América Latina/ "Los gobiernos progresistas de la región pactaron con el gran capital" [Maristella Svampa - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 11 13:53:25 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

11 de febrero 2017

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América Latina

“Los gobiernos progresistas de la región pactaron con el gran capital”

A punto de lanzar su nuevo libro, “Del cambio de época al fin de ciclo”, en
el que analiza lo que llama el posprogresismo en América Latina, la
socióloga argentina Maristella Svampa postula la necesidad de una nueva
izquierda que incorpore la lucha anticapitalista, el discurso antipatriarcal
y sobre todo la agenda de crisis socioambiental.

Francisco Kovacic, desde Buenos Aires

Brecha, Montevideo, 10-2-2017

http://brecha.com.uy/

—¿Cuál es su mirada sobre el actual gobierno de Macri después de 12 años de
kirchnerismo?

—Tanto Argentina como Brasil vienen dando cuenta del final del ciclo
progresista y un pasaje hacia gobiernos más conservadores. En los dos países
da la impresión de que el progresismo dejó de ser una lingua franca con la
cual nos entendíamos todos más allá de las disidencias, y hemos abierto paso
a gobiernos que introducen un nuevo lenguaje político. Vuelve un
neoliberalismo que tiene que ver con la manera en que se piensa la sociedad
en algunos temas clave como la seguridad, el mercado, la economía, los
derechos sociales y las relaciones laborales. En ese marco también está el
extractivismo.

Hay continuidades y rupturas con el gobierno anterior de Cristina Fernández.
Por un lado, salimos de ese populismo de alta intensidad que había
conllevado una fuerte personalización del poder y entramos en la era de un
gobierno neoempresarial. Pero el extractivismo ha sido una característica de
todos los gobiernos latinoamericanos, más allá del color político que
tuvieran. Esto está asociado al consenso de los commodities, al modelo de
desarrollo al que han apostado por las ventajas comparativas de exportar
materias primas. Estamos asistiendo al cercenamiento de los derechos
sociales básicos en nombre de la flexibilización laboral y la atracción de
capitales. Esto es claro y no se puede negar.

—¿Cuál es su concepto de la herencia recibida del kirchnerismo?

—Es difícil sintetizarlo. No podemos ser lineales. Primero porque es un
momento en el cual el kirchnerismo está en la picota. Es algo que le
conviene al gobierno de Macri para seguir promoviendo la polarización
política y hay una tendencia a reducir al kirchnerismo a una pura matriz de
corrupción y no es así. Hubo también un lenguaje de derechos expresado en
numerosas medidas, desde los juicios a los genocidas, la asignación
universal por hijo, la ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de
género y los derechos a los mayores jubilados. Hubo medidas concretas y un
lenguaje de derechos con ciertas políticas de inclusión que fueron parte del
kirchnerismo. Pero por otro lado el kirchnerismo propició toda una agenda
ligada al avance del extractivismo y la precarización laboral. Como los
populismos y los transformismos, combinó políticas de inclusión social con
un pacto de gobernabilidad con el gran capital.

—Uno puede pensar que no había otra salida en Argentina después del incendio
de 2001.

—Eso sería reducir el escenario político que se dio con la crisis. Argentina
se reveló como un gran laboratorio social donde emergieron nuevas
movilizaciones sociales que buscaron reconstituir el tejido social del
trabajo. Las asambleas barriales, el movimiento piquetero, las fábricas
recuperadas por los trabajadores y los innumerables colectivos culturales
buscaban recomponer el vínculo político desde abajo pero rechazando de
manera muy radical las formas de representación política. A fines de 2002
hay un debilitamiento de ese campo por diferentes razones: por la falta de
conexión entre lo social y lo político, pero también por la gran represión
del puente Pueyrredón de junio de 2002. Fue un golpe muy fuerte a las
fuerzas sociales movilizadas y que puso de relieve la gran asimetría
existente entre los movimientos sociales y el poder del Estado. Y vino el
peronismo de la mano de Néstor Kirchner. El peronismo se caracteriza
históricamente por tener una gran productividad política.

—A eso me refería: Kirchner captó un mensaje, aunque con el tiempo terminó
aliado al gran capital.

—Hubo tres aciertos de Néstor Kirchner en el inicio. Por un lado, captó el
mensaje de las organizaciones sociales y lo cristalizó en la política de
derechos. Es en ese momento que se consolida el consenso en las fuerzas
sociales movilizadas acerca de que era necesario castigar a los culpables de
los delitos de lesa humanidad. No es un consenso que construye Kirchner. En
segundo lugar, emerge en un período particular: la suba de los precios de
los commodities y el surgimiento de un espacio regional con un discurso
latinoamericanista novedoso. Kirchner ve la posibilidad de insertarse como
una fuerza nueva en ese marco. Y el tercero es que el kirchnerismo, en tanto
populismo, combina las políticas sociales, de apertura, de inclusión, del
discurso latinoamericanista, con el pacto con el gran capital en una época
en la cual la trasnacionalización de la economía se hace cada vez mayor y
más presente. En la época de Kirchner hubo mayor concentración económica que
en el menemismo

—¿Podemos incluir al kirchnerismo entre el progresismo latinoamericano?

—Por supuesto, a condición de hacer una lectura más fina de lo que ha sido
el progresismo a nivel latinoamericano. En Del cambio de época al fin de
ciclo reúno varios de mis artículos sobre América Latina ligados a los temas
de progresismo, extractivismo y movimientos sociales. Allí trato de
reflexionar sobre estas dimensiones del progresismo latinoamericano que es
necesario leer en términos de dinámicas recursivas e históricas. Se trata de
un ciclo que se abre en el año 2000, quizá podríamos decir 1999, con el
ascenso de Hugo Chávez. Yo tiendo a identificarlo con la inflexión que
supuso la guerra del agua en Bolivia, una acción importante porque significó
la expulsión de una gran multinacional y el inicio de un ciclo ascendente de
lucha. Y progresivamente se va cerrando en 2016, con el viraje hacia
gobiernos conservadores en Argentina y Brasil, y también con el descalabro
político en Venezuela.

Hay gente que tiende a asociar al progresismo con la izquierda. En realidad,
en términos etimológicos, apunta a la idea de una fuerza de cambio que cree
en el progreso, en el avance de las fuerzas sociales. Es una designación muy
amplia y genérica que congregó diferentes experiencias políticas. Por eso
hablo de una lingua franca, porque fue una especie de lengua común para
experiencias diferentes. Inicialmente muchos pensamos que era la expresión
de las nuevas izquierdas, que además podrían hacer converger y nuclear a
distintas tradiciones de la izquierda: la populista, la clasista, la
comunitaria indígena y la autonomista, que son las más importantes en
América Latina. Sin embargo, lo que vimos fue el desacoplamiento entre
izquierdas y progresismo.

—¿El kirchnerismo entonces hizo estallar el concepto de progresismo?

—No diría que lo hizo estallar. El kirchnerismo produjo el desacoplamiento
de ese progresismo y las expectativas de izquierda que abrigaba al comienzo
del ciclo. Por eso hay que leerlo en perspectiva histórica.

—¿Podemos tomar a Bolivia como un ejemplo de cambio sostenido frente a una
Venezuela que está en serios problemas, un Chile que nunca ingresó a ese eje
progresista, Argentina y Brasil que ya salieron hacia la derecha, y Uruguay
con un Tabaré Vázquez más hacia la derecha?

—En Bolivia reconozco grandes avances en derechos pero también hay grandes
problemas. Por efecto de la movilización hubo reparto de tierras, políticas
sociales, y sobre todo lo simbólico que significa combatir la discriminación
étnica y colocar a los indígenas en el lugar de la dignidad. Eso es uno de
los aportes mayores del gobierno de Evo Morales y que va a marcar un antes y
un después.

Pero hay una imagen muy romantizada del gobierno boliviano como gobierno
indígena. A partir de 2008 hubo fuertes conflictos con grandes
organizaciones indígenas rurales, varias de las cuales habían formado parte
del Pacto de Unidad. No hay que olvidar que ese pacto fue el proyecto
político indígena que ocho organizaciones indígenas rurales presentaron en
la Asamblea Constituyente y que fueron la base de la creación del Estado
plurinacional y sobre todo de las autonomías. Lo que se consolidó en
Bolivia, como bien sostiene Luis Tapia, es un Estado plurinacional débil
donde las autonomías no ocupan ningún lugar en la agenda. Y donde lejos del
lenguaje ambientalista o por los “derechos de la Pachamama”, se consolidó el
extractivismo, que además no viene sólo de la mano de la expansión de la
frontera energética sino del agronegocio.

—¿Hubo algún gobierno de la región que lograra evitar el pacto con el gran
capital?

—Estos gobiernos progresistas buscaron estabilizar una relación con el gran
capital. Hubo enfrentamientos también, por las expropiaciones en el caso de
Morales, con los hidrocarburos. Hubo políticas de estatización que
confrontaron con los grandes capitales. Pero el extractivismo conlleva un
pacto. De hecho hay un giro híper extractivista en Bolivia, donde se quiere
construir grandes represas hidroeléctricas. Chávez también confrontó con los
sectores petroleros y debió enfrentar un golpe de Estado. Nicolás Maduro
firmó ahora un decreto para crear en la zona del arco minero y petrolero un
polo sin estudios de impacto ambiental y donde el derecho de consulta de los
pueblos originarios no existe.

—No hay cómo luchar contra el gran capital, entonces. Ni en América Latina
ni en Europa, donde Podemos en España y Syriza en Grecia se mostraron como
buenas banderas de rebeldía ante el capital pero insuficientes para generar
propuestas aplicables a políticas de Estado alternativas…

—No lo sabemos en el caso de Podemos porque no accedió aún al gobierno. Es
lamentable en el caso de Syriza porque se suponía que tenía un plan B para
instrumentar con relación a la Unión Europea.

Todo esto se da en un contexto geopolítico que cambió mucho. En Europa hubo
una profundización de las políticas de derecha con xenofobia y nacionalismo.
En el año 2000, cuando se creó la moneda única, los ensayos que leíamos
hablaban de una expansión de la frontera de derechos. Diecisiete años
después es una Europa replegada sobre sí misma, con crisis económica y
niveles de exclusión importantes hacia distintos niveles sociales y una
crisis humanitaria mayor rechazando a los refugiados. La verdad es que queda
poco de la Europa utópica con derechos. Mucho más ahora, después del Brexit
y la emergencia de Donald Trump. Los partidos socialdemócratas no tienen
respuesta para eso. Forman parte del establishment, como lo fue el Partido
Demócrata con Hillary Clinton en Estados Unidos. Entonces tenemos la
emergencia de esas derechas populistas, xenofóbicas, racistas que prometen
soluciones mágicas a problemas tan complejos.

—¿Esa centroizquierda es parte del establishment?

—Uno lo ve con claridad en Francia, donde el Partido Socialista ha generado
una elite política comparable a la derecha. Son sectores que se han
enriquecido, con un alto nivel cultural, que desconocen los problemas que se
viven en la calle, con exclusión especialmente para los hijos de inmigrantes
africanos y de Oriente.

—¿Por qué no pensar en construir una izquierda en lugar de reconstruir a la
centroizquierda? ¿La palabra izquierda genera miedo y es preferible hablar
de centroizquierda para no asustar a los votantes?

—Yo hablo de izquierda. Podemos pensar en una centroizquierda que mira a la
izquierda, que no es el caso de lo sucedido en los últimos años. En
Argentina, la explosión del campo de la centroizquierda fue aprovechada por
el kirchnerismo

Hay que repensar a las izquierdas en un contexto posprogresista que implica
tratar de conjugar las distintas tradiciones. Debe concebirse como una
izquierda anticapitalista y laborista, pero por sobre todo ecológica. Si no
incorpora la crisis socioecológica que tiene alcance civilizatorio no hay
posibilidad de recomposición alguna de ese espacio político e intelectual
llamado izquierda. La izquierda que se viene, si es que se viene, es
clasista, antipatriarcal pero profundamente ecológica.

—Con Trump, Macri, el brasileño Michel Temer y la derechización europea,
¿cuál es el camino para una alternativa de izquierda o progresista?

—Hay que ver las cosas sin ese resentimiento que anida en quienes quedaron
fuera del poder. Quizá el PT brasileño tenga más derecho a quejarse de eso.
No estoy segura de que podamos dialogar amigablemente con aquellos sectores
que adhirieron tan acríticamente al progresismo en la década pasada, pero
sin embargo es necesario. La dificultad está en que esas heridas están
abiertas. Esto que ocurrió en Argentina también ocurrió en toda la región.
En Bolivia tengo muchos amigos que fueron parte del gobierno de Evo Morales
en sus comienzos y hoy están afuera, al punto de ser considerados enemigos
de Evo.

—¿No hay alternativa en Bolivia a Evo Morales?

—Sí la hay y además está construida. Lo que pasa es que ellos juegan con la
idea de tierra arrasada. No permiten el surgimiento de nuevos liderazgos.
Los populismos no pueden construir sucesión porque están basados en la
concentración de poder en un líder. Evo cree que no puede ser remplazado por
nadie. Lo que ha hecho además es expropiar esa energía social fabulosa que
había en Bolivia diseminada en diferentes expresiones sociales y que ahora
sólo parece estar concentrada en su persona. Eso es lo que hicieron los
progresismos también y en algún punto es imperdonable: expropiaron la
energía social, que quedó concentrada en esos liderazgos tan fuertemente
personalizados.

En Bolivia había dos tendencias. Una era personalizar el poder en Evo
Morales y la otra democratizar ese poder y buscar formas colectivas de
expresión. Esta última perdió espacio en el medio de un proceso de
polarización con la guerra de baja intensidad que hubo con las oligarquías
de Oriente. El proceso hay que entenderlo con las capacidades que retomaron
los estados y esta identificación entre los liderazgos personalistas y el
Estado. El populismo es fetichización del Estado en la persona del
presidente. Esta idea de que las conquistas sólo se pueden preservar si se
conserva el liderazgo personalista es una idea muy negativa en América
Latina. Implica una gran desconfianza en las dinámicas colectivas de acción,
que es lo que debemos recuperar. Los movimientos están muy fragmentados por
el momento, pero son la base para pensar una nueva alternativa. Es un tiempo
perturbador, no solamente a nivel regional por el giro a la derecha que
supone, sino a nivel global, por lo que genera el ascenso de las derechas
xenófobas y racistas como las representadas por Donald Trump.

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