Catalunya/ No pasarán [David Fernández]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ago 19 23:34:36 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

19 de agosto 2017

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Catalunya

Tras los ataques terroristas

No pasarán

David Fernández

ara.cat, 18-8-2017

http://www.ara.cat/opinio/

Viento Sur

http://www.vientosur.info/

Traducción de Àngels Varó Peral

Original en catalán

“I en un murmuri

de cançó, dir-te:

t’estime Barcelona”

Ovidi Montllor

Las pesadillas -las malas y las peores- suelen abolir el tiempo. Todavía
bajo el impacto emocional de la ciudad herida, de la hibris de la brutalidad
nihilista, de la evidencia de la fragilidad que somos y a menudo olvidamos,
y del fuego cruzado de retrotopías políticas que creen en un pasado
fortificado que no volverá, cuesta escribir. Incluso es posible que sea
mejor enmudecer solidariamente -un silencio ensordecedor y colectivo,
resistente e indomable- para apoyar a las víctimas hasta que el dolor deje
paso al luto y podamos retomar, tocados y traumatizados, nuestras vidas
compartidas. Hay días de los miserables en que las palabras no encajan,
momentos trágicos en que llueve la certeza de que el mundo puede ser todavía
un lugar peor y lugares comunes que recuerdan que los refugiados que huyen,
y que todavía no acogemos, huyen precisamente de lo mismo que ayer se huía
en la Rambla.

Y si las muertes -las de aquí y las de allá, sin ninguna jerarquía- ya son
sobrecogedoramente irreversibles, las hipotéticas consecuencias funestas y
nefastas hay que evitarlas de raíz y desde hoy mismo. Aun sin tenerlas todas
consigo en sociedades edificadas sobre castillos de arena que se tambalean
por un solo golpe: como si todo estuviera construido sobre el aire y una
furgoneta lo mandara a paseo y lo echara por tierra. Pero con Barcelona
dolorida y golpeada, habrá que recordar que las víctimas del fundamentalismo
yihadista global son, mayoritariamente, musulmanas. Que el mundo, repleto de
violencias cotidianas, estalla cada día en diferentes latitudes; que los
zarpazos ya son universales, y que nos hace falta urgentemente una
internacional del dolor. Ayer, 30 muertos a Maiduguri -y niños decapitados
en Molai-. Hoy, Barcelona. Y si erramos el diagnóstico, erraremos la
resolución. La Fundació per la Pau nos recordaba ayer mismo la evidencia de
que “la violencia, como la paz, no es un hecho aislado ni casual, es un
resultado”. De todo lo que se ha hecho -y no se ha hecho- antes. De lo que
habrá que hacer a partir de ahora, incesantemente, para cambiarlo.

Quién crea que Boko Haram, que la destrucción de Alepo, que el Dáesh, que
las mujeres libres de Kobane, que las muertes de Niza, que el trío de las
Azores, que la posverdad de Trump-Putin-Erdogan, que el 11-M o que Faluya
devastada no tienen nada que ver ni están estrechamente interrelacionadas
con la globalización del miedo y el terror, con la miseria criminal de la
geopolítica, con las dictaduras toleradas o amparadas y con la metástasis de
las desigualdades, las pobrezas y las corrupciones por todas partes tendrá
imposible hacer del mundo un lugar común algo mejor. En el tablero de la
perversión concurre el riesgo de que el miedo se salga con la suya y que
islamofobia y radicalización yihadista se retroalimenten en una terrible
espiral de cismogénesis complementaria, que amenace con romper cohesiones
imprescindibles, atizar segregaciones inaceptables y desatar sandeces
políticas irracionales.

La fantasía, en política, suele derivar en infierno. Y la condición humana,
extremadamente ambigua, es capaz todavía de lo terrible y de lo sublime. No
hay que competir a ver quién es más bestia. En la fragilidad consciente que
hoy nos hace paradójicamente más resistentes a sabiendas de todo lo que
podemos perder es cuando hay que preservar más que nunca lo que todavía
tenemos y que hemos construido entre todas y todos. En la misma ciudad del
Diari de la Pau de 1991, de las manifestaciones multitudinarias desbordando
las calles contra la guerra ilegal que devastó Iraq, en la Barcelona que se
sintió Madrid el 11-M, en las avenidas que llenamos en febrero en
solidaridad con los refugiados, en los barrios de las trescientas lenguas
maternas que definen el país caleidoscópico -plural, complejo, diverso- que
vamos siendo. Sin miedo -a pesar del miedo- contra el miedo quiere decir
también que ayer mismo la solidaridad se escampaba por abajo: que los
taxistas bajaban la bandera, que las puertas de cualquier portal se abrían
de par en par, que los vecinos drenaban agua contra la jaula del miedo, que
cada pintada ultraderechista era borrada con colores, que la justa huelga de
Eulen se suspendía, que nos reconocíamos en cada uno de nuestros servicios
públicos y que las colas de vida desbordaban hospitales. Juntos, sí. Que es
cuando todavía podremos.

No es ningún santo de mi devoción, pero en 1941, sobre las bombas que nos
llovían en 1938, Churchill escribió: “No quiero infravalorar la severidad de
la prueba que cae sobre nosotros, pero confío en que nuestros conciudadanos
serán capaces de resistir como lo hizo el valiente pueblo de Barcelona”. Que
así sea, aunque soy ateo, por todos los dioses. Pese a que ingenuamente
(para decirlo todo entre paréntesis) creyera que los proxenetas del dolor,
los doctrinarios apolegetas del shock, los aprovechados de los réditos
políticos malos y las grises operaciones mediocres de estado tardarían algo
más en salir. También más convencido que ayer de que si los políticos tienen
que dimitir cuando toca, algunos periodistas también: no diré ningún nombre,
dado que el autorretrato de la brutal mediocridad se lo han hecho solos.

Contra la impotencia del sufrimiento evitable que ensombrece el presente
queda mucho por hacer. Pero si renunciamos -si ya no nos creemos-, si nos
debilitamos -si nos autoagrietamos-, si desistimos -si ya no defendemos que
paz, cooperación y justicia son el futuro-, esto equivaldría a decir que
ellos ya han ganado. Evitémoslo: la internacional del dolor, de la esperanza
en las dos orillas del Mediterráneo, se tiene que reconstruir
comunitariamente en cada barrio, en cada café y en cada escalera de vecinos.
Hoy, más que nunca, nos tenemos que sentir, sin fronteras ni barreras, como
un antifascista en Charlottesville, como un musulmán europeo en una
banlieue, como un judío del gueto de Varsovia, como un cristiano copto de
Egipto, como una mujer kurda activista en Kobane, como una exiliada siria
que no sabe cuando volverá: el mundo donde todavía caben todos los mundos
menos los que niegan los de los otros. Contra el rompecabezas del miedo,
hagamos de esta ciudad nuestro refugio. De pie, con las heridas abiertas de
hoy y las cicatrices que nos quedarán mañana, pero de pie. Por más que
hagan, que nunca más pasen: ni los unos ni los otros. Nunca más. En ninguna
parte. Contra nadie.

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