Historia/ Trotsky y su Historia de la revolución rusa [Manuel Aguilar Mora]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 25 12:59:27 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

25 de octubre 2017

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Historia

Centenario de la Revolución Rusa

Trotsky y su Historia de la revolución rusa

Manuel Aguilar Mora *

El texto que a continuación presentamos es la Conferencia del autor en el
acto dedicado a “Trotsky y la Revolución rusa”, impartida en el salón del
Consejo Universitario de la Universidad de Guanajuato en el marco de la
celebración del XLV Festival Internacional Cervantino en la ciudad de
Guanajuato, el 19 de octubre de 2017. (Redacción de Correspondencia de
Prensa).

El calor y la luz de una obra maestra

En este mes de octubre de 2017 se cumplen cien años de una hazaña
revolucionaria que determinó gran parte de los acontecimientos que se han
producido a nivel mundial desde entonces: la revolución soviética encabezada
por el partido bolchevique dirigido por Lenin y Trotsky. Todo el siglo XX y
lo que va del nuevo siglo XXI están marcados por las consecuencias
histórico-mundiales de este hito revolucionario y de su principal
manifestación el surgimiento de la primera república de obreros y campesinos
de la historia, la Unión Soviética.

La revolución bolchevique tiene un privilegio histórico. Su principal
historiador es también uno de sus protagonistas centrales, León Trotsky.
Isaac Deutscher lo explica perfectamente en el inicio del capítulo que
dedica a “El revolucionario como historiador” en el tercer tomo de su magna
biografía de Trotsky titulado Trotsky. El profeta desterrado. (1929-1940).
Dice él: “Al igual que Tucidides, Dante, Maquiavelo, Heine, Marx, Herzen y
otros pensadores y poetas, Trotsky alcanzó su plena eminencia como escritor
en el exilio, durante los pocos años de Prinkipo. La posteridad lo recordará
como el historiador, así como el dirigente, de la Revolución de Octubre.
Ningún otro bolchevique ha producido, ni podría producir una versión tan
grandiosa y espléndida de los acontecimientos de 1917; y ninguno de los
muchos escritores de los partidos anti bolcheviques ha presentado nada que
pueda comparársele desde otro punto de vista. La promesa de este logro pudo
discernirse en Trotsky desde muy temprano. Sus descripciones de la
revolución de 1905 constituyen hasta el día de hoy el panorama más vívido de
aquel “ensayo general” para 1917. Trotsky produjo su primera narración y
análisis de los sucesos de 1917 apenas unas cuantas semanas después de la
insurrección de octubre, durante los recesos de la conferencia de paz de
Brest-Litovsk; y en los años subsiguientes continuó trabajando en su
interpretación histórica de los acontecimientos en los que había actuado
como protagonista. Había en él una doble vis histórica: el anhelo del
revolucionario de hacer historia y el impulso del escritor para describirla
y captar su significado”.

En su exposición del contenido de la Historia de la Revolución Rusa
Deutscher la define como “una obra […] grandiosa y espléndida”. Y continua
diciendo: “No sería del todo correcto decir que, como historiador, Trotsky
combinó el partidarismo extremo con la objetividad rigurosa. No le hacía
falta combinarlos: ambas cosas eran el calor y la luz en su obra, y al igual
que el calor y la luz estaban indisolublemente ligados. Él se mofó de la
'imparcialidad' y de la 'justicia conciliadora' del erudito que pretende
subir a la muralla de una ciudad amenazada y hacerse oír al mismo tiempo por
'los sitiadores y los sitiados'. [....] Para el buen soldado nada es más
importante que obtener una visión realista del 'otro lado de la línea', una
visión exenta de optimismo infundado y de emoción. Trotsky, el comandante de
la insurrección de octubre, actuó sobre la base de este principio; y Trotsky
el historiador hace lo mismo. Logra en su imagen de la revolución la unidad
de los elementos objetivos y subjetivos”.

La hazaña teórica lograda por Trotsky en su obra histórica es una hazaña de
la dialéctica. Un protagonista central de la revolución es también su
historiador insuperable. Pero en este binomio en que se desdobla Trotsky
como dirigente esencial de la revolución bolchevique y su papel como
narrador e intérprete del fenómeno revolucionario, el primer factor avasalló
al segundo pues el papel de Trotsky no se limitó a ser el protagonista
central de los acontecimientos revolucionarios de Octubre de 1917, sino que
también se convirtió en el protagonista principal de la oposición de
izquierda a la contrarrevolución que a partir de 1924 representó el
empoderamiento de la burocracia soviética encabezada por Stalin. Por ello su
notoriedad como historiador ha quedado un tanto velada por su accionar como
personaje histórico. Tratemos de superar esta contradicción haciéndoles
partícipes de la versión que traspira vitalidad y subyace en el relato de la
Historia de la revolución rusa en el cual, citando sus propias palabras, se
intenta “pintar a la historia como la vida misma”.

La ley del desarrollo desigual y combinado

El imperio zarista ruso en tanto una enorme cárcel de múltiples
nacionalidades que, al mismo tiempo era uno de los países más atrasados de
Europa, se transformó con el desarrolló del capitalismo en el lugar del
surgimiento de una minoritaria pero poderosa y consciente clase proletaria
avocada a ser la protagonista revolucionaria estelar de una ruptura social
anunciada de enormes dimensiones. Así se inicia el relato de la Historia. Se
nos presenta el cuadro macrohistórico de una interpretación de la evolución
peculiar de una revolución socialista en un país atrasado,

Trotsky describe en el primer capítulo de la Historia, un panorama que
inserta la evolución de Rusia en el horizonte del desarrollo del capitalismo
mundial. Titulado “Las características del desarrollo de Rusia”, se ha
convertido posiblemente en el capítulo más citado del libro. En él expone su
contribución específica al acervo teórico del materialismo histórico que es
la ley del desarrollo desigual y combinado. Sin duda ya estaban implícitos
muchos de los elementos de esta ley en exposiciones históricas de teóricos
anteriores, incluido en atisbos del propio Marx, pero la aportación teórica
de Trotsky consistió en aprehender desde muy pronto, en 1905-6 durante su
participación decisiva en la revolución de ese año, la peculiaridad que
haría de Rusia el país escenario de la primera revolución socialista
victoriosa. La vigencia de esa ley, que sería definida más tarde
precisamente en la Historia como del desarrollo desigual y combinado,
permitía entender que la expansión planetaria del capitalismo imponía
cambios fundamentales al desarrollo de los procesos revolucionarios. Y en
Rusia ese cambio de época era evidente ante las mentes más eminentes: un
país gobernado por una arcaica y decadente monarquía de origen feudal en
donde las señales del advenimiento de una revolución eran más que evidentes.
Y algo que destacaba precisamente por su evidencia era el sujeto
revolucionario central, el proletariado surgido en forma súbita y
espectacular en los dos decenios finales del siglo XIX y el primero del
siglo XX. Muy pronto se demostró la importancia política revolucionaria del
proletariado ruso destinado a jugar un papela escala mundial peculiar y
único. La revolución de 1905, concebida después como un ensayo general de la
revolución de Octubre de 1917, había mostrado con claridad enceguecedora que
el proletariado, forjador desde entonces de los soviets, organizaciones
autónomas de clase, se postulaba como una clase independiente que le
disputaba a la burguesía rusa la dirección del proceso de transformación
revolucionaria. Ese proletariado concentrado en poderosos centros
industriales sin paralelo en los más viejos países capitalistas como
Alemania, Francia e incluso Estados Unidos, lo conocía bien Trotsky como
dirigente del primer soviet surgido en San Petersburgo. Para él la
conclusión era evidente, el proletariado ruso podía llegar al poder en Rusia
antes que los trabajadores de Europa occidental y de Estados Unidos lo
hicieran en sus países. Fue la concepción que  se conoció desde entonces
como de la revolución permanente.

Las palabras en donde se cincelan los mecanismos esenciales del proceso de
la ley son de una insólita transparencia. Escribe él: “Los países atrasados
se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones
avanzadas. Pero esto no significa que sigan a éstas servilmente,
reproduciendo todas las etapas de su pasado. […] El capitalismo prepara y
hasta cierto punto realiza, la universalidad y permanencia en la evolución
de la humanidad”. Y más adelante concluyendo sus observaciones de la
evolución específica de los países atrasados con respecto a los avanzados,
enuncia así su concepción final:

Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados
vense obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del desarrollo
desigual de la cultura de deriva otra que, a falta de nombre más adecuado,
calificaremos de la ley del desarrollo combinado, aludiendo a la
aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de
distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas.

Para él sin la aplicación específica y concreta de esta ley sería
incomprensible el desarrollo de Rusia y de cualquier otro país rezagado sea
cual sea el grado de su subdesarrollo, para utilizar una palabra
contemporánea ausente en el texto de Trotsky.

La revolución de 1917 presuponía como fin inmediato el derrumbamiento de la
monarquía burocrática. Pero, a diferencia de la revoluciones burguesas
tradicionales, daba entrada en la acción, en calidad de fuerza decisiva, a
una nueva clase, hija de los grandes centros industriales y equipada con una
nueva organización y nuevos métodos de lucha. La ley del desarrollo social
combinado se nos presenta aquí en su expresión última: la revolución, que
comienza derrumbando toda la podredumbre medieval, a la vuelta de pocos
meses lleva al Poder al proletariado acaudillado por el partido comunista.
El punto de partida de la revolución rusa fue la revolución democrática.
Pero planteó en términos nuevos el problema de la democracia política.
Mientras los obreros llenaban el país de Soviets dando entrada en ellos a
los soldados y, en algunos sitios, a los campesinos, la burguesía seguía
entreteniéndose en discutir si debía o no convocarse la Asamblea
constituyente.

Inmediatamente concluye señalando la peculiaridad política fundamental de la
revolución rusa con respecto a las anteriores grandes revoluciones que han
marcado a la sociedad burguesa como la inglesa y la francesa. Lo dice en las
siguientes reveladoras palabras:

El partido revolucionario ruso a quien incumbió la misión de dejar estampado
su sello en toda una época, no acudió a buscar la expresión de los problemas
de la revolución a la Biblia, ni a esa democracia “pura” que no es más que
el cristianismo secularizado, sino a las condiciones materiales de las
clases que la sociedad burguesa engendra. El sistema soviético dio a estas
condiciones su expresión más sencilla, más diáfana y más franca.

El detonador de la guerra

La primera guerra mundial de 1914-18, la llamada “gran guerra”, con su
estela de muerte y devastación fue el detonador principal de las
revoluciones rusas de 1917, primero en febrero y finalmente en octubre.
Lenin llegó a expresar una boutade que había que agradecer a Nicolás II, el
zar de todas las Rusias, el regalo que había hecho a los revolucionarios al
haber aceptado que su imperio participara en la guerra que estalló en 1914.
Rusia en la guerra representaba una potencia imperialista de segundo orden
frente a las potencias aliadas (Francia, Reino Unido y Estados Unidos) y
enemigas (Alemania y Austria-Hungría). Empero las ambiciones de la burguesía
semicompradora rusa estaban a la par de los objetivos imperialistas de sus
aliadas. Esta contradicción manifiesta se podía constatar en el terreno
mismo de las trincheras: el ejército ruso no era un competidor del alemán.
No había correspondencia entre el nivel cultural del soldado-campesino ruso
y el alto nivel de la técnica militar moderna. Un ejército mal armado, a
veces incluso con soldados sin armas y sin zapatos, fue la carne de cañón
principal de la destrucción macabra que se expandió entre los ejércitos
beligerantes: cerca de 15 millones de soldados rusos participaron y más de
la tercera parte resultaron muertos, heridos o capturados. El panorama
sangriento del frente con su cauda de lodo, ratas y sacrificios contrastaba
con la sociedad burguesa que en San Petersburgo, Moscú y otras ciudades de
la retaguardia hacia ostentación de la opulencia proporcionada por el
torrente de ganancias que fluían abundantes de las industrias dedicadas a
abastecer al ejército en guerra.

Después de tres años de guerra la demanda de la paz inmediata era el clamor
de la mayoría del ejército, idea que era impensable para la caterva de
sectores embelesados con el tintineo de los caudales gananciosos. Así
describe Trotsky la situación:

Enormes fortunas surgieron de la espuma sangrienta. Todos se salpicaban de
ese lodo sangriento de las trincheras: banqueros, funcionarios de todo tipo,
empresarios, ballerinas del zar y de los grandes duques, jerarcas de la
iglesia ortodoxa, diputados liberales, generales en el frente y en la
retaguardia, abogados radicales, ilustres intelectuales mandarines de ambos
sexos, muchos sobrinos y particularmente muchas sobrinas. Todos corrían para
agarrar y aborasarse, temerosos de que la lluvia benéfica se acabara. Y
todos con indignación rechazaban la ignominiosa idea de una paz separada.

Se empataban las actitudes cínicas de los aliados con los de la burguesía
rusa. Para los imperialistas británicos y franceses una Rusia derrotada
sería el campo privilegiado para su colonización mientras que los burgueses
liberales rusos en una combinación de codicia, cobardía y traición aspiraban
a hacerse con el botín de un país más atrasado aún, Turquía al que querían
arrebatarle Estambul para ensanchar su imperio con la conquista de una
salida al Mediterráneo, meta secular del zarismo.

En el caos social que a pesar de la lluvia de oro que se derrama sobre la
burguesía domina la sociedad aristócrata y burguesa del imperio, la
pudrición se expande desde la misma cabeza: la camarilla del zar la
constituye una sarta de personajes oscurantistas, enclaustrados en sus
palacios y dominados por supersticiones esotéricas.

Grupos de la gran burguesía y de la propia nobleza conspiran con la idea de
una “revolución de palacio”, pero a lo más que llegan es al asesinato del
orate Rasputín que domina a la zarina y a otros altos personajes de la
familia del zar.

El invierno de 1916-17 fue de los más inclementes y el escenario estaba
listo para que cualquier incidente se convirtiera en la pólvora que
prendiera el incendio. Ese fue el motín de las mujeres obreras desesperadas
por el hambre y la escasez para sus hogares protagonizaron en la capital de
Rusia en esa época, San Petersburgo,  convertida en Petrogrado desde el
inicio de la guerra, el primer día de los cinco días de febrero que duró la
revolución de febrero.     

La revolución de febrero y el poder dual

La apuesta colosal del derrumbamiento de la cuatro veces centenaria
monarquía de los zares no fue prevista por nadie, cogiendo a los líderes por
completo desprevenidos. Lenin se encontraba en Suiza donde sólo unas semanas
antes, durante una conferencia a estudiantes y trabajadores, había terminado
la misma con palabras melancólicas en las que se despedía de la posibilidad
de ser participante de una revolución que vendría pero después que él y sus
contemporáneos hicieran mutis. Trotsky se encontraba en Nueva York y otros
dirigentes bolcheviques, entre ellos Stalin, estaban exiliados en Siberia.

En su narración de la revolución de  febrero, Trotsky se dedica a exponer en
forma detallada como se dio el proceso, mostrando casi en microscopio la
intervención directa de las masas de mujeres, de los obreros de las fábricas
de los suburbios y los soldados de la guarnición de Petrogrado. El cambio
radical y acelerado de su consciencia política repercutió en la formación de
soviets, de un gobierno provisional y de nuevos liderazgos. Y a lo largo de
las siguientes 1500 páginas de la versión en español del libro que está
frente a mí este es el hilo rojo que las atraviesa: “La historia de las
revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la
irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

La Historia, así con mayúsculas, la hacen las masas y es por ello como la
revolución democrática de febrero se convierte en una “revolución
paradójica”. La paradoja de la revolución de febrero Trotsky la explica así:

La pequeña burguesía democrática, representada por los dirigentes
socialrevolucionarios y mencheviques, recibió el poder de manos del pueblo
revolucionario. No se habían dado la tarea de ganárselo. No habían
conquistado el poder. Tuvieron posesión del poder contra su voluntad. Y
contra la voluntad de las masas, trataron de entregarle ese poder a la
burguesía imperialista. El pueblo no confiaba en los liberales, pero
confiaba en los conciliadores. Éstos, sin embargo, no confiaban en ellos
mismos. Y en esto tenían razón. Incluso cuando le cedieron todo el poder a
la burguesía, los demócratas continuaban siendo algo. Pero cuando tuvieron
el poder en sus manos, se convertirían en nada. De los demócratas el poder
se deslizaría casi automáticamente a manos de los bolcheviques. Esto era
inevitable, pues estaba implícito en la insignificancia de la democracia
rusa.

Forjada por la acción de una masa de trabajadores encabezados por una
vanguardia claramente orientada por la memoria histórica del “ensayo
general” de la revolución de 1905-6, de inmediato se abocaron a la formación
de su mejor herencia, los soviets. Surgidos antes incluso que el gobierno
que tomaría el nombre de “provisional”, los soviets se plantaron como un
poder frente a éste. Fue la situación del poder dual o doble poder cuya
confrontación determinaría los acontecimientos de los meses siguientes hasta
octubre cuando el poder pasó finalmente por entero a los soviets,
instaurándose la primera república de obreros y campesinos. La paradoja
consistía en que desde el mismo inicio de la revolución democrática que
representaba ese primer capítulo de febrero, eran las masas las
protagonistas centrales y determinantes del proceso que había estallado,
pero eran masas cuyo nivel de consciencia de clase se mantenía todavía en
los niveles meramente democráticos, auspiciados por la dirección de los
soviets que había caído en manos de reformistas conciliadores, los eseristas
(miembros del Partido Socialrevolucionario) y los mencheviques (una de las
dos corrientes en que se había dividido el Partido Socialdemócrata ruso, la
otra por supuesto era la bolchevique).

La contribución trotskista a la teorización de la dualidad de poderes, un
rasgo característico de toda auténtica revolución social, es sin duda uno de
los aciertos sobresalientes del libro. El régimen del poder dual surgido en
febrero va a resolverse en octubre en forma tajante cuando la duplicidad de
una experiencia revolucionaria más que “espontánea” no “centralizada”, se
transformará en una “experiencia consciente”, del todo planificada y
organizada. Escribe Trotsky en uno de los párrafos más explícitos al
respecto:

Pero es verdad que una insurrección no puede ser convocada a voluntad y que
por tanto para que triunfe debe ser organizada de antemano. Esto significa
que los dirigentes revolucionarios deben confrontarse con la tarea de hacer
un diagnóstico correcto. […] En febrero la cuestión de determinar la fecha
del nacimiento de la insurrección casi no se presentó, ya que la
insurrección estalló inesperadamente sin dirección central. Pero
precisamente por eso el poder no cayó en manos de quienes realizaron la
insurrección, sino en las de quienes aplicaron los frenos. Fue del todo
diferente en la segunda insurrección, la cual fue conscientemente preparada
por el partido bolchevique.

Pero precisamente para que los bolcheviques llegaran a esta situación
debieron atravesar una ruta no exactamente lineal. Y la explicación de lo
ocurrido en el partido bolchevique de febrero a octubre es otra de las
aportaciones fundamentales que hacen del libro un verdadero manual para
todos aquellos que deseen transformar el mundo.

Los bolcheviques y Lenin

A miles de kilómetros de distancia había otro laboratorio privilegiado de la
revolución rusa, el cerebro de Lenin que desde Suiza, cuando estalló la
revolución concibió varias “Cartas desde lejos” que envió para su
publicación en el órgano central del partido, Pravda. Textos de los cuales
los encargados de la edición de la publicación, Stalin y Kamenev, sólo
consideraron uno para su publicación pues de hecho contradecían la primera
orientación que ellos con los demás dirigentes bolcheviques habían adoptado
en febrero y marzo: un curso de “apoyo crítico” al gobierno provisional, en
suma no diferente cualitativamente del curso adoptado por los
socialrevolucionarios y mencheviques por igual.

De inmediato Lenin desde lejos tuvo la capacidad de aprehender con visión
estratégica descomunal los factores histórico-universales que los
acontecimientos rusos representaban. Escribía él:

El proletariado ruso no puede con sus solas fuerzas realizar victoriosamente
la revolución socialista. Pero puede dar a la revolución rusa tal amplitud
que creará las mejores condiciones para la revolución socialista y en cierto
sentido la comenzará. Puede facilitar la intervención en las batallas
decisivas del aliado principal, el más fiel, el más seguro, de la revolución
proletaria rusa y mundial, el proletariado socialista alemán.

Lenin estaba forjando en esas cartas la concepción que expondría días
después, a su regreso a Rusia, lo que se conocería como las Tesis de Abril,
el documento político más relevante de las revoluciones rusas de 1917, el
texto con el cual “el partido bolchevique comenzó a hablar fuerte y ante
todo con su propia voz”.

Las tesis de Lenin sonaron como el trueno de un relámpago en el seno del
partido pues significaban una ruptura radical de la tradicional línea que
desde 1905 había sido la del bolchevismo sintetizada en la fórmula, también
leninista, de la lucha por “la dictadura democrática de los obreros y
campesinos.” Ni uno solo de los dirigentes partidarios las suscribió, ni
siquiera quienes habían sido durante años sus más cercanos discípulos y
seguidores, como Zinoviev y Kamenev. Por tanto fueron publicadas en Pravda
sólo con la firma de su autor que de este modo hacía un ejercicio de crítica
y autocrítica que sus seguidores no entendieron de inmediato. El contenido
de estas tesis era el siguiente:

La república que ha surgido de la Revolución de febrero no es nuestra
república y la guerra que está realizando no es nuestra guerra. La tarea de
los bolcheviques es derribar al gobierno imperialista. Pero este gobierno
tiene el apoyo de los social revolucionarios y los mencheviques, quienes a
su vez son apoyados por la actitud de confianza en ellos de las masas del
pueblo. Estamos en minoría. En tales circunstancias no se puede hablar de
violencia de nuestra parte. Debemos enseñar a las masas a no confiar en los
conciliadores y en los defensistas [apoyadores de la guerra]. “Debemos
explicar pacientemente”. El éxito de nuestra política, dictado por toda la
situación existente, está asegurado y nos llevará a la dictadura del
proletariado y por tanto más allá de las fronteras del régimen burgués.
Romperemos por completo con el capital, publicaremos los tratados secretos y
convocaremos a los obreros de todo el mundo a romper los vínculos con la
burguesía y a poner fin a la guerra. Estamos comenzando la revolución
internacional. Sólo su victoria confirmará la nuestra y garantizará la
transición al orden socialista. 

Con esta política que se sintetizaba con la consigna de “todo el poder a los
soviets”, Lenin “rearmó” en relativamente poco tiempo al bolchevismo no sin
antes experimentar fricciones y conflictos que hicieron que amenazara a los
dirigentes con la ruptura, amenaza que era de considerarse seriamente por el
prestigio de Lenin entre las bases militantes, en especial de los obreros
del partido. 

Para Trotsky las Tesis de Abril de Lenin eran la consecuencia de una
experiencia política y, por qué no decirlo, filosófica de gran calado que
solo fue posible que surgieran en el escenario de un conflicto social mayor,
por ejemplo la “gran guerra”, concebida como “una encrucijada de la
historia”. Un abismo separaba a la concepción de Lenin de lasTesis de Abril
de las concepciones prevalecientes antes de 1917, durante la guerra, entre
los cuadros “prácticos”, activistas bolcheviques de Siberia, Moscú e incluso
Petrogrado.

El cuadro del bolchevismo que surge de las páginas del libro de Trotsky es
el de una organización viva, dinámica, con luchas internas y crisis
determinadas por la necesidad de adaptarse a los cambios de la situación.
Más tarde el estalinismo falsificó esta realidad en aras de presentar un
retrato de la historia del bolchevismo como la emanación de “la idea
revolucionaria pura”. Para el viejo bolchevique no era necesario falsificar
la realidad para reconocer sus altísimos méritos como el partido
revolucionario más importante surgido hasta entonces. Sus palabras al
respecto constituyen un conmovedor tributo a la entereza y trascendencia de
la militancia bolchevique. Escribe él:

El bolchevismo creó el tipo de un auténtico revolucionario que subordina las
condiciones de su existencia personal, sus ideas y sus juicios morales a los
objetivos históricos irreconciliables con la sociedad contemporánea.

Y el principal arquetipo de este modelo de revolucionario fue el propio
Lenin con su ejemplo viviente y su constante esfuerzo por educar a los
miembros del partido para forjarles una opinión independiente de la sociedad
burguesa y que se basaran en el pensamiento y los sentimientos de las clases
insurgentes.

De esta manera por un proceso de educación y selección y en lucha continua,
el partido bolchevique creó no sólo un medio propio político sino moral,
independiente de la opinión social burguesa e implacablemente opuesto a
ella. Sólo así los bolcheviques pudieron superar los titubeos y dudas en sus
propias filas y revelar en su acción la valiente determinación sin la cual
la victoria de Octubre hubiera sido imposible.

Hacia la victoria de Octubre

De abril a octubre transcurrieron seis meses en los cuales el drama
proyectado en la estrategia leninista se desarrollaría, no en línea recta
ciertamente, pero sí con una dinámica ineludible. Los conciliadores
reformistas socialrevolucionarios y mencheviques deben enfrentar en abril,
mayo y junio la presión cada vez mayor de las masas de Petrogrado ya muy
influidas por los bolcheviques que protestan contra su apoyo a la política
de proseguir la guerra contra Alemania. Miliukov, el ministro burgués más
importante del partido constitucionalista (kadete) se ve obligado a
renunciar cuando declara que el compromiso con los imperialistas aliados de
Francia, Inglaterra y Estados Unidos que precisamente en esos días decide
entrar en la guerra, debe respetarse.

Las manifestaciones de los días de julio son provocadas por las
consecuencias catastróficas de la ofensiva contra los alemanes. Amplios
sectores, incluidos muchos partidarios de los bolcheviques, consideran que
es el momento de derribar al gobierno provisional. Una manifestaciones
multitudinaria con miles de soldados armados, no convocada por los
bolcheviques pero en la que no pueden dejar de participar es duramente
reprimida. “Más que una manifestación pero menos que una insurrección” es el
comentario de Lenin a estos acontecimientos.

Sigue “el mes de la gran calumnia”, una enorme campaña represiva contra los
bolcheviques quienes son acusados de hacerle el juego al enemigo. Lenin es
denunciado como agente y espía en favor de los alemanes y se ve obligado a
esconderse. Trotsky y otros dirigentes son encarcelados. La
contrarrevolución levantaba cabeza. El agotamiento del grupo vinculado con
la nobleza y la burguesía representado por el príncipe Lvov es sustituido
por otro salido directamente de los reformistas y que encabeza como nuevo
presidente Kerensky, miembro de los laboristas (trudoviks). Es la última
carta de la burguesía ante la crisis. Se lanzan contra los trabajadores y
los soldados fuertes medidas represivas, por ejemplo se restablece la pena
de muerte, que envalentonan a los círculos más reaccionarios y
restauracionistas. Kerensky dispone del apoyo completo del Comité Ejecutivo
de los soviets todavía dominado por los mencheviques y
socialrevolucionarios. Parecía que la burguesía estaba alcanzando su meta de
destruir a los soviets quitándoles todo su poder y reduciéndolos a simples
apoyos de Kerensky.

El general Kornilov, quien fue nombrado por Kerensky jefe del Estado Mayor
del ejército no tarda en organizar un golpe contra su jefe. En agosto con
sus tropas intenta ocupar Petrogrado. Son los soviets quienes organizan la
resistencia y derrotan a los golpistas. Lenin llama a los bolcheviques a
“luchar contra Kornilov sin dar ningún apoyo a Kerensky”. El péndulo gira de
nuevo hacia la izquierda. Y eso se reafirma con las elecciones de septiembre
en Petrogrado en las que a pesar de todo los bolcheviques mantienen la
mayoría.

En los capítulos que van acercándose al final heroico de la victoria de
octubre Trotsky va narrando cómo las masas ya no sólo de las grandes
ciudades como Petrogrado, Moscú, Kiev van convirtiendo a los bolcheviques en
mayorías absolutas en los soviets sino en especial en las enormes
aglomeraciones campesinas, en muchas de ellas ya con la participación de
miles de ex soldados que han dejado el frente, van cambiando rápidamente en
sus conciencias y dejan de apoyar a los socialrevolucionarios, el partido
campesino por excelencia de los campesinos. Los diputados bolcheviques
comienzan a ser mayoritarios incluso en los medios rurales.

La derrota del abortado golpe de Kornilov eleva la moral de las masas en
toda la extensión del antiguo imperio. Las nacionalidades oprimidas en los
países bálticos, en Ucrania, en Georgia, en Armenia, en Finlandia también se
inscriben en esta oleada cada vez más incontenible que hace que la consigna
de “todo el poder a los soviets” se acerque cada vez más a su realización.
Lenin en septiembre convoca al partido bolchevique a preparar y ejecutar la
insurrección que derribe al gobierno de Kerensky. Pero en el Partido
bolchevique se presentaron serios problemas de estrategia que plantearon
discusiones y divisiones en su seno. Un sector representado por Kamenev y
Zinoviev se oponía a la confrontación directa a la que llamaba Lenin. Lenin
y Trotsky se manifiestan por la insurrección no sin antes limar fricciones
sobre la táctica a poner en práctica para realizarla. En una reunión del
Comité Central de principios de octubre logran la mayoría en favor de la
pronta organización de la insurrección.

Los últimos capítulos del libro están dedicados al “arte de la
insurrección”. En ellos se detalla cómo se organizó la batalla final, el
derrumbe del gobierno provisional y la toma del Palacio de Invierno, sede de
la presidencia del mismo en Petrogrado en acciones dirigidas por el Comité
Ejecutivo del soviet de la ciudad ya en manos de los bolcheviques y
precisamente con Trotsky como su presidente. Llegó el 25 de octubre día de
la inauguración del segundo Congreso Panruso de los soviets en donde el
Comité Ejecutivo declarara la muerte del gobierno provisional y en cuyo seno
depositara el nuevo poder surgido de la insurrección. En la mañana de ese
día Kerensky abandona la capital protegido por la inmunidad diplomática
representada por la banderita de las barras y estrellas colocada en el cofre
de una limusina de la embajada de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Lenin
llega a Petrogrado a participar ya sin peluca y maquillaje en la apertura
del Congreso de los soviets, en el cual su partido tiene de los 650
diputados tiene 390, los cuales que con sus aliados socialrevolucionarios de
izquierda y los mencheviques internacionalistas hacen una mayoría aplastante
contra los cien conciliadores mencheviques que deciden abandonar el
Congreso.

En la narración del Segundo Congreso de los soviets Trotsky deja que le
salga la emoción de esa sesión inolvidable para quienes fueron sus
asistentes y para los miles y miles que han leído el reportaje famosísimo de
John Reed en su libro Diez días que conmovieron al mundo. Con miles de
guardias rojos, con el apoyo de los barrios obreros de Petrogrado y ante el
completo colapso de los círculos dirigentes la batalla final de Octubre no
fue un golpe de estado minoritario sino la certera realización de una
insurrección proletaria bien preparada por los bolcheviques. Ya como jefe de
gobierno de los primeros comisarios del pueblo Lenin pronuncia su discurso
llamando a la paz inmediata con los alemanes, a la expropiación de la tierra
de los terratenientes para entregarla a los campesinos y a la formación de
comités de fábrica en todo el país. Se iniciaba la era soviética. 

¡Arriba los pobres del mundo!

Las líneas finales del libro son un apasionado argumento que Trotsky hace
para demostrar la justificación histórica de la Revolución de Octubre
señalando que sobran los acervos que la justifican. Que las gentes que viven
bajo el yugo de la miseria y las desgracias de todo tipo siguen, después de
todo buscando alivio en la revolución. Y volviendo a esa sesión histórica
del 25 de octubre cuando los obreros y soldados participantes en el Congreso
de los soviets que representaban a millones de trabajadores del antiguo
imperio de los zares, emocionados aplaudían los decretos revolucionarios del
nuevo gobierno, de repente se dejaban escuchar los cantos revolucionarios,
elevándose entre ellos los imponentes versos del himno internacional de los
trabajadores:

“Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan”, las palabras de
La Internacional estaban libres de todo calificativo y se fundían con el
decreto de paz del gobierno recién constituido y resonaban por tanto con la
fuerza de la acción directa. Todos se sentían más grandes y más importantes
en ese momento. El corazón de la revolución se expandía a lo ancho del mundo
entero. “¡Lograremos la emancipación!”. El espíritu de independencia, de
iniciativa, de atrevimiento gozoso que en las condiciones ordinarias carecen
los oprimidos la revolución se los ha traído ahora “¡…con nuestra propia
mano!” Todos juraban luchar hasta el fin. “Construiremos nuestro nuevo
mundo” ¡Construiremos! “Quien no es nada será todo”. ¡Todo! Si los
acontecimientos del pasado han sido convertidos en canción, ¿por qué no se
puede convertir una canción en la realidad del futuro.

¿Cuál es legado de la revolución rusa? 

Después de los horrores del siglo XX el legado de la revolución rusa de
octubre de 1917 en este inicio del siglo XXI es tan actual como lo era hace
cien años. La paz es un objetivo fundamental en un mundo que después de
1917, por la tardanza y el freno a la revolución internacional a la que
convocaban los bolcheviques, ha sido el escenario de cientos de guerras,
empezando por la sangrienta catástrofe que fue la segunda guerra mundial de
1939-1945 y hoy la amenaza de una apocalíptica guerra nuclear sigue
suspendida sobre la humanidad como una espada de Damocles. Millones de
campesinos siguen viviendo en la miseria en todos los continentes. Los
trabajadores de todo el mundo siguen enfrentando las plagas del desempleo y
la austeridad. En el siglo que ha sucedido después de la gesta de 1917 se ha
justificado hasta el hartazgo en múltiples ocasiones la necesidad de la
revolución como una salida a las miserias y catástrofes de todos los pueblos
oprimidos y explotados.

La tragedia de la propia Unión Soviética que quedó aislada después del
fracaso de la oleada revolucionaria europea de 1919-23 tuvo el altísimo
precio del empoderamiento de una burocracia despótica encabezada por un
sanguinario dictador como fue Stalin. Precio que incluyó la posterior
restauración del capitalismo que tiene lugar en sus territorios en la
actualidad.

Sepamos leer la hazaña de los revolucionarios rusos y de los demás
internacionalistas de hace cien años para aprender sus lecciones para el día
de hoy y así evitar con todos nuestros esfuerzos que en el siglo XXI se
repitan los horrores del siglo XX. Luchemos porque se logren, por fin, las
metas por las que ellos lucharon. 

Para ello la lectura de la obra maestra de la Historia de la Revolucón Rusa
de Trotsky es un instrumento muy útil. 

* Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS). 

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