Debates/El Capital: la relevancia contemporánea de Marx [Claudio Katz]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mayo 28 00:03:21 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

28 de mayo 2017

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Debates

150 años de El Capital

La relevancia contemporánea de Marx

Claudio Katz

Buenos Aires, 6-5-2017

Viento Sur, 27-5-2017

http://www.vientosur.info/

Marx recupera interés. Su clarificación del funcionamiento del capitalismo
contrasta con las simplificaciones neoclásicas y las ingenuidades
heterodoxas. Indicó la lógica de la plusvalía que subyace en la agresión
neoliberal y el tipo de superexplotación que prevalece en el trabajo
precario. Esclareció el origen de la desigualdad y el sentido actual del
beneficio.

El Capital permite refutar la identificación de la revolución digital con el
desempleo. Cuestiona las explicaciones de la crisis por desaciertos
gubernamentales o carencias de regulaciones. Remarca tensiones intrínsecas
en la esfera del consumo y la rentabilidad.

Marx subrayó los determinantes productivos de las convulsiones financieras.
Sugirió las conexiones de la mundialización con los patrones nacionales de
acumulación. Anticipó las polarizaciones que generan subdesarrollo en la
periferia y los enlaces del antiimperialismo con estrategias socialistas.

También conceptualizó la combinación de ilusiones y temor que propaga la
ideología burguesa. Su proyecto igualitario resurge junto a nuevas síntesis
de la acción política con la elaboración teórica.

Este artículo será publicado en 2018 en la revista Sociología histórica
(http://revistas.um.es/sh) <http://revistas.um.es/sh> , dentro de un número
monográfico sobre el 150 aniversario de la publicación del Libro I de El
capital.

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La conmemoración del 150 aniversario de El Capital ha renovado el debate
sobre las contribuciones legadas por Marx a la comprensión de la sociedad
actual. El texto continúa suscitando apasionadas adhesiones y fanáticos
rechazos, pero ya no ejerce la enorme influencia que tuvo en los años 60 y
70. Tampoco padece el olvido que acompañó al desplome de la Unión Soviética.
Ningún investigador de peso ignora actualmente el significado del libro y
las relecturas traspasan la academia e influyen sobre numerosos pensadores.

El interés por Marx se verifica entre los economistas que resaltan su
anticipación de la mundialización. Otros descubren una precoz interpretación
de la degradación del medio ambiente y vinculan la ausencia de soluciones al
desastre ecológico, con la crisis civilizatoria que previó el teórico
germano.

Su obra es retomada con mayor frecuencia para caracterizar la etapa
neoliberal. Varios autores indagan las semejanzas de ese esquema con el
“capitalismo puro” y desregulado que prevalecía en la época de Marx.

En un período de privatizaciones, apertura comercial y flexibilización
laboral se transparentan rasgos del sistema que permanecieron ocultos
durante la fase keynesiana. Los diagnósticos del pensador alemán recuperan
nitidez en el siglo XXI. La gran crisis que estalló en el 2008 reubicó a El
Capital en un lugar preponderante de la literatura económica. Ese desplome
financiero no sólo desembocó en una impactante recesión. Precipitó además
una expansión inédita del gasto público para socorrer a los bancos.

Marx recobra importancia en este escenario de agudos desequilibrios
capitalistas. Por esta razón sus explicaciones del funcionamiento y la
crisis del sistema son revisadas con gran atención.

Algunos analistas igualmente estiman que sus respuestas han perdido
actualidad al cabo de 150 años. Es evidente que el régimen vigente es muy
distinto al imperante en el período que conoció el escritor alemán. El
registro de estas diferencias contribuye a evitar búsquedas dogmáticas de lo
“ya dicho por Marx” sobre acontecimientos que lo sucedieron.

Pero conviene también recordar que el estudioso germano investigó el mismo
modo de producción que opera en la actualidad. Ese régimen continúa regulado
por las mismas leyes y sujeto a los mismos principios. Todas las
denominaciones que ocultan esa persistencia (economía a secas, mercado,
modernidad, pos-industrialismo) obstruyen la comprensión del capitalismo de
nuestra era.

La obra de Marx mantendrá su interés mientras subsista una estructura
económico-social gobernada por la competencia, el beneficio y la
explotación. ¿Pero cuáles son los señalamientos más pertinentes de su teoría
para clarificar el modelo neoliberal actual?

Refutaciones fallidas

Marx captó la especificidad del capitalismo corrigiendo las inconsistencias
de sus antecesores de la economía política clásica. Mantuvo la indagación
totalizadora de la economía que encararon Smith y Ricardo superando las
ingenuidades de la “mano invisible”. Al descubrir las obstrucciones que
afronta el capitalismo revolucionó el estudio de ese modo de producción.

El autor de El Capital comprendió que esas tensiones son inherentes al
sistema. Destacó que los desequilibrios no provienen del comportamiento o la
irracionalidad de los individuos, ni obedecen a la inadecuación de las
instituciones.

Marx postuló que el capitalismo está corroído por contradicciones singulares
y distintas a las prevalecientes en regímenes anteriores. Esa comprensión le
permitió transformar las críticas intuitivas en una impugnación coherente
del capitalismo.

La ortodoxia neoclásica intentó refutar sus cuestionamientos con burdos
panegíricos del sistema. Concibió insostenibles fantasías de mercados
perfectos, consumidores racionales y efectos benévolos de la inversión.
Recurrió a un cúmulo de mitos inverosímiles que contrastan con las
aproximaciones realistas asumidas por Marx.

Los precursores del neoliberalismo no lograron desmentir el carácter
intrínseco de los desequilibrios capitalistas. Ensayaron una presentación
forzada de esas tensiones como resultado de injerencias estatales, sin
explicar por qué razón el propio sistema recrea tantos desajustes.

Los criterios neoclásicos de maximización -complementados con las
sofisticadas formalizaciones para seleccionar alternativas- ignoran la
lógica general de la economía. Reducen la indagación de esa disciplina a un
simple adiestramiento en ejercicios de optimización.

El predicamento actual de ese enfoque no proviene por lo tanto de su solidez
teórica. Es apuntalado por las clases dominantes para propagar
justificaciones de los atropellos a los asalariados. Instrumentan esas
agresiones alegando exigencias naturales de la economía. Subrayan, por
ejemplo, la imposibilidad de satisfacer los reclamos populares por
restricciones derivadas de la escasez. Pero omiten el carácter relativo de
esas limitaciones presentándolas como datos atemporales o invariables.

La hostilidad de los neoclásicos hacia Marx contrasta con el reconocimiento
exhibido por el grueso de la heterodoxia. Algunos autores de esa vertiente
han buscado incluso la integración de la economía marxista a un campo común
de opositores a la teoría neoclásica. Esa pretensión ilustra áreas de
afinidad, pero olvida que la concepción forjada a partir de El Capital
conforma un cuerpo contrapuesto a la herencia de Keynes.

La principal diferencia entre ambas visiones radica en la valoración del
capitalismo. La heterodoxia acepta el carácter conflictivo del sistema, pero
considera que esas tensiones pueden resolverse mediante una adecuada acción
estatal.

Marx postuló, en cambio, que esa intervención sólo pospone (y finalmente
agrava) los desequilibrios que pretende resolver. Con ese señalamiento
colocó los cimientos de una tesis de gran actualidad: la imposibilidad de
forjar modelos de capitalismo humano, redistributivo o regulado. Este
planteo ordena todo el pensamiento marxista contemporáneo.

Plusvalía y superexplotados

Marx formuló observaciones sustanciales para entender el deterioro actual
del salario. El modelo neoliberal ha generalizado esa retracción al
intensificar la competencia internacional. La apertura comercial, la presión
por menores costos y el imperio de la competitividad son utilizados para
achatar los ingresos populares en todos los países. Los patrones recurren a
un chantaje de relocalización de plantas -o a desplazamientos efectivos de
la industria a Oriente- para abaratar la fuerza de trabajo.

Ese atropello obedece a las crecientes tasas de explotación que exige la
acumulación. Marx esclareció la lógica de esta presión al distinguir el
trabajo de la fuerza de trabajo, al separar las labores necesarias de las
excedentes y al registrar qué porción de la jornada laboral remunera
efectivamente el dueño de la empresa.

Con esa exposición ilustró cómo opera la apropiación patronal del trabajo
ajeno. Señaló que esa confiscación queda enmascarada por la novedosa
coerción económica que impera bajo el capitalismo. A diferencia del esclavo
o el vasallo el asalariado es formalmente libre, pero está sometido a las
reglas de supervivencia que imponen sus opresores.

Marx fundamentó este análisis en su descubrimiento de la plusvalía. Demostró
que la explotación es una necesidad del sistema. Pero también remarcó que la
caída del salario es un proceso periódico y variable. Destacó que depende de
procesos objetivos (productividades, base demográfica), coyunturales (ciclo
de prosperidad o recesión) y subjetivos (intensidad y desenlace de la lucha
de clases).

Esta caracterización permite entender que el trasfondo del atropello
neoliberal en curso es una generalizada compulsión capitalista a elevar la
tasa de plusvalía. Indica también que la intensidad y el alcance de esta
agresión están determinados por las condiciones económicas, sociales y
políticas vigentes en cada país.

La teoría del salario de Marx se ubica en las antípodas de las falacias
neoclásicas de retribución al esfuerzo del trabajador. También rechaza la
ingenuidad heterodoxa de mejoras invariablemente acordes a la redistribución
del ingreso.

Pero es un enfoque alejado de cualquier postulado de “miseria creciente”. El
teórico alemán nunca pronosticó el inexorable empobrecimiento de todos los
asalariados bajo el capitalismo. La significativa mejora del nivel de vida
popular durante la posguerra corroboró esas prevenciones.

En la etapa neoliberal el salario vuelve a caer por la necesidad cíclica que
afronta el capitalismo de acrecentar la tasa de plusvalía, mediante recortes
a las remuneraciones de los trabajadores.

Marx postuló además un segundo tipo de caracterizaciones referidas a los
desocupados de su época, que tiene especial interés para la actual
comprensión de la exclusión. Este flagelo obedece presiones de la
acumulación semejantes a las estudiadas por el pensador germano, en su
evaluación de situaciones de pauperización absoluta.

El intelectual europeo quedó muy impactado por las terribles consecuencias
del desempleo estructural. Ilustró con estremecedoras denuncias las
condiciones inhumanas de supervivencia afrontadas por los empobrecidos. Esos
retratos vuelven a cobrar actualidad en los escenarios de pérdida definitiva
del empleo y consiguiente degradación social.

Lo que Marx indagó en su descripción del “leprosario de la clase obrera”,
reaparece hoy en el drama de los sectores agobiados por la tragedia de la
subsistencia.

El neoliberalismo ha extendido la pauperización a gran parte de los
trabajadores informales o flexibilizados. Esos segmentos soportan no sólo
situaciones de sujeción laboral extrema, taylorización o descalificación,
sino también remuneraciones del salario por debajo del valor de la fuerza de
trabajo.

En las últimas décadas ese tormento no impera sólo en la periferia. La
precarización se ha extendido a todos los rincones del planeta y se verifica
en los centros. El nivel de los salarios continúa difiriendo en forma
significativa entre los distintos países, pero la explotación redoblada se
verifica en numerosas regiones. Es un padecimiento agudo en el centro y
dramático en la periferia. Lo que Marx observaba en los desocupados de su
época golpea también en la actualidad a gran parte de los precarizados de
todas las latitudes.

Desigualdad y acumulación

Las ideas que expuso el autor de El Capital permiten interpretar la
explosión de desigualdad que recientemente midió Piketty. Los datos son
escalofriantes. Un puñado de 62 enriquecidos maneja el mismo monto de
recursos que 3 600 millones de individuos. Mientras se desploma la seguridad
social y se expande la pobreza, los acaudalados desfinancian los sistemas
previsión, escondiendo sus fortunas en paraísos fiscales.

La desigualdad no es el fenómeno pasajero que describen los teóricos
ortodoxos. Los exponentes más realistas (o cínicos) de esa corriente
explicitan la conveniencia de la inequidad para reforzar la sumisión de los
asalariados.

La fractura social actual es frecuentemente atribuida a la preeminencia de
modelos económicos regresivos. Pero Marx demostró que la desigualdad es
inherente al capitalismo. Bajo este sistema las diferencias de ingresos
varían en cada etapa, difieren significativamente entre países y están
condicionadas por las conquistas populares o la correlación de fuerza entre
opresores y oprimidos. Pero en todos los casos el capitalismo tiende a
recrear y ensanchar las brechas sociales.

Marx atribuyó esa reproducción de la desigualdad, a la dinámica de un
sistema asentado en ganancias derivadas de la plusvalía extraída a los
trabajadores. El Capital subraya ese rasgo en polémica con otras
interpretaciones del beneficio, centradas en la astucia del comerciante.
También objeta las caracterizaciones que subrayan retribuciones a la
contribución del empresario, sin especificar en qué consisten esos aportes.

Los neoclásicos nunca lograron refutar estos planteos, con su presentación
de la ganancia como un premio a la abstención del consumo o al ahorro
individual. Más insatisfactorias fueron sus caracterizaciones de
retribuciones a un inanimado “factor capital” o a pagos de funciones
gerenciales divorciadas de la propiedad de la empresa.

Desaciertos parecidos cometieron los keynesianos, al interpretar al lucro
como una contraprestación al riesgo o a la innovación. Los pensadores más
contemporáneos de esa escuela han optado por soslayar cualquier referencia
al origen del beneficio.

Otros teóricos reconocen la inequidad del sistema, pero reducen el origen de
la desigualdad a anomalías en la distribución del ingreso, derivadas de
favoritismos o políticas erróneas. Nunca conectan esos procesos con la
dinámica objetiva del capitalismo.

Las caracterizaciones convencionales de la ganancia son más insostenibles en
el siglo XXI que en la época de Marx. Nadie puede explicar con criterios
usuales, la monumental fortuna acumulada por el 1% de billonarios globales.
Esos lucros están más naturalizados que en el pasado sin justificaciones de
ninguna índole.

Las críticas en boga al enriquecimiento cuestionan a lo sumo las
escandalosas ganancias de los banqueros. Ponderan en cambio los beneficios
surgidos de la producción, sin evaluar las conexiones entre ambas formas de
rentabilidad.

La relectura de El Capital permite recordar que la tajada obtenida por los
banqueros, constituye tan sólo una porción de la masa total de beneficios
creada con la explotación de los trabajadores.

Marx analizó también las formas violentas que en ciertas circunstancias
asume la captura de ganancias. Evaluó esa tendencia en estudios de la
acumulación primitiva, que han sido actualizados por los teóricos de la
acumulación por desposesión (Harvey).

En El Capital investigó las formas coercitivas que presentó la apropiación
de recursos en la génesis de capitalismo. Pero el sistema continuó recreando
esas exacciones en distintas situaciones de la centuria y media posterior.
Las guerras de Medio Oriente, los saqueos de África o las expropiaciones de
campesinos en Asia ilustran modalidades recientes de esa succión.

Marx inauguró los estudios de formas excepcionales de confiscación del
trabajo ajeno. Esa investigación sentó las bases para clarificar la dinámica
contemporánea de la inflación y la deflación.

Al igual que sus precursores clásicos Marx postuló una determinación
objetiva de los precios en función de su valor. Precisó que esa magnitud
queda establecida por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la
producción de los bienes, en convulsivos procesos de extracción de plusvalía
y realización del valor.

Esa caracterización no sólo permite refutar la ingenua presentación
neoclásica de los precios como reflejos de la utilidad personal, o como
espontáneos emergentes de la oferta y la demanda. También desmonta la
absurda imagen del capitalista, como víctima de escaladas inflacionarias o
deflacionarias ajenas a su conducta.

En las coyunturas críticas, la determinación turbulenta de los precios
resitúa ganancias extraordinarias a los grandes patrones por medio de
abruptas desvalorizaciones del salario. Esos mecanismos operan en la
actualidad, con la misma intensidad que las expropiaciones virulentas de la
época de Marx. El Capital facilitó la identificación posterior de quiénes
son los artífices y beneficiarios del nivel que asumen los precios.

Esa caracterización no se limita a retratar situaciones de “pugna
distributiva”. Subraya la desigualdad de condiciones en que diputan los
trabajadores con sus patrones y resalta la consiguiente dominación que
ejercen los formadores de precios.

Desempleo e innovacion

La masificación actual del desempleo constituye otra razón para releer a
Marx. Algunos pensadores neoclásicos asumen esa calamidad como un simple
dato. Otros difunden consuelos sobre la futura potencialidad de los
servicios, para compensar la caída del empleo industrial. Esas previsiones
no se corroboran en ningún país.

Muchos analistas afirman que la educación resolverá el problema. Pero
olvidan mencionar el creciente número de desocupados con títulos
universitarios. La destrucción de puestos de trabajo ya afecta severamente a
los segmentos más calificados.

Distintas mediciones han comenzado a registrar que en el modelo actual el
desempleo no se reduce en las fases expansivas, en proporción equivalente a
su incremento en los periodos recesivos. Este flagelo se acrecienta con la
rotación acelerada del capital y la reducción vertiginosa de los gastos
administrativos.

La revolución digital es invariablemente mencionada como la principal causa
de esta creciente pérdida de puestos de trabajo. Pero las computadoras son
culpabilizadas omitiendo quiénes definen su utilización. Se olvida que esos
instrumentos nunca actúan por sí mismos. Son gestionados por capitalistas
que apuntalan sus beneficios sustituyendo mano de obra. La informática y la
automatización no destruyen espontáneamente el empleo. La rentabilidad
empresaria provoca esa demolición.

El Capital introdujo los principales fundamentos de esta caracterización del
cambio tecnológico. Marx afirmó que las innovaciones son incorporadas para
incrementar la tasa de explotación que nutre el beneficio patronal.

La revolución informática en curso se ajusta plenamente a ese postulado. Es
un recurso utilizado por las grandes empresas para potenciar la captura del
nuevo valor generado por los asalariados.

Tal como ocurrió en el pasado con el vapor, el ferrocarril, la electricidad
o los plásticos, la digitalización introduce transformaciones radicales en
la actividad productiva, comercial y financiera. Abarata el transporte y las
comunicaciones y modifica por completo los procedimientos de fabricación o
venta de las mercancías.

Un indicio de esa mutación es la influencia alcanzada por los “señores de
las nubes”. Siete de las diez empresas con mayor capitalización bursátil
actual pertenecen al sector de nuevas tecnologías de la información. Hace
una década y media las firmas con mayor espalda financiera eran petroleras,
industriales o automotrices. Actualmente son Google, Amazon, Facebook o
Twitter.

Esta irrupción suscita presagios venturosos entre los pensadores que ocultan
las consecuencias de la gestión capitalista de la informática. Omiten, por
ejemplo, que la masificación de la comunicación digital reforzó la
privatización del espacio virtual. Ese ámbito es controlado por pocas
empresas privadas estrechamente asociadas con el Pentágono. El Capital
permite entender los determinantes capitalistas de este perfil de la
innovación.

Marx inició la indagación de la tecnología como un fenómeno social, abriendo
un camino de estudios que floreció en las últimas décadas. Pero a diferencia
de los teóricos evolucionistas o schumpeterianos demostró que el cambio
tecnológico desestabiliza la acumulación y potencia la crisis.

La innovación guiada por principios de lucro impone una descarnada
competencia que multiplica la sobreproducción. Induce además a jerarquizar
el desenvolvimiento de ramas tan destructivas como la industria militar.

Marx explicó por qué razón el sistema actual impide una gestión social
provechosa de las nuevas tecnologías. Señaló que ese manejo requeriría
introducir criterios cooperativos opuestos a los principios de rentabilidad.
Las potencialidades de la informatización como instrumento de bienestar y
solidaridad, sólo emergerán en una sociedad emancipada del capitalismo.

Multiplicidad de crisis

Actualmente Marx suscita especial interés por los criterios que enunció para
interpretar las crisis. El neoliberalismo no sólo genera crecientes
sufrimientos populares. Cada quinquenio o decenio desencadena convulsiones
que conmocionan a la economía mundial. Esos estallidos inducen a estudiar El
Capital.

Las crisis del último período incluyeron la burbuja japonesa (1993), la
eclosión del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el
desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el descalabro de Argentina (2001).
Pero la magnitud y el alcance geográfico del temblor global del 2008
superaron ampliamente esos antecedentes. Su impacto obligó a revisar todas
las teorías económicas.

Las crisis recientes son efectos directos de la nueva etapa de
privatizaciones, apertura comercial y flexibilidad laboral. No son
prolongaciones de tensiones irresueltas de los años 70. Emergieron al calor
de los desequilibrios peculiares del neoliberalismo.

Ese modelo erosionó los diques que morigeraban los desajustes del sistema.
Por esa razón el capitalismo actual opera con grados de inestabilidad muy
superiores al pasado.

Los neoclásicos atribuyeron la crisis del 2008 a desaciertos de los
gobiernos o irresponsabilidades de los deudores. Redujeron todos los
problemas a comportamientos individuales, culpabilizaron a las víctimas y
apañaron a los responsables. Justificaron además los socorros estatales a
los bancos, sin registrar que esos auxilios contrarían todas sus prédicas a
favor de la competencia y el riesgo.

Los heterodoxos explicaron las mismas convulsiones por el descontrol del
riesgo. Olvidaron que esas supervisiones son periódicamente socavadas por
las rivalidades entre empresas o bancos. Las normas que protegen los
negocios de las clases dominantes son quebrantadas por la propia continuidad
de la acumulación.

La relectura de El Capital permite superar esas inconsistencias de la
economía convencional. Induce a investigar el origen sistémico de esos
estallidos. Brinda pistas para indagar los diversos mecanismos de la crisis,
recordando que el capitalismo despliega una amplia gama de contradicciones.

El cimiento común de esos desequilibrios es la generación periódica de
excedentes invendibles. Pero esa sobreproducción se desenvuelve por varios
carriles complementarios.

Marx resaltó la existencia de tensiones entre la producción y el consumo,
derivadas de la estratificación clasista de la sociedad. Esta
caracterización tiene gran aplicación en el escenario de agudos problemas de
realización del valor de las mercancías, que ha generado el neoliberalismo.

Ese modelo propicia una ampliación de los consumos sin permitir su disfrute.
Expande la producción estrechando los ingresos populares y precipita crisis
derivadas del deterioro del poder adquisitivo. El enorme engrosamiento del
endeudamiento familiar no atenúa la vulnerabilidad de la demanda.

Marx fue el primero en ilustrar cómo la competencia obliga a los empresarios
a desenvolver dos tendencias opuestas. Por un lado amplían las ventas y por
otra parte reducen los costos salariales. Esa contradicción presenta
envergaduras y localizaciones muy distintas en cada época.

El neoliberalismo estimula en la actualidad el consumismo y la riqueza
patrimonial financiada con endeudamiento en las economías centrales. Al
mismo tiempo impone brutales retracciones del poder de compra en la
periferia.

El Capital también pone el acento en los problemas de valorización. Indaga
cómo opera la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Demuestra que el
aumento de la inversión produce una declinación porcentual del beneficio, al
compás de la propia expansión de la acumulación. El trabajo vivo que nutre a
la plusvalía decae proporcionalmente, con el incremento de la productividad
que impone la competencia.

Marx resaltó que las crisis emergen del crecimiento capitalista. No son
efectos ocasionales del despilfarro o del uso inadecuado de los recursos.
Explicó, además, cómo el sistema contrapesa primero y agrava después la
caída periódica de la tasa de beneficio.

Esta tesis permite entender de qué forma el neoliberalismo incrementó la
tasa de plusvalía, redujo los salarios y abarató los insumos para
contrarrestar el declive del nivel de rentabilidad. También ilustra cómo el
mismo problema reaparece al cabo de esa cirugía. La contradicción
descubierta por Marx se verifica actualmente en las economías más
capitalizadas que padecen desajustes de sobre-inversión.

La presentación marxista combinada de los desequilibrios de realización y
valorización es muy pertinente para comprender la heterogeneidad de la
mundialización neoliberal. Indica que contradicciones de ambos tipos
irrumpen en los distintos polos de ese modelo y socavan su estabilidad desde
flancos complementarios.

Finanzas y producción

Marx siempre subrayó los determinantes productivos de las crisis
capitalistas. En el marco de las enormes transformaciones generadas por la
globalización, ese señalamiento permite evitar lecturas simplistas en clave
puramente financiera.

Los grandes capitales se desplazan actualmente de una actividad especulativa
a otra, en escenarios altamente desregulados que acrecientan las explosiones
de liquidez. La gestión accionaria de las firmas potencia además los
desajustes crediticios, la inestabilidad cambiaria y la volatilidad
bursátil.

Ese proceso multiplica las tensiones suscitadas por los nuevos mecanismos de
titularización, derivados y apalancamientos. Es evidente que el
neoliberalismo abrió las compuertas para un gran festival de especulación.

Pero hace 150 años Marx demostró que esas alocadas apuestas son propias del
capitalismo. La especulación es una actividad constitutiva y no opcional del
sistema. Alcanzó dimensiones mayúsculas en las últimas tres décadas, pero no
constituye un rasgo exclusivo del modelo actual.

Esta precisión permite observar las conexiones entre desequilibrios
financieros y productivos que resalta El Capital. Marx describió las
tensiones autónomas de la primera esfera, pero remarcó que en última
instancia derivan de transformaciones registradas en el segundo ámbito.

Siguiendo esta pista se puede notar que la hegemonía actual de las finanzas
constituye sólo un aspecto de la reestructuración en curso. No es un dato
estructural del capitalismo contemporáneo. La clase dominante utiliza el
instrumento financiero para recomponer la tasa de ganancia mediante mayores
exacciones de plusvalía.

La globalización financiera está enlazada además con el avance de la
internacionalización productiva. La multiplicidad de títulos en circulación
es funcional a una gestión más compleja del riesgo. Permite administrar
actividades fabriles o comerciales mundializadas y sujetas a inesperados
vaivenes de los mercados.

También la expansión del capital ficticio está vinculada a esos
condicionantes y evoluciona en concordancia con los movimientos del
capital-dinero. Aprovisiona a la producción e intermedia en la circulación
de las mercancías.

Estas conexiones explican la persistencia de la globalización financiera
luego de la crisis del 2008. Los capitales continúan fluyendo de un país a
otro con la misma velocidad y libertad de circulación, para aceitar el
funcionamiento de estructuras capitalistas más internacionalizadas.

Es cierto que todos los intentos de reintroducir controles a los bancos
fallaron por la resistencia que opusieron financistas. Pero esa capacidad de
veto ilustra el entrelazamiento del mundo del dinero con el universo
productivo. Son dos facetas de un mismo proceso de internacionalización. 

El Capital aporta numerosas observaciones de la dinámica financiera que
explican esos vínculos, a partir de una interpretación muy original de la
lógica del dinero. Destaca el insustituible papel de la moneda en la
intermediación de todo el proceso de reproducción del capital. Remarca que
las distintas funciones del dinero en la circulación, el atesoramiento o el
despliegue de los medios de pago están sujetan a la misma lógica objetiva,
que regula todo el desenvolvimiento de las mercancías.

Ese rol ha presentado modalidades muy distintas en los diversos regímenes de
regulación monetaria. El patrón oro del siglo XIX diverge significativamente
de las paridades actualmente administradas por los bancos centrales. Pero en
todos los casos rige un curso determinado por la dinámica de la acumulación,
la competencia y la plusvalía.

El Capital contribuye a recordar estos fundamentos no sólo en contraposición
a los mitos ortodoxos de transparencia mercantil, asignación óptima de los
recursos o vigencia de monedas exógenas, neutrales y pasivas.

También pone de relieve las ingenuidades heterodoxas. Marx no presentó a la
moneda como una mera representación simbólica, un mecanismo convencional o
un instrumento amoldado al marco institucional. Explicó su rol necesario y
peculiar en la metamorfosis que el capital desenvuelve, para consumar su
pasaje por los circuitos comerciales, productivos y financieros.

Economía mundial y nacional

La centralidad que tiene El Capital para comprender la dinámica
contemporánea de los salarios, la desigualdad, el desempleo o la crisis
debería conducir a una revisión general de sus aportes a la teoría
económica. Resultaría muy oportuno actualizar por ejemplo, el estudio de las
controversias suscitadas por ese libro que realizó Mandel
(http://www.vientosur.info/spip.php?article12526)
<http://www.vientosur.info/spip.php?article12526> , en el centenario de la
primera edición.

La obra del pensador germano no sólo esclarece el sentido de las categorías
básicas de la economía. También sugiere líneas de investigación para
comprender la mundialización en curso. Marx nunca llegó a escribir el tomo
que preparaba sobre la economía internacional, pero esbozó ideas claves para
entender la lógica globalizadora del sistema.

Esos principios son muy relevantes en el siglo XXI. El capitalismo funciona
en la actualidad al servicio de gigantescas empresas transnacionales, que
corporizan el salto registrado en la internacionalización. La producción de
Wal-Mart es mayor que las ventas de un centenar de países, la dimensión
económica de Mitsubishi desborda el nivel de actividad de Indonesia y
General Motors supera la escala de Dinamarca.

Las firmas globalizadas diversificaron sus procesos de fabricación en
cadenas de valor y mercancías “hechas en el mundo”. Desenvuelven todos sus
proyectos productivos, en función de las ventajas que ofrece cada localidad
en materia de salarios, subsidios o disponibilidad de recursos.

La expansión de los tratados de libre-comercio se amolda a esa mutación. Las
compañías necesitan bajos aranceles y libertad de movimientos, para
concretar transacciones entre sus firmas asociadas. Por eso imponen
convenios que consagran la supremacía de las empresas en cualquier litigio
judicial. Esos pleitos son decisivos en ciertas áreas como la genética, la
salud o el medio ambiente.

Una relectura de El Capital permite superar dos errores muy corrientes en la
interpretación de la internacionalización en curso. Un equívoco supone que
el capitalismo actual se maneja con los mismos patrones de preeminencia
nacional, que regían en los siglos XIX o XX. El desacierto opuesto considera
que el sistema se globalizó por completo, eliminando las barreras
nacionales, disolviendo el papel de los estados y forjando clases dominantes
totalmente transnacionalizadas.

Marx escribió su principal obra en una etapa de formación del capitalismo
muy distinta al contexto actual. Pero conceptualizó acertadamente cómo
operan las tendencias hacia la mundialización en el marco de los Estados y
las economías nacionales. Ha cambiado la proporción y relevancia comparativa
de esa mixtura, pero no la vigencia de esa combinación.

El Capital mejoró las ideas expuestas en el Manifiesto Comunista sobre el
carácter internacional de la expansión burguesa. En el primer ensayo Marx
había retratado la gestación de un mercado mundial, la pujanza del
cosmopolitismo económico y la veloz universalización de las reglas
mercantiles. En su libro de madurez precisó las formas que asumían esas
tendencias y remarcó su enlace con los mecanismos nacionales del ciclo y la
acumulación.

Marx ajustó su mirada de la internacionalización objetando las tesis
ricardianas de las “ventajas comparativas”. Resaltó el carácter estructural
de la desigualdad imperante en el comercio internacional. Por eso rechazó
todas las expectativas de convergencia armoniosa entre países y las visiones
de amoldamiento natural a las aptitudes de los concurrentes.

Este enfoque le permitió notar la vigencia de remuneraciones internacionales
más elevadas para los trabajos de mayor productividad. En el inicio del
capitalismo Marx percibió algunos fundamentos de explicaciones posteriores
de la brecha en los términos de intercambio.

El teórico germano también observó la secuela de desajustes generados por el
desborde capitalista de las fronteras nacionales. Registró cómo ese proceso
provoca crecientes fracturas a escala global. 4

Pero El Capital investigó esa dinámica en escenarios nacionales muy
específicos. Indagó la evolución de los salarios, los precios o la inversión
en economías particulares. Detalló puntualmente esa dinámica en el
desenvolvimiento industrial de Inglaterra.

La lectura de Marx invita, por lo tanto, a evaluar la mundialización actual
como un curso preeminente, que coexiste con el continuado desenvolvimiento
nacional de la acumulación. Sugiere que ambos procesos operan en forma
simultánea.

Polaridades con nuevo razonamiento

El Capital es muy útil también para analizar la lógica de la relación
centro-periferia subyacente en la brecha global actual. Marx anticipó
ciertas ideas sobre esa división, en sus observaciones sobre
desenvolvimiento general del capitalismo.

Al principio suponía que los países retrasados repetirían la
industrialización de Occidente. Estimaba que el capitalismo se expandía
demoliendo murallas y creando un sistema mundial interdependiente.

Expuso esa visión en el Manifiesto Comunista. Allí describió cómo China e
India serían modernizadas con el ferrocarril y la importación de textiles
británicos. Marx realzaba la dinámica objetiva del desarrollo capitalista y
consideraba que las estructuras precedentes serían absorbidas por el avance
de las fuerzas productivas.

Pero al redactar El Capital comenzó a percibir tendencias opuestas. Notó que
la principal potencia se modernizaba ampliando las distancias con el resto
del mundo.

Esta aproximación se afianzó con su captación de lo ocurrido en Irlanda.
Quedó impresionado por la forma en que la burguesía inglesa sofocaba el
surgimiento de manufactureras en la isla, para garantizar el predominio de
sus exportaciones. Notó, además, cómo se aprovisionaba de fuerza de trabajo
barata para limitar las mejoras de los asalariados británicos.

En esta indagación intuyó que la acumulación primitiva no anticipa procesos
de pujante industrialización en los países sometidos al yugo colonial. Este
registro sentó las bases para la crítica posterior a las expectativas de
simple arrastre de la periferia por el centro. Con este fundamento se
conceptualizó posteriormente la lógica del subdesarrollo.

Marx no expuso una teoría del colonialismo, ni una interpretación de la
relación centro-periferia. Pero dejó una semilla de observaciones para
comprender la polarización global, que retomaron sus sucesores y los
teóricos de la dependencia.

Esta línea de trabajo es muy relevante para notar cómo en la actualidad el
neoliberalismo exacerba las fracturas globales. En las últimas tres décadas
se ampliaron todas las brechas que empobrecen a la periferia inferior. Esa
degradación se intensificó con la consolidación del agro-negocio, el
endeudamiento externo y el avasallamiento de los recursos naturales de los
países dependientes. Estas confiscaciones asumieron modalidades muy
sangrientas en África y el mundo árabe.

Las observaciones de Marx incluyeron también cierto registro de diversidades
en el centro. Intuyó que el debut industrial británico no sería copiado por
Francia y notó la presencia de cursos novedosos de crecimiento mixturados
con servidumbre (Rusia) o esclavismo (Estados Unidos).

El autor de El Capital captó esas tendencias madurando un cambio de
paradigma conceptual. En sus trabajos más completos reemplazó el primer
enfoque unilineal -asentado en el comportamiento de las fuerzas productivas-
por una mirada multilineal, centrada en el papel transformador de los
sujetos.

Con este último abordaje la rígida cronología de periferias amoldadas a la
modernización quedó sustituida por nuevas visiones, que reconocen la
variedad del desenvolvimiento histórico.

Esta metodología de análisis es importante para notar la especificidad de
las formaciones intermedias, que han irrumpido en forma persistente en
distintos periodos de la última centuria y media. Con esa óptica se puede
evaluar la dinámica de acelerados procesos de crecimiento contemporáneo
(China), en etapas de gran reorganización del sistema (neoliberalismo).

Anticipos de antiimperialismo

Marx estudió la economía del capitalismo para notar su efecto sobre la lucha
de clases que socava al sistema. Por eso indagó los procesos políticos
revolucionarios a escala internacional.

Siguió con especial interés el curso de las rebeliones populares de China,
India y sobre todo Irlanda e intuyó la importancia de los nexos entre las
luchas nacionales y sociales. Por eso promovió la adhesión de los obreros
británicos a la revuelta de la isla contigua, buscando contrarrestar las
divisiones imperantes entre los oprimidos de ambos países.

A partir de esa experiencia Marx ya no concibió la independencia de Irlanda
como un resultado de victorias proletarias en Inglaterra. Sugirió un empalme
entre ambos procesos y transformó su internacionalismo cosmopolita inicial
en un planteo de confluencia de la resistencia anticolonial con las luchas
en las economías centrales.

En su etapa del Manifiesto el revolucionario alemán propagaba denuncias
anticoloniales de alto voltaje. No se limitaba a describir la destrucción de
las formas económicas pre-capitalistas. Cuestionaba a viva voz las
atrocidades de las grandes potencias.

Pero en esos trabajos juveniles Marx suponía que la generalización del
capitalismo aceleraría la erradicación ulterior de ese sistema. Defendía un
internacionalismo proletario muy básico y emparentado con viejas utopías
universalistas.

En su mirada posterior Marx resaltó el efecto positivo de las revoluciones
en la periferia. Esos señalamientos fueron retomados por sus discípulos de
siglo XX, para indicar la existencia de una contraposición entre potencias
opresoras y naciones oprimidas y postular la convergencia de batallas
nacionales y sociales. De esas caracterizaciones surgieron las estrategias
de alianza de los asalariados metropolitanos con los desposeídos del mundo
colonial.

Con este fundamento se forjó también la síntesis del socialismo con el
antiimperialismo, que desenvolvieron los teóricos del marxismo
latinoamericano. Esa conexión indujo las convergencias de la izquierda
regional con el nacionalismo revolucionario, para confrontar con el
imperialismo estadounidense. Ese empalme inspiró a la revolución cubana y ha
sido retomado por el proceso bolivariano.

En una coyuntura signada por las agresiones de Trump ese acervo de
experiencias recobra importancia. Los atropellos del magnate inducen a
revitalizar las tradiciones antiimperialistas, especialmente en países tan
vapuleados como México. Allí resurge la memoria de resistencias a los
avasallamientos perpetrados por Estados Unidos.

Marx observaba cómo las grandes humillaciones nacionales desatan procesos
revolucionarios. Lo que percibió en el siglo XIX vuelve a gravitar en la
actualidad.

Adversidades e ideología

Marx debió lidiar con momentos de aislamiento, reflujo de la lucha popular y
consolidación del dominio burgués. La escritura de varias partes de El
Capital coincidió con esas circunstancias. Afrontó la misma adversidad que
prevalece en la actualidad en las coyunturas de estabilización del
neoliberalismo.

En ese tipo de situaciones el pensador germano indagó cómo domina la clase
dominante. Conceptualizó el papel de la ideología en el ejercicio de esa
supremacía. En el estudio del fetichismo de la mercancía que encaró en El
Capital hay varias referencias a esa problemática.

Es importante retomar esas consideraciones para notar cómo ha funcionado el
neoliberalismo en las últimas décadas. Los artífices del modelo actual
transmiten fantasías de sabiduría de los mercados e ilusiones de prosperidad
espontánea. Presagian derrames del beneficio y recrean numerosas mitologías
del individualismo.

Con esa batería de falsas expectativas propagan una influyente ideología en
todos los sentidos del término. Marx destacó esa variedad de facetas de las
creencias propagadas por los dominadores para naturalizar su opresión.

El credo neoliberal provee todos los argumentos utilizados por el
establishment para justificar su primacía. Aunque el grado de penetración de
esas ideas es muy variable, salta a la vista su incidencia en la
subjetividad de todos los individuos.

Pero al igual que en la época de Marx el capitalismo se reproduce también a
través del miedo. El sistema transmite creencias sobre un futuro venturoso y
al mismo tiempo generaliza el pánico ante ese devenir. El neoliberalismo ha
multiplicado especialmente la angustia del desempleo, la humillación frente
a la flexibilidad laboral y la desesperanza ante la fractura social.

Esos temores son transmitidos por los grandes medios de comunicación con
sofisticados disfraces y cambiantes engaños. No sólo configuran el sentido
común imperante en la sociedad. Operan como usinas de propagación de todos
los valores conservadores.

Los medios de comunicación complementan (o sustituyen) a las viejas
instituciones escolares, militares o eclesiásticas en el sostenimiento del
orden burgués. La prensa escrita, los medios audiovisuales y las redes
sociales ocupan un espacio inimaginable en siglo XIX. Expanden las ilusiones
y los temores que sostienen la hegemonía política del neoliberalismo.

Pero esos mecanismos han quedado seriamente erosionados por la pérdida de
legitimidad que genera el descontento popular. Trump, el Brexit o el ascenso
de los partidos reaccionarios en Europa, ilustran cómo ese malestar puede
ser capturado por la derecha. Frente a este tipo de situaciones Marx forjó
una perdurable tradición de concebir alternativas, combinando la resistencia
con la comprensión de la coyuntura.

Proyecto socialista

Marx participó activamente en los movimientos revolucionarios que debatían
las ideas del socialismo y el comunismo. Mantuvo esa intensa intervención
mientras escribía El Capital. Nunca detalló su modelo de sociedad futura
pero expuso los basamentos de ese provenir.

El acérrimo crítico de la opresión alentaba la gestación de regímenes
económicos asentados en la expansión de la propiedad pública. También
promovía la creación de sistemas políticos cimentados en la
auto-administración popular.

Marx apostaba a un pronto debut de esos sistemas en Europa. Percibió en la
Comuna de París un anticipo de su proyecto. Concebía el inicio de esa
transformación revolucionaria en el Viejo Continente e imaginaba una
propagación ulterior a todo el planeta.

Es sabido que la historia siguió una trayectoria muy diferente. El triunfo
bolchevique de 1917 inauguró la secuencia de grandes victorias populares del
siglo XX. Esos avances incluyeron intentos de construcción socialista en
varias regiones de la periferia.

Las clases dominante quedaron aterrorizadas y otorgaron concesiones inéditas
para contener la pujanza de los movimientos anticapitalistas. En los años
70-80 los emblemas del socialismo eran tan populares, que resultaba
imposible computar cuántos partidos y movimientos reivindicaban esa
denominación.

Pero también es conocido lo ocurrido posteriormente. El desplome de la Unión
Soviética dio lugar al prolongado periodo de reacción contra el
igualitarismo, que persiste hasta la actualidad.

Este escenario ha sido alterado por la resistencia popular y el declive del
modelo político-ideológico que nutrió a la globalización neoliberal. En
estas circunstancias la relectura de El Capital converge con
redescubrimientos del proyecto socialista. Los jóvenes ya no cargan con los
traumas de la generación anterior, ni con las frustraciones que pavimentaron
la implosión de la URSS.

La propia experiencia de lucha es aleccionadora. Muchos activistas
comprenden que la conquista de la democracia efectiva y la igualdad real
exige forjar otro sistema social. Frente al sufrimiento que ofrece el
capitalismo intuyen la necesidad de construir un horizonte de emancipación.

La llegada de Trump incorpora nuevos ingredientes a esta batalla. El
acaudalado mandatario intenta recuperar por la fuerza la primacía de Estados
Unidos. Pretende reforzar la preponderancia de Wall Street y la preeminencia
del lobby petrolero, reactivando el unilateralismo bélico.

No sólo proclama que Estados Unidos debe alistarse para “ganar las guerras”.
Ya inició su programa militarista con bombardeos en Siria y Afganistán.
Exige, además, una subordinación del Viejo Continente que socava la
continuidad de la Unión Europea. Trump no se limita a construir el muro en
la frontera mexicana. Acelera la expulsión de inmigrantes, alienta golpes
derechistas en Venezuela y amenaza a Cuba.

En esta convulsionada coyuntura Marx recobra actualidad. Sus textos no sólo
aportan una guía para comprender la economía contemporánea. También ofrecen
ideas para la acción política en torno a tres ejes primordiales del momento:
reforzar la resistencia antiimperialista, multiplicar la batalla ideológica
contra el neoliberalismo y afianzar la centralidad del proyecto socialista.

Actitudes y compromisos

Las teorías que introdujo Marx revolucionaron todos los parámetros de la
reflexión y trastocaron los cimientos del pensamiento social. Pero el
teórico alemán sobresalió también como un gran luchador. Desenvolvió un tipo
de vida que actualmente identificaríamos con la militancia.

Marx se ubicó en el bando de los oprimidos. Reconoció los intereses sociales
en juego y rechazó la actitud del observador neutral. Participó en forma muy
decidida en la acción revolucionaria.

Ese posicionamiento orientó su trabajo hacia los problemas de la clase
trabajadora. Promovió la conquista de derechos sociales con la mira puesta
en forjar una sociedad liberada de la explotación.

Marx propició una estrecha confluencia de la elaboración teórica con la
práctica política. Inauguró un modelo de fusión del intelectual, el
economista y el socialista que ha sido retomado por numerosos pensadores.

Con esa postura evitó dos desaciertos: el refugio académico alejado del
compromiso político y el deslumbramiento pragmático por la acción. Legó un
doble mensaje de intervención en la lucha y trabajo intelectual para
comprender la sociedad contemporánea. Continuar ese camino es el mejor
homenaje a los 150 años de El Capital.

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