Brasil/ El improbable retorno del lulismo [Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Jun 24 00:05:10 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

24 de junio 2017

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Brasil

El improbable retorno del lulismo

Aunque gane las presidenciales en 2018, como lo indican las encuestas, y
eluda el encierro en una celda, el ex presidente Lula no tiene condiciones
económicas y políticas para revivir el “milagro” que le permitió mejorar la
situación de los pobres sin tocar a los ricos. Su hipotético gobierno no
contaría con las bases empresariales, militares y sociales que le dieron
vida al proyecto Brasil-potencia.

Raúl Zibechi

Brecha, 24-6-2017

http://brecha.com.uy/

Desde que Joesley Batista, Ceo del principal frigorífico del mundo (Jbs),
difundiera la grabación de una reunión que mantuvo con el presidente Michel
Temer, el frágil gobierno brasileño entró en una pendiente que puede
llevarlo a su destitución. Los niveles de aprobación del presidente son más
bajos aun que los de Dilma Rousseff días antes de su caída, y se acercan a
la nada: menos del 5 por ciento.

Lo que mantiene al gobierno de Temer es la respiración asistida de dos
partidos: el suyo (Pmdb), maestro en los malabares de una gobernabilidad
trucha; y el socialdemócrata de Fernando Henrique Cardoso (Psdb), que,
increíblemente, sostiene a un gobierno corrupto con el pésimo argumento de
que si cae las cosas serían aun peores.

Sin embargo el propio Cardoso tomó distancia del gobierno, dando marcha
atrás a declaraciones hechas apenas tres días antes, y le exigió “un gesto
de grandeza” a Temer para que renuncie y anticipe las elecciones generales
(Brasil 247, 17-VI-17).

Resulta evidente que la política brasileña atraviesa una situación sumamente
compleja, y sobre todo imprevisible. Dos factores de poder, como la cadena
Globo y el ex presidente Cardoso, demandan la salida del presidente que
lucha denodadamente por permanecer en el cargo contra viento y marea. Lo
peor es que puede conseguir llegar al fin de su mandato, algo que habla muy
mal de la clase política norteña.

Tres son las razones que explican una crisis política que parece no tener
fin: el pantano económico del que no se ve la salida, las continuas
denuncias de corrupción que van a más, y el renovado activismo de la
sociedad brasileña. En este panorama, las encuestan dicen –de forma
consistente en los últimos meses– que Lula es el político más popular de
Brasil, que ganaría la primera vuelta y aun el balotaje, contra todos los
demás políticos.

Así las cosas, vale la pena indagar qué chances tiene Lula de repetir la
presidencia y de hacerlo de forma más o menos exitosa, luego de los agudos
cambios que ha experimentado la sociedad desde junio de 2013, cuando 20
millones de brasileños, en 353 ciudades del país, se lanzaron a las calles
contra la represión policial y la desigualdad, bajo el último gobierno del
Partido de los Trabajadores (PT).

La segunda cuestión es cómo podría un hipotético gobierno de Lula relanzar
la economía, que bajo su mandato vivió un período de excepcionales precios
de los commodities (soja, minerales y alimentos), que ahora se han hundido
evaporando los anteriores superávits comerciales y los balances de cuentas
de la federación.

¿Volver a 2003?

El gobierno inaugurado el 1 de enero de 2003 tuvo una fuerte base
parlamentaria en la que, a lo largo de las dos presidencias de Lula, contó
con más de 15 partidos a su favor. La habilidad política de Lula en un
momento en el cual la sociedad pedía cambios en la aplicación de las recetas
neoliberales privatizadoras, estuvo en la base de ese amplio respaldo
parlamentario.

Era una base muy heterogénea, prendida con alfileres, ya que suponía
entregar parcelas de poder a partidos esquivos y corruptos, como el Pmdb, de
Temer. Esos barros trajeron lodos que fueron regados por la crisis económica
de 2008, hasta convertir la gobernabilidad lulista en una ciénaga hedionda.

Pero lo principal del gobierno de Lula no giraba en torno a las alianzas
parlamentarias, sino que se fundaba en un proyecto de largo aliento apoyado
en un trípode que parecía sólido: alianza con la burguesía brasileña,
desarrollo de un proyecto industrial-militar para garantizar la
independencia de Estados Unidos, y una paz social asentada en políticas
contra la pobreza que permitieron a 40 millones de brasileños su integración
social a través del consumo.

La primera pata implicaba utilizar los cuantiosos fondos del banco estatal
de desarrollo (Bndes) para seleccionar a las empresas que Lula llamó
“campeonas nacionales” y lanzarlas al mercado mundial con la marca
Brasil-potencia. Ellas fueron un puñado de firmas de la construcción
(Camargo Correa, Odebrecht, Oas, Andrade Gutierrez, entre las más
conocidas), procesadoras de alimentos (como Jbs), algunas grandes del acero
(Gerdau), además de la petrolera estatal Petrobras, que llegó a figurar
entre las primeras del mundo.

La palanca estatal (y de los fondos de pensiones controlados por sindicatos)
lubricó fusiones, capitalizaciones y obras públicas (en Brasil y sobre todo
en Sudamérica) que permitieron el despegue de estas “campeonas”. Los cientos
de obras de infraestructura de la región (siguiendo los lineamientos del
Cosiplan, ex Iirsa), fueron financiadas por el Bndes con la condición de que
se contratara a empresas brasileñas para su ejecución.

La segunda pata implicaba una alianza con las fuerzas armadas, que se
consolidó en 2008 con la publicación de la “Estrategia nacional de defensa”
–que propuso la creación de una potente industria militar–, y los acuerdos
con Francia, también en 2008, para la construcción de submarinos
convencionales y nucleares. Se trataba de modernizar a las tres armas para
defender a la Amazonia verde y la azul –o sea los cuantiosos yacimientos
petrolíferos off shore descubiertos por Petrobras en la década de 2000.

Poco importaba que la estrategia de defensa fuera una reedición apenas
maquillada de los ambiciosos planes expansionistas de los militares
conservadores liderados por el geoestratega Golbery do Couto e Silva,
implementados por la dictadura militar instaurada con el golpe de 1964.

La empresa seleccionada por el Ejecutivo para construir los astilleros donde
se harían los submarinos fue Odebrecht, sin que mediara licitación alguna.
Se propuso también que creara un área militar para desarrollar otros
proyectos, que iban desde cohetes hasta aviones de combate, ya que la ex
estatal Embraer se mostraba remisa a colaborar con algunos proyectos que
implicaban la cooperación con la fuerza aérea rusa.

Un sociedad diferente

La tercera pata de la gobernabilidad lulista estaba lubricada por el plan
Bolsa Familia, que llegaba a 50 millones de personas y fomentaba el consumo
de los sectores populares. La pobreza cayó más aun que durante el período de
Cardoso, pero las familias se endeudaron: en 2015 su endeudamiento con la
banca consumía el 48 por ciento de sus ingresos, más del doble que en 2006.

La crisis hizo que buena parte de esas familias volvieran a caer en la
pobreza, y la ilusión del consumo se desvaneció, dejando un reguero de
resentimientos que fue aprovechado, inicialmente, por las derechas.

Percibiendo que la desigualdad seguía creciendo y que no tenían futuro en un
país que se desindustrializaba para exportar soja, carne y minerales,
millones de jóvenes se lanzaron a las calles en el invierno de 2013, en
plena Copa de las Confederaciones que debía colocar al país en la vidriera
exitosa de la globalización. La represión fue la única respuesta del PT,
justificada con el peregrino argumento de que “le hacen el juego a la
derecha”.

En los años siguientes quedó en evidencia que junio de 2013 no era apenas
una despistada golondrina. En ese año se registró el récord de huelgas,
superando incluso los guarismos de 1989 y 1990, cuando el movimiento obrero
tuvo su pico de activismo, a la salida de la dictadura. Pero ahora eran las
capas más pobres de los asalariados las que irrumpían en la vida colectiva,
como los recogedores de basura de Rio de Janeiro, casi todos negros y
favelados.

La pregunta del millón

¿Cómo podría Lula reconstruir un proyecto de gobierno cuando las tres patas
que sostuvieron su anterior gestión se vinieron abajo? Las denuncias de
corrupción despatarraron a sus “campeonas nacionales”, que se encuentran a
la defensiva, en particular Odebrecht, que era, a la vez, el sostén de su
proyecto industrial-militar. El daño infligido torna imposible que vuelva
sobre sus pasos en ambos casos.

Pero lo más significativo es que la paz social que había conseguido con sus
políticas sociales la han quebrado los beneficiarios de éstas al comprobar
que aquello era insuficiente si no se atacaba la brutal concentración de
riqueza en uno de los países más desiguales del mundo. El “milagro lulista”
consistió en mejorar la situación de los pobres sin tocar los privilegios de
los ricos. Apenas desvanecido, los de abajo salieron de sus barrios para
comprobar la mala calidad de la educación y los servicios de salud, el
pésimo transporte público y el racismo imperante en la sociedad que se
revitalizaba apenas “invadían” espacios nuevos, como las salas de espera de
los aeropuertos.

Al quiebre de las tres patas de la gobernabilidad petista habría que sumar
otros tres hechos: la economía atraviesa su peor momento en un siglo, con
tres años seguidos de recesión; no hay recursos para sostener una nueva onda
de ascenso social de los más pobres, sumado al hecho de que las familias
sufren un fuerte endeudamiento.

La tercera es la brutal polarización social. El racismo, que es una marca
fundacional e institucional de Brasil, se ha intensificado hasta extremos
inimaginables años atrás. Las principales víctimas son las mujeres y los
jóvenes negros y, por lo tanto, pobres.

El lema de la campaña electoral de 2002, “Lula paz y amor”, sonaría como una
burla grotesca en estos momentos. Ya no hay margen político para atender la
pobreza sin realizar reformas estructurales. Gobernar para los de abajo
supone, en las condiciones actuales, pelear contra los de arriba. ¿Será Lula
capaz de tomar el camino de la lucha de clases, que no transitó ni siquiera
cuando era sindicalista?

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