Chile/ Todos dan lo mismo: la mayoría absoluta de los electores optó por la abstención [Horacio Brum]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Nov 24 23:56:19 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

24 de noviembre 2017

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Chile

Elecciones generales

Todos dan lo mismo

La mayoría absoluta de los electores chilenos optó por no acudir a las urnas
para elegir al sucesor de Michelle Bachelet. Una sensación de rutina y “más
de lo mismo” pesó sobre la ciudadanía, y el abstencionismo superó el nivel
de las elecciones de 2013. El recién nacido Frente Amplio, que se propone
recuperar los ideales de la izquierda no revolucionaria, dio la sorpresa y
logró movilizar el voto joven y pisarle los talones al oficialismo.

Horacio Brum, desde Santiago

Brecha, 24-11-2017

https://brecha.com.uy/

Fue la muerte la que el domingo 19 de noviembre dio a Chile la noticia más
cargada de significado: el fallecimiento del ex comandante de la Fuerza
Aérea Fernando Matthei, quien en 1988 fue el primero de los integrantes de
la dictadura en admitir ante los medios de comunicación que los militares
habían perdido el plebiscito con el cual pretendían lograr el respaldo
ciudadano para la permanencia de Augusto Pinochet en la presidencia hasta
1997. Esa derrota fue el prólogo de la vuelta a la democracia, que comenzó
con las elecciones generales de 1989. Según muchas versiones, Matthei con su
anuncio público definió el debate en el seno de la junta de comandantes en
jefe, presidida por Pinochet, sobre aceptar o no el rechazo de los chilenos
a la continuación del régimen.

En la noche del 5 de octubre de 1988, la alegría corrió de una punta a otra
de este largo país; casi tres décadas más tarde, una sensación de rutina y
“más de lo mismo” ha pesado como un poncho de plomo sobre la ciudadanía
chilena, que dudó mucho si valía la pena acudir a las urnas el domingo
pasado para elegir al sucesor de Michelle Bachelet. En otro hecho
significativo, y como ha ocurrido desde 1935, cuando sus dueños y señores
–fuesen ellos maridos, padres o curas confesores y directores espirituales–
les permitieron votar, las mujeres de Chile se alinearon separadas de los
hombres en los locales de votación, frente a las “mesas de mujeres”. No
importa que la presidente saliente haya cumplido su segundo mandato o que ya
nadie acepte que el género masculino tenga derechos de dominio; los usos,
costumbres y prácticas institucionales de esta sociedad suelen tener un
ritmo que no va con el siglo: la educación primaria gratuita y obligatoria
sólo llegó en 1925; la ley de divorcio data de 2004; jurídicamente el
matrimonio es aún la unión de una mujer y un hombre, y no hace más de dos
décadas que en el Código Civil se reconoció la capacidad de las mujeres
casadas para administrar sus propios bienes.

En los últimos años la necesidad de cambios profundos, especialmente en un
modelo económico heredado de la dictadura que se basa en la reducción al
mínimo de derechos sociales como la educación gratuita, la salud pública de
calidad y las jubilaciones dignas, ha provocado la movilización ciudadana.
Sin embargo, como la clase política sigue sin adaptarse al ritmo de las
demandas, existe la sensación de que da lo mismo quien gobierne.

La palabra del zapatero

Don Sergio arregla zapatos en un sótano oscuro y frío. Es su ocupación desde
que se jubiló de un empleo público, y le ha permitido suplementar su ingreso
para obtener la casa propia y dar a sus hijos la posibilidad de hacer
carreras técnicas. En una de nuestras tantas conversaciones sobre la
realidad del país, le tocó el turno a las elecciones presidenciales. “Yo
voté por Allende y salí a la calle a gritar que por fin había llegado el
cambio…” Zapato en mano, puliendo un taco en una máquina improvisada por él
a partir de un viejo motor eléctrico, don Sergio hacía su análisis de la
competencia presidencial y de las promesas de un Chile mejor que venía
oyendo desde muchos años atrás: “Tres veces voté por Allende, desde que era
senador, ¿y cuál fue el cambio? El cambio fue que tuvimos que hacer cola
para comprar comida, mientras los de un lado y del otro se peleaban en la
calle. Después vinieron los militares y me tuve que tragar 17 años de
dictadura. Terminó la dictadura, estos otros me volvieron a decir que ya
viene el cambio, y hasta ahora, ¡nada! Me han comido casi 40 años de mi vida
y sigo igual; por eso ya no creo más en los que dicen que las cosas van a
cambiar”. Tomando el zapato con su otra mano, para poder gesticular mejor,
continuó: “¿Sabe una cosa? Esta vez iba a votar por Piñera, por probar, no
más. Después me puse a pensar y llegué a la conclusión de que no tiene nada
de diferente. ¡Dan lo mismo todos!”.

La conclusión del zapatero es la de los casi 7 millones de chilenos que
resolvieron no seguir dando legitimidad con su voto a unos políticos que les
parecen alejados de las necesidades reales de la mayor parte de los
habitantes del país. Así como el ex presidente –y candidato presidencial que
encabezó la votación con casi 37 por ciento de los votos– Sebastián Piñera
representa para muchos la derecha neoliberal maquillada, el senador y
candidato presidencial oficialista Alejandro Guillier es visto como el
continuador del reformismo fracasado de Bachelet. En el segundo reciclado de
la coalición de centroizquierda gobernante, Guillier se presentó a estas
elecciones como el líder de Fuerza de la Mayoría (una etiqueta poco
imaginativa, ya que la presidenta Bachelet encabezó la Nueva Mayoría), pero
el nuevo envoltorio no encantó a los desencantados, como por ejemplo el
historiador y comentarista político Rafael Gumucio Rivas. En uno de los
análisis que regularmente entrega por correo electrónico, Gumucio expresó
esta opinión sobre la izquierda oficialista: “Ingenuamente creía yo que la
izquierda chilena representaba la rebelión, la lucha por la igualdad, la
búsqueda de mundos mejores; sus militantes eran los inconformistas, los
constructores de utopías, los incómodos con el orden actual, pero confieso
que me equivoqué rotundamente: hoy son los gendarmes del orden, los
conservadores que quieren que nada cambie, aquellos que creen que su poder
es permanente y prácticamente hereditario; la igualdad fue sacrificada al
orden neoliberal”.

El Frente

En este escenario de una clase política ensimismada –como la definió hace ya
muchos años el más importante estudioso de la transición, el investigador de
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) Norbert Lechner–
surgió el Frente Amplio (FA) con su candidata Beatriz Sánchez, una
periodista sin actividad política anterior. Inspirado en el FA uruguayo, el
Frente chileno se propuso romper el bipartidismo imperante desde 1990 y
recuperar los ideales de la izquierda no revolucionaria. Tenido en poco y
hasta despreciado por los políticos tradicionales, debido a la supuesta
falta de experiencia y de realismo de sus integrantes, el FA parece haber
logrado que los jóvenes volvieran a las urnas. Poco días antes de las
elecciones, la Confederación de Estudiantes de Chile instó al estudiantado a
votar. “Hay candidatos que claramente han expresado en sus programas recoger
algunas de las demandas estudiantiles (…). Es por eso que se hace importante
que los estudiantes voten por quienes se han comprometido a realizar estos
cambios. Ojalá lo hicieran por quienes respaldan nuestras demandas, ya que
(…) está muy claro cuál es el candidato que no está con los estudiantes,
sino que con el negocio de la educación”, dijo Sandra Beltrami, vocera de la
Confederación, aludiendo indudablemente en su última frase a Sebastián
Piñera.

Sea por el aumento del voto joven, o por el voto castigo de unos ciudadanos
hartos de promesas de cambios incumplidas, la candidata presidencial del FA,
Beatriz Sánchez, logró aproximarse al lugar de la segunda fuerza en los
sufragios (con 20,27 por ciento), a menos de tres puntos del candidato
oficialista Alejandro Guillier (22,70 por ciento). Además, los partidos
integrantes de la coalición obtuvieron 20 diputados y un senador.

Esta novedad no sirve para disimular la notoria cifra de abstención de más
del 53 por ciento, superior a la de la primera vuelta de 2013, que fue del
50,6 por ciento. Y aun así el balance que hizo la presidenta Bachelet de la
jornada electoral ante el periodismo y todo el país parecía indicar que la
clase política seguía en su ensimismamiento: “Hoy sabemos que Chile quiere
seguir avanzando. Eso es lo que piden los ciudadanos, eso es lo que han
dicho las urnas. Es el momento de la generosidad y la unidad en torno a los
verdaderos principios y valores que compartimos, a la historia y los logros
que juntos hemos consolidado, a nuestros ideales de futuro”.

¿Ciudadanos consumidores?

Llevando agua para su molino, los defensores del modelo económico impuesto
en Chile han venido interpretando la baja participación electoral como una
prueba de la modernización de la política y de la sociedad en general. Ya
durante las elecciones de 1999, cuando el candidato derechista Joaquín Lavín
fue derrotado por Ricardo Lagos en segunda vuelta por menos de tres puntos,
algunos analistas que son tenidos por profetas en el Chile de hoy opinaron
que el “efecto Lavín” se debía a que el votante actual busca un liderazgo
“orientado al cliente”, y que se valora más la capacidad de gestión que el
discurso ideológico.

“Los viajes, el turismo, los autos, la computación (…) se han vuelto más
populares. Con ello ha ido cristalizando un tipo de ciudadano-consumidor
mucho más receptivo a los códigos del marketing y la publicidad que al
ideario de un líder político de antaño”, expresó en ese momento el sociólogo
Pablo Halpern. Para el ex ministro y hoy defensor a rajatabla de la
educación privada José Joaquín Brunner, “el ciudadano se ha vestido de
consumidor. Los antiguos lo desprecian. Pero él repleta el mall panorámico
de la ciudad”.

Lo cierto es que en Chile, tal vez como en ningún otro país de América
Latina, los militares y sus tecnócratas civiles, bien apoyados por los
medios de comunicación, tuvieron éxito en hacer creer a muchos que todo es
posible en materia de logros materiales. El ciudadano-consumidor puede tener
un auto, aunque pase angustias durante varios años para pagar el crédito;
puede comprar todos los símbolos consumistas, aunque entre en una espiral
interminable de cuotas y préstamos; y le es posible tener el último modelo
de celular y varias tarjetas de crédito, aunque los intereses y los costos
de las llamadas sean extorsivos. No obstante, ese chileno siente que ha
logrado algo en la vida y no está muy dispuesto a arriesgarlo, eligiendo
para el gobierno a figuras poco conocidas o con un discurso muy radical. Dos
meses antes de las elecciones, en un sondeo del Centro de Estudios de
Conflicto y Cohesión Social, que patrocinan las universidades públicas y
privadas más importantes, el 43 por ciento de los encuestados se declaró
“nada satisfecho” con la democracia, y el 30 por ciento respaldó la idea de
que “a la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno
autoritario”.

En 1947, cuando un senador llamado Salvador Allende comenzaba a poner rumbo
hacia la presidencia, el escritor criollista Mariano Latorre describía con
estas palabras la realidad sociopolítica de su país: “el huaso (hombre de
campo) económico y el roto (proletario urbano) dilapidador son los
personajes centrales del drama social de Chile. Aunque sus descendientes
asistan a escuelas y liceos y lleguen a la universidad o se hayan
enriquecido por los ‘avatares’ de la fortuna, siempre aparecen, más o menos
disimulados, los rasgos que acabamos de mencionar. Enemigo de reformas, el
huaso; revolucionario, el roto. Obstinado y creyente el primero; ateo e
irrespetuoso el segundo. La derecha y la izquierda de Chile los cuentan en
sus filas antagónicas. Entre ambos, acomodaticia y cauta, vegeta una clase
media que busca en vano su posición en la vida chilena”. Tal vez, esa clase
media es el “ciudadano consumidor” que el domingo 19 de noviembre se
conformó con mirar las elecciones en su televisor de pantalla plana y alta
definición, y comentar en las redes sociales los magros resultados.

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