América Latina/ La izquierda y la "cuestión liberal" [Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Dic 12 12:53:59 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

12 de diciembre 2017

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América Latina

La izquierda y la “cuestión liberal”

Pablo Stefanoni *

Revista Panamá, diciembre 2017

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La reciente condecoración de Evo Morales al dictador ecuatoguineano Teodoro
Obiang con el Cóndor de los Andes –que incluyó la broma de que le pediría
asesoramiento para ganar con más del 90% de los votos– puede ser tomada como
un hecho anecdótico. Asumida como un gesto diplomático frente a un
dignatario extranjero que concurrió a una cumbre del gas con poca asistencia
de presidentes, o incluso más: como un gesto tercermundista hacia el primer
líder africano que pisaba el Palacio Quemado. Pero también puede leerse como
una luz amarilla por parte de un presidente que precisamente en esos días
conseguía un forzado fallo del Tribunal Constitucional que habilitaba su
repostulación indefinida a la presidencia pese a que un referéndum en
febrero de 2016 rechazó esa posibilidad.

Y acá es inevitable el espejo con Honduras, donde un gobierno de signo
contrario -posgolpista, antipopular y represivo- usó esa misma vía, que fue
rechazada por el ex presidente Manuel Zelaya, víctima él mismo de un golpe,
como producto de la cooptación de la justicia. El problema de las izquierdas
y “populismos” latinoamericanos es que vienen colgando el cuadro de Carl
Schmitt mientras están en el gobierno y reemplazándolo por el de Isaiah
Berlin cuando pasan a la oposición. A menudo, el uso instrumental de la
democracia –bajo el supuesto de que lo que importa verdaderamente es el
cambio social– es similar al de las derechas. Pero el Estado de derecho no
es solo un límite a las transformaciones radicales, es también un mecanismo
de defensa cuando cambia el signo político (una Argentina tentada del
“populismo al revés”). Y de manera más principista, sin esa “ortopedia para
caminar erguidos” (E. Bloch) que son los derechos democráticos (¿burgueses?)
resulta difícil pensar en la efectiva radicalización democrática y en la
preservación del pensamiento crítico, que siempre choca con el Estado y el
poder. Quizás Noruega pueda darnos estos días alguna lección al respecto.

Una parte de la izquierda continental considera, no obstante, que frente a
las dificultades electorales –y el debilitamiento de los gobiernos
progresistas– es necesario renunciar a la amplia hegemonía que caracterizó a
los progresismos durante gran parte de sus gestiones y encerrarse en el
“verdadero” pueblo (minoritario). Pero eso no es más que un riesgoso camino
desde el populismo democrático que caracterizó a varias de las experiencias
de la región hacia una suerte de “nacional-estalinismo” criollo –que
polariza desde minorías intensas y ya no desde las mayorías sociales–, que
debe transformarse crecientemente en “régimen” y apelar a mecanismos
extrademocráticos (control del aparato estatal e incluso represivo) para
conservar el poder. Venezuela hace tiempo que transita esa deriva. Bolivia
podría correr el riesgo de comenzar a transitarla. Y aunque ese camino
parezca justificarse en la radicalización del cambio, eso es un espejismo.
Los cambios más poderosos en Bolivia –y en Venezuela– se hicieron en el
momento hegemónico, sostenidos en amplias mayorías electorales y callejeras;
ninguno se hizo desde un “populismo de minorías”. Por el contrario, el
periodo que va desde 2014, cuando la perspectiva reeleccionista encontró
mayor resistencia social –especialmente urbana– hasta hoy, coincide con el
momento más pobre en términos de ideas e imágenes de futuro por parte del
gobierno boliviano.

Tampoco se puede ser ingenuo a la hora de echar por la borda la “democracia
burguesa”. No se trata de un consensualismo bobo, de subestimar las
resistencias conservadoras ni de ser almas bellas o radicales de salón, pero
sí de pensar de manera honesta qué tipo de instituciones requiere el cambio
social, pensar en serio la democracia (sin tirar al niño democrático con el
agua sucia de la bañera liberal): es imposible desconocer que a menudo, las
formas de “democracia popular directa” se transformaron en instrumentos poco
democráticos y en formas de despotismo personal o colectivo bajo la pantalla
del poder popular. Tampoco es fácil explicar, para la izquierda continental
tan adepta a esa terminología, que la Asamblea Constituyente de Nicolás
Maduro no sea un “(auto)golpe blando”.

En una reciente presentación –con una emotiva escenificación– de un libro
clásico sobre el cerco a La Paz de Tupak Katari, pudo verse la apatía del
público. Y ella se explicaba porque quienes participaban del acto eran en su
mayoría empleados públicos obligados a participar y lo mismo ocurre, cada
vez más, con los mitines oficialistas. Y esta apatía no es consecuencia de
la conspiración imperialista, ni siquiera de una mala situación económica,
que no es tal, sino de los efectos de detentar el poder por doce años, gran
parte del tiempo con el control de todos los órganos del Estado y de dos
tercios del congreso. No es casual que hoy la izquierda crezca donde
gobierna la derecha (Chile, Perú, México) y retroceda donde gobierna o
gobernaba hasta hace poco (incluso en el institucional Uruguay).

No obstante hay quienes atribuyen los problemas al imperio y a las
traiciones (Ecuador) o a guerras de “cuarta generación” tan inquietantes
como ideológicamente tranquilizadoras. Un repliegue hacia los creyentes que
termina a la larga, o a la corta, por erosionar las banderas del cambio. Y
que no comprende que el ciclo iniciado en los primeros 2000 encontró su fin
tal como lo conocimos.

* Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.

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