EEUU/ De Martin Luther King a "Black Lives Matter" [Sylvie Laurent - entrevista]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Lun Ene 30 14:11:35 UYT 2017
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Correspondencia de Prensa
30 de enero 2017
Boletín Informativo
redacción y suscripciones
<mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net
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Estados Unidos
Entrevista a Sylvie Laurent
De Martin Luther King a “Black Lives Matter”
Manuel Cervera-Marzal
Contretemps, 17-1-207
http://www.contretemps.eu/
Traducción de Viento Sur
http://www.vientosur.info/
En esta entrevista con Manuel Cervera-Marzal, Sylvie Laurent retoma las
cuestiones planteadas en sus dos últimos libros: Martin Luther King. Une
biographie (Seuil, 2015) y La couleur du marché. Racisme et néolibéralisme
aux Etats-Unis (Seuil, 2016). A pesar de la llegada por primera vez de un
negro a la Casa Blanca, las desigualdades raciales aumentaron notablemente
durante los dos mandatos de Obama, sumándose así a las desigualdades de
clase que ya se habían incrementado bajo las presidencias de Bill Clinton y
George W. Bush. ¿Cómo interpretar el giro neoliberal del Partido demócrata?;
rente a la oligarquía bipartidista y financiera que gobierna el país, ¿qué
ocurre con las luchas sociales?; y, para empezar, ¿cómo reinscribir el
combate antirracista, protagonizado actualmente por el movimiento “Black
Lives Matter” (La vida de la población negra importa), entre otros, en la
larga historia de las luchas por la emancipación en EEUU?
-Todo el mundo conoce a Martin Luther King. Sin embargo, usted ha creído
necesario consagrarle una nueva biografía. ¿Por qué?
Para ser completamente sincera, de entrada, yo no pretendía escribir una
biografía de Martin Luther King. Mi proyecto estaba destinado a un editor
estadounidense, y se trataba de realizar un estudio de la “campaña de los
pobres”, que fue el último proyecto de King, el que tenía entre manos en
1968, consistente en superar la lógica de los derechos civiles para pasar a
la cuestión de los derechos humanos y de una unión de los pobres, de un
movimiento proletario más allá de la cuestión racial. Esto me parecía
fundamental, máxime cuando King fue asesinado tres semanas antes de que
arrancara la campaña.
Resulta que, para el público francés, este tema era un poco demasiado traído
por los pelos. Mi editor en Seuil aconsejó mantener esta trama, consistente
en sacar a relucir las convicciones socialistas de King –que no se
conocían–, pero ampliando la perspectiva con el fin de presentar la vida y
el pensamiento de King desde su nacimiento hasta su muerte. Escribir la
historia política e intelectual de King pasaba por poner el acento en sus
ideas, que se elaboran en algún punto situado entre el góspel social, la
filosofía negra y el marxismo.
-En su libro, usted pinta a un Martin Luther King más subversivo que el de
los manuales de historia. Usted subraya, por ejemplo, que su antirracismo
–de todos conocido– era indisociable de un compromiso anticapitalista y
antiimperialista. ¿Cómo definir con precisión su combate político?
Hay todo un debate historiográfico sobre su recorrido y sus evoluciones.
¿Era acaso desde el principio profundamente marxistizante, pero se veía
obligado a guardar para el sus convicciones anticapitalistas para
concentrarse en la cuestión de los derechos civiles? Hay quien dice que Rosa
Parks le obligó un poco a concentrarse en la cuestión de los derechos
formales y que, una vez conquistados estos, retomó la cuestión de la
justicia social. Otros sostienen que fue a partir de la guerra de Vietnam,
que él denunció en 1967, cuando dejó realmente de creer en la capacidad de
EE UU para enmendarse y entonces radicalizó su combate.
En mi libro intento reconciliar las dos teorías, mostrando las rupturas y
las continuidades. No cabe duda de que se trata de alguien cuyas primeras
críticas acerbas al sistema capitalista vienen de muy lejos. En el seminario
ya comienza a leer a los filósofos del derecho y de la historia; no cuenta
ni veinte años cuando escribe (en particular en sus cartas a Coretta) que
Marx tiene razón y que un régimen basado en la desigualdad y que da la
mayoría del poder y de la riqueza a una minoría que explota a las masas está
condenado a desaparecer. Evidentemente, lo que le complica las cosas, él que
es pastor, hijo de pastor y nieto de pastor, es el ateísmo visceral del
marxismo. El otro problema para King estriba en la contradicción entre el
materialismo histórico y el mesianismo cristiano, del mismo modo que
reprocha al marxismo que considere al ser humano como un medio y no como un
fin. El cristianismo social europeo ha logrado reconciliar estas dos
filosofías, pero en EE UU, donde el socialismo se ha convertido en un
contra-modelo diabólico, y donde se acusa a las y los militantes negros de
subversión antiamericana, la contradicción es irreductible.
A partir del momento en que se logró la igualdad civil 1964-1965 –es decir,
el fin de la segregación institucional y el reconocimiento del derecho de
voto, o sea, el fin de los aspectos más escandalosos y los más contrarios a
las libertades fundamentales–, King desarrolla la idea de una segunda fase
de la revolución de los derechos de la población negra: la de la justicia
económica y social. Ahora bien, el problema era que para EE UU, la libertad
formal otorgada a los afroamericanos ya era mucho, demasiado. Por tanto, de
1965 a 1968, King pasa tres años predicando en el desierto. Peor aún, este
hombre, ensalzado en 1964, se hunde en un abismo de impopularidad, se le
considera ingrato y subversivo.
Recordemos que EEUU está terriblemente dividido a finales de la década de
1960. La reacción de la derecha se perfila con Nixon. Nos hallamos en pleno
movimiento de la contracultura, de la lucha contra la guerra de Vietnam, de
oposición al imperialismo, y King también es un disidente. Ese “molesto
doctor King” había quedado borrado de la memoria nacional porque sus
actitudes contravenían la mitología nacional, según la cual se habría
producido la reconciliación y la redención gracias a la aprobación de los
derechos civiles. Por tanto, es indudable que hubo una continuidad en King,
pero también estuvo sometido al azar de la memoria y de las recuperaciones
ideológicas; se admira al pastor “soñador”, no violento, empático y
conciliador. Sin embargo, este insumiso, decepcionado por las dilaciones de
su país en materia de justicia, solo ha logrado el reconocimiento merecido
gracias a la labor reciente de los historiadores.
-Escuchándole y leyendo su libro, tengo la sensación de que King ha sufrido
la misma suerte que el Che Guevara: aseptizado, edulcorado, mercantilizado…
¿Cómo una figura tan molesta ha podido acabar siendo celebrada por los
mismos que antaño eran sus adversarios más feroces?
Fue Ronald Reagan quien, en 1983, instituyó una jornada de celebración
nacional por Martin Luther King. No es casualidad. Cuando se memorializa o
se deifica a un personaje tan rebelde, es una manera de acogerlo en el seno
de la mitología nacional. Y era muy importante para el presidente
estadounidense -el mismo que consideraba que ya había pasado página a la
igualdad racial, ya era suficiente como estaba, que la gente negra ya no
debían pedir más- erigir simbólicamente a King en padre fundador de la
Nación, a modo de “hemos realizado nuestro ideal democrático, King es
testigo y garante”. Evidentemente esto es un truco de magia de la memoria
muy importante.
Por lo demás, el asesinato de Martin Luther King en abril de 1968 llevó a la
idea de que la alternativa no violenta e igualitaria había desaparecido con
él. Algunos argumentaron que puesto que su muerte provocó la explosión de
los guetos, las revueltas urbanas, el paso a una forma de radicalismo más
intransigente, la estrategia de King era inoperante. Otros dijeron que si no
hubiera sido asesinado, entonces la versión pacifista, simpática,
conciliadora del combate hubiera ganado. Es completamente falso pues él
mismo se había acercado mucho a la versión radical. Es una forma de crear
dicotomías del tipo “Malcom X, el chico malo” versus “King, el amable”. En
fin, sirvió desde su tumba a los abogados de la contrarrevolución para
justificar la vuelta al orden y al mantenimiento del statu quo racial.
-La fuerza de King también fue haber conjugado o intentado conjugar, dos
tradiciones consideradas muchas veces como incompatibles: cristianismo y
marxismo, amor y revolución, no violencia y lucha de clases. ¿Cómo opera
esta síntesis?
El eslabón que falta es Gandhi. Fue necesario pasar por la mediación
filosófica de un hombre de color, no americano, no blanco, no occidental,
para llegar a la idea de que la revolución podía ser no violenta.
Hace seis años escribí en La vida de las ideas un texto que se titula: ¿Es
posible la no violencia? En él muestro que Gandhi, nutrido del pensamiento
de Thoreau pero también de Tolstoi y de Cristo, mantiene que existe un
tercer espacio entre la violencia armada y la rebeldía espiritual. Este
tercer espacio se hace posible gracias a la violencia infligida a uno mismo.
Por tanto, Martin Luther King piensa, como Gandhi, que un pueblo oprimido
puede redefinir, gracias a una ética de la satyagraha, el abrazo (graha) de
la verdad (Satya), la emancipación mediante una ecuación dialéctica entre el
oprimido, el opresor y el espectador. La estrategia consiste en producir un
sentimiento de culpabilidad en el que inflige la violencia pero también en
quien es testigo de ella. Es extraordinario.
Gandhi muestra que la no violencia, lejos de la pasividad cristiana
consistente en poner la otra mejilla por amor, solo es una postura ético
religiosa. Es una estrategia política que puede ser agresiva. Gandhi
articula la no violencia con la idea de revolución para conseguir un cambio
social. La desobediencia civil, en Gandhi y en King, no es el acto de un
individuo solo como en Thoreau, sino que para ellos se debe desplegar a
escala de masas para provocar el cambio social. La idea de que las masas
tengan el poder es profundamente marxista. Pero la idea de que las masas
puedan modificar la correlación de fuerzas sin recurrir a la violencia,
Gandhi la encuentra en la filosofía hindú.
Desde 1930, muchas personas negras van a la India para seguir las enseñanzas
del Mahatma y traen su filosofía al sur racista de Estados Unidos. A través
del cosmopolitismo de los oprimidos, se desarrolla una fraternidad entre las
mismas causas.
-¿En qué siguen siendo útiles la acción y el pensamiento de King para las
luchas actuales?
Hay muchas razones. La más significativa es la cuestión de la desigualdad.
Hay una especie de incapacidad de las sociedades occidentales para pensar de
manera “total” la cuestión de la desigualdad. La estrechez de miras
dificulta la reivindicación del reconocimiento -reconocimiento de derechos,
de las “minorías”, de las mujeres, de género- a la vieja clave de lectura
marxista -los ricos y los pobres, los amos y los dominados. Sin embargo,
Martin Luther King logró mostrar que hay una dialéctica fundamental entre el
reconocimiento de las identidades y la lucha contra la explotación
capitalista.
Sin comprender esta dialéctica, no se puede entender verdaderamente qué
sigue activo en la correlación de fuerza que continúan irrigando nuestras
sociedades, particularmente, la sociedad estadounidense que se vive como una
sociedad sin clases en su mito original de la igualdad para todos. Es
necesario decir que al mirar a Estados Unidos desde 30 años atrás, te das
cuenta de hasta qué punto existe una incapacidad de pensar en dos cosas: la
persistencia del problema de la desigualdad racial y la manera en que la
profundización de las desigualdades respecto a la riqueza, en buena parte,
se ha dado vinculada al sentimiento de que el otro me superaba y mi declive
surgía necesariamente porque el otro conseguía salir de su condición de
subalterno.
El análisis de W.E.B. Du Bois, que hablaba del “salario simbólico” del
obrero blanco, sigue siendo muy actual. Marx había señalado a propósito de
los irlandeses, que el obrero blanco, incluso si está tan explotado como el
negro, veía que la élite le confería ese pequeño privilegio simbólico de ser
blanco y ser tratado como tal por el conjunto de la sociedad. Esto es
fundamental para comprender la elección de Trump: la gente que vive el
desclasamiento -real o imaginario- lo vive de forma más grave porque tienen
un sentimiento de decadencia en relación a otros grupos sociales, que ellos
han perdido calidad de vida porque otros ¡se repantigan con las ayudas
sociales! Los emigrantes me han quitado el empleo y la gente negra, que
están más presentes en el espacio público, han cuestionado la imagen
normativa del americano medio, necesariamente blanco y heterosexual. Esta
idea de pérdida de privilegio es esencial.
Durante mucho tiempo se ha tenido una idea conciliadora de la igualdad: se
pensaba que cuanto más se avanzara hacia la igualdad real, más ganaría cada
uno. Pero nos damos cuenta de que no, y Martin Luther King, lo había dicho,
solo se puede avanzar hacia la igualdad a condición de que algunos pierdan
un poco sus privilegios. Y solo con la aceptación de esta pérdida de
privilegios, tomará cuerpo la justicia social. A modo de ejemplo, la
segregación espacial socava la sociedad estadounidense; mientras que los
barrios blancos limpios y tranquilos no acepten viviendas sociales y la
presencia de familias de color en su seno, lo que sin duda les cuesta, el
país no progresará. No hay ninguna razón para que sean los únicos que se
benefician de las buenas escuelas, de buenos transportes públicos y de todos
los privilegios inherentes a una plena ciudadanía. En relación a esto, Trump
representa la voz de quienes dicen que no renunciarán a ninguno de sus
privilegios, incluso rechazan que estos atributos sean considerados como
“privilegios”. Se viven como merecedores de ellos indebidamente
cuestionados.
-La couleur du marché (Seuil, 2016) se sitúa en la prolongación de la
biografía de King, pues el libro trata sobre el racismo en Estados Unidos.
Concretamente, ¿de qué trata? ¿De qué males es víctima hoy la gente negra?
Por una lado, en la sociedad americana, está la idea de lo “postracial”, que
es una aspiración, un horizonte, una ensoñación. Por otra lado, está la
metamorfosis del racismo que, a menudo, se identifica demasiado con la
xenofobia más grosera, más exagerada, la que había en tiempos de King. Sin
embargo, si creemos en los sondeos de opinión realizados desde hace 30 años,
ese racismo en el sentido estricto, es decir, la defensa de la jerarquía de
las razas con una base biológica y de la separación de las comunidades en
función del color de la piel, no es defendido por nadie. Ya nadie diría
oficialmente que no desea que su hija o su hijo se case con alguien de otro
color.
Pero entre las declaraciones y las prácticas sociales, evidentemente, hay
una gran diferencia. Si la diferenciación biológica ha caído en desuso, la
culturalización de las trayectorias sociales ha tomado el relevo: si la
gente negra es más pobres, es porque no tienen la ética del trabajo, si son
masivamente encarcelados, es porque estarían especialmente inclinados a la
criminalidad. Este neoracismo es temible pues sirve para normalizar y
racionalizar la desigual distribución de la riqueza y de las oportunidades.
Por volver a la segregación, es decir a la desigual distribución del acceso
a los bienes comunes, este discurso de los comportamientos de tal o cual
grupo que se convertiría en culpable de su propia exclusión, sirve de
justificación entre sí a los ricos. Así, se advierte que cuanto más se dicen
los estadounidenses ser menos favorables a la segregación practicada en
tiempos pasados en los estados del Sur, ¡tanto más viven en una sociedad
donde los blancos han hecho la secesión espacial! Hoy el nivel de
segregación social y racial -los dos se solapan-es más elevada que en los
años 60 del siglo pasado. Se votó el fin de la segregación racial en 1964
-cualquier ley que separara estrictamente a los individuos en función del
color de la piel es anticonstitucional- y 40 años después nos encontramos
con gente blanca que viven con gente blanca, gente negra con gente negra,
niños y niñas blancos que no saben qué es un alumno o alumna negro o hispano
y una especie de esquizofrenia institucional de la que solo se aprovechan
los blancos.
Es ahí donde el asunto es sutil y el neoliberalismo llega para arreglar todo
esto: la ideología neoliberal naturaliza las desigualdades, pretende que
todas las barreras estructurales y sistemáticas sean abolidas y que a partir
de ahora, gracias al mercado, cada individuo tiene iguales oportunidades
para triunfar, que hay que ser permanentemente un emprendedor de sí mismo,
que hay que mostrar hasta qué punto se es capaz, y que, en consecuencia, los
que no llegan tienen una inadaptación cultural al éxito. A los ojos de la
mayoría de los estadounidenses, la principal razón por la que las minorías
de color están afligidas por un destino social preocupante en comparación al
de los blancos, es que no son lo bastante duros para el trabajo y están
desprovistos de espíritu de iniciativa. Otros tantos elementos del lenguaje
del neoliberalismo contemporáneo consisten en decir que todas las medidas
correctoras de las desigualdades sirven, en realidad, para inhibir la
iniciativa individual.
Así que estamos en un neorracismo que niega la realidad de la segregación y
de la discriminación sistémica como fenómenos creados, mantenidos y
perpetuados. La idea de que las desigualdades son el fruto de una
desigualdad natural en el mercado y que contravenir esto sería nefasto para
los mismos afectados. Dar ayudas sociales convertiría a la gente en
dependiente; esto desincentivaría la iniciativa, por tanto hay que forzar a
la gente a levantarse por la mañana y trabajar para ganarse la comida.
Este discurso de la negación se aplica también a la policía. La policía
nunca había sido tan popular en la historia de Estados Unidos. Sin embargo,
salimos de una retahíla de tres años de muertes de hombres desarmados,
generalmente afroamericanos o latinos. La idea es que la policía es la
última frontera que mantiene las hordas salvajes a raya en nuestra sociedad
bien regulada, bien ordenada. Las clases peligrosas perturban una sociedad
en la que cada persona encuentra espontáneamente su lugar.
-Para definir este neorracismo, habla de “racismo sin racistas”, de “racismo
sin intención”.
Sí, la expresión viene del sociólogo Eduardo Bonilla-Silva. Es el gran
límite del movimiento de los derechos civiles de los años 60 del siglo
pasado: cuando hoy se va a plantear una queja de discriminación ante un
tribunal, la carga de la prueba recae en las víctimas. Para que un
empresario o un propietario, por ejemplo, sea condenado por discriminación,
es necesario probar la intención discriminatoria.
Por ejemplo, demostrar que ha escrito un sms o en cualquier documento “no
alquilaremos nuestros apartamentos a gente negra”, el juez puede demostrar
que hay una intención racista. Pero esto no sucede nunca, más bien se
recurre a las quejas del vecindario, la pérdida de valor del metro cuadrado
o los deseos de la clientela, todos argumentos perfectamente racializados
pero que aparecen enmascarados. Si un restaurador prefiere poner a un negro
a fregar platos antes que en el servicio de mesa del comedor para no
molestar a los clientes, ningún juez podrá probar que hay una intención
racista.
Además, para la justicia es difícil legislar en el ámbito privado, de tal
forma se perciben sus intervenciones en materia de justicia social como
intrusiones. Es el mismo punto de vista del nuevo Ministro de Justicia, Jeff
Session, que dice mucho sobre la reacción que se avecina.
-El libro se abre con este dato: “la pasión suscitada por la presencia de un
negro en la Casa Blanca ha distraído la atención y ocultado la
profundización de las desigualdades raciales en Estados Unidos. […] Lo que
importa no es el color accidental de Obama sino el color inmutable del
mercado” ¿Cómo dar cuenta de semejante paradoja?
Se podría decir que no es del todo una paradoja. Una de las grandes
habilidades del neoliberalismo es lo que algunos investigadores han llamado
la “diversidad neoliberal” consistente en poner delante uno o dos individuos
como ejemplos. Esto permite decir que “si ellos lo han logrado, es una
muestra de que “cuando se quiere, se puede”. Se dice también que una empresa
presumiendo de su diversidad (una mujer de color aquí o allá) es “bueno para
el negocio”, eso indica la imagen de marca para el grupo.
De alguna manera, la elección de Obama es una peripecia. Las peripecias en
historia tienen su importancia. Pero una peripecia puede ser también un
corte, un contratiempo, un ligero desajuste en relación a las lógicas
históricas profundas. La ciudadanía estadounidense como exclusión de los no
blancos tiene 250 años. 2008-2016 es poco en comparación. El hecho de que
haya habido una mejora con la elección de Obama, sin duda, lleva a la idea
de que otra representación del hombre negro es posible. Es bastante
increíble. Pero al mismo tiempo, lo que vemos hoy, ocho años más tarde, es
hasta qué punto la América que lloró de felicidad ante la elección de Obama,
no sabía hasta qué punto la otra América rechinaba los dientes.
Progreso racial y retroceso avanzan al unísono, estamos más allá de la
dialéctica histórica tradicional. Trump y Obama son dos fenómenos siameses.
Donald Trump comenzó su campaña presidencial cuando le dijo a Obama: “este
hombre es ilegítimo, ¿dónde nació?” Es anterior a la historia de los
mexicanos violadores. El acto fundacional es decir que Obama no puede ser
presidente de Estados Unidos porque no es de “los nuestros”. Trump ha
exhumado esa vieja creencia de que si un negro accede a la Casa Blanca, es
necesariamente por una desposesión, por una impostura.
A eso se añade un Partido Demócrata incapaz de comprender que sus políticas
neoliberales a ultranza le alejan de una parte de sus bases. Demócratas y
republicanos han sido colocados en el mismo saco del “establishment” que
olvidaría la realidad de la vida del americano medio que se levanta pronto
para ir a trabajar. Por tanto, Obama es a la vez un accidente y ha suscitado
una reacción, un espíritu de revancha, que es un lugar común en la historia
americana. A cada periodo de progreso, le sucede una reacción. Este país
está enfermo de racismo. Es su gran línea de fractura, su gran enfermedad.
-La mejora de la suerte de la población negras se sitúa sobre todo en el
lado de la lucha colectiva.¿Dónde está Black Lives Matter? ¿La movilización
ha adquirido una cierta amplitud, ha obtenido éxitos?
Black Lives Matter es el nombre genérico de una serie de grupos y de
movimientos sociales que se despliegan en Estados Unidos desde hace cinco o
seis años.Yo estoy especialmente interesada por los Moral Mondays (NT.Lunes
Moral), en Carolina del Norte, liderados por el pastor William Barber que
comenzó a reunir todos los lunes a los opositores a las políticas de
austeridad de su estado, a la privatización de las pensiones, etc. Es pastor
y negro. Los problemas de la brutalidad de la policial, la opresión de los
inmigrantes y de las minorías sexuales se añadieron rápidamente. Finalmente,
se han reunido una coalición de disidentes, lo que hizo mucho ruido.
También está el movimiento por el Salario Mínimo de 15 dólares. Luchan
firmemente por los cuatro rincones del país pero los medios de comunicación
no hablan de ello. Esto conforma una serie de movimientos sociales
“grassroots” (NT. De base, comunes) que tienen una potencialidad
considerable. Black Lives Matter mostró que podía haber una universalidad de
la causa negra. Pero como con Martin Luther King, es un movimiento
profundamente impopular. La mayoría de los estadounidenses considera que son
agitadores que buscan complicaciones inútiles, que echan gasolina al fuego.
Rudolph Giuliani, que tiene un futuro prometedor en la administración Trump,
dice que si defiendes los derechos de la población negra a no ser asesinados
en la calles, estás contra la policía. Está en la idea del juego de suma
cero: “si defiendes a las personas negras estás contra las blancas”, “si
Obama es elegido es que detesta a la gente blanca”. Esta política del
resentimiento es muy fuerte.
Se plantea también el problema de la creación de un movimiento de hispanos
fuerte. Y los presos y presas están en el origen de varias movilizaciones.
Se puede esperar que los 14 millones de personas que han votado a Bernie
Sanders se unirán en un movimiento por una futura revolución que no se
contente con plataformas demócratas- por otra parte, nos preguntamos qué van
a hacer los demócratas. Algo se mueve en la sociedad civil, no
necesariamente para ganar elecciones sino para empezar a reflexionar sobre
qué puede hacer la izquierda estadounidense.
Pasado el tiempo de las lamentaciones y de la consternación, hay que ponerse
a trabajar. Hay tajo. Los progresistas estadounidenses deben repensar lo que
Martin Luther King había apuntado: la articulación de las desigualdades con
la cuestión del poder. ¿Cuál es la lógica de la dominación hoy? Y sobre
todo, ¿por qué los que dominan tienen la sensación de ser los dominados?
Esto es lo interesante: Trump habla en nombre de quienes se creen perdedores
y rechazan que les digan que, en realidad, son los ganadores.
-¿Cómo entender el eco encontrado por Bernie Sanders? ¿Ha beneficiado la
dinámica impulsada por el Occupy Wall Street? Hay algo de paradójico en el
hecho de que alguien que ha votado 9 veces sobre 10 como todos los otros
senadores demócratas asuma el liderazgo de la contestación.
Hay un aspecto extremadamente anticuado. No ha adaptado su discurso al
espíritu de los tiempos. Desde comienzos de los años 80 del siglo pasado, es
un monomaniaco de la cuestión de las desigualdades sociales. Ha necesitado
30 años para hacerse oír. Pero eso no quiere decir que no haya tenido razón
durante esos 30 años. Sin embargo, como es el único que no ha parado de
repetir que era un problema la posesión de la riqueza por el 1% hasta la
llegada del Occupy Wall Street, se ha descubierto la virtud de no estar en
el discurso de la adaptación.
Las desigualdades de renta no son un epífenómeno marginal sino que son
atentatorias contra todos los aspectos de la vida cotidiana. Cuando no
tienes la posibilidad de que tus hijos vayan a la universidad porque las
matrículas han aumentado para provecho de un puñado, es un problema. Más
todavía cuando los ingresos del 0,1 % de los más favorecidos se disparan.
Sanders empezó por dirigirse a los estudiantes endeudados y, a menudo, sin
perspectivas de ascenso social a pesar de sus diplomas, que evidentemente
son los que mejor comprenden esto. Plantea los desafíos políticos de forma
simple, casi reduccionista, sobre el problema de las desigualdades. También
Trump es de una hipersimplicidad: se trata de “ellos” contra “nosotros”.
Para Sanders, las desigualdades son la matriz fundamental que hace que
Estados Unidos sea un país enfermo. La gente no se ha dado cuenta de la
crisis de 2007, que ha acentuado la decadencia de las condiciones sociales
después de 30 años. De repente, los estadounidenses se han percatado de que
quedaba muy poco de la idea de América después de 30 años de un rodillo
compresor neoliberal. Su drama es haber elegido como recurso, a la manera de
un pharmakon (a la vez, remedio y veneno) a un millonario que solo existe
gracias al mercado total y cuyas políticas, puestas al servicio de la casta
de los ricos y de los poderosos, promete rematar el proceso de
descomposición democrática y condenar a la nación a un individualismo
nihilista y revanchista.
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