Palestina/ Racismo y colonialismo: la dualidad del proyecto sionista [Gilbert Achcar]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 12 12:51:16 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

12 de diciembre 2017

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Palestina

La dualidad del proyecto sionista: huir de la opresión racista y
reproducirla en un contexto colonial *

Gilbert Achcar

Jadaliyya, 3-11-2017

http://www.jadaliyya.com/

Traducción de Viento Sur

http://www.vientosur.info/

La dualidad entre la posición del oprimido y la del opresor no es rara en la
historia. Se observa en particular en el caso de los movimientos nacionales
que encarnan la lucha de una nación oprimida por liberarse del colonialismo
al tiempo que esa misma nación oprime en su propio país a una minoría –sea
esta nacional o racial o religiosa o perteneciente a cualquier otra
identidad– y que el movimiento nacional no reconoce esta última opresión o,
peor aún, la justifica con algún pretexto, como la acusación a la minoría de
constituir una “quinta columna” del colonialismo  1/.

A menudo se hace referencia a la frecuencia de esta dualidad con el fin de
“normalizar” el caso del sionismo, en el sentido de presentarla como algo
corriente y similar a otros muchos casos. El propósito suele ser el de
minimizar los agravios del sionismo, por no decir excusarlos, a fin de
normalizar la actitud ante el Estado sionista y tratarlo como algo
corriente. Intentaré demostrar en este artículo que dicho argumento no es
válido, explicando la singularidad de la dualidad propia del caso sionista.

Es indiscutible que el sionismo nació históricamente en respuesta a la
opresión secular padecida por los judíos en países europeos. Como es sabido,
la condición de los judíos en la Europa cristiana desde la Edad Media hasta
el siglo XIX era mucho peor que su situación en los países de mayoría
musulmana. Bajo las autoridades que se llamaban cristianas, los judíos
fueron víctimas de una persecución mucho más encarnizada que la
discriminación y la persecución ocasional a que los sometían las autoridades
autocalificadas de musulmanas.

Sin embargo, la Edad Moderna que siguió al periodo de la Ilustración y a la
Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, puso fin gradualmente a esta
persecución en Europa Occidental, gracias a la difusión de la noción moderna
de ciudadanía basada en la igualdad de derechos. Con el paulatino cambio
democrático, la condición de los judíos mejoró progresivamente en Europa
Occidental, desde la costa atlántica hasta las fronteras orientales de
Alemania y Austria. Poco a poco dio lugar a la integración de los judíos en
las comunidades locales y acabó con la discriminación. No obstante, la
primera gran crisis que afectó a la economía capitalista mundial, en el
último cuarto del siglo XIX –la “larga depresión”, como la llamaron–,
despertó diversas tendencias xenófobas. Al igual que todas las crisis
sociales, impulsó la búsqueda de chivos expiatorios por parte de grupos de
extrema derecha con el fin de movilizar la furia de sus sociedades al
servicio de sus proyectos reaccionarios.

En ese mismo periodo, Europa Oriental, especialmente su mayor extensión,
integrada en el imperio ruso, asistía a una expansión tardía del modo de
producción capitalista. Esta transformación tardocapitalista –que causó
trastornos agravados y complicados por su coincidencia en el tiempo con un
capitalismo más avanzado en Occidente y con la larga depresión– provocó una
aguda crisis social y un éxodo rural acelerado. A resultas de ello, las
tendencias xenófobas también cobraron impulso en Europa Oriental, siendo los
judíos sus víctimas primarias en el imperio ruso, particularmente en
regiones que hoy en día pertenecen a Ucrania y Polonia. Allí, los judíos
fueron víctimas de sucesivos pogromos, por lo que trataron de emigrar a
Europa Occidental y Norteamérica.

Así las cosas, los judíos se convirtieron en un objetivo predilecto de la
xenofobia en Europa Occidental, donde unían la condición de forasteros
migrantes a la de personas que profesaban una religión alóctona  2/. De este
modo, sobre el telón de fondo de la larga depresión y sus efectos, Europa
Occidental asistió al renacer de un antijudaísmo de nuevo cuño, moderno: una
teoría racial que pretendía basarse en las ciencias antropológicas y que
preconizaba que los judíos –o los semitas en general, incluidos los árabes
3/– pertenecen a una raza inferior y maligna. Fue entonces cuando surgió el
antisemitismo, que apuntó principalmente contra los judíos europeos y
acompañó a la expansión de una variante fanática del nacionalismo combinada
con la defensa del colonialismo. La larga depresión exacerbó, en efecto, la
competencia en torno a la división del mundo entre las metrópolis coloniales
en la llamada fase imperialista.

Sobre este mismo telón de fondo nació el movimiento sionista moderno en
forma de sionismo estatalista que, a diferencia de otras formas anteriores o
contemporáneas de sionismo espiritual o cultural, aspiraba a crear un Estado
judío. Como es bien sabido, el fundador del movimiento, Theodor Herzl, era
un judío austriaco asimilado que asumió sus convicciones sionistas después
de haber cubierto en París, como periodista, el juicio contra el oficial
francés de ascendencia judía Alfred Dreyfus, víctima del ascenso del
antisemitismo en su país. El caso Dreyfus llevó a Herzl a escribir su famoso
libro-manifiesto El Estado judío (Der Judenstaat en el original alemán:
literalmente, el Estado de los judíos), publicado en 1896 y que constituyó
la base de la convocatoria del primer congreso sionista en la ciudad suiza
de Basilea en 1897, un año y medio después de la publicación del libro.

Existe una diferencia cualitativa muy significativa entre la ideología
sionista elaborada por Herzl y las ideologías nacionales que surgieron en
Europa en la primera mitad del siglo XIX o en los países coloniales durante
la primera mitad del siglo XX. Mientras que la mayoría de estas ideologías
respondían a un pensamiento democrático emancipatorio, la ideología sionista
moderna formaba parte de la variante del nacionalismo fanático y
colonialista que estaba en auge cuando apareció. En efecto, si bien es
indiscutible que el sionismo es fruto de la opresión de los judíos y de la
reacción a la misma –el propio Herzl explicó en el prólogo de su libro cómo
“la miseria de los judíos” era la “fuerza motriz” del movimiento que quería
crear–, tampoco cabe ninguna duda de que el sionismo teorizado por Herzl es
una ideología marcada esencialmente por el pensamiento reaccionario y
colonialista.

En realidad, al margen de cómo lo percibían los judíos de Europa Oriental,
pobres y duramente perseguidos, que se aferraban a él como tabla de
salvación, el proyecto sionista ideado por Herzl fue en el fondo un engendro
creado por un judío austriaco laico y asimilado, destinado a deshacerse de
los míseros judíos religiosos que venían de Europa Oriental y cuya migración
a Occidente había perturbado la existencia de sus correligionarios
occidentales. Así lo reconoció el propio Herzl con singular franqueza en el
prólogo de su libro:

"Los asimilados se beneficiarían todavía más que los ciudadanos cristianos
con la partida de los judíos creyentes, pues se quitarían de encima la
rivalidad inquietante, incalculable e inevitable de un proletariado judío
empujado por la pobreza y la presión política de un sitio a otro, de un país
a otro. Este proletariado itinerante se tornaría sedentario. Muchos
ciudadanos cristianos –a los que llamamos antisemitas– pueden ahora ofrecer
una resistencia decidida a la inmigración de judíos extranjeros. Los
ciudadanos judíos no pueden hacerlo, pese a que les afecta mucho más de
cerca, pues ante ellos sienten más que nada la feroz competencia de
individuos que desempeñan oficios similares y que, además, introducen el
antisemitismo allí donde no existe o lo intensifican allí donde ya existe.
Los asimilados dan expresión a este agravio secreto con iniciativas
filantrópicas. Fundan sociedades de emigración para los judíos itinerantes.
Existe un reverso de la medalla que sería cómico si no se tratara de seres
humanos: algunas de estas entidades benéficas no han sido creadas para, sino
contra los judíos perseguidos, han sido creadas para despachar a estas
pobres criaturas lo más rápido y lo más lejos posible. Así, muchos supuestos
amigos de los judíos resultan ser, si bien se mira, nada más que antisemitas
de origen judío, disfrazados de filántropos.

"Pero los intentos de colonización protagonizados incluso por hombres
benévolos, por interesantes que fueran dichos intentos, hasta ahora no han
tenido éxito… Estos intentos eran interesantes en la medida en que
constituían, a escala reducida, sendos precursores prácticos de la idea del
Estado judío".

La nueva idea formulada por Herzl en sustitución de las empresas coloniales
filantrópicas fallidas que menciona –la más destacada fue la creada por la
familia Rothschild– consistía en pasar de las acciones benévolas a un
proyecto político integrado en el marco colonialista europeo, con el
propósito de fundar un Estado judío que formaría parte de dicho marco y lo
reforzaría. A este respecto, Herzl se dio cuenta de que los antisemitas
cristianos serían acérrimos defensores de su proyecto. Su principal
argumento, en el apartado titulado El Plan del segundo capítulo de su libro,
era el siguiente:

"La creación de un nuevo Estado no es una empresa ridícula ni imposible… Los
gobiernos de todos los países azotados por el antisemitismo estarán
sumamente interesados en ayudarnos a conseguir la soberanía que queremos".

Solo quedaba elegir el territorio en el que materializar el proyecto
sionista:

"Hay dos territorios posibles: Palestina y Argentina. En ambos países se han
llevado a cabo importantes experimentos de colonización, aunque basados en
el principio erróneo de una infiltración gradual de judíos. Una infiltración
está condenada a acabar mal. Prosigue hasta el momento inevitable en que la
población autóctona se considera amenazada y obliga al gobierno a detener la
entrada de judíos. Por tanto, la inmigración resulta fútil a menos que se
base en una supremacía asegurada. La Sociedad de Judíos tratará con los
dueños actuales del territorio, colocándose bajo el protectorado de las
potencias europeas si se muestran proclives el plan".

Hacia el final del último capítulo del libro, donde expuso los “Beneficios
de la emigración de los judíos”, Herzl aseguró que los gobiernos atenderán a
su propuesta “voluntariamente o bajo presión de los antisemitas”. Sus
Diarios incluyen muchas observaciones sobre la complementariedad de su
proyecto de enviar a los judíos pobres fuera del continente europeo con el
deseo de los antisemitas de deshacerse de ellos. Incluso profetizó, en el
comienzo de su primer Diario (1895), que los judíos se adaptarían a la
brutalidad de los antisemitas y los imitarían en su futuro Estado.

"Sin embargo, el antisemitismo, que es una fuerza poderosa e inconsciente
entre las masas, no dañará a los judíos. Entiendo que es un movimiento útil
para el carácter judío. Representa la educación de un grupo por las masas y
tal vez conduzca a su absorción. La educación solo es efectiva a base de
golpes. Se producirá un mimetismo darwiniano. Los judíos se adaptarán".

De acuerdo con el plan concebido por su padre espiritual, los líderes del
movimiento sionista se esforzaron por obtener el apoyo de una de las grandes
potencias europeas a su proyecto, que pronto se decantó exclusivamente por
Palestina. Aprovecharon la transferencia del territorio de la dominación
otomana a la británica en el contexto de la primera guerra mundial tras el
reparto de los restos del imperio otomano entre británicos y franceses, al
amparo de infame tratado Sykes-Picot de 1916.

Desde entonces, los líderes sionistas centraron sus esfuerzos en Londres. El
dirigente del sionismo británico, Chaim Weizmann, se apoyó en el magnate
judío británico y ex diputado, el lord Walter Rothschild. Las presiones
combinadas de ambos lograron obtener la conocida promesa del ministro de
Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, del 2 de noviembre de 1917. En su carta,
Balfour aseguró que “el gobierno de su Majestad [el rey Jorge V] ve con
simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para los
judíos, y hará todo lo posible por facilitar la consecución de este
objetivo…”. Esta infame declaración encajaba naturalmente en los cálculos
imperialistas británicos de entonces, en el contexto de la competencia entre
Gran Bretaña y los dos aliados que compartían la victoria en la guerra,
Francia y EE UU.

Las circunstancias históricas de la Declaración Balfour concordaban
plenamente con el punto de vista del profeta del sionismo, Theodor Herzl. El
propio Balfour era uno de esos cristianos antisemitas de los que Herzl sabía
que se convertirían en los mejores aliados del sionismo. El ministro de
Asuntos Exteriores británico, en efecto, no era ajeno al sionismo cristiano,
la corriente cristiana que apoya el retorno de los judíos a Palestina. El
verdadero objetivo de este apoyo –no declarado en muchos casos, pero
ocasionalmente admitido– es acabar con la presencia de judíos en los países
de mayoría cristiana. Para los sionistas cristianos, el retorno de los
judíos a Palestina supone el cumplimiento de la condición del Segundo
Advenimiento de Jesucristo, al que seguirá el Juicio Final, que condenará a
todos los judíos que no se hayan convertido al cristianismo al sufrimiento
eterno en el infierno. Esta misma corriente es actualmente en EE UU la más
firme defensora del sionismo en general y de la derecha sionista en
particular.

Cuando era primer ministro (1902-1905), el autor de la infame Declaración,
el propio Arthur Balfour, promulgó la ley de Extranjería de 1905, cuya
finalidad era poner coto a la inmigración en Gran Bretaña de refugiados
judíos que huían del imperio ruso. Vale la pena destacar en este punto un
hecho histórico que rara vez se menciona: Edwin Samuel Montagu fue el único
ministro británico que se opuso a la iniciativa de Balfour de emitir su
Declaración y el único ministro que manifestó su oposición al proyecto
sionista en su conjunto. Era el único miembro judío del gabinete encabezado
por David Lloyd George, del que formaba parte Balfour, y únicamente el
tercer ministro judío de la historia de Gran Bretaña. Montagu advirtió de
que la empresa sionista comportaría la expulsión de la población autóctona
de Palestina y reforzaría en todos los demás países a las corrientes que
deseaban deshacerse de los judíos. En un memorando que presentó en agosto de
1917 en el gabinete británico después de conocer lo que acabaría siendo la
Declaración Balfour, afirmó sin ambages:

"Quiero hacer constar mi punto de vista de que la política del gobierno de
Su Majestad es antisemita y que por consiguiente acabará siendo un punto de
referencia para los antisemitas de todos los países del mundo"  4/.

Tal como esperaba Herzl, el proyecto sionista se materializó bajo la
protección de una gran potencia europea como parte de sus designios
coloniales-imperialistas. Este proyecto no podría haberse realizado sin
dicha protección y sin integrarse en un marco colonial-imperialista más
amplio. El pueblo judío al que Herzl quería dotar de un Estado propio era un
pueblo imaginado, carente de toda institución política que lo constituyera
en pueblo y de la fuerza requerida para participar en la carrera colonial de
finales del siglo XIX.

Al fundar el movimiento sionista, Herzl quiso crear esa institución política
inexistente y encaminarla a la colaboración con una de las grandes
potencias. Así, el proyecto sionista depende estructuralmente, desde el
comienzo, de la protección de una gran potencia, tal como había previsto
Herzl. Esta dependencia ha marcado la historia del movimiento sionista y
después la de su Estado hasta nuestros días. Seguirá existiendo mientras el
Estado de Israel se base en la opresión colonial, pues la consecuencia
natural de ello es la enemistad con el pueblo palestino y los demás pueblos
vecinos de Palestina, hasta el punto de que Israel necesita la protección de
una gran potencia exterior. EE UU ha desempeñado este papel desde la década
de 1960.

En suma, el sionismo no es un movimiento normal de liberación nacional que
comparta el carácter dual de muchos de estos movimientos que luchan contra
la opresión colonial mientras oprimen a otras comunidades, sean nacionales o
de otro tipo. Esto es lo que afirman los partidarios de Israel que no son
tan fanáticos como para negar la opresión perpetrada por el Estado sionista.
Lo cierto, sin embargo, es que el movimiento sionista se construyó sobre la
base de la explotación y la opresión sufridas por los judíos y de la ayuda
de los antisemitas con el fin de crear un Estado colonial integrado
estructuralmente en el sistema imperialista, y no un Estado poscolonial,
como pretende.

En un giro trágico de la historia, el antisemitismo alcanzó un clímax en la
Europa del siglo XX con el ascenso al poder de los nazis y la posterior
realización de su proyecto genocida, obligando a un gran número de judíos
europeos a buscar refugio en el sionismo, ya que otras formas de
antisemitismo les cerraron las puertas de EE UU, Gran Bretaña y otros
países. De este modo, el Estado sionista logró hacerse realidad y
presentarse como compensación redentora del genocidio nazi contra los
judíos. Estas circunstancias históricas han permitido a ese Estado oprimir a
la población autóctona de Palestina en un grado que sin duda va mucho más
allá de lo que los fundadores del sionismo, incluido Herzl, habían previsto.

Hoy en día –un siglo después de la Declaración Balfour, casi 70 años después
de la fundación del Estado de Israel en el 78 % del territorio de la
Palestina del Mandato Británico y medio siglo después de que ese Estado
ocupara el 22 % restante–, el primer ministro sionista, Benjamin Netanyahu,
sigue obteniendo de los antisemitas contemporáneos de los países
occidentales el respaldo necesario para el arrogante comportamiento colonial
de su Estado y su gobierno. Al apoyarse en los sionistas cristianos de EE
UU, codearse con el antisemita primer ministro de Hungría y mantener el
silencio sobre la defensa por parte de Donald Trump de la extrema derecha
antijudía y antimusulmana de EE UU, Netanyahu sigue fielmente las recetas de
Herzl, aunque de una manera moralmente todavía más detestable al producirse
después del genocidio nazi, que mostró los horrores a los que pueden
conducir el antisemitismo y otras formas de racismo.

* Esta ponencia se presentará en lengua árabe en una conferencia convocada
en Beirut para los días 13 y 14 de diciembre por el Instituto de Estudios
Palestinos con motivo del centenario de la Declaración Balfour. La
traducción inglesa del original árabe es del propio autor.

Notas

1/  Es cierto que la dominación extranjera sobre un país trata a menudo de
utilizar a minorías oprimidas cuya condición ha mejorado como efecto
secundario de su presencia. Por supuesto, esto no justifica, ni mucho menos,
que la mayoría oprima a la minoría tras la liberación de la dominación
extranjera en vez de limitarse a castigar a los individuos que hubieran
colaborado con los ocupantes en la comisión de graves crímenes –sean
miembros de la minoría o de la mayoría–, tratando al mismo tiempo de abolir
la opresión de la que la minoría hubiera sido objeto históricamente con el
fin de construir una sociedad nueva de ciudadanos iguales.

2/  El primer exponente de este análisis materialista del ascenso del
antisemitismo es Abram Leon, The Jewish Question: A Marxist Interpretation
(Nueva York: Pathfinder, 1970). Marxista belga, antisionista de ascendencia
judía, Leon murió en Auschwitz en 1944. Su manuscrito francés se publicó por
primera vez en forma de libro en 1946.

3/  La noción de “semitas” remite a las lenguas semíticas, entre las que
actualmente destacan el hebreo y el árabe.

4/  “Memorandum of Edwin Montagu on the Anti-Semitism of the Present
(British) Government”, The Balfour Project. Montagu consideraba
“inconcebible que el gobierno británico reconozca oficialmente al sionismo y
autorice al Sr. Balfour a decir que Palestina debe reconvertirse en el
‘hogar nacional del pueblo judío’. No sé qué implica esto, pero supongo que
significa que los mahometanos y los cristianos tendrán que dejar sitio a los
judíos y que los judíos ocuparán todos los puestos de preferencia y se les
asociará específicamente con Palestina como se asocia Inglaterra con los
ingleses o Francia con los franceses, que los turcos y otros mahometanos
serán considerados extranjeros en Palestina del mismo modo que los judíos,
de ahora en adelante, serán tratados como forasteros en todos los países
salvo en Palestina.” Después añadió con gran capacidad de predicción: “Tal
vez la ciudadanía solo pueda obtenerse después de superar una prueba
religiosa.

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