Haití/ misión cumplida: Minustha, un instumento de represión y las peores violaciones [Mónica Riet]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Feb 19 19:15:24 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

19 de febrero 2017

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germain5 en chasque.net

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Haití

Misión cumplida

Mónica Riet

Brecha, Montevideo, 17-2-2017

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Si en abril las tropas uruguayas se retiraran de Haití, como lo han
asegurado ministros y parlamentarios, podrán irse satisfechas, pues su
misión principal ha sido cumplida.

Los objetivos declarados de la Minustah, enviada en 2004 por el Consejo de
Seguridad de la Onu para relevar a las tropas estadounidenses que habían
invadido Haití meses antes, eran “estabilizar y pacificar el país desarmando
a grupos guerrilleros y delincuenciales, formar un cuerpo de policía
profesional, promover elecciones libres e informadas, proteger los derechos
humanos, fomentar el desarrollo institucional y económico”. El único
objetivo cumplido, de los declarados, fue la formación de un cuerpo de 15
mil efectivos de la Policía Nacional Haitiana entrenados y armados para
reprimir con violencia excesiva a las multitudes que participan en
manifestaciones populares de las que abundan en el país ocupado, fenómeno al
que catalogan como “desestabilización”. No se propuso, en cambio, el desarme
de organizaciones criminales de narcos, paramilitares, secuestradores y
violadores, ni el desmantelamiento de las redes de trata de personas y niños
(algunas organizadas por miembros de la Onu), mucho menos el desarrollo
nacional y la defensa de los derechos humanos de la población. La Minustah
más bien se constituyó en uno de sus peores violadores, introduciendo, como
la propia Onu ha terminado por reconocer, la epidemia de cólera que sigue
matando hasta hoy –se llevan contabilizadas unas 11 mil víctimas–, y sus
integrantes han violado niños, mujeres y jóvenes. Tampoco han colaborado en
ninguna elección limpia y democrática, ni generado la recuperación de ningún
grado de institucionalidad legítima. Sin embargo la misión que la Onu evalúa
hoy retirar ha cumplido, a la luz de los acontecimientos, con sus fines no
confesos.

El golpe de Estado y secuestro del presidente Jean-Bertrand Aristide el 29
de febrero de 2004, protagonizado por marines de Estados Unidos con el apoyo
de tropas de Francia y Canadá, vino a cerrar un ciclo de “apertura
democrática” y elecciones que la resistencia del pueblo haitiano logró abrir
con sacrificio y sangre a partir de la insurrección popular de 1986. Ésta
obligó al dictador Jean-François Duvalier a huir y refugiarse en Francia,
durante poco menos de 30 años, para regresar al país bajo protección de la
Minustah en los días previos a la asunción de Michel Martelly (mayo de
2011), quien lo amparó en su impunidad hasta la muerte.

Aquel ciclo de apertura democrática que duró 18 años, entre el siglo XX y el
XXI, fue el único en que el movimiento popular logró imponerse y abrir una
brecha importante de participación en la permanente dominación política,
económica y militar estadounidense. Desde el 28 de julio de 1915, día de la
primera invasión de Estados Unidos, resistida durante cuatro años por el
pueblo y los cacos –guerrilleros campesinos levantados en armas–, como reza
el dicho popular haitiano, “Con botas o sin ellas, Estados Unidos siempre ha
estado acá”. Esta ocupación-dominación destruyó deliberadamente la
producción campesina, cambió el rumbo y la vocación histórica del país como
productor agrícola y exportador de arroz, azúcar, mangos, cacao, haciéndole
perder su soberanía y seguridad alimentaria, y despojando al campesinado de
sus tierras, expulsado hacia las ciudades y el exterior. Tan sólo un ejemplo
del legado de devastación que dejaron las grandes trasnacionales
estadounidenses en Haití en el siglo XX: la empresa Shada deforestó más de
130 mil hectáreas para plantar sisal para la industria militar y cortó un
millón de árboles frutales que servían para alimentar a la población. Para
ello más de 30 mil familias campesinas fueron expulsadas como parias de sus
tierras.

La llegada de Aristide al poder en 1991 causó tanta alarma en el gobierno
estadounidense y en la elite haitiana que siete meses después de su
asunción, en setiembre de 1991, Aristide fue derrocado. El jefe del Comando
Sur, James T Hill, declaró más tarde en el Congreso que “las más graves
amenazas” que enfrentaba Estados Unidos eran los “populismos radicales” de
Aristide y Hugo Chávez, y aclaró que las “operaciones en Haití tienen el
efecto de proteger los intereses de Estados Unidos en el Caribe”.

El movimiento popular haitiano fue golpeado de manera criminal, y le llevó
años ponerse nuevamente de pie. También resistió el golpe electoral que
entre 2015 y 2017 intentó “estabilizar” en el poder a una serie de gobiernos
surgidos de elecciones fraudulentas.

La misión de las Naciones Unidas fue el último instrumento represivo creado,
con disfraz humanitario, para regresar al país al ciclo de dictaduras bajo
control estadounidense. El cantante Michel Martelly, con pasado paramilitar,
fue prácticamente colocado en el poder por la embajada de Estados Unidos
cuando Hillary Clinton era secretaria de Estado. Martelly gobernó mediante
órdenes ejecutivas concentrando el poder en sus manos, provocó la caducidad
del parlamento, remplazó a varias autoridades electas por personal
proveniente del duvalierismo y el neoduvalierismo, y no llamó a elecciones
durante cinco años. También persiguió y encarceló sin juicio a dirigentes y
referentes sociales y a quienes denunciaron el sistema de corrupción
generalizada en el que figuraban su hijo y su esposa, y practicó el
desplazamiento forzoso de campesinos para crear en sus tierras zonas francas
agrícolas e industriales, zonas para el turismo de lujo… A eso se limitó la
obra de “reconstrucción” que emprendió después del devastador terremoto de
2010.

En 2015 hubo elecciones. Tan masivo fue el fraude que fueron anuladas. El
principal defraudador fue el candidato de Estados Unidos, Jovenel Moïse,
pero los responsables del Estado no se atrevieron a penalizarlo apartándolo
de la elección. Así que en la nueva elección volvió a triunfar de la misma
manera. “Lo votaron” 600 mil haitianos, una décima parte del padrón
electoral. A pesar de ello su triunfo fue reconocido por la Minustah, la Oea
y la Onu. Jovenel Moïse logró también la mayoría en las dos cámaras
legislativas.

La impronta del gobierno de Moïse fue denunciada por la Red Nacional de
Defensa de los Derechos Humanos en Haití. Su director, Pierre Espérance,
publicó y presentó a las autoridades, antes de la última elección, una larga
lista de candidatos que debían haber estado impedidos de presentarse por
tener profusos antecedentes delictivos vinculados al lavado de dinero, el
tráfico de drogas, incluso homicidios. Entre ellos figuraba el actual
presidente, a quien se le investigan 14 cuentas bancarias con depósitos
millonarios diarios cuyo origen no ha podido explicar. La narcopolítica
entronizada en el poder con toda ostentación. Un salto cualitativo hacia un
modelo de dominación que parece acompañar el desarrollo más alto del
neoliberalismo, en Haití como en otros países de la región. Las nuevas
formas de represión y la impunidad del nuevo régimen de la narcopolítica
llegado por “vía electoral” serán cualitativamente superiores. Única forma
de enfrentar a un pueblo contra el que se comete un genocidio, y al que se
piensa amordazar y maniatar para consumar el crimen.

En Haití sólo se pudo llegar a ello gracias a la Minustah, que reprimió
manifestaciones por aumentos salariales, servicios básicos, contra el
hambre, contra la dictadura y la corrupción de Martelly, contra la ocupación
y la “maldición” del cólera, contra el despido de miles de trabajadores por
la privatización de la empresa eléctrica del Estado… Sin la protección de
los cascos azules, Martelly podría haber sido desplazado varias veces. Con
ella, este presidente singular se sabía seguro.

En estas últimas semanas, previas a la asunción de Jovenel Moïse,
importantes manifestaciones contra el “golpe electoral” fueron reprimidas
tan violentamente por la Policía Nacional Haitiana que provocaron la muerte
de tres bebés por intoxicación con gases. Tres jóvenes fueron asesinados a
su vez la semana pasada en la localidad de La Saline, y otros en otras zonas
populares. La prensa ha silenciado estos hechos y la cantidad de víctimas
que generó el terror en los barrios, para que el martes 7 el nuevo
presidente pudiera mostrarse al mundo de manera triunfal e impoluta.

El futuro inmediato se presenta sombrío para el pueblo haitiano. La moderna
“triple alianza”, integrada por los mismos países que arrasaran Paraguay en
el siglo XIX, liderada por el imperio de turno, podrá retirarse tras haber
cumplido su execrable misión.

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