Uruguay/Mujer/ Para qué paramos: el trabajo no remunerado y su rol en el capitalismo [Ana Leiva]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 10 14:22:35 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

10 de marzo 2017

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Uruguay/Mujer

El trabajo no remunerado y su rol en el capitalismo

Para qué paramos

De la diferenciación por género en el mercado laboral y la división sexual
de tareas resulta que más del 70 por ciento del trabajo no remunerado en
nuestro país es realizado por las mujeres. Estas tareas, que implican un
esfuerzo físico y emocional, juegan un rol protagónico en el sistema
productivo capitalista.

Ana Leiva *

Brecha, 10-3-2017

http://brecha.com.uy/

En un mundo en el que las categorías de género asignadas a las personas son
hegemónicamente dicotómicas, esto es: varón y mujer, es habitual escuchar lo
que corresponde a cada uno de estos géneros. Primero en el hogar, luego en
la escuela, en los grupos de pares y en el resto de los espacios de
interacción social. Desde el nacimiento se determina cuál es el color que le
toca a cada uno y cada una, siendo celeste para el primero y rosado para la
segunda. Más adelante esto se manifiesta en lo lúdico cuando nuevamente se
separan los juguetes que son para nenas y los que son para nenes, que de
alguna forma están moldeando nuestras preferencias de adultos y adultas,
dado que en general la nena recibe el mensaje de que es deber de ella el
ocuparse de los cuidados del hogar y de la descendencia.

Estas pautas son internalizadas y luego se revelan cómo elecciones o
tendencias “naturales” de uno u otro género por actividades muy similares a
esas a las que jugábamos cuando pequeños y pequeñas. Recuerdo que cuando era
muy chiquita recibí en una Navidad una muñeca que cuando la apretabas
lloraba y pedía por una mamá, un juego muy extendido entre niñas. Mi
reacción, por el contrario, fue buscar a mi madre y decirle que la bebé
necesitaba una mamá, dado que yo no me percibía con 4 años como la madre de
nadie, ni siquiera en un juego. Eventualmente, gracias a la influencia de
dibujitos animados, espacios de escolarización y de la sociedad toda, fui
reconociéndome, no sin dar batalla, en un rol de cuidadora en muchos de los
juegos en los que participaba, porque era a lo que mayoritariamente jugaban
muchas niñas a mi alrededor.

Así, la construcción de roles de género es un producto social y no responde
a un deseo innato del sexo que nos asignan al nacer, ni menos aún a una
ausencia en los hombres del deseo de proveer esos cuidados o afecto. La
expresión de lo anterior en el terreno laboral implica una diferenciación
por género en el mercado laboral, no sólo en el pago sino también en las
tareas que uno y otro género desempeñan. A ello se le suman todas las tareas
que hacen las mujeres en el hogar en forma de trabajo no remunerado y
socialmente no reconocido como tal. Según la Encuesta de Uso del Tiempo
(Eut) que se llevó a cabo en Uruguay en 2007 y en 2013, el total de horas
que se trabajan en Uruguay se reparte casi por igual entre trabajo
remunerado y no remunerado –50 por ciento en cada uno de los casos en 2013 y
una cifra virtualmente igual para 2007.

Si bien la cantidad de horas globales que se dedican al trabajo se reparten
equitativamente entre remuneradas y no remuneradas, no se comparten de igual
forma entre hombres y mujeres, dado que existe una injusta organización
social del trabajo no remunerado. En el total de trabajo que realizan
hombres y mujeres hay grandes diferencias entre las horas destinadas a cada
una de las categorías. Por un lado podemos ver que los varones dedican 32
por ciento de su tiempo a tareas no remuneradas, mientras que las mujeres
dedican a eso 65 por ciento de todas las horas que trabajan. Esto implica
que no se reconoce con el pago de un salario más de los dos tercios del
total trabajado por las mujeres en nuestro territorio, lo que se traduce en
una mayor precarización de su tiempo y en una desvalorización específica de
esas funciones. De esta división sexual de tareas resulta que más del 70 por
ciento del trabajo no remunerado en nuestro país es realizado por las
mujeres.

Estas tareas, que implican un esfuerzo físico y emocional, juegan un rol
protagónico en el sistema productivo capitalista. “Si no existiera el
trabajo de cuidados que permite que todos los días haya fuerza de trabajo
disponible para trabajar, el sistema capitalista no podría funcionar, no
podría reproducirse, no podría acumularse el capital”, afirma Corina
Rodríguez Enríquez, al considerar que esta actividad posee un rol esencial
para que el sistema pueda funcionar. Por un lado, nos toca a las mujeres
hacernos cargo de cuidar a niños y niñas, así como de otras personas con
mayores grados de dependencia. Pero no sólo, sino que también nos encargamos
de las personas menos dependientes, ya que nos aseguramos de que el hombre
pueda ir a trabajar con la ropa limpia después de haber comido y descansado.

Podemos ver que en promedio las mujeres trabajan más horas que los hombres.
Si sumamos el trabajo dentro y fuera del hogar, los hombres dedican 50 horas
semanales en promedio, mientras que las mujeres dedicamos 55.(2) Esta carga
de horas está asociada a una doble jornada, que implica desgastarnos en el
trabajo por el esfuerzo que éste implica, y a su vez el trabajo que
significa el llevarse la casa a cuestas como Manuelita. Porque el
estereotipo de ser mujer está signado por estar siempre conectada al hogar,
desde recordar qué es lo que falta en la heladera y así hacer alguna compra
de última hora para la comida y siempre atender el llamado de algún hijo o
hija para resolver los problemas que diariamente se dan en el hogar.
Recuerdo que cuando niña siempre era a mamá a la que llamábamos para que nos
dijera qué hacer para comer o cómo solucionar los problemas con mis
hermanos.

Este esfuerzo no se da sólo en el caso en el que el hogar tenga hijos e
hijas, sino que la carga horaria que dedica una mujer a las tareas en el
hogar aumenta cuando está en pareja con un hombre, respecto, por ejemplo, a
la situación de vivir sola. Para el hombre esto es lo contrario, y su carga
horaria disminuye cuando está en pareja, trasladando en parte o toda su
carga horaria a la mujer.(3)

Pero en esta sociedad que no es sólo patriarcal sino también capitalista,
las diferentes desigualdades se sobreimprimen y refuerzan unas a otras,
generando mayores grados de opresión. Como vemos en el informe de la
Encuesta de Uso del Tiempo de 2013, la tasa de participación en tareas no
remuneradas va descendiendo para hombres y mujeres a medida que aumenta el
ingreso, y la brecha entre hombres y mujeres va cerrándose también, aun sin
desaparecer. Esto no implica que esas tareas se repartan de forma
igualitaria entre hombres y mujeres en los hogares de mayores ingresos, sino
que se tiende a sustituir trabajo no remunerado por trabajo remunerado,
realizado principalmente por mujeres y por salarios muy bajos.

La categoría mal llamada “ni-ni” para quienes aparentemente no estudian ni
trabajan esconde una división sexual del trabajo incluso desde una temprana
edad. Dentro de este grupo de lo más homogéneo podemos ver que “las mujeres
están sobrerrepresentadas entre los jóvenes que no estudian ni trabajan,
concentrándose particularmente dentro de la subcategoría no estudia ni
trabaja y es responsable de realizar los quehaceres del hogar”,(4) y en
general estas jóvenes forman parte de un hogar emancipado. Esto nos muestra
que las jóvenes que no están en el mercado laboral o estudiando no están
inactivas, muy por el contrario, están ocupadas en sus casas.

Las tareas de cuidado y otras tareas en el hogar implican para las mujeres
en la mayoría de los casos un esfuerzo energético y productivo en dos
espacios, el laboral y el hogar. Pero estas dos esferas no pueden ser
observadas como compartimentos estancos, sino que forman parte de un sistema
que impacta sobre las mujeres en forma simultánea. En lo inmediato, implica
que las mujeres cuentan con menos tiempo para dedicarse a su autocuidado y
su formación para luego poder participar de un mercado laboral sumamente
competitivo. En momentos de crisis las mujeres se muestran como la variable
de ajuste, dado que son quienes cuentan con menos experiencia laboral y
reciben peor pago, al mismo tiempo que las políticas públicas no son
suficientes aún y el mayor peso de la provisión de cuidados recae en sus
espaldas. A su vez, las dinámicas entre trabajo remunerado y no remunerado
implican que las mujeres cuentan con menos autonomía económica y menos
posibilidades de interacción social, incluso más en el caso de aquellas
mujeres que se dedican exclusivamente al trabajo no remunerado dentro del
hogar.

Estos factores, junto a la percepción de que las mujeres de alguna manera
pertenecemos al sexo débil, y otras ideas preconcebidas sobre el “deber ser”
de las mujeres y su posición relativa respecto de los hombres, implica una
exposición sistémica a diferentes formas de violencia.

Uno de los objetivos de este 8 de marzo era visibilizar por medio del paro
nuestra ausencia, el rol económico fundamental que desempeñamos las mujeres.
Para que no se siga invisibilizando lo que hacemos dentro del hogar y
desvalorizando lo que hacemos fuera en forma remunerada. Por eso, una
obviedad negada e invisible se volvió grito y símbolo: ¡Si paramos las
mujeres paramos el mundo!

* Ana Leiva es economista integrante del Espacio de Economía Feminista.
Docente de la Udelar.

Notas

1) Rodríguez Enríquez, radio Universidad Nacional de la Plata.

2) Eut 2013.

3) Eut 2007. 4) “¿Ni ni? Aportes para una nueva mirada”, Mtss, Mides.

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