In memoriam/ John Berger (1926-2017: arte y revolución [Mike González]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Ene 11 13:05:59 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

11 de enero 2017

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In memoriam

John Berger (1926-2017)

Arte y Revolución

Mike González *

Viento Sur, 11-1-2016

http://www.vientosur.info/

John Berger examinó con inmensa perspicacia nuestras formas de ver el mundo.
Pero a mí como para muchos de mi generación que vimos fascinados su
extraordinaria serie de televisión sobre el arte llamado “Modos de ver”, lo
primero que viene a la memoria es su voz.

Hablaba con suavidad, como si conversara, pero con una tendencia a crear
metáforas poéticas sorprendentes que revelaban inesperadas conexiones entre
el arte y las demás actividades humanas. Volvimos a encontrar ese tono y ese
lenguaje en sus escritos posteriores, invitándonos a pensar y a ver juntos.
Era el polo opuesto a lo que hasta entonces hubiéramos reconocido como la
forma de hablar del crítico de arte: sonoro, autoritario, como correspondía
a una persona que tenía acceso a los secretos compartidos sólo por una
pequeña camarilla. Ese había sido precisamente el tono de una serie de
Kenneth Clark llamada “La civilización”, que se trasmitió unos años antes de
la de Berger. La actitud de Clark no dejaba lugar a dudas: la mirada del
crítico era privilegiada y exclusiva.

Con su modestia característica, Berger desentrañaba aquel concepto de la
civilización como un museo cuyas obras maestras sólo nos permitirían ver de
vez en cuando, y siempre con guía. Berger, en cambio, nos decía que el arte
no se encontraba en el marco sino más bien en el espacio entre el objeto y
el observador, donde nuestros valores, prejuicios y esperanzas refractan y
desvían nuestra mirada como fragmentos de vidrio. Su ejemplo más potente era
la cuestión de las desnudas. Citando a Levi Strauss sobre “el deseo ávido y
ambicioso de apoderarse del objeto para beneficio de su propietario”, Berger
argumentaba que la mujer desnuda está vista como objeto y apropiada por el
observador. Es una relación, decía él, de poder e impotencia, pues la mirada
no se podía devolver.

En una sociedad capitalista la pintura (pues durante muchos años se dedicaba
al análisis de la pintura exclusivamente) es una posesión, al igual que la
desnuda, una mercancía comprada y vendida que por encima de todo representa
la propiedad. “El Sr. y la Sra. Andrews”, del cuadro de Gainsborough, por
ejemplo, están definidos por las tierras que los rodean. El cuadro
representa una clase propietaria a sí misma, y es a la vez una propiedad.

La visión de Berger era explosiva, y no sólo para los estudiantes de los
colegios de arte que ocuparon sus escuelas en 1968. Tenía una importancia
clave para todos los que en ese momento buscábamos activamente una filosofía
de la liberación, una política que al mismo tiempo fuera anticapitalista
(aunque la frase no se usaba en aquel tiempo) y encarnara la promesa de un
futuro más humano y más creativo.

Porque lo que teníamos hasta ese momento era una visión estalinista del
arte, donde el arte era un simple “reflejo” o espejo de la realidad o
representaba categorías ideológicas. Para Berger, en cambio, el arte era
subversivo, contestatario: obligaba al espectador a cuestionar cómo
encontraba el sentido de las cosas, por qué veía algunas cosas y otras no.
Lo que implica que la realidad podía verse de muchas maneras, y que nuestra
intervención la podía cambiar. Era una idea revolucionaria porque como decía
él, “las relaciones entre lo que vemos y lo que sabemos no son fijas”.

El capitalismo transforma el objeto de arte en mercancía cuyo valor se
expresa como precio. De la misma forma fetichiza al artista. Picasso, como
exploró Berger en su libro Éxito y fracaso de Picasso, y en uno de sus más
importantes ensayos, El momento del cubismo, era el ejemplo más conocido.

A principios del siglo veinte, Picasso fue un miembro clave de un movimiento
artístico que representaba “una liberación dinámica de toda categoría
estática”. “Los cubistas”, según Berger, ”no pensaban en términos políticos.
Y sin embargo aspiraban a la transformación revolucionaria del mundo”.
Desafiaban y saboteaban aquel optimismo burgués que se reflejaba en los
retratos familiares y las representaciones de una naturaleza inamovible,
deshaciendo sus verdades eternas y sometiéndolas al movimiento del tiempo.
En el cubismo, todo lo sólido podía convertirse en aire.

Ese fue el éxito de Picasso. Su fracaso, irónicamente, vino con la fama, la
celebridad que domesticó aquel impulso revolucionario. Esa mirada crítica,
valiente se convirtió en la absorción en sí misma. En la introducción a una
exposición de sus últimos trabajos, Berger veía en esos dibujos tardíos “una
triste petición” que expresaba la impotencia y la pérdida que le había
significado el éxito de mercado.

Berger decía, en una entrevista, “soy marxista entre otras cosas”. La enorme
diversidad de su trabajo es impactante – ensayos, películas, obras de
teatro, cuentos, crítica, fotografía, novelas. Y su marxismo abarcaba todo –
él es y él debe ser de una crítica sostenida al capitalismo y el régimen de
la propiedad privada por un lado, y por otro la exploración de todas las
posibilidades imaginativas que se pueden despertar en el curso de la lucha
por la reconstrucción de la sociedad.

A principios de los años setenta, Berger abandonó Inglaterra para
establecerse en una pequeña granja en el Haute-Savoie, en Francia. A lo
mejor los constantes ataques del establishment del arte pusieron demasiadas
trabas en su camino. O posiblemente se fue en busca de una vida más
auténtica y menos enajenada.

Ya había empezado a trabajar con el fotógrafo Jean Mohr. Su trabajo
conjunto, El séptimo hombre, dio voz y cara a los inmigrantes que veían,
antes que otros, como los nuevos ciudadanos de un mundo cambiante. Más
adelante su trilogía, Hacia sus labores, empezó con Tierra puerca, donde
exploraba la relación entre el campesino y sus tierras, que iba mucho más
allá de la propiedad. Aquí, como en toda su obra, Berger buscaba los
universos de la imaginación, que por nada se limitaban a los que se
designaban artistas, los soñadores oficiales de un mundo donde hasta los
sueños se colonizan.

Muchos de los escritos eran cuentos orales recogidos en las múltiples
conversaciones que siempre sostenía con una amplísima gama de gente. Según
Walter Benjamin, el papel del cuentista consiste en captar y transmitir las
sabidurías colectivas. Se siente que eso era precisamente lo que Berger
pretendía hacer.

El impulso de adentrarse en el universo de la imaginación parecía haberse
agotado en el capitalismo tardío, pensaba Berger. El posmodernismo es mera
superficie, que niega el acceso a lo que pudiera haber más allá de ella. La
mirada se devuelve, como de un espejo, negando toda posibilidad de
transformación.

“Hoy día creo”, escribió en una nueva edición de Rojo permanente, sus
primeros ensayos sobre el arte, “ que el arte y la propiedad privada o
estatal son absolutamente incompatibles… Habrá que destruir la propiedad
para que la imaginación vuelva a seguir su desarrollo… Así es que hoy, a mi
parecer, la función de la crítica de arte es apoyar el mercado… y eso no lo
puedo aceptar”.

Desde el anuncio de su muerte, algunos de las reacciones han sido casi
resentidas, criticándole su ‘seriedad’ o su compromiso total con una crítica
que es “más una conversación que una evaluación”. Otros han hablado de su
estilo narrativo tan personal y de la profunda humanidad que vislumbraba,
pero han señalado que no dio origen a una escuela de pensamiento como tal.

Era serio, es verdad, pero nunca triste. Seguía siempre apasionadamente
convencido de que la solidaridad con los que no tenían voz era el deber del
marxista, que el capitalismo era el enemigo acérrimo de todo trabajo
creativo, y de que las semillas de un nuevo mundo vital y esperanzador se
encontrarían solamente más allá de las academias de arte, dondequiera que
los seres humanos, aunque fuera brevemente, lograran ser dueños de su propio
destino.

Es cierto que no dejó escuela, pero ayudó a formar una generación para la
que abrió la posibilidad de descubrir una mirada distinta y crítica.

* Mike González es activista británico que reside ahora en Catalunya.

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