Argentina/ nueva ley de extranjería: voces migrantes y trayectorias de lucha [Ana Fornaro y María Inés Pacecca]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 29 18:03:00 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

29 de marzo 2017

Boletín Informativo

redacción y suscripciones

germain5 en chasque.net

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Argentina

La nueva legislación sobre extranjería

El buen migrante

La idea de combatir a los migrantes con cárcel o expulsiones no es original.
Hoy, como siempre, estas ideas van de la mano de un vocabulario bélico o de
purificación que no escudriña la nacionalidad: están los puros y están los
malvados. Pero si el malvado es extranjero, se le aplica una regla distinta
que al malvado nacional porque, al final, lo que define es la sangre, la
xenofobia. En esta crónica Anfibia, la especialista María Inés Pacecca y la
cronista Ana Fornaro siguieron a dirigentes migrantes en Argentina,
rastrearon sus trayectorias, y cómo luchan ante el peligroso panorama que
provoca el nuevo DNU macrista.

Ana Fornaro (*) y María Inés Pacecca (**)

Revista Anfibia, marzo de 2017

http://www.revistaanfibia.com/

Afuera se cae el mundo con la última tormenta del verano. Adentro, en el
local de Once donde funciona la sede de la Red Patria Migrante, unas
cuarenta personas de acentos y culturas diferentes intentan ponerse de
acuerdo. Son de Perú, de Paraguay, de Bolivia, de Chile. Hay colombianos y
venezolanos. Hay argentinos, también. Los últimos en llegar están empapados,
de pie. Pero hay orden, aunque haya urgencia. En esta asamblea, militantes
independientes y referentes de organizaciones tienen que decidir qué
acciones llevarán a cabo en marzo, mes de reactivación legislativa y de
múltiples movilizaciones sociales. Deben dar batalla contra la última
cruzada anti-inmigratoria del Gobierno argentino: el Decreto de Necesidad y
Urgencia (DNU Nº 70/2017) publicado en el Boletín Oficial a fines de enero.

Sin necesidad y sin urgencia, pero con muchas ganas de “poner en su lugar” a
todas las personas que llegaron en la última década (especialmente a las
latinoamericanas), el Poder Ejecutivo reformó la Ley de Migraciones de modo
tal que prácticamente cualquier extranjero podrá ser deportado por cualquier
minucia. A partir de este decreto, alcanza con el procesamiento o condena no
firme, incluso en casos donde corresponderían penas entre 1 mes y menos de 3
años y que suelen ser excarcelables, como por ejemplo el “atentado y
resistencia a la autoridad”. Casi ninguna persona argentina iría presa por
un delito tal, pero un migrante incluso si es documentado, con familia, con
arraigo, con toda su vida en el país, podrá ser deportado casi sin
excepción. El DNU establece también un procedimiento de expulsión sumarísimo
que generaliza la detención y dificulta el acceso a la defensa pública. En
síntesis: para los argentinos, justicia; para los extranjeros, expulsión
express.

— Me preocupa la falta de información sobre el DNU. Creo que tenemos que
hacer una pedagogía en nuestras comunidades.

—Si hacemos marchas no tienen que estar politizadas. Y hay que convocar a la
mayor cantidad de argentinos posibles.

—¿Cómo que no tienen que estar politizadas? Quizás no de partidos, pero
nosotros somos militantes políticos, compañera.

—En las movilizaciones tenemos que tener cuidado con la policía y las
contravenciones. Ahora todos corremos riesgos.

—¿Qué tan loca es la idea de parar?- Un paro demostraría todo lo que los
migrantes aportamos a esta economía

Quienes hablan han sido, en su mayoría, protagonistas de la lucha para los
derechos de los migrantes de los últimos veinte años. Hacia el cambio de
milenio, tras décadas de persecución y abusos, las asociaciones de migrantes
comenzaron a ampliarse y fortalecerse. Se plantó presencia en audiencias
públicas, hubo organización territorial, se logró articular voces disímiles
y a veces contradictorias para participar de los debates. Estas personas,
que transformaron la  vulneración de derechos y el desarraigo en
trayectorias políticas, hoy se preguntan: ¿cómo comunicar a migrantes y
argentinos los peligros del nuevo decreto? ¿Cómo hacer entender a la
sociedad que no se trata de separar entre supuestos “migrantes buenos” y
supuestos “migrantes malos”? ¿Cómo hacer llegar el mensaje de que ahora
mismo nadie está a salvo?

Y allí deciden: organizar una movilización el 1ero de marzo – día de la
apertura de las sesiones del Congreso- cortando el cruce de Corrientes y
Callao, en pleno centro porteño. Pero también acompañar las distintas
movilizaciones populares con una columna unificada: el 8 de marzo al Paro
Internacional de Mujeres y el 24 de marzo a la marcha por la Memoria. El
objetivo es visibilizar al colectivo hasta llegar a la acción más ambiciosa:
el paro general migrante del 30 de marzo, fecha aniversario de la tragedia
de la calle Luis Viale, que acompañará el paro nacional convocado por la
CTA.

Once años atrás, una joven embarazada, un adolescente y cuatro niños de
entre 10 y 3 años -todos de nacionalidad boliviana- murieron en el incendio
de un taller textil en el barrio de Caballito. Ese día marcó un antes y un
después para la comunidad boliviana pero también para todo el colectivo
migrante. El incendio de la calle Luis Viale dejó en evidencia la
explotación laboral y precarización vital de los migrantes latinoamericanos
en Argentina. Y apuró la salida del Plan Patria Grande,  un programa de
regularización de migrantes ciudadanos del Mercosur lanzado por el entonces
presidente Néstor Kirchner. Ese plan implementaba por primera vez, y de
manera masiva, el criterio de radicación expresado en la Ley de Migraciones
sancionada en 2003, que permitió que en poco más de diez años se documentara
casi un millón de personas. Hoy esas conquistas están siendo jaqueadas y la
militancia migrante vuelve a verse en las calles. Los referentes de las
comunidades, verdaderos cuadros políticos, llaman a la acción.

***

Cuando Juan Vázquez llegó de La Paz tenía ocho años. Era 1990 y con su madre
recién pudieron atravesar la frontera al tercer intento. Ya habían vendido
el título de la casa en que vivían, su único capital, por 300 dólares. En
Buenos Aires los esperaba el padre de Juan, que trabajaba y vivía en un
taller de costura en Floresta. En los ’90 regía la Ley Videla y conseguir
papeles era casi una utopía. Los primeros tiempos durmieron todos en un
pasillo: el lugar no estaba preparado para recibirlos. A la semana Juan
empezaba la escuela pero no tenía nada, ni guardapolvo, ni útiles ni la más
mínima idea a lo que se enfrentaba.

Ahora, sentado en una de las habitaciones de la Casona de Flores, un espacio
que reúne a varias organizaciones sociales de la zona, entre ellas Simbiosis
Cultural, el colectivo que fundó junto a su compañera Delia Colque, Juan
recuerda:

Era una escuela chica y yo era el diferente. Era el morocho, tenía acento
raro. Además vivía dos vidas separadas. Estaba en un gueto adentro del
taller y afuera trataba de mimetizarme. No le contaba a nadie que vivía ahí.
En los talleres el tiempo pasa de otra manera. El migrante tiene que
resolver tres cosas importantes: techo, comida y trabajo. Y el taller te da
eso, en condiciones de mierda pero te lo da. Y te da un grupo de contención,
que son tus compañeros y familia.

La organización donde milita Juan se formó justo después del incendio de
Luis Viaje y arrancó con un ciclo de cine en una plaza donde se debatía
política a través de la cultura. Después de varias acciones, hoy formaron
una cooperativa de trabajo textil con más de 60 personas.

—Lo de Luis Viale fue un golpe y un clic. Porque hasta ese momento yo, y
muchos de mis compañeros, teníamos naturalizado el trabajo en los talleres.
Era parte de nuestra historia y de nuestra vida.

Incluso los padres de Juan, que habían empezado como costureros,
progresaron, y siguieron el oficio manejando un taller. Una evolución
bastante frecuente pero donde se termina reproduciendo las condiciones de
explotación.

Juan cuenta que después del incendio de Viale la comunidad boliviana quedó
muy divida. Había dos voces fuertes: quienes condenaban los talleres y
quienes los defendían diciendo que eran las únicas fuentes de trabajo. A la
organización no le convencía ninguna de las dos.

—Nos preguntábamos: de todos los costureros ¿quiénes realmente quieren
dedicarse a eso? Y quiénes no quieran hacerlo ¿qué otras alternativas
tienen?

Antes de fundar Simbiosis Cultural, Juan había empezado a militar en el
Movimiento de Ocupantes e Inquilinos y había tenido su primera gran fractura
identitaria: volver a Bolivia. Allí se dio cuenta de que “lo boliviano”
podía ser algo bien diferente a lo que él conocía de acá. Y volvió a Buenos
Aires con la necesidad de militar con la comunidad boliviana pero desde otro
lugar, desarticulando lugares comunes.

—Nosotros en Simbiosis Cultural nos definimos como bolitas. Le sacamos la
parte peyorativa y la invertimos. No te hacemos de bolivianos, no te vamos a
bailar el tinku. Somos más jodidos porque no nos encasillan fácilmente.

El tercer clic de Juan fue en diciembre de 2010, cuando la Policía Federal y
la Metropolitana intentaron desalojar a varias familias de migrantes (en
especial, paraguayos y bolivianos) que habían ocupado algunos sectores del
Parque Indoamericano, en Villa Soldati, al sur de la Ciudad de Buenos Aires.
La represión y los enfrentamientos entre vecinos de la zona dejaron un saldo
de cuatro muertos y decenas de heridos y las tomas se fueron replicando en
varios puntos de la ciudad.

—Por la reacción xenófoba de los vecinos de la zona y de la población en
general, sacamos en claro que para la mayoría el migrante no forma parte, es
un visitante que se tiene que portar bien y agachar la cabeza. Por eso en la
convocatoria al paro del 30 de marzo hablamos de romper con esa idea de
visitante. No somos visitantes. Somos parte de la vida y de la fuerza de
trabajo de este país.

Juan termina de hablar entre el apuro y el llanto de la bebé de una
compañera de Simbiosis que se acercó a la Casona para trabajar. Hay que
terminar de hacer los carteles para la primera movilización de un mes muy
cargado.

***

A las diez de la mañana del 1ero de marzo, el sol pega muy fuerte y decenas
de militantes de diferentes organizaciones ya están reunidos en el cruce de
las avenidas Corrientes y Callao. Van a marchar hacia el Congreso para
visibilizar su demanda: “Anulación del decreto anti-inmigrante”. Pero esa
proclama, inscrita en la gran bandera común, no podrá avanzar. Lo impiden
unos veinte policías de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) que
forman una barrera humana sobre Callao. Media hora después, las decenas de
personas se transforman en centenares, en su gran mayoría latinoamericanos.
En una esquina, frente a dos agentes de la PSA de civil, el dueño de un
kiosco de diarios y revistas observa la escena. Frente a la pregunta de si
está al tanto sobre lo que está pasando responde con monosílabos. Tiene los
ojos muy claros y un acento extranjero. Cuando se le repregunta si conoce el
DNU y cómo afectará éste a los migrantes guarda silencio. A su lado, su
esposa, también rubia, habla por celular pero interrumpe la conversación.

—Nosotros no opinamos. Venimos de muy lejos. De Ucrania. De más lejos que
ellos. No queremos tener problemas.

La aglomeración de gente llama a los curiosos. Muchos “nacionales” se
acercan para ver qué está pasando. La gran mayoría piensa que es uno de los
tantos piquetes de los últimos meses; las banderas del Partido Obrero
prestan a confusión.

Ezequiel y Marina miran los carteles que dicen “Migrar no es delito” y
responden con la palabra “narcotráfico”. Pero también cuentan que sus
abuelos vinieron de Italia. Luego dicen que podría haber más controles en
las fronteras. Pero tampoco están muy convencidos de que eso solucione algo.
El mismo vaivén discursivo tiene Alberto, un hombre de 40 años que mira la
manifestación recostado contra la puerta de una pizzería.

—Quizás haya demasiados migrantes. Aunque en realidad los paraguayos y los
bolivianos siempre hicieron los trabajos que nosotros no queríamos hacer.
Pero no estoy de acuerdo con que tengan planes y jubilaciones, porque eso
tiene que ser prioridad para los argentinos. Pero tampoco quiero que esto
del decreto sea como Trumpechando a los mexicanos. Ningún gobierno puede
hacerle eso a la gente.

Luis y Rodrigo, parte de la agrupación de “Skinheads anti-racistas”, son
algunos de los argentinos que acompañan la movilización. Reunidos en torno
al club social y deportivo “La cultura de barrio”, estos jóvenes reivindican
los orígenes obreros y jamaiquinos de los skinheads en Inglaterra. No tienen
nada que ver con los skinheadsxenófobos que salen en los medios. A esos les
dicen “los fachos”, contra ellos se enfrentaban- muchas veces en peleas
callejeras- en los ’90 y ya entrado el nuevo milenio.  Por esos años la
xenofobia era fogueada desde los discursos políticos y desde la prensa:

“A diferencia de la inmigración que soñaron Sarmiento y Alberdi, no vienen
de las capitales de Europa. Llegaron de Bolivia, Perú, Paraguay. Son el
sueño hecho realidad de los ideólogos de la izquierda setentista”, dice en
abril de 2000 el periodista Luis Pazos en una nota, célebre por su
tendenciosidad, ya en aquel momento, titulada “La invasión silenciosa”.

Publicada en La Primera, la revista del empresario Daniel Hadad, habla de la
“promiscuidad”, “suciedad” y “violencia” de los vecinos latinoamericanos,
una muestra emblemática de las razzias mediáticas que proliferaron en
aquellos años, justamente en un momento que el país tenía la cantidad más
baja de migrantes de todo el siglo XX: 1.500.000.

En aquel entonces, las escuelas no daban los certificados de fin de estudios
a los chicos migrantes porque no tenían DNI; los hospitales negaban remedios
o tratamientos. Los operativos policiales de control de documentación en las
estaciones de trenes y en las calles eran una fuente de “recaudación” para
las comisarías. Los asaltos, torturas y aprietes a los quinteros bolivianos
de Escobar mostraban los puntos en común entre la xenofobia y el negocio
inmobiliario.

El discurso de los “inmigrantes vienen a sacarnos el trabajo a los
argentinos” era un lugar tan común que fue una de las frases pronunciada ese
trágico 10 de enero de 2001 cuando,al grito de “boliviana de mierda”,
Marcelina Meneses y su hijo de diez meses fueron arrojados a las vías del
tren en la estación Avellaneda. Murieron los dos.

—Estamos acá porque no queremos volver a la época negra de hace veinte años-
dice Judith, de 30 años, desde el cordón de la calle Corrientes.

Cuando el sol se vuelve insoportable, Judith busca la sombra junto a
compañeras y vecinas de la Villa 31. Algunas, como ella, fueron a la
movilización con sus hijos chicos y bebés en carritos. Casi todas, como
ella, forman parte de organizaciones de mujeres que nacieron después de la
muerte de Marcelina Meneses y construyeron una voz propia, representativa y
colectiva que late en la amalgama entre el género y la migración.

***

Desde su pequeña oficina del microcentro, tras cruzar una puerta de vidrio
craquelado con su nombre impreso, Zulema Montero dice que no da abasto, que
en los últimos dos meses no paran de recibir casos, que son días de urgencia
y desasosiego, que está agotada. Pero no va a parar. No puede parar.

Esta abogada boliviana, presidenta de la Asociación Civil
Yanapacuna(“ayudémonos”, en quechua), es una de las referentes que trabaja
con perspectiva de género y alerta sobre las consecuencias que el DNU tendrá
para las migrantes mujeres, entre ellas la separación de sus hijos nacidos
en Argentina y las divisiones familiares.

Aunque su experiencia migratoria fue diferente que la de la mayoría de sus
compatriotas, Zulema sabe de familias divididas por los desplazamientos en
busca de un futuro mejor. Durante nueve años vivió separada de su marido,
que había venido a hacer la residencia médica a Buenos Aires. Ella se quedó
en Sucre con sus dos hijas y se reunían solamente durante las vacaciones.
Tenía mucho trabajo como abogada de derechos humanos y dejarlo todo para
venir a Argentina no era una decisión fácil. Pero la separación familiar se
hizo insoportable y en pleno 2001, cuando el país estallaba, desmontó su
vida boliviana y se reunió con su marido.

A pesar de que había venido con un poco de dinero y su situación no era tan
límite como la de su entorno, apenas al llegar se dio de bruces con la
discriminación y el racismo:desde su primera experiencia en Migraciones
hasta cuando se acercó a la Facultad de Derecho para preguntar por la
reválida del título.

—De muy mala manera me dijeron que tenía que hacer toda la carrera de
vuelta, que en España con los argentinos que migraban era así y que entonces
acá era así.

Desorientada por el cambio y el desarraigo, sin poder dedicarse a lo suyo,
Zulema se empezó a enfermar. No estaba acostumbrada a ser solo ama de casa.
Le dolía el cuerpo y no sabía qué hacer. Empezó a dar vueltas por centros
médicos esperando que le dieran una diagnóstico a su malestar pero la
respuesta vino por parte de una psicóloga del Centro Odontológico.

—¿Usted a qué se dedica?- le preguntó la psicóloga.

—Yo soy abogada.

—A usted lo que le pasa es que tiene que retomar su carrera.

Hasta ese entonces Zulema no le había dicho a nadie que era abogada, porque
nadie le preguntaba. Para el sistema era una migrante. Y nada más.

Zulema empezó a militar en lo social desde que estaba en el secundario.
Creció viendo la dureza de las condiciones de vida de los trabajadores sin
tierra. Su padre era un terrateniente y desde chica ella no podía soportar
el maltrato que ejercía. Cuando va para atrás en su historia, esta mujer que
habla con determinación y lidia día a día con situaciones extremas, se
quiebra.

—Sufría mucho viendo tan de cerca la explotación, la injusticia. Cuando mi
padre lo perdió todo, como le pasó a muchos terratenientes con la crisis de
las cosechas, la que salió a trabajar fue mi madre. Ella venía de una
familia muy pobre, durante mucho tiempo fue analfabeta. Pero se puso todo al
hombro, como muchas mujeres bolivianas. Salía a vender lo que pudiera y con
eso nos mantuvo.

Su padre no quería que estudiara abogacía porque era una carrera muy cara,
había que comprar los libros y además “como mujer nadie le iba a hacer
caso”. Pero ella desobedeció, consiguió todo el material en fotocopias y
además hizo secretariado, para poder trabajar enseguida. Desde ese momento
comenzó a militar en la ONG Asamblea por los Derechos Humanosy a trabajar
con los sin tierra, movimientos sociales que prepararon la llegada de Evo
Morales a la presidencia.

Zulema vuelve a esa charla con la psicóloga. Ese día se dio cuenta de lo
importante que era la escucha para los migrantes recién llegados y la
posibilidad de poner en palabras lo que estaban atravesando. Desde ese
momento se volcó al trabajo social en su comunidad de Liniers y fue una de
las fundadoras, junto a Reina Torres, la cuñada de Marcelina, del Centro
Integral “Marcelina Meneses”, una asociación civil con sede en Ezpeleta
(provincia de Buenos Aires).Brinda asesoramiento legal a mujeres y las ayuda
en casos de violencia. Junto a sus compañeras marcharon el 8 de marzo,
integrando la columna de mujeres migrantes del Paro Internacional de
Mujeres.

—Las mujeres migrantes estamos doblemente desamparadas y explotadas
laboralmente. Por eso es tan importante visibilizarnos como tales- finaliza
Zulema, antes de salir corriendo hacia Villa Celina, donde la espera la
cuarta actividad del día, en pleno carnaval boliviano.

***

No quiere decir su nombre ni el de la empresa que la emplea. Prefiere no
salir en la foto. Pero está ahí, ubicada entre la bandera del Frente Patria
Migrante y la que dice “Ni una migrante menos”, preparándose para el 8 de
marzo. Llegó sola a Argentina desde República Dominicana en búsqueda de un
mejor futuro para sus hijos. Ellos se quedaron en su país y reciben todos
los meses más de la mitad del sueldo de su madre.

—Mi vida aquí es una lucha día a día. Hace tres años que me vine pero ahora
todo está mucho más complicado para los migrantes y para todo el mundo.
Hasta se pone difícil enviarle dinero a mis hijos. A veces pienso en irme
pero creo que hay que seguir peleando. Por eso participo de esta marcha,
porque para las mujeres solas es todo más difícil.

La columna de mujeres migrantes avanza por Avenida de Mayo cantando “somos
las migrantes que venimos a parar/el migrar no es delito/el migrar es un
derecho que hay que respetar” entre carteles con diferentes consignas.
Algunas hablan del DNU, otras de violencia de género, otras del derecho al
trabajo. Hay mujeres de Colombia, de Paraguay, de Bolivia, de Perú, pero
también de España, de Venezuela, de Senegal. Marchan por las suyas o
integran organizaciones como AMUMRA (Asociación de Mujeres Unidas Migrantes
y Refugiadas en Argentina), quienes reparten folletos donde reivindican el
trabajo de muchas mujeres bajo el lema “ni mucamas ni sirvientas,
trabajadoras de casas particulares”. Las activistas de AMUMRA van vestidas
con chalecos bordó y explican el nuevo decreto macrista a quienes se les
acercan. Entre ellas está la fundadora y presidenta de la organización,
Natividad Obeso, quien migró sola desde Perú huyendo del terrorismo de su
país. Recién cinco años después pudo traer a sus hijos y en 2001 fundó la
Asociación.

Las columnas de mujeres migrantes ya son una tradición en las marchas. En la
década de 1960, la feminización de las corrientes migratorias se convirtió
en una clara tendencia a nivel mundial. Pero hasta entonces, la decisión de
migrar y la migración en sí eran consideradas dominios básicamente
masculinos. Las mujeres no migraban de forma autónoma sino en tanto hijas o
cónyuges de un migrante masculino principal. Sin embargo, cuando comienzan a
ser más que los varones -migrando también a edades más tempranas-, queda
claro que ciertos supuestos de los roles de género deben ser revisados. En
Argentina, el 54% de la población migratoria latinoamericana está conformada
por mujeres.

***

Lourdes Rivadeneyra no para de recibir gente en su oficina en el local de
Once. El mismo lugar donde, a fines de febrero, se realizó la asamblea para
decidir las acciones a seguir tras el DNU macrista. Esta activista peruana
-coordinadora de la Red de Migrantes y Refugiados de Argentina y referente
de Patria Migrante, el brazo más político de la asociación—cuenta que en los
últimos meses le han llegado muchísimas denuncias y la xenofobia es palpable
en la calle. “Con la cárcel para migrantes y el DNU hubo algo que se desató
en la sociedad”.

Quien trabajaba en un banco y como profesora de danza folklórica llegó al
país hace 24 años para visitar a sus hermanas (se iba a quedar un mes) y
terminó sin volver a su Callao natal durante una década.En esa época venirse
a Argentina para los peruanos era como irse a Europa, cuenta.

—Te decían: cien pesos valen cien dólares y hay mucho trabajo. Y sí, había:
lo que no había eran papeles y por lo tanto había explotación. Y tampoco se
hablaba de la persecución policial, de las razzias, de los migrantes que
desaparecían.

Para no gastarse los ahorros, consiguió un trabajo como vendedora en una
tienda en el barrio de Once y fue ahí donde empezó, quien estaba
supuestamente como turista,a identificarse como migrante y ver a sus pares.
Salía de trabajar, cruzaba la Plaza Miserere y se encontraba frente a frente
con compatriotas que leían y escribían cartas entre lágrimas. Le contaban
que extrañaban a sus hijos pero ninguna quería volver. Migrar solas había
significado, muchas veces, romper con sus familias, enfrentarse a todos los
prejuicios.

—Al irse las tildaban de putas, de cualquier cosa. Y también están las
compañeras trans, que aunque acá la pasan muy mal, allá no vuelven ni locas.

Ella también la estaba pasando mal. Durante los primeros tiempos iba y
volvía de sus trabajos llorando. El desarraigo, el no tener papeles, el
tener que agachar la cabeza permanentemente la iba desgastando poco a poco.
Pero al igual que sus compatriotas tampoco quería retornar.

Atravesada por sus vivencias cotidianas y después de que una amiga la
llevara a a la villa 1.11.14, Lourdes empezó a sentir la necesidad de
organizarse y armar una red de contención para pelear por sus derechos. Eran
principios de los 2000, la persecución policial estaba a la orden del día y
había compañeros que a diario desaparecían del mapa sin dejar rastros. Ella,
con su grupo de compañeros, salían a buscarlos por la ciudad. Así llegaron
una noche a un hospital tras las pistas de un compañero que nunca había
vuelto a su casa del trabajo. Después de que nadie las quisiera atender, un
enfermero que fumaba en la puerta del edificio les dijo:

—Pregunten en la morgue por los NN.

Y ahí encontraron a su compatriota. Le había sacado todos los órganos.

Lourdes reconstruye esas escenas pasadas y le tiembla la voz. Habla de esos
años cuando la policía detenía a migrantes por portación de cara y,al no
tener  documentos, los metían en el patrullero bajo la inquietante frase:
“vení que te voy a llevar a conocer Argentina”. A veces aparecían en
calabozos, otras no.

—Con las políticas anti-inmigratorias de este gobierno se está volviendo
rápidamente a donde estábamos antes. La única respuesta a eso es la
organización política. Y el paro general va en ese sentido. Y seguir
militando por el voto de migrantes a nivel nacional. Ahí sí nos escucharían.

Antes de terminar la charla, Lourdes quiere agregar algo: la frase policial
“vení que te voy a llevar a conocer Argentina” se empezó a escuchar otra
vez.

***

Antes del DNU fue la cárcel. En agosto de 2016, la Dirección Nacional de
Migraciones informó que acondicionaría un inmueble (cedido por la Ciudad)
para que funcionara como “centro de retención” de personas prontas a ser
expulsadas por infracciones a la Ley de Migraciones. Esta iniciativa era
parte de la “optimización de los recursos del Estado para combatir la
irregularidad migratoria”. La idea de combatir a los migrantes —irregulares
o no— con cárcel y/o expulsiones no es nada original. Hoy, como siempre,
estas ideas van de la mano de un vocabulario bélico, higienista o de
purificación que no escudriña la nacionalidad (sería un acto de xenofobia
demasiado evidente) sino el alma: están los puros y están los malvados. Pero
si el malvado es extranjero, se le aplica una regla distinta que al malvado
nacional, porque finalmente, lo que define es la nacionalidad, la sangre, la
xenofobia.

Salomón Ramírez Santacruz vino de la localidad paraguaya de Villarrica en la
década de 1970, cuando era un adolescente. Desde la pequeña zapatería
familiar que inició su padre en Lanús hasta la fábrica de zapatos que llevan
adelante él y sus hermanos, ha visto enormes cambios: económicos, políticos
y sociales. Cambios que también moldearon a la propia comunidad paraguaya y
al Club Atlético Deportivo Paraguayo.

Sentado en la cantina del Deportivo Paraguayo, Salomón, presidente de la
asociación y referente de su comunidad hace cuatro décadas, muestraun
comunicado de prensa que acaban de sacar desde la Federación Paraguaya y
dice con preocupación:

—Parece mentira que estemos volviendo a foja cero.

El Club fue uno de los ámbitos desde donde los residentes paraguayos
discutieron de forma sistemática y a ambos lados de la frontera, las
políticas que los atañen. A fines de los años 90 trabajaron para que el
Legislativo de Paraguay frenara un convenio bilateral que establecía
draconianas (e incumplibles) condiciones de regularización para los
paraguayos en Argentina.

Años después, cuando se implementó el Programa Patria Grande, el Centro
Polideportivo que el Club tiene en el Partido de La Matanza se involucró de
lleno en el proceso de regularización. Los sábados y domingos unos 12.000
migrantes llevaron allí sus papeles para iniciar el trámite de
documentación.

—Para nuestra comunidad recién se pudo respirar un poco a partir del Patria
Grande. Yo participé junto a otras organizaciones en las Audiencias
Públicas, que fueron muy importantes porque por primera vez nos convocaban a
los migrantes a opinar.

En los espacios de debate y negociación generados en los últimos años quedó
claro que para hablar de migración hay que dialogar (o confrontar) con el
Estado, y que no hay forma de pensar la inmigración sin pensar la política.
En eso concuerdan Juan, Salomón, Lourdes y Zulema, quienes con sus vidas y
militancias recorren el arco que va desde fines de los 90 hasta ahora.

Ellos saben, mejor que nadie, que la distinción entre “migrantes buenos” y
“migrantes malos” es una manera de llevar toda la discusión – y cargar todas
las tintas- en cómo son los migrantes-como si fueran de alguna manera en
particular. Si lo que se discute es eso, es claro que no hace falta discutir
otras cosas. Esa es la esencia del chivo expiatorio: con su muerte se expían
todas las culpas, con su deportación se acaban todos los males.

El reclamo por el DNU llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), que el 20 de marzo realizó una asamblea de oficio en Washington y
alertó sobre el “retroceso” de los políticas migratorias de Argentina. El
paro general convocado para el jueves  30 logró la adhesión de diferentes
sectores (como el ladrillero, textil, trabajo de casas particulares,
hortícola) y de muchas comunidades de migrantes, no sólo latinoamericanas. A
su vez, desde las organizaciones se logró el respaldo de diputados del
Frente Para la Victoria, Frente de Izquierda, Peronismo para la Victoria y
del Partido Obrero.

Los testimonios, las historias y las experiencias de quienes lucharon y
siguen luchando por sus derechos no dejan dudas: hablar de in/migrantes es
hablar de nacionales (de argentinos y argentinas en este caso) y hablar de
in/migración es hablar del Estado. Y hablar del Estado es hablar de
política.

Entonces, volviendo a la pregunta de esa primera asamblea en el barrio Once
¿Qué tan loca es la idea de parar?

* Ana Fornaro es periodista, nació en Montevideo en 1983, vive en Buenos
Aires desde principios de 2012. Licenció en Letras e hizo un master en
Literatura Comparada en la Universidad Lille3 Charles de Gaulle. Fue editora
en la mesa regional de la Agencia FrancePresse (AFP) y en la corresponsalía
de la CNN. Siempre estuvo entre la literatura y el periodismo: escribió –y
lo sigue haciendo- sobre libros en El País y La Diaria. De este lado de la
orilla lo hace en Radar, el suplemento cultural de Página/12. En 2012
publicó De a ratos, un libro de poesía.

** María Inés Pacecca, antropóloga, licenciada en Cs.Antropológicas, docente
del Departamento de Ciencias Antropológicas (FFyL-UBA) e investigadora del
Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires. Ha
sido consultora en temas vinculados a migraciones, trata de personas y
refugiados para diversos organismos internacionales (ACNUR, OIM, OIT,
CEPAL). Ha publicado 4 libros (3 como autora y coeditora, 1 como autora) y
más de 30 artículos en libros y revistas nacionales y extranjeras. Entre
2009 y 2013 coordinó el Área de Investigación de la Asociación por los
Derechos Civiles. Desde 1997 y hasta la fecha colabora con la Comisión
Argentina para los Refugiados y Migrantes (CAREF) en  temáticas de
investigación, sensibilización y capacitación.

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