Brasil/ Horror en las cárceles y papelón del gobierno Temer [Agnese Marra]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ene 15 00:04:53 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

15 de enero 2017

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Brasil

Horror en las cárceles y papelón de Temer

Entre la barbarie y la vergüenza amaneció 2017 en Brasil. El mismo 1 de
enero a las tres de la tarde una rebelión de presos en el Complejo
Penitenciario Anísio Jobin (COMPAJ), dio inicio a 17 horas de violencia
continua. El resultado fueron 56 presos muertos, más de la mitad degollados
y descuartizados. Cuatro días después sucedía lo mismo en Monte Cristo, en
Roraima, con 33 presos asesinados. Dos días más tarde otros cinco perdían la
vida en otra cárcel de Manaos que acababan de reabrir para realojar a
algunos de los supervivientes del COMPAJ. En apenas una semana al menos 94
presos han muerto en Brasil.

Agnese Marra, desde San Pablo

Brecha, Montevideo, 13-1-2017

http://brecha.com.uy/

La masacre del domingo 1 en Manaos se convirtió en la segunda mayor matanza
en una cárcel brasileña, sólo detrás de Carandirú (1992), en San Pablo, en
la que murieron 111 reclusos, y no a manos de otros presos sino de la
Policía Militar. Según Luis Carlos Valois, juez penal del tribunal de
justicia del estado de Amazonas, que hizo de negociador en la pacificación
de Manaos, esta matanza habría sido “mucho peor” que la de San Pablo, y
recuerda que en Amazonas murieron 56 de un total de 1.200 presos, mientras
que en la prisión paulista fueron 111 de 10 mil presos. “Las proporciones
nuestras son mucho peores y el grado de violencia es algo indescriptible”,
dijo.

Las imágenes de miembros amputados, cuerpos sin cabeza, y los verdugos atrás
riéndose dejaron conmocionada a la sociedad brasileña. No sólo por destapar
una guerra abierta entre facciones del tráfico de drogas, sino por sacar a
la luz, con la cena de fin de año todavía caliente, las terribles
condiciones existentes en las prisiones del país.

Brasil tiene la cuarta mayor población carcelaria del mundo, con 662.202
presos, detrás de Rusia (644.237), China (1.657.812) y Estados Unidos
(2.217.000). En lo que sí ocupa el primer puesto es en hacinamiento, según
indica el International Centre for Prision Studies. De acuerdo a datos del
Consejo Nacional de Justicia, las cárceles brasileñas tienen un déficit de
250 mil plazas. La prisión donde ocurrió la masacre de Manaos tenía
capacidad para 454 detenidos, pero estaba ocupada por 1.224, tres veces más
de lo habilitado. En Roraima la ocupación duplicaba la capacidad.

La falta de plazas no impide que la población carcelaria siga aumentando.
Entre 2004 y 2014 creció un 64 por ciento, y si arrancamos comparando desde
25 años atrás aumentó 575 por ciento, según datos oficiales del Ministerio
de Justicia. Según André Becerra, presidente de la Asociación de Jueces para
la Democracia, las prisiones brasileñas son un “agujero para depositar
pobres”. Y añadió: “Te puedo asegurar que en nuestras cárceles no se ven
evasores fiscales”.

Los 56 presos decapitados tenían el perfil habitual del recluso brasileño:
joven (más del 90 por ciento), negro (60) y con educación primaria básica
(75). Estaban detenidos por delitos que iban desde homicidio hasta pequeños
hurtos. “Este es un país que se empeña en encarcelar, y la sociedad lo
ampara, pero esa no es la solución, no se puede meter a todos los pobres en
la cárcel”, dice el juez Valois. Becerra, también magistrado de la línea
garantista, sostiene: “Todavía no se ha entendido que cuanta más gente se
detenga, más criminalidad va a haber. Los jóvenes que entran en esas
prisiones se hacen criminales a la fuerza, muchos de ellos cuando acaban su
pena tienen deudas con las facciones y tienen que entrar en el crimen para
saldarlas”.

El aumento en la cantidad de presos no es proporcional al de los jueces que
puedan gestionar los casos que se acumulan en sus despachos. El colapso que
sufre el sistema penitenciario provoca situaciones que rozan la ilegalidad,
como el hecho de que 40 por ciento de los reclusos estén encerrados de forma
provisional, a la espera de ser juzgados, porque ni siquiera han sido
condenados en primera instancia. En esta situación pueden pasar meses o
años. También hay presos que ya han cumplido sus sentencias y que por
demoras burocráticas siguen encerrados, o aquellos que podrían pasar del
régimen cerrado al abierto y nunca disfrutan de ese derecho.

El aumento del número de presos también se asocia con el crecimiento de las
prisiones tercerizadas, como en el caso de Manaos. En estas cárceles el
Estado es responsable y está a cargo, pero el personal que trabaja dentro
(agentes, enfermería, médicos y profesores) es contratado a una empresa. En
una carta al ministro de Justicia, el padre Frei Betto lo denunciaba la
semana pasada: “La empresa recibe del Estado según el número de detenidos
que administre. Cuantos más haya, también hay más lucro”.

Tragedia anunciada

A pesar de las nefastas condiciones de las cárceles brasileñas, la masacre
de Manaos no tuvo que ver con una rebelión de presos. Valois contó a Brecha
cómo por primera vez en sus 15 años como juez y como negociador en media
docena de motines los presos no pidieron ninguna reivindicación antes de la
masacre: “Sólo querían protección después de lo que habían hecho, pero ni
siquiera exigieron que se acortaran los plazos de los procesos, una petición
constante en todas las rebeliones”. Según el magistrado, esa es la prueba
más clara de que fue una matanza de una facción criminal contra otra.

Después de años de tregua, el pasado otoño las dos bandas más importantes
del crimen organizado de Brasil se declararon la guerra. El Primer Comando
de la Capital (Pcc), basado en San Pablo y con redes en todo el país, se
enfrentó con el Comando Vermelho (CV), el primer grupo criminal de Brasil
(nació en los años setenta), con sede en Rio de Janeiro y asociado a
pequeñas bandas en otros estados. Eso sucedió en Manaos, donde la Familia
del Norte (Fdn), ligada al CV en Manaos y dueña de la cárcel, decidió marcar
su territorio y acabar con sus enemigos del Pcc. En el medio de la
carnicería mataron a una gran cantidad de presos que no tenían que ver con
ninguna facción: “Murieron los más débiles, como siempre”, dice con tristeza
Valois.

Esta guerra por ahora se juega detrás de los barrotes, el territorio que
dominan y donde nacieron estas bandas. La profesora de la Universidad del
abecé de San Pablo Camila Nunes, especialista en el Pcc, recuerda que tanto
el Comando Verme-lho como sus homólogos paulistas surgieron en un primer
momento como movimientos que reivindicaban los derechos de los presos,
uniéndose para “luchar contra el Estado”. Esta socióloga reconoce que hoy en
día funcionan como una “empresa capitalista más”, y sus “ansias de expandir
el mercado y liderarlo” serían parte de las razones por las que volvieron a
declararse la guerra.

Nunes ya había advertido desde octubre a las autoridades penitenciarias que
redoblaran la seguridad porque la guerra entre el Pcc y el CV podía dejar
muchos muertos en las prisiones de todo el país. A su vez la Policía Militar
de Manaos había detectado unas conversaciones en las que la Fdn amenazaba
con llevar a cabo esa matanza. Nadie hizo nada.

Valois defiende que rumores de rebelión siempre hay en las cárceles y que un
mes antes él había estado en el Compaj y los presos del Pcc no se habían
quejado: “Reconocí a uno de ellos decapitando a otro. Nunca me pidió que los
moviera a otra prisión”. Pero en las cárceles de Rio de Janeiro y San Pablo
hay traslados de presos desde finales de noviembre, justamente para evitar
que se maten entre bandas rivales.

El papelón del gobierno

Michel Temer demoró cinco días en pronunciarse sobre la tragedia de Manaos,
y cuando lo hizo la calificó de “pavoroso accidente”, un término por lo
menos liviano, cuando los datos de homicidios por muerte violenta en 2016
hablan de 392 reclusos asesinados, más de un muerto por día. Sólo en los
últimos cuatro meses, desde que las bandas criminales reanudaron la guerra,
ya han muerto 145 presos.

Al torpe término usado por el presidente se sumó la declaración del
gobernador del estado de Amazonas, José Melo, quien llegó a justificar lo
sucedido asegurando que “entre los muertos no había ningún santo”. Días
después vino una frase todavía peor, esta vez del secretario nacional de la
Juventud, Bruno Júlio (del Pmdb): “Debería haber una matanza de éstas por
semana”, declaró al diario O Globo, justificándose con que: “Es que soy hijo
de policía, por eso no me gustan los bandidos”. Dos días después de sus
declaraciones tuvo que dimitir.

A lo largo de los días las declaraciones de la clase política brasileña
empeoraron. El diputado federal Major Olimpio (también socio de Temer) puso
en su cuenta de Facebook: “Manaos 56 / Roraima 33. Vamos, Bangú (cárcel de
Rio de Janeiro), ustedes pueden hacerlo mejor”, animando a los presos de la
penitenciaría carioca a superar el número de muertos.

El miércoles 11 una centena de jueces firmaron una petición solicitando la
dimisión del ministro de Justicia, Alexandre Moraes. A pesar de ser el único
representante del Ejecutivo que se acercó a Manaos poco después de ocurrir
la matanza, sus confusiones y su falta de conocimiento sobre el tema lo
dejaron en evidencia: “Solicitamos la dimisión del ministro de Justicia por
su total incompetencia en la materia”, decía un fragmento de la petición.

Pero lo que más molestó a estos jueces fue el plan de seguridad que presentó
Moraes junto al presidente Temer para solucionar la crisis penitenciaria. Un
plan de emergencia de 1.800 millones de reales para, entre otras cosas,
construir más presidios en Amazonas y en otros estados del país. Hasta el
momento la única representante del gobierno que mostró sensibilidad hacia el
tema fue la secretaria de Derechos Humanos, Flávia Piovesan, que ante la
propuesta de Temer y Moraes respondió: “Construir más prisiones no sirve de
nada en un sistema fallido”.

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