Colombia/ Brujas, perras y narcoparamilitares [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 9 13:23:08 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

9 de julio 2017

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Colombia

Brujas, perras y narcoparamilitares

Raúl Zibechi

La Jornada, 7-7-2017

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"Muerte a las perras", se titula el panfleto distribuido por las Águilas
Negras en el correo electrónico de una organización social de Bogotá. En
este caso, la banda paramilitar amenaza a defensoras de derechos humanos
(todas mujeres) y muestra un lenguaje y estilo que desnuda el carácter
violento y machista del grupo armado.

«Malditas perras sapas del gobierno gonorreas las bamos a matar por sapas y
por andar de metidas donde no deben sapas hp luchando por los derechos de la
mujer que mierda son si lo unico que son es sirvientas de nosotros aver si
se van a hacer oficio de la casa malparidas», reza textualmente el volante
reproducido parcialmente por la página pacifista.co (goo.gl/hoL4Hy).

La amenaza va dirigida a las integrantes de la Mesa Nacional de Víctimas:
«Van a caer con sus familias y a estos hp malparidos por estar apoyandolas
los bamos a matar por metiches y no ser fieles a la causa».

Una de las amenazadas dijo a los medios: «El gobierno no ha hecho nada para
protegerme. Todos los días matan a líderes sociales en el país y a ellos
parece no importarles porque no hacen nada. Hago responsable al Estado por
lo que me pase a mí, a mi familia y a mis compañeras». Este es el punto
central.

Águilas Negras proviene de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC),
supuestamente desmovilizadas, y su accionar se ha destacado en departamentos
conflictivos como el Cauca, donde ha amenazado y asesinado a dirigentes
indígenas. También en las regiones de población negra y en Ciudad Bolívar,
la periferia sur de Bogotá.

En 2016 fueron asesinados 94 defensores de derechos humanos y líderes
sociales, la cifra más alta desde que comenzó el proceso de paz. Las
víctimas son en su inmensa mayoría militantes ligados a Marcha Patriótica,
al Congreso de los Pueblos y a diversos movimientos populares.

Este tipo de violencia es bien diferente de la que afectó en la década de
1980 a la Unión Patriótica. En aquellos años fueron asesinados más de 2 mil
militantes, incluyendo alcaldes, concejales, diputados, senadores y
candidatos a la presidencia, por una alianza de paramilitares y
narcotraficantes que arrasaron con la izquierda electoral vinculada al
Partido Comunista y las FARC.

Parece necesario detenerse en las principales características de esta
violencia sistemática contra los sectores populares organizados, ya que no
se registra sólo en Colombia sino que se ha convertido en un modo de regular
las relaciones sociales en todo el continente, con especial desarrollo en
México y Guatemala. En este punto, debemos recordar el papel del general
Óscar Naranjo, actual vicepresidente de Colombia, en la «exportación» de la
«narcodemocracia» a México, como ha consignado Carlos Fazio (goo.gl/vT7Xt).

La primera cuestión es que se trata de una violencia difusa, sin centro
dirigente aparente, lo que hace difícil identificar a sus autores al punto
que las autoridades niegan la existencia de las Águilas Negras. La dirección
de Inteligencia de la Policía de Colombia asegura que la organización ya no
existe, lo que puede ser cierto si pensamos en un aparato estructurado con
mando centrales.

Un informe de la BBC sobre las Águilas Negras, sostiene que es «una razón
social que utilizan varios grupos» y pone un ejemplo: «En el Cauca, a raíz
de un conflicto interno en una universidad, un grupo de gente decidió sacar
un panfleto firmado Águilas Negras contra unos profesores» (goo.gl/0gGOQw).
Este es el punto: una maquinaria narcoparamilitar desterritorializada,
convertida en cultura política de control de las relaciones sociales a cielo
abierto.

La segunda es que estamos ante una forma brutal de regular las relaciones
entre personas y, de modo muy particular, de enfrentar a los movimientos
sociales. El excelente informe «Mujeres y guerra: víctimas y resistentes en
el Caribe colombiano», del Centro Nacional de Memoria Histórica (2014),
destaca que las masacres son el límite más brutal de la violencia
paramilitar. A partir de ellas, consiguieron imponer un nuevo orden social.

“A través del uso del lenguaje, la regulación del cuerpo, el espacio y las
prácticas sociales, estos actores lograron imponer sus ideas de orden,
‘buen’ comportamiento y disciplina” (p. 37). De ese modo, establecieron un
orden patriarcal, racista, capaz de regular los mínimos intersticios de la
vida cotidiana. Las mujeres relegadas a sus casas, los negros y homosexuales
sistemáticamente humillados, y «los hombres debían comportarse de forma
viril y ceñirse a un modelo de hombre guerrero y militar» (p. 38).

La tercera se relaciona con la continuidad de este modelo de control una vez
finalizada la guerra. En las regiones dominadas por los paramilitares, la
guerra continúa pero con otros actores, como las pandillas que actúan sobre
el legado de miedo dejado por la violencia, usando métodos muy similares.

Por eso debemos hablar de una maquinaria, un nuevo modo de control de la
población como lo fue el panóptico, que con el tiempo se ha convertido en el
sentido común para organizar los espacios de encierro y funciona
«naturalmente», sin que un mando central deba promoverlo o planificarlo.

Por último, debe entenderse que estamos ante una violencia sistémica, no
coyuntural. Los feminicidios y el narco son los modos de control de los de
abajo en la zona del no-ser; el modo de tener controlados a indios, negros y
mestizos. No depende, por tanto, de la actitud «progresista» de las
autoridades o de la «benevolencia» de los varones. Es como la plusvalía:
funciona aunque el patrón pague salarios «justos», porque la explotación del
trabajo asalariado es inherente al capitalismo.

Por brutal que sea, la violencia nunca es el objetivo final, sino el medio
para construir un orden social jerárquico, patriarcal, capitalista. Es el
genocidio que el sistema necesita para imponer la «cuarta guerra mundial»
contra los pueblos y la vida. Esto es lo que no podemos perder de vista en
la imprescindible denuncia sobre las violaciones de los derechos humanos.

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