Cuba/Informe/ Capitalismo a la cubana: la revolución privada y la difícil lucha sindical [Daniel Valerio - Fernando Luis Rojas]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Ago 25 15:00:50 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

25 de agosto 2017

Boletín Informativo

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Cuba/Informe

Capitalismo a la cubana

Las contradicciones de sus reformas económicas

La revolución privada

En la cuna del socialismo latinoamericano ha surgido una nueva relación de
producción –para usar un término marxista– que incluye tanto la figura del
dueño-patrón como un nuevo fenómeno de explotación laboral y acumulación de
capital. Con la “actualización del modelo económico” cubano nació un sector
privado que el gobierno quiere ver crecer. Pero los vacíos legales de un
Estado diseñado para funcionar al margen del capitalismo, y la falta de
instituciones sindicales dedicadas a combatir (véase análisis de Fernando
Luis Rojas) la explotación dejan desprotegida a una nueva clase de
trabajadores.

Daniel Valerio

Brecha, 24-8-2017

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Todas las madrugadas Dariel llega a la panadería de su barrio para comprar
el pan que luego revenderá casi al doble del precio original. Clientes no le
faltan. Para muchos cubanos es una ayuda inestimable poder adquirir el
alimento en las puertas de sus casas; para otros es la única forma de evitar
las colas en la panadería. Dariel es, según se mire, un héroe o un villano.
Como muchos otros cubanos, ha tomado el camino de la autogestión. Es el caso
arquetípico de lo que en Cuba se denomina el “trabajo por cuenta propia”,
una actividad laboral por fuera de las estructuras del Estado. Se trata del
incipiente, pero creciente, sector privado en la isla socialista.

Cuba cerró el primer semestre de 2017 con unas 560 mil personas incorporadas
al trabajo por cuenta propia, la inmensa mayoría en emprendimientos
familiares o pequeñas empresas y cooperativas. La aspiración del gobierno es
que esa cifra se cuadruplique para 2030, hasta constituir poco menos de la
mitad de la población económicamente activa. En términos de sus aportes al
producto bruto interno (Pbi), las previsiones apuntan a un grado similar o
incluso superior.

El nacimiento de un cambio

Todo comenzó en setiembre de 2011, con una radical reforma de la
legislación. La idea era permitir que los individuos pudieran trabajar por
su cuenta o abrieran pequeños negocios para llevar a cabo algunas de las
centenares de actividades económicas autorizadas (en su mejor momento
llegaron a ser alrededor de 400). El argumento de las autoridades, defendido
en varias ocasiones por el presidente Raúl Castro, resultaba tan simple como
renovador: “El trabajo por cuenta propia también puede contribuir a la
construcción de nuestro socialismo próspero y sostenible”.

El Estado no tiene por qué ocuparse de una barbería, una cafetería…, su
función es conducir las principales ramas económicas del país y garantizar
las “conquistas de la revolución”, aseguraban por entonces dirigentes
políticos y gubernamentales. “Nadie tiene el derecho a estigmatizar a los
cuentapropistas”, repetía el general-presidente.

La economía privada se perfilaba como la opción perfecta para un país que
acababa de descubrir que en sus entidades estatales “sobraban” casi un
millón de trabajadores, luego de haber defendido durante mucho tiempo la
idea de que existía el pleno empleo. Los trabajadores menos eficientes
serían declarados “disponibles” en el mercado laboral durante los llamados
“procesos de idoneidad” (evaluación y clasificación de los asalariados según
diversos criterios en el lugar de trabajo, con el fin de reducir su
cantidad). Para ellos no parecía haber mejor destino que algún pequeño
emprendimiento propio o familiar.

Patrón y trabajador

Dariel se fue convenciendo por etapas de que debía trabajar de manera
independiente. La primera fue cuando recibió su primer salario como novel
técnico medio en construcción civil. “Eran 315 pesos (unos 13 dólares), con
eso tenía que arreglármelas para llegar a fin de mes”, recuerda. Ese mismo
día pidió la baja en su trabajo estatal.

Año y pico más tarde, la discusión con su último patrón lo puso frente a
otra premisa que rige su vida: no estar al servicio de nadie. En ese
entonces ya había ganado la calidad de cuentapropista. Trabajaba como
albañil en una brigada de construcción particular. Pero no lo hacía para sí
mismo, sino para el dueño. “En los papeles, éramos una cooperativa no
agropecuaria, y bajo esa ley debíamos cobrar, pero en realidad la voz
cantante la llevaba él y el dinero ‘de verdad’ nos venía por fuera.
Legalmente no teníamos cómo reclamar, y un día me dije ‘hasta aquí’.”

El caso de Dariel refleja las complejas relaciones que existen dentro del
sector privado cubano. Una de sus particularidades es que todas las personas
activas en él pertenecen oficialmente a la misma categoría –la de
cuentapropistas–, independientemente de si son patrones o empleados. Y es
que la gran mayoría de los cuentapropistas son trabajadores dependientes.

Al igual que Dariel, en el caso de Yanais también fue el bajo salario en un
empleo estatal lo que hizo que optara por el trabajo por cuenta propia. Esta
joven graduada en economía trabajó durante años de mesera en un restaurante
privado –los llamados “paladares–, como una forma de solventar sus gastos
estudiantiles. Pero luego de graduada, cuando descubrió que su salario no le
permitiría satisfacer las urgencias más esenciales, terminó convirtiendo el
trabajo de moza en su opción de vida. En una noche afortunada podía acumular
en propinas el equivalente a todo un mes de sus ingresos como contadora de
una empresa estatal.

Fue una rutina que se mantuvo inalterable hasta el día en que supo que
estaba embarazada. Tras la noticia, una mañana la despidieron con el
equivalente a tres meses de su salario. Aunque en Cuba el despido por
embarazo está proscrito en la ley.

Para Carlos, (1) dueño de un paladar con alojamiento en las afueras de la
oriental ciudad de Las Tunas, “las cosas tienen que ser así. Uno no puede
estar regalando su dinero y quedarse con una mano a’lante y otra atrás”. Al
conocerlo resulta difícil imaginar que se trate del mismo hombre que hace
una decena de años administraba un almacén estatal, o que su concepto de
pobreza sea el mismo que el de millones de compatriotas suyos que deben
vivir haciendo economías. Tampoco es fácil establecer paralelos entre su
realidad y la de las muchachas que trabajan en su restaurante, a orillas de
la transitada Carretera Central. “Todas saben que tienen que cuidarse,
porque la imagen vende”, dice Carlos, orgulloso.

A los efectos legales, Carlos disfruta del mismo estatus que sus empleados,
aunque en Cuba todos sepan que no está en las mismas condiciones. Ni el
Estado ni la sociedad civil han podido encontrar los mecanismos para que las
diferencias económicas no vayan acompañadas con el sello ignominioso de la
explotación.

Riesgo de una crisis simbólica

“El no reconocimiento o distinción jurídica de figuras como el dueño
empleador y el empleado limita el diseño de normas regulatorias”, alertan
los profesores Meylin Pacheco Fernández, Yordany Landa de Saá y Juan
Alejandro Triana Barrios, de la Universidad de La Habana y la Tecnológica
José Antonio Echeverría. Una investigación de su autoría, publicada en
diciembre del 2016, detalla cómo “a pesar de que el monto de trabajadores
contratados no es despreciable y su tendencia es ascendente”, resulta
“contradictorio el estado de desprotección en que se encuentran, (sometidos)
a prácticas que no sólo atentan contra sus derechos más universales sino que
muchas de ellas están asociadas a mecanismos en pos de la evasión fiscal”. A
juicio de estos investigadores se impone “el reconocimiento y distinción de
dueños y empleados como diferentes ante la ley”.

Pero tal decisión implicaría un retroceso en el orden simbólico, asunto de
la mayor prioridad para La Habana.

“La dirección del país siempre ha evitado otorgarles el calificativo de
‘reformas’ a las medidas que se han venido tomando desde 2007. En el
lenguaje oficial se las define como ‘actualización del modelo económico’,
pues cualquier alusión a un proceso reformista se considera un nexo directo
con la perestroika y los acontecimientos que condujeron al derrumbe de la
Unión Soviética”, señaló a Brecha un funcionario del nivel central en el
Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (Mtss). “Existe temor por los
efectos ‘incontrolables’ que pueda tener esta especie de Nep (nueva política
económica, en la Unión Soviética), algo para nada alarmista si se tiene en
cuenta que ya funcionan unos cuantos negocios de mediana magnitud y con
todas las trazas de seguir creciendo. Reconocer que dentro de ellos se
producen antagonismos de clase sería una concesión conceptual que haría a
muchos preguntarse hasta qué punto seguimos construyendo el socialismo”,
agregó el funcionario.

En el papel

Aunque en junio de 2014 se promulgó un nuevo Código del Trabajo –que en
teoría garantiza los derechos de los trabajadores ante los cambios
impulsados por el crecimiento del sector privado y las inversiones
extranjeras–, para el común de los ciudadanos esa normativa no ha logrado
regular el sector cuentapropista. Los derechos de estos trabajadores han
quedado en el papel.

“En la práctica, ni los obreros estatales han conseguido más poder de
decisión y mejores salarios, ni la mayoría de los empleados cuentapropistas
tienen aseguradas las vacaciones o las licencias por maternidad o
enfermedad”, considera Liván Rivero Gaínza, un arquitecto que comenzó
trabajando para el estudio de un colega sin haber firmado un contrato de
trabajo formal. Cuando en una ocasión le propusieron que se afiliara al
sindicato de trabajadores de la construcción, Liván consideró que no tenía
sentido hacerlo. “¿Cómo hubieran podido ayudarme el día que tuviera una
discusión con el dueño?”

De acuerdo con una encuesta conducida por el diario Granma, órgano oficial
del Comité Central del Partido Comunista, la mayoría de los jóvenes
incorporados al trabajo por cuenta propia consideran que los sindicatos son
“sólo papeleo y reuniones, y pocas veces ayudan”. Se trata de una percepción
refrendada por el hecho de que para la Central de Trabajadores de Cuba (Ctc,
la única confederación sindical) la prioridad está en “movilizar a los
trabajadores en aras de la defensa de la revolución y el cumplimiento de los
planes productivos”. Al menos así piensa Ulises Guilarte de Nacimiento,
secretario general de la organización.

Emprendedores

Granma consignó también que entre los asalariados del sector privado
persisten inquietudes relacionadas con la falta de protección por parte del
Mtss y la Ctc. Tales desventajas se hacen más evidentes ante imprevistos o
problemas médicos. “En las empresas estatales se aporta un 12 por ciento
para la jubilación, licencia de maternidad y otros aspectos a largo plazo;
además, se contribuye con un 1,5 por ciento para asuntos a corto plazo. El
sector privado no tiene esas prestaciones. Son carencias de la legislación,
que deja sin cubrir aspectos como la protección de la familia del trabajador
en caso de que éste muera, los accidentes laborales o el regreso de las
mujeres a las plazas que desempeñaban antes de una licencia por maternidad”,
explicó al diario cubano el abogado Crescencio Hernández Escalona,
especialista principal de la Sección Jurídica de la Ctc.

Javier es copropietario de un taller de automotores. La inversión para
abrirlo corrió a cargo de un primo que reside en Estados Unidos y que le
envía regularmente piezas y herramientas para mantener funcionando el
negocio. A pesar de los buenos números que muestran sus balances
financieros, Javier no paga a sus trabajadores ni vacaciones ni licencias
por enfermedad, pues “ellos ganan muy bien. Si quieren afiliarse a la
seguridad social, ese es su problema, no el mío”, razona. Opiniones
similares expresaron a Brecha propietarios de otros emprendimientos. Todos
forman parte de la incipiente clase media cubana, que puede permitirse lujos
inalcanzables para la mayoría.

Roces matrimoniales

Lo que pareció ser una perfecta luna de miel entre el gobierno cubano y su
incipiente sector privado puede delimitarse con exactitud: duró cinco años,
diez meses y 25 días. Luego comenzaron los roces. El 1 de agosto el Mtss
emitió una resolución que puso en pausa el otorgamiento de nuevas licencias
para un amplio grupo de actividades del sector privado, suspendió de forma
definitiva la concesión de nuevas licencias en ciertas actividades (véase
recuadro), e implícitamente dejó en punto muerto los ya de por sí
tremendamente complejos procesos de creación de nuevas cooperativas. De
acuerdo con declaraciones de la viceministra primera del Mtss, Marta Elena
Feitó, “no tenemos plazos para este período de espera, sólo podemos decir
que no será una cuestión de años, sino sólo hasta que se ponga en orden el
grupo de medidas que deben regular el sector”.

Para Esteban (2) lo único cierto es que muy posiblemente nunca podrá cobrar
los cerca de 400 dólares que ganó con su trabajo de los últimos meses en la
cooperativa de servicios financieros Scenius. El Ministerio de Finanzas y
Precios (Mfp) decidió el cierre de esa entidad, que había sido antecedido
por el congelamiento de sus cuentas bancarias varias semanas antes. La
noticia conmocionó al director general de la cooperativa, Alfonso Larrea
Barroso: “Nos dieron 30 días para liquidar las operaciones, supuestamente a
causa de ‘excesos’ en los servicios que prestábamos (no cumplimiento de las
normas, ‘violación de los derechos sociales’). Por ello empezamos un proceso
de reclamación, que tenía que ser ante el mismo ministerio que nos impuso la
medida”, comentó a Brecha. “No hacía tanto la Contraloría (General de la
República) nos había auditado sin encontrar problemas graves. Lo mismo había
sucedido con las empresas estatales a las que prestábamos servicios”,
recordó por su parte Esteban.

En Cuba las cooperativas no agropecuarias son estructuras que sólo están
permitidas como experimentos y pueden ser revocadas en cualquier momento por
simple decisión de un ministerio. Muchas veces deben operar bajo
reglamentación poco explícita, en el límite entre las prácticas que no están
prohibidas pero tampoco expresamente autorizadas, por lo cual en muchos
casos su funcionamiento es una suerte de improvisación. Paradójicamente, las
cooperativas –una forma de organización económica más afín a los principios
socialistas, compuestas por cuentapropistas– tienen menos margen para
funcionar que las empresas con dueño único.

Scenius era una de las seis cooperativas de servicios financieros
autorizadas en Cuba; la mayor. Fuentes de Brecha cercanas a la cooperativa
apuntan que entre sus planes inmediatos estaba ampliar los ingresos de los
cooperativistas. Las ganancias de Scenius se repartían entre sus socios de
acuerdo a la cantidad de horas trabajadas y al valor del servicio producido.
En la escala más baja, el sueldo mensual promedio era de 200 dólares, casi
siete veces el salario promedio en el país.

¿Creando disidentes?

El proceso de cierre de Scenius siguió un itinerario que arroja dudas sobre
las verdaderas intenciones del Estado. Si bien el Mfp adoptó su resolución
el 24 de julio, no fue hasta el 4 agosto cuando notificó a la junta
directiva de la entidad afectada. Los 11 días de espera resultaron
decisivos: en el ínterin llegó la resolución del Mtss que ponía un freno
temporal a la ampliación del sector privado.

A los efectos prácticos, más de 300 socios de Scenius quedaron sin trabajo,
con salarios y otros pagos pendientes. A todos el Mfp les hizo la
recomendación de “incorporarse a las actividades laborales en el sector
estatal cubano”.

“A veces da la impresión de que los que mandan en este país son de la Cia”,
lamenta Aldo, un antiguo combatiente de la lucha revolucionaria que tras
muchos años como electricista en una empresa de transporte ferroviario se
gana la vida cuidando bicicletas. “¿Qué van a hacer todas las personas que
trabajaban ahí? Cuando usted lo piensa, sólo puede concluir que quieren
volverlos disidentes, haciéndoles el trabajo a los yanquis. Si alguien me
martilla la cabeza cada vez que trato de sacarla, olvídate, me gana de
enemigo.” La opinión expresada por Aldo es representativa de un segmento de
la población identificado con la revolución pero que sin embargo cuestiona
parte de las políticas estatales, y que encarna el divorcio existente entre
la dirigencia del país y el cubano común de las clases bajas.

Con la meta firme

A pesar del cierre de Scenius, la decisión del Mtss no implica que se
prohíban los emprendimientos privados que están en funcionamiento y ya
cuentan con una licencia. Tampoco significa que desde el gobierno se haya
renunciado a seguir ampliando el sector privado en Cuba. Esta meta sigue
vigente. Y en su discurso ante la Asamblea Nacional, el 14 de julio pasado,
Raúl Castro lo dejó claro. Al tiempo que anunció que se tomarían medidas en
el sector cuentapropista, también recalcó su importancia para la economía
nacional: “Considero conveniente enfatizar que no hemos renunciado al
despliegue y desarrollo del trabajo por cuenta propia, ni a proseguir el
experimento de las cooperativas no agropecuarias. No vamos a retroceder ni a
detenernos, ni tampoco permitir estigmas y prejuicios hacia el sector no
estatal”, aseguró.

Las principales preocupaciones del gobierno con respecto al sector privado,
según las declaraciones de las autoridades, no tienen que ver con que haya
surgido este nuevo fenómeno de explotación laboral, propio de un modelo
capitalista. Los problemas evocados son otros. Un argumento es que en
ciertos sectores ya se ha saturado el mercado. Por ejemplo, en el principal
balneario, Varadero, desde hace meses ya no se otorgan nuevas licencias para
pequeños hoteles privados.

Pero otra razón importante para querer tocar el freno es que el naciente
sector privado produce una gran cantidad de ganancias acumuladas –de
capital– que quedan por fuera del Estado, por más que éste fiscalice sus
actividades. Existe el temor de que se generen de-sigualdades muy grandes en
el país y nuevos polos de poder económico.

Los nuevos “capitalistas”

Junto con la repatriación de emigrados y sus recursos, las remesas desde el
exterior constituyen una de las principales fuentes de financiación para el
pujante sector privado, aunque muchos evitan declararlas debido a que
“legalmente el gobierno no autoriza a invertirlas”, detalla en su libro
Voces de cambio en Cuba el catedrático Carmelo Mesa-Lago, profesor de la
Universidad de Pittsburgh. Una indagación desarrollada bajo su guía,
fundamentalmente en la capital cubana, apunta a otras vías de acopio para
engrosar el capital inicial, tales como la ayuda familiar (44 por ciento de
los encuestados), y de amigos y conocidos (20 por ciento). No contempla, sin
embargo, los fondos provenientes de la corrupción, fenómeno que en Cuba
alcanza grandes magnitudes, debido a los bajos salarios y las recurrentes
crisis de desabastecimiento.

Si bien no existen análisis confiables sobre el fenómeno, las periódicas
campañas policiales y de la Oficina Nacional de la Administración Tributaria
y la Contraloría General de la República han puesto en evidencia las
magnitudes que alcanza. Sin ir muy lejos, en octubre pasado el gobierno de
La Habana cursó advertencias a 129 de los 135 titulares de restaurantes
privados inscriptos en la capital, por problemas que iban desde “el consumo
y el expendio de drogas en sus locales, hasta el blanqueo de dinero”, según
declaraba la vicepresidenta del Consejo de la Administración Provincial,
Isabel Hamze. Una de las medidas derivadas del proceso fue la suspensión del
otorgamiento de nuevas licencias hasta que los interesados pudieran
justificar el origen de los recursos con los que pensaban iniciar sus
actividades. La experiencia en La Habana (y el descubrimiento de prácticas
corruptas) sirvió de ensayo para proceder luego a las suspensiones
temporales y definitivas de nuevas licencias a nivel nacional. De hecho, en
su discurso del 14 de julio Raúl Castro subrayó la necesidad de “enfrentar
resueltamente las ilegalidades y otras desviaciones” dentro del sector
cuentapropista (véase recuadro).

La anunciada “reorganización del trabajo por cuenta propia” ha despertado
inquietud también entre las profesiones que no fueron contempladas en el
paquete de suspensiones. No sería la primera vez que La Habana aplica la
reversa ante algún proceso que se le fue de las manos.

Hoy el mayor sueño de Dariel, el revendedor de pan, es reunir el dinero
suficiente para invertir en la importación de piezas de autos desde Rusia,
el llamado negocio de las “mulas”. Es un proyecto en el que iría a medias
con un primo comunitario, que alterna su existencia entre Miami y La Habana.
Sabe que sus días como constructor quedaron atrás; “en Cuba lo que da es el
trapicheo (la reventa), cualquier otra cosa es trabajo de esclavo”.

Notas

1) El nombre fue modificado para respetar el pedido de anonimato del
entrevistado.

2) Ídem.

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¿Qué ha cambiado?

El 1 de agosto el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de Cuba suspendió
de forma temporaria el otorgamiento de licencias para 28 actividades del
sector privado en Cuba; en el caso de otras cinco la medida tiene carácter
definitivo.

Entre las ramas listadas en el primer grupo se incluyen tres de las más
populares: el arriendo de viviendas y habitaciones, la operación de
cafeterías y restaurantes, y la venta de artículos de uso en el hogar. El
permiso para prestar servicios de construcción y reparación de inmuebles,
esencial en un país cuyo déficit de viviendas ronda las 900 mil, tampoco se
otorgará hasta que “concluya el perfeccionamiento del trabajo por cuenta
propia”, explica la resolución oficial sobre el tema.

De los rubros para los que no volverán a expedirse licencias, tres tienen
que ver con la alimentación, asunto de “seguridad nacional”, según el
presidente, Raúl Castro. En ese caso se encuentran las patentes para
“vendedor mayorista de productos agropecuarios”, “vendedor minorista de
productos agropecuarios” y “carretillero o vendedor de productos agrícolas
en forma ambulatoria”. Desde este mes también se cerró la puerta a nuevos
operadores de equipos rústicos de recreación y vendedores de discos; estos
últimos son los encargados de comercializar en toda la isla el “paquete”, un
peculiar compendio de contenidos (películas, series…) que se distribuye a
través de memorias Usb y que supone una seria competencia para la televisión
oficial.

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Ganancias en el mercado de alimentos

Los pequeños agricultores privados producen el 70 por ciento de los
alimentos que se cosechan en Cuba. Sin embargo, no son considerados
cuentapropistas en el sentido legal del término. En cambio el gobierno sí
otorgaba licencias de trabajo por cuenta propia a las actividades
relacionadas con la comercialización o el procesamiento de alimentos.

Las cosechas siguen varios canales simultáneos desde el campo a la mesa. Los
tres más importantes son el sistema gestionado por la empresa estatal
Acopio, los de las diferentes cooperativas agropecuarias, y los de los
grandes intermediarios privados, que operan al amparo de una licencia
específica para el caso.

La introducción del principio de oferta y demanda, en 2011, permitió que
crecieran estos intermediarios privados. De hecho, son los actores que mayor
desarrollo han tenido en esta rama en los últimos años.

Gracias a su calidad de privados no están obligados a regirse por topes de
precios en sus transacciones con cosecheros e intermediarios de menor
cuantía. Tampoco tienen prohibido el traslado de mercancías entre las
distintas provincias o el acopio para la reventa fuera de temporada.
Prácticamente la totalidad de sus operaciones se desarrollan en efectivo,
algo que limita la posibilidad de fiscalizar esa actividad.

Ya en mayo del año pasado los altos grados de corrupción en ese negocio
motivaron el cierre del mercado mayorista El Trigal, una plaza comercial de
nuevo tipo, donde operaban privados, que se había creado en las afueras de
La Habana. La medida fue resultado directo de las inquietudes planteadas por
varios diputados en las sesiones plenarias de la Asamblea Nacional, en
diciembre de 2015, y el generalizado malestar que provocaba la suba de los
precios (en algunos casos con aumentos de hasta 300 y 400 por ciento de un
año al otro).

En abril de 2016 el informe central al VII Congreso del Partido Comunista de
Cuba señaló: “Aunque comprendemos que el factor primordial en el crecimiento
de los precios reside en un nivel de producción que no satisface la demanda,
y que el avance en esta materia está condicionado por factores objetivos y
subjetivos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la irritación
de los ciudadanos por el manejo inescrupuloso de los precios por parte de
intermediarios que sólo piensan en ganar cada vez más”.

Desde entonces se ha intentado revitalizar la producción agropecuaria y
hacer más expedito el tránsito de los productos desde las zonas rurales a
las ciudades. Sin embargo, el cubano promedio sigue gastando la mayor parte
de sus ingresos en adquirir alimentos que no siempre tienen la calidad ni la
variedad necesarias para garantizarle una dieta balanceada, y los
revendedores –tanto estatales como privados– se llevan la porción del león
en el reparto de los beneficios.

Las propias autoridades cubanas reconocen que el abastecimiento y los
precios de los alimentos son los temas que generan más preocupación en la
població

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Capitalismo a la cubana

El propietario y el trabajador en Cuba

La difícil lucha sindical

Fernando Luis Rojas *

Brecha, 24-8-2017

http://brecha.com.uy <http://brecha.com.uy/>

Sobre Cuba hay mucho silencio y sesgo en la “gran prensa”. No es el monolito
que se presenta, donde todos piensan, opinan, viven de la misma forma.
También va quedando atrás –aunque sus representantes persisten– una
polarización que presenta el proyecto revolucionario que triunfó en enero de
1959, por un lado, como un remanso sin manchas ni errores y, por el otro,
como otra experiencia fallida ante el capitalismo.

El actual proceso de reformas que se lleva a cabo en la isla desde 2010,
divulgado como “actualización del modelo económico”, no puede mirarse
separado de las transformaciones y contradicciones de la historia reciente
del país, tomando como referencia el inicio de la década del 90 del pasado
siglo, el llamado “período especial”, las reformas de 1992-1994 y la etapa
conocida como “batalla de ideas” (1999-2005), que impulsó cambios en otros
ámbitos como el social y el cultural.

Además, una “reforma económica”, como se ha presentado esencialmente lo que
ocurre en Cuba, no puede separarse de sus correlatos políticos, sociales y
culturales.

Desde sus planteamientos iniciales, una de las principales direcciones del
proceso de reformas fue el fortalecimiento del sector no estatal de la
economía. Ciertamente, se ha producido una diversificación ampliada de los
espacios económicos que comienza a cuestionar –al menos discursivamente– la
hegemonía de la empresa estatal y el sector presupuestado. Sin embargo, las
instituciones que implementan las transformaciones han tenido hasta el
momento una predisposición más favorable al denominado “trabajo por cuenta
propia” que a la aprobación de cooperativas urbanas y de servicios
profesionales.(1)

Un término, tres actores

Es necesario apuntar que, en rigor, el término “trabajador por cuenta
propia” constituye un eufemismo, una “sombrilla” que se utiliza para definir
y regular al menos a tres actores económicos de diferente naturaleza
jurídica: 1) el trabajador por cuenta propia en sentido estricto
(autoempleado); 2) el trabajador de empresas privadas (contratado); y 3) el
empresario individual, propietario y gestor de las pequeñas y medianas
empresas.(2) Para apreciar el crecimiento que ha tenido el llamado trabajo
por cuenta propia basta decir que entre 2010 y 2017 los cuentapropistas
pasaron de 157.300 a más de medio millón.

Las transformaciones económicas implican un correlato con otras
problemáticas de carácter social, político y/o asociativo. En el caso
particular del estímulo a nuevas formas de propiedad y gestión, éste influye
por ejemplo en la recomposición de la estructura socioclasista, en la
problemática del empleo y en la actividad de los sindicatos (el análisis se
centrará en este último aspecto).

En Cuba existe una sola organización sindical reconocida oficialmente: la
Central de Trabajadores de Cuba (Ctc), que proviene de una experiencia
histórica en la que la agrupación de sindicatos de diferentes actividades,
oficios y empresas, con el fin de constituir una fuerza nacional, se apreció
como un paso de avance en la lucha.

Si reconocemos el peso que hoy tiene el empleo no estatal en el país, vemos
que, con casi 80 años de existencia, la Ctc se enfrenta hoy a una coyuntura
inédita –en magnitud– desde 1961, y especialmente después de 1968.

Varios factores dificultan la influencia de la organización de trabajadores
en el sector privado. El primero tiene que ver con un problema estructural:
el verticalismo que define la relación entre la central y los sindicatos
nacionales. Esto se ve agravado por el hecho de que los sindicatos se
organizan en función de los organismos e instituciones de la economía
nacional. Esta funesta verticalidad se visibiliza en el contexto de las
reformas, pues la consolidación del trabajador vinculado al sector privado y
el surgimiento de las cooperativas no agropecuarias proponen nuevos temas a
la agenda sindical y reclaman un grupo de acciones a corto plazo que no han
sido asumidas aún por la Ctc.

Uno de los asuntos de interés se encuentra en la inexistencia de un
sindicato que agrupe de manera particular a los trabajadores por cuenta
propia. En medio de las actuales circunstancias del país y la vitalidad que
alcanzan los negocios privados, crecen las contradicciones entre los
propietarios y los trabajadores. La Ctc debe superar su pasividad y
transitar a una práctica que reivindique disposiciones jurídicas aplicables
a estos espacios, y volcarse a un intercambio permanente con los
trabajadores.

Para ello debe comenzarse por construir la agenda constitutiva del sindicato
nacional que agruparía a estos empleados. Esto no es un proceso sencillo, en
primer lugar porque la Ctc carece de liderazgo y reconocimiento en estos
escenarios “privados”; en segundo término, porque el nivel de los ingresos
de los trabajadores del sector privado es muy superior al recibido por
quienes laboran en instituciones del Estado, y ello puede difundir el
criterio de que no es necesaria la mediación de la organización, además del
temor al despido; y finalmente –no menos importante–, la resistencia de los
propietarios a la organización sindical de “sus” trabajadores.

Dueños localizados

Otro asunto cobra fuerza en el sector privado: ¿qué hacer con los
propietarios? La creación de una asociación (empresario individual,
propietario y gestor de las pequeñas y medianas empresas) también pudiera
asumirse como una necesidad. Ahora bien, es incomprensible que coexistan en
la misma sección sindical –bajo el homogeneizador calificativo de
“trabajador por cuenta propia”– el empleado y el propietario que contrata su
fuerza de trabajo. En rigor, aunque pueda ser vista como una “necesidad del
país”, la Ctc no cometería ningún agravio si se manifestara en contra de la
sindicalización de los propietarios, o de la creación de una asociación de
éstos.

Un terreno de conflictividad se encuentra en las formas de lucha sindical.
Este es un asunto polémico en cualquier contexto, que alcanza una especial
dimensión en Cuba. La Ctc renunció en 1961 a dos métodos tradicionales de
lucha sindical: la ocupación de fábricas y las huelgas, con el argumento de
que, en las nuevas condiciones, toda paralización de la producción dañaría a
la revolución. La ocupación de fábricas fue criticada desde una nueva
realidad: “la empresa nacionalizada es de todo el pueblo y no de una parte o
sector de éste”.

Resulta sintomático que en los actuales estatutos no se hace alusión alguna
a los métodos de lucha sindical, aunque en el informe central de su último
congreso parece que se opta por la negociación colectiva.

El análisis de las formas de lucha debería ser fundamental para la Ctc y
ajustarse a la actual coyuntura de Cuba, en medio de todo el proceso de
reformas que se produce. Sería oportuno discutir, por ejemplo, si en
sectores como las empresas extranjeras y las pequeñas y medianas empresas de
propietarios (nominales o no) nacionales tienen cabida formas como el paro,
la huelga y hasta la ocupación por los trabajadores. No se trata de si el
Estado favorece estas formas de gestión, la Ctc podría ofrecer un punto de
vista diferente. Un proceso así daría a la organización la oportunidad de
llegar a un amplio número de trabajadores que hasta el momento permanecen
ajenos a su influencia real; y al mismo tiempo contrarrestar la explotación
del trabajo que se da en esos espacios, en el sentido que lo vieron los
fundadores del marxismo.

Construir la clase para si

No es una tarea fácil. Muchos trabajadores del sector privado en Cuba han
emergido con un “pecado original”: la complacencia con su condición. Ante la
depresión que tiene el empleo estatal en materia de salarios y la distancia
entre éstos y las necesidades de la población, no existe conciencia de cómo
–en muchos casos– el propietario explota el trabajo ajeno para su
enriquecimiento en su calidad de inversor; y si existe esa conciencia, ocupa
un lugar subordinado estratégicamente a las urgencias materiales.

En el caso de los inversores extranjeros, la “paz social” que defiende la
Ctc le otorga una oportunidad única a los empresarios capitalistas:
preocuparse exclusivamente por los términos establecidos con el gobierno
cubano. La tranquilidad y seguridad que ha defendido la revolución cubana
como conquistas, también podrán disfrutarlas dentro de sus empresas si son
capaces de “negociar” adecuadamente con los trabajadores.

Debe entenderse que los límites de este espacio dejan en el tintero otros
asuntos: el vacío regulatorio en cuanto a las relaciones entre propietario y
trabajador contratado; las insuficiencias del Código de Trabajo aprobado en
2014; el funcionamiento de las estructuras territoriales y de base de la
Ctc, entre otros.

Limitar o encuadrar las alusiones a las reformas actuales dentro de lo
estrictamente económico es ver la realidad de una manera simplista e
incompleta. En el tema pueden apreciarse los grandes retos que enfrentan la
sociedad civil y una institucionalidad que emergió –en sus rasgos actuales–
como resultado de la transformación radical que sobrevino después de 1959.
Es necesario que esas instituciones y organizaciones se piensen más con los
espejuelos de la contemporaneidad: sería su mejor servicio a la revolución
de la que emergieron.

* Fernando Luis Rojas (Moscú, 1982). Especialista del Instituto Cubano de
Investigación Cultural Juan Marinello (La Habana, Cuba). Autor de Más que
una isla (Sed de Belleza, 2015) y Ahora es tu turno, Miguel. Un homenaje
cubano a Miguel Enríquez (Icic Juan Marinello, 2015).

Notas

1) Este verano de 2017 el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social dio a
conocer una resolución (la número 22/2017) con nuevas disposiciones sobre la
actividad no estatal que generaron preocupaciones en este sector y la
población cubana en general.

2.Véase Norma Tania Rivero y José Luis Fernández de Cossío, “¿Por qué no
reconocer la existencia del empresario individual?”, en
http://progresosemanal.us (15-VII-15).

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