda a la polarización.

Fernando Rosso y Juan Dal Maso

La Izquierda Diario, 12-4-2017

http://www.laizquierdadiario.com/

El giro político encarado por el Gobierno de Mauricio Macri y Cambiemos
después de la marcha blanca del #1A es materia de análisis, debate y
preocupación en el universo politizado. El cambio podría estar sintetizado
en el título de este artículo: de la narrativa de "charla motivacional" a lo
Ravi Shankar que se expresaba en la presunta búsqueda de terminar con el
conflicto, lograr el consenso, enfriar la política para unir a los
argentinos; a la polarización con la reconstrucción del enemigo a medida y
la restauración frenética de “la grieta”. De la supuesta despolitización
consensual a la politización extrema, con el paradigma de lo que algunos
consideran la esencia de lo político: el conflicto.

Para el pensador y jurista alemán Carl Schmitt "lo político" está
caracterizado en su esencia por la división amigo-enemigo, donde el enemigo
es el otro, el extraño, el que amenaza nuestro modo de vida, sea interno o
externo. A diferencia de los criterios estéticos, morales o económicos, la
definición del enemigo político se realiza a partir de delimitar una amenaza
existencial: "El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni
estéticamente feo, no hace falta que se erija en competidor económico, e
incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el
otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea
existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo"
dice Schmitt en El concepto de lo político.

Con esta nueva disposición, el macrismo se postula como “partido del orden”
al mismo tiempo que construye simbólicamente a los enemigos del Estado y
convoca a declararle la guerra para delimitar de esa manera su propio campo.
Un discurso del orden que llevado hasta el final implica en la práctica una
especie de "estado de excepción permanente" para garantizar la libre
circulación de mercancías.

Contra la caricatura de “Estado providencia” o “intervencionista” de la que
se jactaba el kirchnerismo (la cual no excluía represiones al movimiento
obrero como las de Lear u otros movimientos como los qom), Macri intenta
poner en práctica una especie también caricaturizada de "Estado Gendarme"
que se juega a mantener el orden público, vigilando y protegiendo la
“libertad” de los individuos dentro de la ley para el normal desarrollo de
las fuerzas del mercado. Una aspiración que sólo puede tener una “minoría
intensa”, como la que el #1A se movilizó con la amenaza de hacerlo por mano
propia.

En el plano “estratégico” esta política aspira a completar la restauración
de la autoridad estatal que la crisis del 2001 dejó seriamente herida. En el
plano de la coyuntura, en los cálculos electorales del PRO y seguramente en
los sesgados resultados de laboratorio de sus focus groups, alcanzaría para
ganar la elección de medio término.

Aquí se expresa el talón de Aquiles de esta suerte de autonomía casi
absoluta de lo político en la que cae vertiginosamente el PRO: se produce
porque se acercan las elecciones y fracasó el plan de reactivar la economía
con uno de los mitos más desopilantes de los últimos tiempos, la lluvia de
inversiones.

La disputa de pequeña política empuja al macrismo a la polarización con la
resignación de limitarse a "fidelizar" su núcleo duro (el 30% de las PASO de
agosto de 2015) y con la aspiración de sumarle algunos puntos e intentar
ganar la madre de todas las batallas: las elecciones de la provincia de
Buenos Aires. Ya no disputa esos 20 puntos que permitieron la mayoría
hipercircunstancial del balotaje, sino que alimenta la rabia intensa de la
minoría propia.

Tiene una ventaja para este giro: el rechazo a lo anterior es también "de
masas", no sólo por los escandalosos e inolvidables actos de corrupción que
quedaron patentados en la memoria colectiva, protagonizados por personeros
del "gobierno popular"; sino porque para muchos el deterioro actual es
simplemente una continuidad con cambios del deterioro que venían
experimentando en los últimos años.

Pero incluso con esas ventajas circunstanciales, tiene muchos límites: todas
las medidas de "partido del orden" están aún sobre-anunciadas y
sub-ejecutadas. Hay un exceso de voluntarismo y una exageración de su
disposición por sobre la realidad de sus posibilidades: proclaman
tempranamente el "triunfo" sobre los docentes bonaerenses y quieren
otorgarle el valor de una victoria consolidada, pero cada hecho demuestra
que el conflicto no está resuelto (más allá de los vaivenes de la huelga) y
el resultado no se medirá sólo en términos sindicales; agitan un
reordenamiento sindical pero que no tiene la forma de una "Ley Mucci", sino
que se reduce a una serie de recomendaciones de propaganda; al otro día del
paro del #6A, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich afirmó que el
legalmente inexistente protocolo antipiquetes se aplicó el 100%, mientras
que las principales arterias de entrada a la Ciudad de Buenos Aires
estuvieron cortadas varias horas por la izquierda y el sindicalismo
combativo y donde existió mayor resistencia (Panamericana) pagó el costo
alto de la represión y el escenario “bélico” con repercusión internacional
(además de los cortes en todo el país). La orientación de “polarizar” como
táctica electoral puede terminar mostrando la incapacidad de darle cuerpo al
discurso oficial o, combinado con esto, los riesgos de cebar a las
descompuestas fuerzas de seguridad argentinas siempre proclives a caer en la
irresistible tentación de pasarse de rosca.

Pero una cosa es el reiterado anuncio de la disposición a cambiar la
relación de fuerzas y otra muy distinta es lograrlo efectivamente.

La orientación de “polarizar” como táctica electoral puede terminar
mostrando la incapacidad de darle cuerpo al discurso oficial o, combinado
con esto, los riesgos de cebar a las descompuestas fuerzas de seguridad
argentinas siempre proclives a caer en la irresistible tentación de pasarse
de rosca.

Otro límite fundamental es el escenario actual del mundo, sin un claro
proyecto hegemónico internacional y con la economía local estancada, las
fronteras de un relato exclusivamente "político" están demasiado cerca. En
esa relación entre economía y política, es donde Schmitt debe ser
contrastado con Gramsci (o Lenin o cualquier marxista clásico), porque las
urgencias de coyuntura lo alejan de la construcción de alguna forma de
hegemonía. Porque la hegemonía no puede ser sólo "ético-política" sino que
también debe ser económica.

Además, se equivoca el macrismo si iguala el desprestigio de los dirigentes
sindicales con la existencia de un "sentido común" mayoritario que asuma
como enemigos a los trabajadores en general y a los docentes en particular.

Sin embargo, los límites y relaciones de fuerzas no son propiedades eternas
de la realidad argentina. En la medida en que el gobierno, por motivos
estratégicos o de coyuntura, avance sobre las conquistas y derechos y la
respuesta no esté a la altura del ataque, la relación de fuerzas se irá
modificando negativamente.

En este punto resulta fundamental una idea que Gramsci esbozaba en sus
reflexiones sobre la relación entre Maquiavelo y el marxismo, retomando
temas del marxismo clásico. Todo análisis de situación debe incluir la
capacidad de respuesta de la fuerza propia: “El elemento decisivo de toda
situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo
tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es
favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y
esté impregnada de ardor combativo).”

El nuevo relato del macrismo cortó con tanta dulzura de la revolución de la
alegría y el amor y asume una posición más acorde a sus objetivos, pero
todavía tiene que demostrar que está a la altura de lo que proclama. Como
bien podría enseñarle el kirchnerismo, la "grieta" más inquietante es esa
que separa al discurso de la realidad.

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