Argentina/ Ser pobre, joven y mapuche: el asesinato de Rafael Nahuel y la represión en la Patagonia [Ana Ramos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Nov 29 16:15:04 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

29 de noviembre 2017

Boletín Informativo

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germain5 en chasque.net

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Argentina

El asesinato de Rafael Nahuel y la represión en la Patagonia

Ser pobre, joven y mapuche

Ana Ramos *

Revista Anfibia, noviembre 2017

http://www.revistaanfibia.com/

No es fácil poner en texto alguna reflexión que, distanciada del dolor,
ayude a desmentir las justificaciones de la represión y las
estigmatizaciones de la lucha mapuche, explica la antropóloga Ana Ramos. A
partir de su experiencia de más de dos décadas de estudio de estas
comunidades, describe tres contextos -memorias, diálogo y recuperación del
territorio- para entender los reclamos mapuche en sus propios términos y
cómo estos grupos -violentamente reprimidos en los últimos meses en Chubut y
Río Negro- son parte de las mismas familias que históricamente mueren por
balas de los policías, de los dealers o de otras bandas barriales en la
periferia urbana.

En los últimos meses, la cuestión mapuche se volvió opinable y discutible
–incluso al punto de desconocer las leyes de la Constitución Nacional y los
tratados internacionales—. La irresponsabilidad enunciativa de los
comunicadores sociales, las imágenes estereotipadas y estimagtizantes de
quienes se construyen como expertos de este tema dominó los escenarios
públicos. Ante esta proliferación de palabras, dichos y habladurías,
perdimos como sociedad la capacidad de escuchar y, con ella, nuestro derecho
a entender, a saber la verdad y a poder actuar como ciudadanos
comprometidos.

Rafael Nahuel fue asesinado en la Lof Lafken Winkul Mapu durante un
operativo de la Prefectura el mismo día del velatorio de Santiago Maldonado,
quien murió durante la represión de Gendarmería del 1 de agosto en la Pu Lof
en Resistencia. No pasaron tres meses entre estos sucesos y, de nuevo, nos
encontramos impactados por los hechos. No fue fácil entonces, y tampoco lo
es ahora poner en texto alguna reflexión que, distanciada del dolor, ayude a
desmentir las justificaciones de la represión y las estigmatizaciones de la
lucha mapuche. Pero para no quedar en silencio ante tanta injusticia, voy a
convertir en texto lo que suelen ser mis explicaciones espontáneas cuando
amigos, familia y conocidos me preguntan “si es verdad lo que se dice, lo
que se escucha por ahí”. Desde mi experiencia como antropóloga que hace más
de veinte años trabaja con comunidades y organizaciones mapuche, voy a
tratar de reconstruir tres contextos que pueden ayudarnos a escuchar los
reclamos mapuche en sus propios términos.

Para evitar el riesgo de naturalizar la represión arbitraria y las muertes
violentas de quienes luchan por sus derechos debemos reconstruir los
principios fundantes con los que recuperamos la democracia y, para esto,
resulta imprescindible que escuchemos lo que las organizaciones y
comunidades mapuche hace muchos años denuncian, explican, contextualizan e
historizan. Sus reclamos pasan de no ser evento atendible a ser noticia
nacional, pero en el marco de otras agendas e intereses. Los mapuche pasan
de ser un grupo en extinción –en una Argentina pensada como europea—a ser
los desestabilizadores de la soberanía nacional o de la democracia. Pasan de
ser las raíces ancestrales de nuestra identidad nacional a ser los invasores
chilenos que permanentemente traspasan la frontera nacional. Esta doble vara
también esquiva la verdad, ya sea por intereses económicos y políticos, o
por ignorancia.

Los hechos

María Nahuel de la Lof Lafken Winkul Mapu cuenta que el jueves 23 de
noviembre  a las cuatro y media de la mañana empezaron a escuchar tiros en
el territorio que habían recuperado hacía unos meses atrás en la zona del
lago Mascardi: “Nos fueron a despertar a balazos limpios, nos empezaron a
maltratar, nos defendimos todo lo que pudimos, no teníamos arma, no teníamos
nada”. A su hija menor de edad y a sus nueras las esposaron en el piso,
mientras a los niños –de uno, dos, tres y once años– les tiraban gas
pimienta. Otra de las integrantes de la Lof contaba que su hijo lloró varias
horas a causa del dolor en los ojos, y que ella, al estar precintada, solo
podía tratar de calmarlo acariciándolo con su cabeza. También contaron que a
la hija de María, quien se está preparando para ser machi, le arrojaron
tierra en la boca cuando empezó a hablar en mapuzungun. A todas ellas les
pegaron, y a María la dejaron un rato desmayada por un golpe en la cabeza.
Los varones escaparon cerro arriba, y las mujeres fueron llevadas detenidas
a la Policía Federal, en Bariloche, donde permanecieron más de diez horas
con sus niños, sin agua ni comida.

El operativo fue ordenado por el Juez Federal Gustavo Villanueva luego de
una denuncia realizada por Parques Nacionales, dado que el territorio
recuperado se encuentra bajo su jurisdicción. El tiempo que duró el
operativo, la Gendarmería cortó la Ruta 40 para impedir el acceso al lugar y
vigiló la zona con helicóptero y drones. Entre policías federales, prefectos
y gendarmes, había en el lugar más de 300 uniformados. Los que cortaban la
ruta alarmaban a los autos y micros que quedaban a la espera diciéndoles que
había una “treintena de mapuches violentos que podían tirarles piedras”.

Las fuerzas nunca dejaron el lugar ni el control con retenes a lo largo de
la ruta. El sábado 25 de noviembre empieza a circular la noticia de una
nueva represión en la Lof, y pronto se supo que tres de las personas que
todavía estaban en el cerro habían sido heridas de bala. En una de las
llamadas que se logró a las seis de la tarde se informó que había un muerto.
La familia se reunió en el hospital de Bariloche a la espera de novedades
junto con las personas que se fueron acercando a acompañar y a exigir
información. Recién a las 24 horas, un médico del hospital confirmó la
muerte de “un masculino” ante todos los presentes. El cuerpo llegó horas
después.

Primer contexto: Memorias (trayectorias)

Es un hecho irrefutable que el Pueblo Mapuche tuvo control y soberanía de su
territorio hasta fines del siglo XIX (apenas unos 100 años atrás). Esto es
sumamente importante desde el punto de vista de la memoria, porque son los
abuelos y las abuelas quienes les contaron, a quienes hoy militan su
identidad, acerca de sus experiencias en los campos de concentración, sobre
el despojo territorial, la violencia, la persecución y las injusticias con
las que los dejaron en los márgenes de un Estado en formación. Se trata de
memorias muy recientes, que todavía encarnan el dolor de quienes las
recibieron o las contaron.

Pero también estas memorias son la historia “que no se contó en los libros”
(como repetía Mauricio Fermín, un anciano de la comunidad Vuelta del Río), y
sólo comprendiendo e interactuando con estos relatos del pasado, vamos a
poder comprender los reclamos que, hace unas décadas, vienen haciendo
quienes crecieron escuchándolas. Estas memorias no solo explican por qué
tantas familias mapuche viven hoy en las periferias de las ciudades, sino
que también brindan las claves para pensarse como mapuche en la ciudad. Las
formas que los antepasados eligieron para contar sus experiencias (llamadas
ngtram) le dan su impronta particular a la memoria mapuche, esta es, la
transmisión de fuerza para no olvidar, para resistir y para reconstruirse
como Pueblo. Por lo tanto, los aspectos más negativos de sus trayectorias
urbanas –pobreza, violencia, desprotección, alcoholismo, droga, muertes de
gatillo fácil, vidas cortas, bandas, vendettas, redes de narcotráfico,
ausencias, etc.— fueron dejando de ser responsabilidad de las decisiones de
sus padres o de las suyas para ser el resultado de una historia más amplia
de genocidio, racismo, negación y marginación. No es casual, por ejemplo,
que la mayor parte de la población que vive en “el alto” de Bariloche –donde
vivía Rafael— pertenece a familias mapuche que años atrás dejaron el campo.

Frente a este contexto, y durante las últimas tres décadas, las
organizaciones mapuche de la Patagonia trabajaron muy duramente para
reivindicar sus pertenencias a un pueblo preexistente al Estado y para
reemplazar los sentimientos impuestos de vergüenza y sumisión por los de
orgullo, conciencia histórica y derecho a luchar por un mundo más justo para
ellos. A pesar de la diversidad de estos proyectos políticos, se fue
afianzando la idea de un Pueblo, y con ella, se multiplicaron las
expresiones y los modos de pertenecer a él: trayectorias rurales,
periurbanas y urbanas, trayectorias de militancia en articulación con
partidos políticos o iglesias, trayectorias militantes más autonómicas… Esta
multiplicación no impidió que se compartieran los mismos objetivos de
recuperación de los conocimientos ancestrales, de reestructuración de los
vínculos y de valorización de sus memorias.

El aumento y diversificación de las expresiones políticas de militancia
mapuche urbana no debería verse como un problema sino como un diagnóstico de
revitalización y de surgimiento de nuevas demandas. Desde distintas
experiencias de marginalidad, discriminación, despojo y desigualdad social,
estas comunidades y organizaciones mapuche están exigiendo ser escuchadas.
Al expresar en discursos y acciones que nunca se sintieron parte de la
inclusión y de la igualdad que proclamamos como ciudadanos, nos ponen en la
incómoda situación de tener que repensar nuestras propias configuraciones
sociales acerca de la inclusión y la igualdad. Por esta razón, es más fácil
ignorar o menospreciar las historias y las experiencias que orientan el ser
mapuche en los barrios marginados. Como lo expresó María Nahuel, integrante
de la Lof, “hay gente que no va a entender nunca, pero nosotros actuamos
como mapuche y luchamos como mapuche”.

Gracias a distintas personas que conocieron estrechamente a Rafael y que
contaron su historia antes que esta sea distorsionada por los medios de
comunicación, sabemos que lo llamaban “Rafita”, que vivía en el barrio
Nahuel Hue –en el Alto de Bariloche–, que le gustaba la cumbia, que era de
Boca, que había dejado de estudiar para juntar algo de plata, que aprendió
el oficio de herrero, que no conseguía trabajo porque tenía apellido mapuche
y porque era “un chico del alto”,  que le gustaba ayudar y arreglar cosas,
que era inseparable de sus amigos y sus hermanos. También sabemos que “había
caminado por las márgenes” –como expresa uno de los responsables del espacio
de educación no formal al que solía asistir— y sabemos cuáles son los
riesgos y las violencias que sufren desde muy temprana infancia quienes son
relegados a esos márgenes. Hacía un tiempo atrás había empezado a acompañar
a la familia de su tía en los procesos de lucha y reivindicación como
mapuche. La historia de Rafael es la de muchas otras personas que, desde
situaciones urbanas signadas por la pobreza y la violencia, deciden enmarcar
sus enojos, los sentidos de la desigualdad social y de sus experiencias de
injusticia en la historia de su Pueblo.

Las organizaciones mapuche urbanas, como las que conocí en Esquel y en
Bariloche, tenían como propósito inicial poner en valor las vidas de quienes
fueron despojados de la posibilidad de pensarse a sí mismos como personas
respetables. Conversando sobre estos inicios, Fernando Huala, uno de los
jóvenes de la Lof Mapuche en Resistencia de Cushamen, contaba que un antiguo
amigo del barrio le había expresado su pesar por no haber decidido quedarse
con ellos “en la lucha mapuche”, porque “ahora ya estaba perdido”. Las
comunidades mapuche que fueron más violentamente reprimidas en los últimos
meses en Chubut y Río Negro son parte de las mismas familias que
históricamente mueren por balas de los policías, de los dealers o de otras
bandas barriales en la periferia urbana. Las experiencias de ser “pobre”,
“varón” y “mapuche” en estas periferias llevaron a naturalizar entre ellos
la posibilidad de ser revisado, maltratado, perseguido, encarcelado,
reprimido o muerto por las fuerzas de seguridad. Uno de los miembros de la
Lof Lafken Winkul Mapu explicaba hoy para un medio de comunicación que los
varones se tapan la cara para protegerse, no porque sean terroristas sino
porque ellos corren “riesgo hasta para ir a comprar a la calle”.

Segundo contexto: Pueblo Mapuche (iniciativas de diálogo)

En los conflictos territoriales suele construirse al “usurpador indígena”
como un “puñado de personas”. Aun en los casos en que el conflicto por la
tierra esté circunscripto a una familia y allegados, como el caso de la Lof
Lafken Winkul Mapu, suele ser el Pueblo mapuche –encarnado en los sujetos
concretos que conforman las redes y relaciones más amplias—el que se siente
interpelado para actuar en defensa.

Esto se vio reflejado en el último trawn (reunión mapuche) realizado el 26
de noviembre en Bariloche, donde se encontraron para tomar decisiones
conjuntas tanto la organización local que viene acompañando muy cercanamente
a la Lof como muchas otras organizaciones y comunidades de distintas
provincias. En los intercambios de la palabra quedó muy claro que la
represión no es contra una comunidad o una familia, sino contra un Pueblo,
uno que, a pesar de sus diferencias ideológicas, sabe articular unidad ante
situaciones como esta.

Por la mañana se organizó una comitiva de diálogo para que se dirija hasta
la comunidad para intermediar con el juez, de la que participaron las
organizaciones mapuche de apoyo junto con organizaciones de Derechos
Humanos, el obispo de Bariloche, abogados y un médico para atender a los
heridos. Cuando la comitiva regresa del lugar del conflicto, cuentan en el
trawn que se logró firmar un acuerdo con el juez a cargo del operativo en el
que se establece la creación de una instancia de diálogo “de carácter
urgente con intervención de distintos organismos oficiales” para encontrar
una solución al conflicto. En este trawn también se resuelve apoyar la
decisión de la Lof de permanecer en el lugar y no dejar el territorio
recuperado.

Estas acciones colectivas de cuidado mutuo y solidaridad son las formas en
que el Pueblo Mapuche practica su diplomacia para abrir instancias de
diálogo, para repactar los acuerdos con las distintas instituciones
estatales y demandar conjuntamente el respeto o la ampliación de sus
derechos. Antes, durante y después de la represión, numerosas organizaciones
y comunidades mapuche, en nombre del Pueblo al que pertenecen, intentaron
habilitar espacios de diálogo y de pacificación del conflicto. Ante esto,
las respuestas represivas de las fuerzas armadas son entendidas como la
exclusión del Pueblo Mapuche como un interlocutor político válido en el
escenario que se fue montando.  Mientras las acciones colectivas de los
mapuche tendieron al diálogo y al acuerdo, las distintas instituciones
oficiales involucradas tendieron a negar o traicionar esos acuerdos. Parques
Nacionales, el INAI, el Juzgado Federal y las Fuerzas de Seguridad
propiciaron el desalojo y la represión al mismo tiempo que fueron
propiciando un escenario de “no escucha” de los reclamos mapuche.

Los miembros de la Lof denunciaron la falta de escucha hasta en los últimos
y trágicos acontecimientos: “Esa mañana llegaron muchos grupos armados de
diferentes lados, no dieron tiempo a dialogar ni nada… sino que entraron
directamente a reprimir”. Incluso, en el cerro, cuando se defendían con
piedras de las balas de plomo de la Prefectura, levantaron las manos para
pedir “que por favor saquen al peñi herido, nosotros solamente lo que
queríamos es que nuestro peñi se pudiera salvar, y no pudo”.

Tercer contexto: Recuperación territorial (experiencias de ser y estar)

A los dos meses de haber recuperado el territorio, una vocera de la Lof
explica que no tenían intenciones de hacer pública su recuperación, pero que
debieron hacerlo por circunstancias mayores. Ellos estaban protegiendo un
lugar determinado del paso de personas, porque allí estaban preparando el
lugar en el que se harían las ceremonias necesarias para “levantar” a la
machi de la comunidad. Puesto que por ese lugar se hacían caminatas y subía
gente, se vieron obligados a descender del cerro para anunciar que ellos ya
tenían el control territorial.

Durante estos últimos años, y a medida que se fue recuperando territorio
mapuche, también se fue explicando a la sociedad civil y política que para
los mapuche el territorio no es meramente una cuestión perimetral, puesto
que en el territorio se consolida el pensamiento filosófico e ideológico y
la espiritualidad mapuche. La recuperación de un territorio es también la
recuperación de las relaciones con las fuerzas que allí se instancian, y
junto con ellas, del kimun o conocimiento ancestral. Por eso, en el
transcurso de estos años se fueron generando condiciones propicias para que
a las hermanas y los hermanos que llegan a la mapu (tierra) se les
manifiesten capacidades y roles específicos. Actualmente, uno de los
principales fundamentos de la recuperación territorial es la presencia de pu
ngen, los pu newen, lo pu lonko (fuerzas de la naturaleza). Y es con esas
fuerzas que se establecen los vínculos y los compromisos mutuos de proteger
el lugar.

Algunas personas, como machi, lonko o pillañ kushe, tienen un rol específico
en estas vinculaciones con las fuerzas del lugar. Negarle a estos pu peñi,
pu lamien (hermanos o hermanas) el ejercicio pleno de estas capacidades en
muchos casos es condenarlos a la enfermedad e, incluso, a la muerte.

Los y las machi más experimentados son los que detectan a las y los futuros
machi, lonko o pillañ kushe. Algunos militantes mapuche explican que, en
este proceso de recuperación de sabiduría ancestral, en los barrios
periféricos se han producido grandes eventos vinculados al mundo espiritual
mapuche. Importantes ceremonias están siendo encabezadas por machi
experimentados que detectaron que algunos niños y niñas de estos barrios
poseían esa capacidad o ese don de ser futuros o futuras machi. Explican
también que aceptar ese rol es muy doloroso en muchos aspectos –físicos,
emocionales y afectivos–  por eso, para levantarse en el rol y alimentar esa
capacidad es necesario contar con un entorno absolutamente propicio, “que no
es justamente el entorno urbano”.

Una hija de María Nahuel es machil, esto quiere decir que se está levantando
en su comunidad para, en el futuro, y cumplido el aprendizaje, tener el rol
de machi. En un barrio de Bariloche, un machi había detectado esta capacidad
en ella cuando era una niña pequeña, y pese al ambiente urbano y a los pocos
recursos económicos, la familia logró cumplir con el compromiso de destinar
estos años para su preparación y aprendizaje. Los pu ngen te llaman, dicen
los ancianos, “uno no se manda solo”, no es una decisión de uno. La machil
tuvo un llamado en ese lugar cercano al lago Mascardi, y por eso están allí
como comunidad.

Este es el principal fundamento de la recuperación territorial de la Lof
Lafken Winkul Mapu y de sus convencimientos para defenderlo: “Nosotros no
tenemos que negociar con el winka, negociamos con nuestra fuerza, nosotros
pedimos permiso, hacemos rogativa para poder estar en un lugar” (vocero de
la comunidad). María Nahuel lo expresaba con estas palabras: “Voy a seguir
luchando por el territorio para mi machil. Voy a seguir luchando como
familia”.

Claro que estos tres contextos (Memorias, Pueblo y Territorio) son mucho más
complejos, pero estas breves paradas en ellos pueden motivarnos a
profundizar los procesos en los que estamos insertos y no dejarnos convencer
por quienes van a tratar, a partir de hoy mismo, de hacernos creer que los
mapuche de la Lof Lafken Winkul son terroristas, violentos, indios truchos,
invasores, etc. O, al menos que algunas cosas no las podamos sacar
fácilmente de contexto. Entonces, y sin distracciones, exigir respeto y
pedir justicia por Rafael Nahuel en nombre de una familia, de un barrio y de
un Pueblo que están de luto.

* Ana Margarita Ramos es doctora y Licenciada en Antropología Social y
Magíster en Análisis del Discurso por la Universidad de Buenos Aires. Fue
coordinadora de la carrera de Ciencias Antropológicas de la Universidad
Nacional de Río Negro durante el periodo 2010-13. Del año 1998 al 2008 se
desempeñó como docente de la Universidad de Buenos Aires en la Carrera de
Antropología Social y, desde el año 2008 hasta el presente, es profesora
asociada en la Universidad Nacional de Río Negro en la Carrera de Ciencias
Antropológicas. Es investigadora del CONICET con el proyecto “Trayectorias
políticas y de pertenencia entre grupos Mapuche-Tehuelche del Chubut”. Ha
dictado seminarios de grado y de postgrado en diferentes universidades en
temas relacionados con los procesos de memoria en grupos subordinados y
alterizados. Actualmente dirige, entre otros, el proyecto de investigación
“Procesos de recordar y olvidar en contextos de subordinación. Una
aproximación comparativa en torno a la memoria como objeto de reflexión”
subsidiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Ha
publicado libros y artículos en revistas especializadas sobre los temas de
memoria y política indígena.

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