Historia/ La revolución rusa en la era Putin [Martín Baña y Pablo Stefanoni]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Oct 25 14:19:26 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

25 de octubre 2017

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Historia

Centenario de la Revolución Rusa

La revolución en la era Putin 

Una década después del derrumbe soviético, y coincidentemente con el inicio
del siglo XXI, llegó al poder Vladímir Putin. Con él se inició un período de
reconstrucción del Estado y del peso geopolítico de Rusia. En este proceso
también se construyó un nuevo relato histórico en el que el acontecimiento
revolucionario de 1917 entra de manera ambigua e incómoda en el proyecto
conservador vigente desde 2000: reconstruir una Rusia grande. Un fragmento
de “Todo lo que necesitás saber de la Revolución Rusa”, el libro de Martín
Baña y Pablo Stefanoni (*), editado por Paidós (Buenos Aires, 2017).

Revista Anfibia, octubre 2017 

http://www.revistaanfibia.com/

Vladímir Putin, ex espía del KGB, había llegado a la cúspide del poder de la
mano de Boris Yelstin y allí pudo sentir la crisis del país, sumido en la
humillación tras haber caído de su lugar de superpotencia y sin perspectivas
de futuro. Los setenta años de historia soviética parecían desecharse en el
baúl de los trastos viejos de la historia. Es más, en “las aguas heladas del
cálculo egoísta” de la nueva elite ultraliberal yeltsiniana –parafraseando
al Manifiesto Comunista– el período soviético quedaba reducido a una suerte
de paréntesis, un desvío del camino que debía rectificarse recuperando la
continuidad con la historia prerrevolucionaria.

Personajes como el banquero Boris Jordan vivieron el proceso como una
venganza personal: “Lo que mi abuelo no pudo lograr en la época de la guerra
civil con el Ejército Blanco contra los comunistas, lo hicimos nosotros
expulsando al Estado de las relaciones de propiedad”. El regreso del
capitalismo constituyó para muchos rusos una catástrofe material y también
moral. Si en Europa del Este el comunismo era visto como algo impuesto desde
afuera, para Rusia resulta inseparable de su propia historia e identidad.
Además, como escribió Bruno Groppo, la liberación del orden opresivo en
Rusia coincidió con la pérdida de la posición hegemónica del imperio
soviético, y a la postre con su desintegración. Es decir, la caída del
comunismo ponía en cuestión la propia historia e identidad de Rusia.

Fue en este contexto que Putin llegó a la primera magistratura. Nacido en
Leningrado y criado en los años de oro de la Unión Soviética, su principal
meta fue reponer el brillo ruso. La construcción de la imagen de Putin tiene
como base numerosas fotos que lo muestran como un líder viril, y pese a su
metro setenta de estatura, se proyecta como un líder fuerte, como “un
grande”.

Una de las facetas del proyecto de Putin es reponer una historia “positiva”
de Rusia, plasmada en los nuevos manuales escolares. Desde el Kremlin se
propuso, con éxito, incorporar positivamente la historia soviética dejando
de lado su costado más utópico como también sus derivas más sangrientas. En
ese marco, la evaluación del desempeño de un líder como Stalin está lejos de
la condena absoluta, ya que se lo recuerda como el jefe de la Gran Guerra
Patria y no tanto como el responsable de políticas que causaron millones de
muertes. Los juegos de sentido no están exentos de ambigüedades. En 2016
Putin declaró que muchos tiraron o quemaron el carné del Partido Comunista
cuando la Unión Soviética dejó de existir, cosa que él no hizo. “Yo no
quiero acusar a nadie […] pero todavía lo tengo.” Incluso fue más allá: “Si
vemos el Código moral del constructor del comunismo, que tuvo una amplia
circulación en la Unión Soviética, se parece mucho a la Biblia. Y no es una
broma. Es una especie de extracto de la Biblia. Pero las ideas son muy
buenas: igualdad, fraternidad, felicidad”. No obstante, aclaró que “la
aplicación práctica de esas maravillosas ideas en nuestro país estuvo lejos
de lo que exponían los socialistas utópicos. Nuestro país no se pareció a la
Ciudad del Sol”.

La incomodidad hacia los acontecimientos revolucionarios de 1917 se refleja
en los vaivenes del feriado del 7 de noviembre –día de la toma del poder por
parte de los bolcheviques–. Durante la era soviética ese feriado era el más
importante. Yelstin intentó quitarlo y, si bien no lo logró, lo vació de
contenido. El feriado fue eliminado por el Parlamento en 2004, bajo el
gobierno de Putin.

El día de la Gran Revolución Socialista de Octubre fue reemplazado por el
Día de la Unidad Nacional, que se celebra el 4 de noviembre, es decir, muy
cerca de la vieja efeméride. Este nuevo día feriado conmemora la expulsión
de las fuerzas polacas de Moscú en 1612 y coincide con el día del Ícono de
Kazán. La celebración más importante hoy es la victoria soviética contra los
nazis en la Gran Guerra Patria.

Los rasgos democráticos y disruptivos de la Revolución no atraen las
simpatías de un régimen autoritario como el de Putin, y el cosmopolitismo y
antimilitarismo de un líder como Lenin chocan con el nuevo nacionalismo del
Kremlin. A diferencia del relato soviético, que construyó una línea
indeleble entre el pasado prerrevolucionario y el nuevo Estado socialista,
el relato oficial vuelve a ensamblar la historia rusa a través de diferentes
mojones en la construcción de la grandeza patria. Un panteón en el que Pedro
el Grande puede convivir pacíficamente con Stalin en su rol de “autócratas
modernizadores” y en el que el filósofo Iván Ilyin, un antibolchevique de
ideas eslavófilas autoritarias, puede ser una inspiración para el
presidente. No menos importante, la Iglesia ortodoxa –históricamente
cohesionadora del “alma rusa”– fue potenciada, nuevamente, desde el Estado y
a través de la reconstrucción de varios templos, como la imponente Catedral
de Cristo Salvador en el centro de Moscú, dinamitada por orden de Stalin en
1931.

En palabras de Vladímir Iakunin, ex compañero de Putin en el KGB y escuchado
por el presidente, “Rusia no está entre Europa y Asia. Europa y Asia están a
la izquierda y a la derecha de Rusia. No somos un puente entre ellos, sino
un espacio de civilización separado”. Otros teóricos nacionalistas son
Aleksandr Duguin, partidario de un neoeuroasianismo, que reivindica a la
Unión Soviética y a Stalin como artífices de la expansión rusa en una clave
ultra- nacionalista, y el “patriota socialista” y defensor de la Gran Rusia
Aleksandr Projánov.

Para estos ideólogos, la Unión Soviética fue una de las formas que tomó el
Imperio ruso. Opositores iniciales a Putin, la situación cambió en los
últimos años a partir de las políticas con tonalidades de guerra fría contra
Occidente. El propio Partido Comunista –una oposición tolerada por Putin–
devino una fuerza “nacional-comunista”: en su panteón, Stalin ocupa un lugar
preferente. Aunque reivindiquen 1917, los líderes del partido buscan
desvincularse de las turbulencias de esos años de caos y revolución y
rememorar el período de avances y estabilidad, como el de Leonid Brézhnev.

Al firmar el decreto que recomienda a la Sociedad Histórica Rusa la
formación de un comité organizador de la celebración y encarga al Ministerio
de Cultura coordinar los actos, el premier ruso advirtió: “No podemos
arrastrar hasta nuestros días las divisio- nes, los odios, las afrentas y la
crueldad del pasado. Recordemos que somos un pueblo unido. Un solo pueblo. Y
Rusia solo hay una”. En gran medida, la Revolución de 1917 es una tragedia a
conjurar. Desde una visión nacional-conservadora, la prioridad para Putin es
preservar “la actual concordia política y civil”.

En pocas palabras; a cien años, la Revolución Rusa resulta incómoda en el
relato conservador de Vladímir Putin, más atento a reponer a Rusia como gran
potencia que a combatir sus desigualdades sociales.

* Martín Baña, investigador de Concet, profesor y doctor en Historia por la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Además de
su cargo en la cátedra de Historia de Rusia de la misma universidad, a la
que pertenece desde 2004, es actualmente JTP del Centro de Estudios de los
Mundos Eslavos y Chinos (CEMECH), dependiente de la Escuela de Humanidades
de la UNSAM. Pablo Stefanoni, fue corresponsal de Página/12 y Clarín en La
Paz y director de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique. Es jefe de
Redacción de la revista Nueva Sociedad y vive entre Buenos Aires y La Paz.

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