Venezuela/ La ruina!! crónica de un regreso a Caracas [Pedro Plaza Salvati]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Abr 16 10:10:00 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

16 de abril 2017

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

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Venezuela

Crónica de un regreso a Caracas: la ruina

Pedro Plaza Salvati

PRODAVINCI, 13-4-2017

http://prodavinci.com/blogs/

El lugar de la oscuridad

Una fila interminable brota hacia la calle. La ansiedad se encaja en las
miradas de cientos de personas que a mitad de mañana, por necesidad o sin
alternativa, llevan horas estancadas en su metro cuadrado de acera frente al
Centro Comercial Los Ruices. Este centro es contiguo a VTV, el canal que
aplica una constante lobotomía al televidente. Dos empleados portan el
logotipo “V” en sus camisas y en sus gorras. Se colean y se adelantan sin
vergüenza a las personas que están en la fila desde hace varias horas y los
supervisores lo permiten. La gente les grita sucios, arrastrados, malditos:
¡hagan la cola como todos los demás!; voces y brazos se elevan. Los
empleados del canal del Estado aguantan el chaparrón como una lluvia de
granizo justiciero o una merecida penitencia. Hacia mi derecha se acercan
tres hombres: el del medio lleva un bastón y es invidente, otro lo sostiene
de un brazo y un guardia del centro comercial lo hala toscamente por la
hombrera de la camisa como cuando se lleva a alguien detenido. ¿Qué habrá
hecho?, me pregunto. A los pocos pasos me doy cuenta de que lo están
arrastrando hacia el camino de salida a la calle. Su prisión no está en su
mundo de oscuridad sino más bien en lo que lleva en las manos: dos paquetes
de papel toilette Sutil y dos paquetes de harina de maíz Juana.

No soy malo: lo que estoy es pelando

Me detengo en una arepera aledaña a la Avenida Francisco de Miranda para
comprar un agua mineral. Cuando estoy pidiendo una voz se dirige hacia mí:
“Cómprame una arepa”. Volteo la cara y veo a un muchacho que parece un
universitario. Tiene su ropa sucia y manchada de calle y un morral
multicolor cargado de negrura. En su mano un vaso de agua que bebe como
administrando la escasez; lo único que había logrado que le regalaran en el
negocio. En segundos pensé que si el muchacho portase ropa limpia y no
estuviera tan sucio, pudiera ser un estudiante de cualquier universidad
venezolana con la ilusión de una vida por delante, de una carrera, de una
familia, no un habitante de la calle. Pero está solitario, más bien
desamparado y delante de él lo que tiene es un menú que no puede pagar. Saco
de la cartera la tarjeta de débito y le pido a la cajera que le despache la
arepa (la cajera me dice que vea el monto en el recibo de papel, que no me
podía dar la copia del cliente por la escasez de papel). El muchacho
hambriento me da las gracias y me dice: “Yo no soy malo: lo que estoy es
pelando”.

La continuidad de los billetes

En diciembre pasado, en el último regreso a Caracas, viví un punto álgido de
la crisis cuando Maduro ordenó retirar los billetes de cien bolívares para
luego retractarse ante la inminencia de un estallido social. Tres meses más
tarde saco 50.000 de la cuenta para tener efectivo durante este viaje que,
dividido entre 4.000 (valor aproximado del dólar paralelo o negro del
momento), representa apenas unos 12 dólares. El cajero del banco me entrega
los $12 en 500 billetes: 200 billetes de cien y 300 billetes de veinte. Le
pregunto por los billetes de nueva denominación y me responde: “Esto es lo
que hay…”. Empiezo a guardar los 500 billetes en los bolsillos de la
chaqueta. En esos días de marzo el clima estaba inusualmente fresco y
ameritaba por suerte llevar una chaqueta. También guardo billetes en los
bolsillos del pantalón y dentro del interior sujetados por la banda
elástica. Salgo del banco en estado de alerta máxima, como un terrorista
cargado de explosivos.

Perder la razón

Un día al salir de la estación del metro de Chacao me encuentro de frente
con el hombre que cuidaba carros y que ahora se ha convertido en un
indigente. Su figura parecía la de un zamuro. Me reconoce porque antes
conversaba con él, hace un tiempo, cuando todavía no había perdido el juicio
y no andaba con sus pocas y únicas pertenencias a cuestas, que a veces deja
escondidas detrás de un matorral o en una casa abandonada por sus dueños que
se han ido del país y que no pueden venderla. Pero detrás de ese hombre
derribado, abatido, mental pero no físicamente, está una voz limpia y suave
que empieza a decir incoherencias, pero que antes de decir incoherencias,
“Vengo de la oficina del doctor tal que queda el tal sitio”, me comenta que
le faltan 350 bolívares para completar para el pan. De inmediato saco 20
billetes de veinte bolívares y le doy 400 bolívares que sostiene firme en la
mano junto a otros tres billetes verdes de cincuenta que traía. Caminamos
por la Francisco de Miranda como si fuéramos colegas de trabajo y a medida
que proseguían las incoherencias, “Es que la gente no conocía este sistema
económico”, con su voz pausada y fina, la gente se nos queda viendo, como
una pareja dispareja. Escuchaba lo que decía y le llevaba la corriente de la
mejor manera posible. Desde que llegué a Caracas andaba en estado de alerta
pero de pronto no tenía ningún tipo de miedo o temor, como si estuviese
extrañamente protegido por ese hombre que habita en la calle, que ha perdido
la razón, no sé por qué me sentía imbatible, invencible. Seguíamos nuestro
paso en parsimonia hasta la esquina de la panadería Pepín, momento en el que
me dice “Aquí es donde yo compro el pan”, como si de un buen burgués francés
se tratara, llegando a su barrio exclusivo a comprar su pan canilla. “¡Nos
estamos viendo!” le digo, y el entrar al establecimiento se salta la
gigantesca fila y nadie le dice nada.

Mataron al Canilla

Como si no fuese suficiente con la escasez de alimentos el gobierno arremete
contra las panaderías. Bajo el argumento de una supuesta protección a los
derechos de los consumidores se despliegan alrededor de 10.000 inspectores
con el fin de “garantizar” el suministro del pan canilla, interviniendo de
manera directa en los procesos de producción y distribución, es decir, en
términos prácticos: el inicio de la escasez y muerte del pan canilla. Dentro
de las medidas anunciadas por el Vice-Presidente, las panaderías deben
destinar obligatoriamente 90% de la harina de trigo a producir pan canilla y
otras formas de pan a precios regulados y otorgan “libertad” de utilizar el
10% restante de la harina, distribuida a precios regulados por el gobierno,
para los productos que el panadero desee.  De paso, la desaparición de la
harina precocida había hecho que los venezolanos compraran más pan como
opción a la arepa.

Fue así como llegó la expropiación a las puertas de la panadería de Eduardo
dos Santos, dueño de Maison Bakery, que se convirtió en el primer
establecimiento de pan intervenido por el gobierno. Ubiquémonos: el local
queda en la Esquina de Cuartel Viejo, muy cerca del Palacio de Miraflores.
Dos Santos tiene 25 años al frente de su negocio, un negocio que creó, junto
con otro socio, con la esperanza de una vida mejor luego de emigrar de
Portugal. Al comerciante de 52 años lo acusaron de acaparar más de 300 sacos
entregados por el Estado. El miércoles 15 de marzo llegaron integrantes de
un colectivo y sacaron a Dos Santos de su negocio, le quitaron las llaves de
su esfuerzo de 25 años, cambiaron las cerraduras y, según declaró él mismo a
la prensa, le dijeron: “arráncate de aquí”. A los dos días del hecho la
panadería mostraba otro nombre,“Minka”, y había una representación del Simón
Bolívar deformado por la necrofilia, así como retratos de Hugo Chávez y
Nicolás Maduro. Luego los colectivos que pasaron a operar el negocio
colocaron un cartel en la Santamaría que decía:

Se les informa a los transeúntes y a la Comunidad que esta Panadería se
encuentra bajo proceso de intervención, por tales motivos solo se les estará
produciendo Pan Salado para ser distribuido a los CLAPS de la parroquia
Altagracia por orden del Estado Mayor de Caracas. Pedimos su colaboración,
comprensión y apoyo. Comunidades al mando: volveremos x todos los caminos.

Se conoció a través de varios mensajes de Twitter y de fotografías
difundidas que el líder del colectivo que tomó la panadería, José Solórzano,
vocero de “los productores libres del pan”, es el mismo que se puede ver,
más joven, en otra foto en el 2004 cuando un grupo de chavistas derribaron y
partieron en dos la estatua de Colón en Plaza Venezuela. Aparece Solórzano
colocándole la soga de horca en el cuello a la estatua de Colón, así como
ahora colocaba la soga de horca al negocio del que ni él ni los colectivos
tenían la menor idea de cómo operar. Estatua derribada, panadería derribada:
la destrucción como leitmotiv de la Revolución Bolivariana. Y me recordaba
de las palabras de Cabrujas: “Provengo de un pueblo de grandes
‘derrumbadores’, un pueblo demolicionista que hizo del escombro su emblema”.

El 21 de marzo se registró una protesta contundente y concurrida de los
vecinos de la Avenida Baralt frente a Maison Bakery (recordemos su cercanía
con Miraflores) para expresar su repudio a la expropiación y posterior venta
exclusiva de pan a los CLAPs. La protesta pacífica hizo que colectivos
motorizados armados hicieran acto de presencia y se colaran a la fuerza en
algunos de los edificios aledaños donde viven los que protestaban. Hubo
tumultos, golpizas, incluyendo “coñazos a la jeva”, según se desprende de
los videos, y llegó la Guardia Nacional. La nutrida multitud gritaba “¡Las
calles son del pueblo, no de la oligarquía!”, lo que quiere decir a todas
luces que los colectivos y la Guardia Nacional eran ahora vistos como “la
oligarquía”.

En esos días, la Crónica Negra de Últimas Noticas reporta que un delincuente
altamente buscado en la zona limítrofe de La Guajira venezolana fue abatido
por funcionarios policiales. Al delincuente lo llamaban “Papi Canilla”.

Vida y muerte en la cola

La acera se mancha de sangre. Hay una algarabía in crescendo y, de pronto,
una funcionaria de Protección Civil lleva en sus manos a un bebé cubierto de
un paño y le sigue detrás otro hombre que empuja una camilla donde está
echada una mujer. Una mujer que repentinamente dio a luz haciendo fila en el
Hipermercado Lahu en Coro. De tanto esperar en la fila rompió agua con el
desenlace repentino que trajo el niño al mundo. La información la confirma
Vanesa Flores, dirigente de Un Nuevo Tiempo en Falcón, en su cuenta de
Twitter. Un reportero gráfico, Billy Castro, sube el video del momento del
parto y le agrega el hashtag HechoEnSocialismo, la misma marca que el
gobierno metido a empresario-comerciante-expropiador ruinoso estampa en
algunos productos como Los Andes o Fama de América, esa frase-emblema. Y me
imagino la historia de este niño signada por las circunstancias, dentro de
unos años cuando le pregunten: ¿Y tú dónde naciste?, a lo que
irremisiblemente tendría que responder: “En la cola de un supermercado para
comprar comida”. Un niño #HechoEnSocialismo un viernes 10 de marzo de 2017.

Se observa la presencia de la Policía Nacional Bolivariana. La entrada del
supermercado Luz en Chacao está delimitada por cintas plásticas amarillas
como cuando ocurre un crimen. Miguel Edicto Torres, de 79 años, hace fila
desde temprano para comprar comida y, en medio del ajetreo y la espera, de
manera inesperada y repentina, como cuando la mujer dio a luz a su hijo en
Falcón, fallece de un infarto. En las imágenes del incidente se puede
observar su cuerpo cubierto por unas bolsas plásticas negras de basura, como
si fuese algo normal y digno cubrir a un hombre muerto con unas bolsas de
basura, ahora que irónicamente tanta gente comía de la basura. Su cuerpo sin
vida echado en la entrada del automercado que, como paradoja, se llama Luz.
Uno de sus brazos sobresale del manto negro de bolsas y se ve que tiene una
camisa de rayas rojas y blancas. Un hombre muerto de 79 años es cubierto por
bolsas de basura, como una metáfora de lo reducido que se había vuelto el
valor de una vida en la República Bolivariana.

Más allá de la triste escena narrada anteriormente, la gente no se mueve de
la fila a pesar de que el cadáver está en la entrada del establecimiento.
Hombres y mujeres, muchos de la tercera edad, permanecen estoicos, como
soldados que deben convivir con los cadáveres de sus compañeros y amigos en
una guerra, fallecidos súbitamente por una bala o una esquirla de una
granada. Sería un atrevimiento hacer juicios de valor. Hambre es hambre. La
gente tenía en promedio cuatro horas de espera en el automercado Luz cuando
Edicto se desplomó. En un video reproducido en las redes, en la cuenta
Twitter de Lysaura Fuentes, periodista de sucesos con diplomado en
Criminalística del Ministerio Público, varias personas  señalan el cadáver y
una voz cuenta lo acontecido: “Esto es por culpa de una cola, por dos kilos
de harina… se ha muerto por hacer una fila… dos personas en el día de hoy:
uno aquí en Chacao y otro en Las Mercedes… después de cuatro horas en la
cola mira cómo quedó: en el piso… gracias ti: Presidente Maduro”.

En innumerables ocasiones en este viaje presencié el agite de colas
gigantescas. Casi siempre los protagonistas eran extraños a la zona donde
aparecía un alimento. Conatos de golpizas, grupos de bachaqueros se reunían
en pequeños círculos en las filas, planificando cómo sería su estrategia de
compra-venta. Había conmoción cuando llegaba, por ejemplo, el arroz o la
pasta. La cola donde vi que había mayor exaltación fue en la que se
aseguraba que llegaría Harina Pan (que no pasó de ser un hecho futuro a mis
ojos).

¿Cómo era posible que en Venezuela se había llegado a tal punto en el que
era posible un titular de una noticia publicada por El Nacional el 25 de
marzo?:

Mataron a sordomudo en cola de supermercado

“José Antonio Rodríguez, de 20 años de edad, recibió un disparo en el cuello
el jueves (23 de marzo) a las 8:00 a.m. en el sector Las Flores del casco
central de Santa Teresa del Tuy al forcejear con dos hombres que le robaron
el dinero que tenía para comprar comida. El joven, que era sordomudo, estaba
en la cola frente a un supermercado desde las 4:00 a.m”.

Donde no se quema la basura

Camino desde Chacaíto hacia Sabana Grande, cerca del lugar donde el domingo
19 de marzo un niño de 10 años y una niña de 15 años asesinaron salvajemente
a puñaladas a dos sargentos del Ejército cuando salían de una tasca: Yohan
Miguel Borrero Escalona, de 26 años de edad y  Andrés José Ortiz, de 23
años. La basura quemada aparece en distintos sitios del recorrido, en la
calle, en el borde de la acera con la calle, cerca de la entrada del metro,
en distintos lugares. Las fallas generalizadas en la recolección de basura,
sobre todo en el Municipio Libertador, obliga a que las personas la tengan
que quemar en plena calle. “La comunidad se ha visto obligada a tomar esta
medida, aunque reconoce los daños ambientales que ocasiona, debido a los
retrasos en el servicio de recolección por parte de la empresa Supra”, se
lee en una nota de El Universal. La página oficial de esta compañía dice:
“Supra-Caracas es una empresa prestadora del servicio de aseo urbano,
recolección de residuos sólidos, barrido, limpieza y lavado de áreas
públicas del revolucionario Distrito Capital suministrándole soluciones
integrales en materia medioambiental. Fundada en agosto del año 2011, por
disposición del Comandante en Jefe, nuestro presidente Hugo Rafael Chávez
Frías”. Se reporta que en varias urbanizaciones el camión de recolección no
había pasado en tres semanas y en parroquias como San Bernardino y El Valle
los contenedores están desbordados.

En muchos lugares donde no se quema la basura es común ver a la gente comer
desechos de las bolsas negras. Están juntos, padre, madre e hijos, sentados
en círculo alrededor de la basura. Los observo mientras cenan en la penumbra
que genera un poste de luz caído que parece más bien deprimido. A medida que
transcurrían los días la escena se volvía frecuente: ver personas buscando
alimentos dentro de las bolsas de basura. Una amiga me dice que su familia
tiene el cuidado de colocar los restos de su comida dentro de pequeñas
bolsas que a su vez colocan dentro de la bolsa negra grande. Lo hacen para
facilitarle la búsqueda a los que hurgan por alimentos, hombres, mujeres y
niños, para que no se contaminen las sobras con el resto de la basura. Y
entonces surge el espíritu de solidaridad y compasión, el nuevo venezolano
que emerge con un nuevo temple, con valores distintos, muy diferentes a los
de la Venezuela de la abundancia pero, eso sí, con mucho menos peso
corporal.

Ruperta soy yo

Una de los hechos que más me afectó en este regreso a Caracas es lo culpable
que me sentí cuando me detenía a comer algo en un lugar de tránsito. Ver las
caras de las personas, las miradas de resignación, algunas de que casi te
puedo saltar encima, hacía que el comer una simple hamburguesa de pollo se
convirtiera en un símbolo de estatus. Ya no importa si alguien carga un
reloj de marca (a los delincuentes sí, por supuesto), lo que quiero decir es
que la verdadera señal de poder adquisitivo hoy en día en Venezuela es el
poder pagar una comida. Lo que debe ser un derecho y un acto normal en casi
cualquier país se convierte en una ostentación. En los mediodías nunca había
visto a tanta gente, empleados de oficinas, comer dulces, helados, ingerir
algo barato con calorías como estrategia de sobrevivencia. Dejé de comer en
la calle o, al menos, en lugares donde pasaba la gente.

Ruperta, la elefanta del zoológico de Caricuao se ha convertido en un
símbolo del país. La desnutrición se debe a que solo recibe como alimentos
auyama y lechoza, así como tantos venezolanos que solo pueden comer una
fruta o una yuca que puede ser amarga y que hacia finales de marzo, según
Provea, ha causado la muerte de veinte 20 personas. Recuerdo, con el humor
“amargo” del Chuiguire Bipolar, cuando difunde la noticia ficticia , pero no
tan distante de la realidad de los venezolanos: “El joven Manuel Díaz, que a
mediados del año pasado fuera noticia por su alergia al mango (uno de los
pocos alimentos diarios de muchas personas; por ello se vuelve una escena
común en Caracas ver a gente lanzando piedras para tumbar mangos, como se
hace en los llanos) volvió a dar de qué hablar el día de hoy, pues estando
completa y absolutamente cansado de toda la situación por la que atraviesa
el país, intentó quitarse la vida comiendo yuca; sin embargo, el tiro le
salió por la culata, ya que lo que le vendieron como yuca amarga terminó
siendo yuca dulce”. Ya no con humor ácido y muy en serio, el New York Times
en su pasada edición del 25 de diciembre, un día después de navidad, informa
de la muerte de un joven venezolano por comer yuca amarga: His name was
Kevin Lara Lugo, and he died on his 16th birthday. Los padres de Kevin
tenían días de comer poco pero caminaron a un lugar, en medio de la
desesperación, donde consiguieron la yuca para celebrar el cumpleaños de su
hijo con un pastel, un pastel de yuca, de yuca amarga, tan amarga como la
cotidianidad que vivimos. Los venezolanos somos en estos tiempos como la
elefanta del zoológico de Caricuao. Ruperta pesa ahora unas cuatro toneladas
cuando su peso normal debería estar entre cinco y seis toneladas. La
Encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi), realizada entre varias
universidades país (UCAB, UCV, USB), concluye que para el 2016: 74.3% de los
entrevistados manifestaron haber perdido 8.7 Kg en promedio. El 86.3% come
solo una o dos veces al día. El 81.8% de los hogares venezolanos se
encuentran en estado de pobreza.

Reponer la venda

Desciendo a la estación de metro. Compro un boleto de Bs 4 de una sola vía.
El de ida y vuelta cuesta Bs 8. Convertido a 4.000, un billete de metro
cuesta 0,001 dólares y el de ida y vuelta 0,002 dólares. El costo parece una
broma de mal gusto. Ni con un céntimo gringo se podría físicamente comprar
un boleto de metro. Pago con dos billetes de dos bolívares. Introduzco el
ticket amarillo irónicamente de la misma dimensión y diseño que el del metro
de París. Desciendo a la estación y la gente hace fila siguiendo las flechas
que marcan el punto de abordaje de los trenes. Por algún motivo, en
apariencia incoherente, me recuerdo de la máscara de calavera negra tipo
Halloween utilizadas por miembros de la Dirección General de
Contrainteligencia Militar en un operativo de las OLP, Operación de
Liberación del Pueblo, en El Valle, pero es mi imaginación que dispara esta
imagen, tal vez pensando que una criatura así podría emerger desde lo
oscuros túneles del metro. Todo se ve tranquilo. Un amigo me cuenta: el
metro de Caracas es gratis, gratis porque hasta en algunas estaciones han
reventado los torniquetes de acceso de lo deteriorado que está. Pero también
pienso: ¿qué más gratis que el costo irrisorio de $ 0,001?  En este retorno
a Caracas utilicé el metro en diversas ocasiones. Los vagones no están en
mal estado, alguien me comentó que eran vagones “nuevos”, y así deben serlos
porque antes existían puertas de separación. Ahora parecía un solo gran
vagón conectado interiormente por sub-vagones. Los trenes iban repletos. La
gente parecía susceptible a los roces y acercamientos y presencié un par de
conatos de pelea entre adolescentes. En esos viajes subterráneos pude ver a
un niño llanero que podía tener unos siete años que tocaba maracas y pedía
dinero. Había vendedores de chupetas y dulces, recitadores del apocalipsis,
suplicantes de dinero.  Entre todos, quien más me llamó la atención fue un
señor con verbo delicado y un pie con una venda del que sobresalía un pie
anormalmente inflamado. Y decía: “Deme algo para cambiar la venda, se lo
agradezco, no sabe cuánto lo necesito”. La gente le daba algunos billetes
devaluados y el hombre sonreía, aseguraba que se multiplicaría en bienestar
para ellos y agregaba: “Ya me falta menos para reponer la venda, ya me falta
menos”.

Se acabó la gasolina y Expo Potencia

Así como en diciembre me tocó vivir la crisis de los billetes en este viaje
me correspondió presenciar la crisis de la gasolina. Salimos luego de una
noche literaria con la escritora Victoria de Estefano en la Librería El
Buscón de Paseo Las Mercedes, y nos topamos con una cola gigante en la bomba
de Las Mercedes. Luego de una larga espera llenamos el tanque por solo Bs 35
y con gasolina de 91 porque no había de 95 octanos. De nuevo hago el cálculo
y habíamos llenado el tanque con $0.009. El amanecer del día siguiente trajo
filas de carros que sobresalían de las bombas. Era cierta la noticia: ¡se
acabó la gasolina! Se acabó la gasolina en Caracas y en muchas ciudades del
interior. Los ánimos estaban caldeados, la ciudad se transformó en un
enjambre de carros paralizados y gente enojada, ya se hablaba de un nuevo
estallido. A la escasez de medicina, alimentos, efectivo y para usted de
contar, se sumaba la emblemática gasolina. Las refinerías venezolanas
generan alrededor de 21.15% del combustible que se consume en el país y el
resto se tiene que importar; una potencia petrolera con las mayores reservas
de petróleo del mundo que debe importar casi el 80% de su gasolina. Esa
misma semana el gobierno tiene el cinismo de inaugurar una feria en el
Poliedro de Caracas, amparada por una descomunal propaganda, donde se
pretendía presentar los avances de los llamados quince motores de la
economía, el desarrollo de las empresas del Estado y algunas del sector
privado, bajo la exposición Expo Venezuela Potencia 2017. El mismo cinismo
con el que se pretende vender las bolsas CLAP, cuyos productos
mayoritariamente son importados y se habla del lema Hacia la soberanía
alimentaria. Ni gasolina ni alimentos. Un país de ficción chavista que se
construye en base al engaño y la mentira

Hazte un selfie

En la zona de embarque de Maiquetía descubro una maqueta con una
reproducción del famoso mural de Cruz-Diez de los adioses de Maiquetía, el
de los corazones partidos, de las familias fragmentadas. Detrás del recuadro
cinético, al fondo, dos fotografías gigantes de túneles de embarque. No me
había fijado en ese stand que el IAIM ofrece al visitante para hacerse un
selfie. ¿No era redundante para empezar? ¿Por qué no tener de fondo un
paisaje de Canaima, de Los Andes, Margarita o Los Roques? Me quedo pensando
y me imagino haciéndome un selfie, pero no estoy solo: en mi imaginación me
encuentro con Ruperta, con el estudiante arruinado que me pidió que le
comprara una arepa, con el indigente con el que caminé por la Francisco de
Miranda para comprar el pan, con el señor Miguel Edicto Torres ahora
resucitado y con su camisa de rayas rojas y blanca, con la mujer que dio a
luz en Coro en la cola de un supermercado y que carga a su hijo, con el
invidente que llevaban forcejeado en el Centro Comercial Los Ruices con sus
dos paquetes de papel Sutil y harina Juana, con los dos militares asesinados
por dos menores de edad en el Boulevard de Sabana Grande pero ahora
revividos, con el señor Eduardo dos Santos que le expropiaron su Maison
Bakery, con el hombre que pedía dinero en el metro para comprarse una venda
para su pie inflamado, con el niño Kevin resucitado luego de morir al
comerse un pastel de yuca amarga en su cumpleaños, estoy también con la
familia que cenaba alrededor de las bolsas de basura bajo la tenue luz de un
poste deprimido. Todos están conmigo, estamos listos para el selfie con el
mural de Cruz Diez y los túneles de embarque de fondo. Les pido que sonrían
para la foto del recuerdo pero la alegría no se les dibuja en el rostro, la
elefanta no tiene energía para levantar la trompa, entonces les pido que
digan “Ruina”. Y todos sacan la fuerza quién sabe de dónde y exclaman
¡¡¡RUIIIIINAAAAAAAAA!!!, se oye estruendoso en el aeropuerto y los pasajeros
voltean a ver. Hago click y tomo la foto. Salgo de mi alucinación y me
propongo contar la historia de esta fotografía

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