Venezuela/Debates/ La izquierda latinoamericana y el "progesismo regional" ante la crisis del chavismo [Marcelo Pereira]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mayo 31 14:23:40 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

31 de mayo 2017

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Venezuela/Debates

Las izquierdas latinoamericanas y la cuestión de Venezuela

La crisis venezolana ha puesto de manifiesto las distintas posturas
existentes en la izquierda de América Latina con respecto al “socialismo del
siglo XXI”

Marcelo Pereira *

Nueva Sociedad, mayo de 2017

http://nuso.org/

¿Será que nunca haremos más que confirmar

la incompetencia de la América católica

que siempre necesitará ridículos tiranos?

Caetano Veloso. Podres poderes (1984)

La crisis venezolana es un parteaguas en la izquierda latinoamericana y en
el territorio más amplio del «progresismo» regional. Los motivos de esta
división y la índole de las posiciones que quedan de uno y otro lado, quizá
no sean tan simples como parecen. Considerar de qué modo se dividen los
campos en Uruguay puede tener alguna utilidad para comprender mejor el
fenómeno.

Es frecuente que se identifique el apoyo al presidente Nicolás Maduro con
sectores de «izquierda ortodoxa», y en ese contexto «ortodoxia» significa al
igual que el término «sesentismo», el apego a un ideario que se presupone
obsoleto. Esta manera de abordar el asunto tiene algunos inconvenientes. Por
un lado, no se sabe bien de qué posiciones supuestamente perimidas se habla,
ni a cuáles se considera, en cambio, moderna y razonable. Además, subyace a
esa clasificación algo muy parecido a un argumento tautológico: quienes
respaldan al gobierno chavista de Venezuela serían exponentes de una
izquierda ortodoxa porque ese gobierno también lo es, y el hecho mismo de
defenderlo probaría una identidad semejante a la suya. Pero ¿en qué sentido
se puede considerar a Hugo Chávez o a sus herederos políticos parte de
alguna ortodoxia izquierdista?

Si se detecta esa presunta ortodoxia en que la redistribución de los
ingresos petroleros (mientras estos se mantuvieron en altos niveles) atendió
mejor que antes algunas necesidades sociales básicas, o en el protagonismo
omnipresente del Estado, la comprensión de lo que significa «izquierda» se
queda corta. Si se considera que el izquierdismo anacrónico del chavismo
reside en atribuir culpas al imperialismo estadounidense por los males de
nuestra América, o en prácticas a las que se puede aplicar la difusa
categoría «populismo», estamos en el territorio caricaturesco y frívolo del
Manual del perfecto idiota latinoamericano.

El hecho es que, pese al notorio deterioro de los niveles de formación y de
reflexión política de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas,
parece muy difícil que algún dirigente medianamente experimentado haya
llegado a ver a Chávez o a sus epígonos como modelos de referencia, o se
haya tomado en serio lo del «socialismo del siglo XXI», que nunca pasó de
ser un producto ideológico de baja calidad con más componentes
cortoplacistas y retóricos que pensamiento estructural y estratégico (el
socialismo no era, por cierto, «la electricidad más los soviets», pero mucho
menos es el extractivismo más un líder carismático, con bases dependientes
en extremo de la providencia estatal).

En Uruguay, la pregunta no es solo por qué algunos sectores de la izquierda
apoyan abierta y decididamente al gobierno de Maduro, sino también a qué se
debe que otros –a los cuales es difícil catalogar como radicales u
ortodoxos– mantengan sus cuestionamientos en un tono muy matizado y
comedido.

O sea, por qué, ante la clara deriva antidemocrática de ese gobierno, oscila
entre la justificación y algo muy semejante a la «crítica fraterna» una
izquierda como la uruguaya, cuya reivindicación de José Artigas se inscribe
en una tradición muy diferente de la bolivariana. Esa tradición Artiguista
es cultora de una racionalidad y un antimilitarismo que se llevan muy mal
con el estilo chavista. En ella se forjó gran parte de la identidad del
Frente Amplio (FA) en la lucha contra la dictadura de 1973-1984, con una
fuerte revalorización de la democracia y las libertades. No resulta casual,
por ello, que el general Liber Seregni, líder histórico del FA, se negara a
reunirse con Chávez cuando este visitó Uruguay en 1994, por la simple razón
de que era «un militar golpista».

Hay fuertes indicios de que esa gama de actitudes tiene motivos bastante
alejados de la afinidad ideológica. Consideremos brevemente seis de ellos
(el orden de exposición no implica atribuirles mayor o menor importancia).

1. Desde un punto de vista geopolítico, la llegada del chavismo al gobierno
de Venezuela fue un factor significativo de cambio en las relaciones entre
los gobiernos latinoamericanos, y en las de estos con Estados Unidos. La
escenificación en 2005, durante la IV Cumbre de las Américas realizada en
Mar del Plata, del rechazo a la propuesta de Área de Libre Comercio de las
Américas, con fuerte protagonismo de Chávez, tuvo un fuerte impacto
simbólico como esbozo de nuevos alineamientos a escala continental, y
también de relaciones eventualmente más equilibradas en el campo del
«progresismo» latinoamericano, que redujeran o por lo menos contrapesaran en
alguna medida el poderío brasileño. Otro asunto es en qué medida esa
escenificación simbólica correspondió a las causas reales de lo que ocurrió
en Mar del Plata, y en qué medida –como seis años antes, en la III
Conferencia Ministerial en Seattle de la Organización Mundial del Comercio–
se impuso un relato épico que no registra el papel de fuerzas contrarias al
avance del libre comercio pero muy distantes del «progresismo». Y aún otro
asunto es qué suerte tuvo, luego, la Alternativa Bolivariana para las
Américas (ALBA).

2. La alianza explícita de Chávez con Fidel Castro, que aseguró un acceso al
petróleo venezolano crucial para la supervivencia de Cuba, le otorgó al
chavismo una especie de salvoconducto a los ojos de una izquierda uruguaya
que, por encima de sus diferencias y salvo raras excepciones, mantiene una
actitud ante la cuestión cubana que abarca desde la adhesión incondicional
hasta el silencio piadoso (una izquierda, podría decirse, históricamente
«fidelizada»).

3. A las izquierdas de este siglo, asediadas por la incertidumbre
estratégica y las contradicciones políticas les da vértigo cortar algunas
amarras que aún las ligan a buena parte de sus bases tradicionales y de su
propia historia. Por eso, una ruptura enfática con el chavismo puede
parecerles más riesgosa que indispensable.

4. En su período más exitoso, Chávez pudo representar la ilusión de un atajo
para sortear viejos dilemas no resueltos, en la medida en que se presentó
como alguien que era al mismo tiempo nacionalista e internacionalista, gran
ganador de elecciones y enterrador del sistema partidario tradicional en su
país (un bipartidismo que estuvo, junto con el uruguayo, entre los más
sólidos de América Latina), con voluntad de permanencia ininterrumpida en el
poder pero sostenido por un pueblo dispuesto a movilizarse (como en el
fallido golpe de Estado de 2002) y por un ejército politizado. De ilusión
también se vive

5. Está, por supuesto, la cuestión del dinero. Una parte de los cuantiosos
recursos manejados por el chavismo se destinó a resolver problemas de otros
gobiernos del campo progresista latinoamericano (incluyendo a Uruguay), y a
apoyar de distintas formas a sectores y dirigentes de ese campo. El modo en
que esto se hizo no fue siempre transparente o siquiera confiable, pero así
se establecieron vínculos fuertes y se forjaron lealtades.

6. No hacen falta teorías conspirativas para ver el avance de las derechas
en las Américas y en el hemisferio norte. Ante esto, los progresistas no
parecen demasiado deseosos de facilitarle el camino al gobierno a una
oposición venezolana que incluye a notorios golpistas y reaccionarios,
claramente alineados con intereses estadounidenses. Las izquierdas ya
deberían haber aprendido, tras numerosas lecciones desde el siglo pasado,
que el criterio de defender todo lo que sea atacado por la derecha –o, peor,
la idea de que algo debe ser defendido porque la derecha lo ataca– es una
pésima brújula para quienes quieren rumbear hacia relaciones sociales más
libres y más justas. Pero parece que todavía no lo aprendieron.

Nota de Correspondencia de Prensa

1) Periodista, editor de La Diaria, Uruguay.

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