Historia/ "Se atrevieron": el legado de la Revolución rusa de Octubre [David Mandel]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Nov 26 18:21:39 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

26 de noviembre 2017

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Historia

El legado de la Revolución rusa de Octubre: “Se atrevieron”

David Mandel *

Europe Solidaire Sans Frontières, 7-11-2017

http://www.europe-solidaire.org/

Traducción de Pablo Muyo Bussac – Sin Permiso

http://www.sinpermiso.info/

Cien años después, la cuestión del legado histórico de la Revolución de
Octubre sigue sin ser sencilla para los socialistas: el estalinismo pudo
echar raices menos de una década después de la Revolución y la restauración
del capitalismo encontró poca resistencia popular setenta años después. Uno
puede, por supuesto, señalar el papel fundamental del Ejército Rojo en la
victoria contra el fascismo, o que la rivalidad entre la Unión Soviética y
el mundo capitalista abrió el espacio para las luchas antiimperialistas, o
también que la existencia de una enorme economía nacionalizada y planificada
consiguió una moderación de los apetitos capitalistas. Aun así, incluso en
dichas áreas, el legado está lejos de estar exento de ambigüedades.

Ahora bien, el principal legado de la Revolución de Octubre para la
izquierda a día de hoy es, en realidad, el menos ambiguo. Puede sintetizarse
en dos palabras: “se atrevieron”. Con esto quiero decir que los Bolcheviques
cumplieron auténticamente con su misión como partido de los trabajadores al
organizar tanto la toma revolucionaria del poder político y económico, como
su defensa posterior frente a las clases propietarias: proveyeron a los
obreros –así como a los campesino- el liderazgo que necesitaban y deseaban.

Por tanto, es cuanto menos irónico que muchos historiadores, y bajo su
estela, la opinión pública en general, hayan visto Octubre como un crimen
terrible motivado por el proyecto ideológico de construir una utopía
socialista. De acuerdo con este punto de vista, Octubre fue un acto
arbitrario que desvió a Rusia de su sendero ‘natural’ de desarrollo hacia
una democracia capitalista. Octubre fue, además, la causa de la guerra civil
devastadora que asoló el país durante casi tres años.

Hay una versión modificada de esta lectura que es abrazada incluso por
personas de izquierda que rechazan el ‘leninismo’ (o lo que creen ellos que
fue la estrategia de Lenin) por culpa de las dinámicas autoritarias
desatadas por la toma revolucionaria del poder y la subsiguiente guerra
civil.

No obstante, lo que sorprende sobremanera cuando uno estudia la revolución
‘desde abajo’ es lo poco que los Bolcheviques, y los obreros que les
apoyaban, estaban, de hecho, guiados por una ‘ideología’, en el sentido de
que fuesen una suerte de movimiento milenarista que ambicionase únicamente
el socialismo. En realidad y sobre todo, Octubre fue una respuesta práctica
a problemas sociales y políticos muy serios y concretos que debían afrontar
las clases populares. Esto era también, por supuesto, la aproximación al
socialismo de Marx y Engels – no una utopía que debía ser construida a
partir de unos diseños preconcebidos, pero un conjunto de soluciones
concretas a las condiciones reales de los trabajadores bajo el capitalismo.
Por ello Marx siempre rechazó obstinadamente ofrecer “recetas para los
libros de cocina del futuro”. (1)

El objetivo inmediato y principal de la insurrección de Octubre fue
anticiparse a la contrarrevolución, apoyada por las políticas de guerra
económica de la burguesía, que hubiese barrido todas las conquistas
democráticas y promesas de la Revolución de Febrero y hubiese mantenido la
participación rusa en la Guerra Mundial. Una contrarrevolución victoriosa –y
ésta hubiese sido la única alternativa real a Octubre- hubiese probablemente
dado nacimiento a la primera experiencia de un Estado fascista en el mundo,
anticipándose así unos cuantos años a las posteriores respuestas de las
burguesías italianas y alemanas a levantamientos revolucionarios similares
pero fallidos.

Los Bolcheviques, y la gran mayoría de los obreros industriales urbanos en
Rusia, eran, por descontado, socialistas. Pero todas las corrientes del
marxismo ruso consideraban que Rusia carecía de las condiciones políticas y
económicas para alcanzar el socialismo. Sin duda, existía la esperanza de
que la toma revolucionaria del poder en Rusia alentase a los trabajadores de
los países desarrollados al oeste a levantarse contra la guerra y contra el
capitalismo, abriendo así perspectivas más amplias para la propia revolución
rusa. En efecto, fue sólo una esperanza, y estaba lejos de ser una
certidumbre. Aun así, Octubre hubiese podido acontecer sin ella.

En mi labor historiográfica, presento pruebas documentadas y, en mi opinión,
convincentes en favor de esta forma de presentar Octubre, aunque no voy a
intentar resumirlas aquí. Prefiero explicar cuan dolorosamente conscientes
eran los Bolcheviques, y los trabajadores que les apoyaban –el partido
estaba abrumadoramente compuesto de obreros-, de la amenaza de la guerra
civil; lo mucho que intentaron evitarla, y, fracasando en ello, lo mucho que
quisieron disminuir su dureza. De este modo, quiero focalizarme con más
insistencia explicar el sentido del “se atrevieron” en tanto que legado de
Octubre.

El motivo por el cual los Bolcheviques, junto con la mayoría de los
trabajadores, apoyaron el “poder dual” durante el periodo inicial de la
revolución fue el deseo de evitar la guerra civil. Bajo esta forma de
acomodar las cosas, el poder ejecutivo era ejercido por el gobierno
provisional, inicialmente compuesto por políticos liberales, representantes
de las clases propietarias. Al mismo tiempo, los Soviets, organizaciones
políticas electas por los obreros y soldados, fiscalizaban el gobierno,
asegurándose de su lealtad al programa revolucionario. Este programa estaba
compuesto fundamentalmente por cuatro elementos: una república democrática,
una reforma agraria, la jornada laboral de ocho horas, y una diplomacia
enérgica que asegurase rápida y democráticamente el final de la guerra.
Ninguno de estos puntos era socialista como tal.

El apoyo al poder dual marcó una ruptura radical con el rechazo tradicional
del partido de aliarse potencialmente con la burguesía en la lucha contra la
autocracia. Ese rechazo constituía los cimientos mismos del bolchevismo como
partido de los obreros. Fue el motivo del estatus hegemónico del partido en
el movimiento obrero a lo largo de los años de protesta obrera antes de la
guerra. El rechazo a la burguesía (que era a su vez un rechazo al
Menchevismo) se enraizaba en la larga y dolorosa experiencia obrera que veía
cómo la burguesía se aliaba íntimamente con el Estado autocrático para
aplastar sus aspiraciones sociales y democráticas.

El apoyo inicial al poder dual reflejó la voluntad de dar una oportunidad a
los liberales, ya que las clases propietarias (el partido
constitucional-democrático (los ‘Kadetes’) se convirtió en su primer
representante político en 1917) se habían sumado, aunque bastante
tardíamente, a la revolución, o eso parecía. Su adhesión a la revolución
facilitó de manera considerable una victoria sin apenas derramamiento de
sangre a lo largo del vasto territorio ruso y a lo largo del frente. La
asunción del poder por parte de los Soviets en Febrero hubiese expulsado a
las clases propietarias del poder, haciendo renacer así el espectro de la
guerra civil. Por otra parte, los obreros no estaban preparados para asumir
la responsabilidad directa de dirigir el Estado y la economía.

El posterior rechazo del poder dual y la demanda de transferir todo el poder
a los soviets no fue, bajo ningún concepto, una respuesta automática al
regreso de Lenin a Rusia y la publicación de sus Tesis de Abril.
Fundamentalmente, estas tesis fueron una llamada de vuelta a las posturas
tradicionales del partido, pero en condiciones de guerra mundial y de
revolución democrática victoriosa. Si la posición de Lenin acabó ganando fue
porque era cada vez más claro que las clases propietarias y sus
representantes liberales eran hostiles a los objetivos de la revolución y
querían, de hecho, revertirla.

Ya a mediados de abril, el gobierno liberal dejo claro su apoyo a la guerra
y sus objetivos imperialistas. Incluso anteriormente a ello, la prensa
burguesa puso término final a su breve luna de miel de unidad nacional con
campañas en contra del supuesto egoísmo obrero al perseguir sus ‘estrechos’
intereses económicos en detrimento de la producción para la guerra.

El motivo era claramente socavar la alianza obreros-soldados que hizo
posible la revolución.

No sin conexión con esto era la creciente sospecha entre los obreros de un
progresivo y creciente cierre patronal, enmascarado bajo una supuesta
escasez de suministros; sospecha amplificada por el adamantino rechazo de
los patrones industriales de la regulación gubernamental de esta economía
vacilante. Los cierres patronales fueron desde tiempo atrás el arma favorita
de los propietarios de las fábricas. Solamente en los seis meses anteriores
al estallido de la guerra, los patrones industriales de la capital, en
concierto con la administración de las fábricas de titularidad estatal,
organizaron al menos tres cierres patronales generalizados que trajeron
consigo el despido de un total de 300 000 trabajadores. Diez años antes, en
noviembre y diciembre de 1905, dos cierres generales asestaron un golpe
mortal a la primera revolución rusa.

A finales de la primavera y comienzos del verano de 1917, personalidades
prominentes de la “sociedad censal” (las clases dominantes) solicitaban la
supresión de los soviets y recibían grandes ovaciones por parte de las
asambleas de su clase. Luego, a mediados de junio, bajo una fuerte presión
de sus aliados, el gobierno provisional inició una ofensiva militar,
poniendo punto y final al cese al fuego de facto que había reinado en el
frente oriental desde Febrero.

Y entonces, ya en junio, una mayoría de los obreros de la capital abrazaron
la demanda bolchevique de liberar la política gubernamental de la influencia
de las clases propietarias. Éste era, en esencia, el significado del “todo
el poder para los Soviets”: un gobierno que respondiese únicamente ante los
obreros y campesinos. A esas alturas, los Bolcheviques y los obreros de la
capital aceptaron la inevitabilidad de la guerra.

No obstante, eso no era en sí mismo tan terrorífico, ya que los obreros y
campesinos (los soldados eran en su grandísima mayoría jóvenes campesino)
eran la gran mayoría de la población. Mucho más preocupante eran las
perspectivas de una guerra civil qu enfrentase a distintos bandos en el seno
de las fuerzas que sostenían la “democracia revolucionaria”. Los socialistas
moderados, los Mencheviques, y los Socialistas Revolucionarios (eseristas),
dominaban la mayoría de los soviets fuera de la capital, así como el Comité
Ejecutivo Central (CEC) de soviets y el Comité Ejecutivo de campesinos, y
apoyaban a los liberales, hasta el punto de enviar una delegación de sus
líderes a la coalición gubernamental, en un esfuerzo por apuntalar la débil
autoridad popular de esta última.

La amenaza de guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria
resurgió con fuerza a comienzos de julio, cuando, junto con unidades de la
guarnición, los obreros de la capital se manifestaron masivamente para
presionar al CEC para que tomase el poder por sí solo. No solamente
fracasaron en ello, sino que las manifestaciones fueron el primer
derramamiento de sangre serio de la revolución, seguido de una ola de
represión gubernamental contra la izquierda y tolerada por los socialistas
moderados.

Los acontecimientos de julio dejaron a los Bolcheviques, y los obreros que
les apoyaban, sin una ruta clara por la que avanzar. Formalmente, el partido
adoptó un nuevo eslogan propuesto por Lenin: el poder para un "gobierno de
los trabajadores y los campesinos pobres" -sin mención alguna a los soviets,
que se hallaban dominados por los socialistas moderados. Lenin entendía
dicho eslogan como un llamamiento a preparar una insurrección que pudiese
sortear a los soviets y que, de darse las circunstancias, se enfrentase a
ellos. Ahora bien, en la práctica el eslogan no era aceptado ni por el
partido ni por los obreros de la capital, ya que significaba dirigirse en
contra de las masas populares que seguían apoyando a los moderados - por
tanto, implicaba la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria.

La actitud de los socialistas, esto es, de la minoría educada, de la
intelligentsia de izquierdas, preocupaba particularmente. La intelligentsia
de izquierda apoyaba casi en su totalidad a los socialistas moderados. Los
Bolcheviques eran un partido plebeyo, y lo mismo era cierto para los
social-revolucionarios de izquierda, que se escindieron de los eseristas en
septiembre de 1917 y formaron una coalición de gobierno en los soviets junto
con los Bolcheviques en noviembre. Las perspectivas de tener que dirigir un
Estado, y probablemente también la economía, sin el apoyo de gente formada
preocupaba profundamente, en particular a los militantes de los comités de
fábrica, mayoritariamente bolcheviques.

El golpe de estado fracasado del general Kornilov a finales de agosto, que
contó con el apoyo entusiasta de las clases dominantes, pareció despejar una
solución al callejón sin salida al que se estaba llegando. Rindiéndose ante
la obviedad, los socialistas moderados parecieron aceptar la necesidad de
romper relaciones con los liberales (los ministros liberales dimitieron la
noche anterior al levantamiento militar). Los obreros reaccionaron con una
curiosa mezcla de alivio y alarma a las noticias sobre la llegada de
Kornilov a Petrogrado. Sentían alivio porque podían al menos actuar al
unísono en contra de la contrarrevolución en marcha - y así hicieron con
gran energía-, y no enfrentándose con el resto de fuerzas de la democracia
revolucionaria. Lenin, ya tras la derrota de Kornilov, ofreció el apoyo de
su partido al CEC, actuando como una fuerza leal pero de oposición, siempre
y cuando el CEC arrebatas el poder al gobierno.

Tras ciertas vacilaciones, los socialistas moderados rechazaron romper con
las clases propietarias. Permitieron a Kerensky formar un nuevo gobierno de
coalición que incluía personalidades de la burguesía particularmente odiosas
como el patrón industrial S.A Smirnov, que había cerrado recientemente sus
fábricas textiles para echar a los trabajadores.

Pero para finales de septiembre, los Bolcheviques ya tenían la mayoría en
casi todos los soviets de Rusia de manera que podían contar con una mayoría
en el Congreso de los Soviets, convocado a regañadientes por el CEC el 25 de
Octubre. Mientras todavía se encontraba escondido huyendo de una orden de
detención, Lenin exigió al comité central del partido que preparase una
insurrección. Pero la mayoría del comité central tenía dudas al respecto y
prefería esperar a la convocatoria de una asamblea constituyente. Uno puede
perfectamente comprender sus dudas. Después de todo, una insurrección podía
desencadenar todas las condiciones para la todavía latente guerra civil. Era
un salto terrorífico hacia lo imprevisible que pondría al partido en la
situación de gobernar en condiciones de grave crisis política y económica.
Por otra parte, la esperanza de que una asamblea constituyente pudiese
superar la profunda polarización que caracterizaba a Rusia, o que las clases
dominantes aceptasen su veredicto de ir en contra de sus intereses, era sin
lugar a dudas una ilusión. Mientras tanto, el colapso industrial y la
hambruna de masas estaban cada vez más cerca.

Si los líderes bolcheviques acabaron organizando la insurrección no fue por
la autoridad personal de Lenin, sino por la presión de sus bases y cuadros
intermedios, que estaban siendo interpelados por él. El partido contaba como
43 000 miembros en octubre 1917 sólo en Petrogrado, de los cuales 28 000
eran obreros (sobre un total de 420 000 obreros industriales), y 6000 eran
soldados. Estos trabajadores estaban preparados para la acción.

No obstante, el estado de ánimo entre los trabajadores fuera del partido era
más complejo.

Apoyaban sin miramientos la demanda de transferir todo el poder a los
Soviets, pero no estaban por la labor de tomar la iniciativa. Esto suponía
la situación opuesta a la de los cinco primeros meses de la revolución, en
los cuales las bases obreras estaban a la vanguardia, obligando al partido a
seguirlas: así fue en la revolución de Febrero, en las protestas de abril en
contra de la política bélica del gobierno, en los movimientos por el control
obrero de las industrias como respuesta a los cierres patronales en marcha,
y en las manifestaciones de julio para exigir al CEC que tomase el poder.

Pero el derramamiento de sangre de julio y la represión que siguió después
cambiaron significativamente las cosas. En efecto, la situación política
había evolucionado desde entonces hasta el punto de que los Bolcheviques
encabezaban los Soviets en casi todas partes. Ahora bien, los días que
precedieron a la insurrección, la totalidad de la prensa que no fuese
pro-bolchevique predecía con seguridad que la insurrección sería aplastada
de manera aún más sangrienta que en los acontecimientos de julio.

Otra fuente de indecisión para los trabajadores era el amenazante espectro
del desempleo de masas. El colapso industrial se avecinaba, y constituía así
el argumento más potente para actuar inmediatamente, pero también una fuente
de inseguridad que llenó de dudas a los trabajadores.

Por tanto, la iniciativa se encontraba del lado del partido, aunque ello no
significase que los obreros bolcheviques estuviesen exentos de dudas. Ahora
bien, tenían ciertas cualidades, forjadas tras años de lucha intensa contra
la autocracia y los patrones, que les permitieron superarlas. Una de sus
virtudes era su deseo de independencia como clase frente a la burguesía, que
constituía a su vez el elemento definitorio del bolchevismo como movimiento
de los trabajadores. En los años previos a la revolución, ese deseo se
expresaba en la insistencia de los trabajadores de mantener sus
organizaciones, ya sean políticas, económicas o culturales, libres de
influencia de las clases dominantes.

En estrecha relación con lo anterior era el fuerte sentimiento de dignidad
que tenían los trabajadores, tanto individualmente como en tanto que
miembros de la clase obrera. El concepto de 'obrero consciente' en Rusia
recogía una cosmovisión y un código moral separados y opuestos a los de la
burguesía. El sentimiento de dignidad se manifestaba por ejemplo, y entre
otras formas, en la demanda de ser tratados educadamente que aparecía sin
excepción en las listas de las demandas en huelgas. Demandaban ser tratados
de usted por la administración de las fábricas y que no se dirigiesen a
ellos en la segunda persona del singular, reservada para amigos, hijos y
subordinados. En una compilación de estadísticas acerca de las huelgas, el
Ministerio de Interior zarista puso en la columna de 'demandas políticas' la
exigencia de trato educado, presumiblemente porque implicaba un rechazo de
los trabajadores a ser considerados como subordinados en la sociedad. En
1917, resoluciones emanadas de las asambleas fabriles solían referirse a las
políticas del gobierno provisional como 'burlas' a la clase obrera.  En
Octubre, cuando los obreros de la Guardia Roja rechazaban agacharse mientras
corrían o rechazaban tener que combatir tumbados en el suelo, ya que lo
consideraban una muestra de cobardía y deshonor para un obrero
revolucionario, los soldados tuvieron que explicarles que no hay honor
alguno en ofrecer tu frente al enemigo. Pero si bien el orgullo de clase era
una carga a nivel militar, no parece que hubiese podido haber revolución de
Octubre sin él.

Aunque la iniciativa de Octubre recayó principalmente sobre los hombros de
los miembros del partido, la insurrección fue bienvenida por virtualmente
todos los trabajadores, incluidos los impresores, tradicionalmente
seguidores de los Mencheviques.  Sin embargo, el problema de la composición
del nuevo gobierno apareció de nuevo sobre la escena. Todas las
organizaciones obreras, para entonces lideradas por los Bolcheviques, así
como el propio partido, pedían una coalición de todos los partidos
socialistas.

Una vez más, esto era la expresión del afán de unidad en el seno de las
fuerzas de la democracia revolucionaria y el deseo de evitar una guerra
civil que las enfrentase entre sí.  En el comité central, Lenin y Trotski se
oponían a incluir a los socialistas moderados (aunque no a los eseristas de
izquierda ni a los Mencheviques-internacionalistas), ya que consideraban que
iban a paralizar la acción del gobierno. No obstante, se mantuvieron de lado
mientras las negociaciones tenían lugar.

La coalición estaba condenada a no suceder. Las negociaciones se rompieron
al entrar en la cuestión del poder de los soviets: los Bolcheviques, así
como la inmensa mayoría de los trabajadores, querían que el gobierno fuese
responsable únicamente ante los soviets -esto es, un gobierno popular libre
de las influencias de las clases propietarias. Los socialistas moderados, en
cambio, consideraban que los soviets eran una base demasiado débil para un
gobierno viable. Continuaron insistiendo, aunque disfrazadamente, en la
necesidad de incluir representantes de las clases dominantes, o al menos del
"estrato intermedio" que no se encontraba representado en los soviets. Ahora
bien, la sociedad rusa se encontraba profundamente dividida, y estos últimos
estaban alineados junto a las clases dominantes. Así mismo, los moderados
rechazaban de plano cualquier gobierno con una mayoría bolchevique, incluso
si los Bolcheviques habían constituido la mayoría en el Congreso de los
Soviets que votó asumir todo el poder. En resumen, los moderados demandaban
anular la insurrección de Octubre.

Una vez que eso quedó claro, el apoyo obrero por una coalición amplia se
desvaneció. A continuación, los eseristas de izquierda, que llegaron a la
misma conclusión que los obreros, formaron una coalición de gobierno junto a
los Bolcheviques. Hacia finales de noviembre, un congreso nacional de
campesinos, dominado por los socialrevolucionarios de izquierda, decidió
fundir su comité ejecutivo junto con el CEC de diputados obreros y soldados.
Esta decisión fue recibida con alivio y júbilo por los Bolcheviques y los
trabajadores en general: se había alcanzado la unidad, al menos desde abajo,
aunque ésta no contase con la intelligentsia de izquierdas, alineada
mayoritariamente con los socialistas moderados (ahora bien, ha de
resaltarse, que los Mencheviques, a diferencia de los eseristas, no se
levantaron en armas contra el gobierno de los soviets).

Este es por tanto el significado del "se atrevieron", como legado de
Octubre. Los Bolcheviques, como genuino partido de los trabajadores, actuó
de acuerdo a la siguiente máxima: "Fais ce que dois, advienne que pourra"
(Haz lo que debas, que acontezca lo que se pueda). Trostki pensaba que esta
máxima debía guiar el hacer de todo revolucionario (2). He tratado de
demostrar que este reto no se aceptó a la ligera y que los Bolcheviques no
eran aventureros temerarios. Temían la guerra civil, trataron de evitarla, y
si ello no fue posible, al menos trataron de limitar su severidad y ganar
cierta ventaja en ella.

En un ensayo escrito en 1923, el líder Menchevique, Fedor Dan, explicó el
rechazo de su partido a romper relaciones con las clases propietarias
incluso después del golpe de Kornilov. El motivo era que "las clases
medias", esa parte de la "democracia" que no se encontraba representada en
los Soviets (Dan hace referencia a un profesor, a un cooperativista, al
alcalde de Moscú,...) no iba a apoyar una ruptura con las clases
propietarias - estaban convencidos de que el país era ingobernable sin ellos
- ni iba a considerar, bajo ningún concepto, participar en un gobierno junto
con los bolcheviques. Dan continuaba así:

"Entonces -teoréticamente- sólo quedaba un camino para una inmediata
solución a la coalición [con representantes de las clases propietarias]: la
formación de un  gobierno en conjunto con los Bolcheviques -una que no sólo
no iba a contar con la democracia que no se hallaba representada en los
soviets, sino que también iría en contra de ella. Considerábamos que ese
camino era inaceptable, dada la postura bolchevique de aquel periodo.
Comprendimos perfectamente que     adentrarse en ese camino suponía
adentrarse en el camino del terror y la guerra     civil; es decir, hacer
todo lo que los Bolcheviques se vieron forzados posteriormente a hacer.
Ninguno de nosotros sentía que podía asumir la responsabilidad de esas
políticas que nacerían de un gobierno de no-coalición." (3)

La postura de Dan puede ser contrastada con la de una figura extraña de los
socialistas moderados, V.B Stankevich (que había sido comisario en el frente
durante el gobierno provisional). En una carta fechada en febrero de 1918 y
dirigida a sus camaradas de partido, escribió:

"Debemos constatar que, a estas alturas, las fuerzas del movimiento popular
se     encuentran del lado del nuevo régimen...

Hay dos vías abiertas a los socialistas moderados: proseguir en su lucha
irreconciliable contra el gobierno, o ser una oposición pacífica, creativa y
leal… ¿Pueden las viejas fuerzas dirigentes afirmar que, a día de hoy, han
adquirido la experiencia suficiente para gestionar la tarea de dirigir el
país, una tarea que no se ha vuelto más sencilla sino más difícil? En
realidad, no tienen programa alguno que oponer al bolchevique, y una lucha
sin programa no es mejor que las aventuras de los generales mejicanos. Pero
es que incluso si la posibilidad de     crear un programa existiese, debéis
comprender que no tenéis las fuerzas para  ejecutarlo.  Para derrocar a los
Bolcheviques necesitáis, si no es formalmente al menos de hecho, el esfuerzo
unificado de todas las fuerzas opositoras, desde los eseristas hasta la
extrema derecha. Pero, incluso dándose dicha condición, los Bolcheviques
seguirían siendo más fuertes...

Sólo hay un camino posible: el camino del frente popular unido, del trabajo
nacional unido, de la creatividad en común…

¿Mañana qué? ¿Se continúa con los intentos inútiles, sin sentido y
esencialmente aventureros de tomar el poder? ¡O trabajamos en conjunto con
la gente esforzándonos de forma realista a ayudar en resolver los problemas
que Rusia afronta, problemas que están vinculados con la lucha pacífica en
pro de principios políticos eternos, en pro de unas verdaderas bases
democráticas para gobernar el país!"(4)

Dejo en manos del lector decidir qué postura tuvo más mérito. No obstante,
uno puede argumentar convincentemente que el rechazo a "atreverse" de los
socialistas moderados contribuyó al desenlace que clamaban temer.

Desde octubre 1917, la Historia está repleta de ejemplos de partidos de
izquierda que no se atrevieron cuando debieron hacerlo. Por ejemplo, el
Partido Social Demócrata Alemán en 1918, los socialistas italianos en 1920,
la izquierda española en 1936, los comunistas franceses e italianos en 1945
y 1968-69, la Unidad Popular en Chile entre 1970-73, y más recientemente
Syriza en Grecia. Lo que quiero decir no es, por supuesto, que fallaron al
organizar una insurrección en algún momento en particular, sino más bien que
rechazaron desde el comienzo adoptar una estrategia cuyo objetivo principal
fuese arrebatar el poder económico y político a la burguesía, una estrategia
que requiere necesariamente, en algún momento, una ruptura revolucionaria
con el Estado capitalista.

A día de hoy, cuando las alternativas a las que se enfrenta la humanidad
están tan polarizadas, cuando, más que nunca, las únicas opciones reales son
el socialismo o la barbarie, cuando el futuro de la civilización está en
juego, la izquierda debe inspirarse de Octubre. Esto significa que, a pesar
de las derrotas históricas sufridas por la clase obrera y las fuerzas
sociales aliadas a lo largo de las pasadas décadas, se debe denunciar como
ilusorio cualquier programa que quiera restaurar el Estado de bienestar
keynesiano o quiera volver a "una socialdemocracia genuina". Un programa así
en el capitalismo contemporáneo está condenado a fracasar y a ser un agente
desmovilizador. “Atreverse” significa hoy desarrollar una estrategia cuyo
objetivo final sea el socialismo y aceptar que ese objetivo va a implicar
necesariamente, en un momento u otro, una ruptura revolucionaria con el
poder económico y político de la burguesía, y junto a ellos, con el Estado
capitalista.

* David Mandel, politólogo e historiador marxista especializado en Rusia y
Ucrania, es profesor de la Universidad de Québec en Montréal, Canadá, y
editor de la revista bilingue en ruso e inglés Alternatives. Es autor de
The Petrograd Workers in the Russian Revolution. Brill-Haymarket, Leiden and
Boston (Chicago, Estados Unidos, 2017). En francés: Les Soviets de
Petrograd. Les travailleurs de Petrograd dans la Revolution Russe (Fevrier
1917-Juin 2018), Editiones Syllepse (París, Francia), Editions Page 2
(Lausana, Suiza), M Editeur (Quebec,Canadá) 2017.

Notas

 (1) K. Marx, “Afterword to the Second Edition of Capital. vol. I,
International Publishers, N.Y., 1967, p. 17.

(2) Trotsky, L., My Life, Scribner, N.Y., 1930, p. 418.F.

(3) I., Dan, “K istorii poslednykh dnei Vremennogo pravitel’stva, Letopis’
Russkoi revolyutsii, vol. 1, Berlin, 1923
(https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf)
<https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf>

(4)I.B. Orlov, “Dva puti stoyat pered nimi …” Istoricheskii arkhiv, 4, 1997,
p. 79.

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