México/EEUU/ Renegociación del TLCAN: Peña Nieto a merced de Trump [Carlos Fazio]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 1 19:51:40 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de setiembre 2017

Boletín Informativo

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germain5 en chasque.net

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México/Estados Unidos

Peña Nieto a merced de Trump en la renegociación del TLCAN

El flautista de Washington

La multipublicitada renegociación del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte entre Canadá, Estados Unidos y México emerge en la coyuntura como
una tragicomedia en la que un bravucón y volátil Trump está resuelto a
imponer sus condiciones, mientras que su par mexicano responde con entrega y
mansedumbre.

Carlos Fazio, desde México

Brecha, 1-8-2017

http://brecha.com.uy/

Aunque el contenido de las conversaciones entre Canadá, Estados Unidos y
México para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (Tlcan o Nafta por sus siglas en inglés) permanecerá secreto durante
al menos cuatro años luego de una eventual entrada en vigor, ya se puede
entrever que las recién iniciadas conversaciones entre las partes serán
posicionales y asimétricas. Posicionales, porque el presidente
estadounidense, Donald Trump, puso a México como adversario a derrotar y a
quien demandará concesiones sin querer ceder en nada. Canadá se cuece
aparte. Y asimétricas, porque las economías que participan en la
renegociación tienen distintos tamaños que juegan al momento de determinar
qué entra o no al debate.

Lo que genera aún mayor complejidad es que la renegociación del tratado
tiene un alto contenido político y también un aspecto mediático, lo cual
presentará contradictorios picos de exacerbación y tirantez, dadas las
características personales de Trump. En su inmensa mayoría, los expertos y
comentaristas mexicanos ven las conversaciones sobre el Tlcan como un
problema técnico-económico; Trump las ve como un asunto político.

Fiel a su estilo bravucón y pendenciero, desde su campaña electoral, con la
bandera “Estados Unidos primero”, Trump impuso su agenda a los gobiernos de
Canadá y México bajo el falaz argumento de que o bien se renegociaba el
“peor tratado” suscrito por Estados Unidos en su historia o Washington se
salía de este. Ya desde el despacho oval, y por decisión autoritaria, el
jefe de la Casa Blanca elevó a sus contrapartes un pliego petitorio en
función de los intereses de las corporaciones de su país. En virtud de la
asimetría entre las partes, Trump quiere todo para Estados Unidos y sus
empresas, y para sus “socios” prácticamente nada, una lógica suma cero.

En el caso mexicano, bajo presión y a la defensiva, sin estrategia ni
alternativa propias, un pusilánime Enrique Peña Nieto respondió atándose a
la mesa de negociaciones, aceptando acabar cuanto antes (en febrero o marzo
de 2018) el proceso de “modernización” o “actualización” de un acuerdo que,
de concluir, derivará sin duda en una mayor dependencia y pérdida de
soberanía nacional del eslabón más débil de esa “sociedad de amigos”
conformada hace 23 años en Norteamérica, concebida como un espacio
geopolítico bajo el paraguas militar del Pentágono y el control
económico-financiero de las corporaciones trasnacionales e instituciones
bancarias con casa matriz en Estados Unidos.

Colisión automotriz

Después de meses de bravatas de Trump y de un febril cabildeo por parte de
corporaciones industriales de su país, el 16 de agosto inició en Washington
la primera ronda de conversaciones trilaterales.

De entrada, el representante de Comercio de la Casa Blanca, Robert
Lighthizer, alabó la agenda económica proteccionista de Trump y advirtió que
el Tlcan “ha fallado a muchos estadounidenses y necesita mejoras
importantes, no sólo un simple retoque o actualización”, como proponen
Canadá y México. Dijo que el tratado ha generado a su país un enorme déficit
comercial, el cierre de empresas y la pérdida de 700 mil empleos.

Trump mismo ha señalado que, desde la firma del Tlcan en 1994, el déficit de
la balanza comercial de Estados Unidos con México pasó de un excedente de
1.300 millones de dólares a un déficit anual de 64.000 millones. El
mandatario ha criticado la pérdida de empleos de calidad por el cierre de
fábricas que se instalaron en México para aprovechar la mano de obra barata.
La industria automotriz representa casi la totalidad de ese déficit (55 mil
millones de dólares), y a México le preocupa que Washington pudiera tratar
de requerir que una cierta cuota de la manufactura se realizara dentro del
territorio estadounidense.

Otro punto clave de la renegociación tiene que ver con las “reglas de
origen”, particularmente en automóviles y refacciones. Según la vigente en
el Tlcan, cada automóvil producido en la región de América del Norte debe
contener al menos 62,5 por ciento de partes fabricadas y producidas dentro
del área, para que los tres países le otorguen preferencia comercial; es
decir, que pueda comerciarse libre de aranceles.

Según Trump las “reglas de origen” del tratado son “obsoletas” y han
contribuido a una migración de la manufactura a México. De acuerdo con
versiones periodísticas, Estados Unidos exige actualmente en las
negociaciones que aumente el contenido mínimo de piezas fabricadas en la
región hasta un 70 u 80 por ciento, con una mayor cuota de producción en
Estados Unidos.

Estados Unidos pretende así que se establezcan reglas de origen particulares
y no comunes a todos los países miembros, algo ajeno a la ortodoxia, que
ningún acuerdo comercial ha contemplado y que México habría rechazado, según
el presidente de la Asociación de Distribuidores de Automóviles de México,
Guillermo Prieto Treviño. Y en promedio, todos los automóviles que México
exporta a Estados Unidos llevan entre 40 y 45 por ciento de piezas y
componentes estadounidenses. Pero “ellos quieren más, quieren sacar a México
de la jugada”, aseguró Prieto.

El factor chino

Según el columnista estadounidense Roger Jordan, citado por el influyente
diario mexicano El Financiero, el enfoque agresivo y la dura retórica del
jefe negociador de Estados Unidos, Lighthizer, no están dirigidos
principalmente a Canadá y México, sino a sus rivales geopolíticos y
económicos: China y Alemania.

Washington ha denunciado que México exporta a su país productos
supuestamente “hechos en México” que no cumplen con el mínimo de producción
regional de “las reglas de origen”, sino que en cambio contienen un alto
grado de componentes producidos por empresas chinas y asiáticas, algo que
favorece a las economías de esa región.

Trump ha acusado a China de manipular su moneda y ha iniciado
investigaciones por el supuesto dumping de acero en el mercado
estadounidense. Para Estados Unidos las negociaciones del Tlcan son la
oportunidad de asentar en su principal tratado de libre comercio las
cláusulas y normas que luego implementará en futuros tratados con China, que
representa una amenaza mucho más importante para su economía. Estados Unidos
plantea además en las actuales negociaciones limitar la posibilidad de que
empresas de propiedad del Estado compren productos y servicios de empresas
chinas.

Trump y Lighthizer esperan que el nuevo Tlcan siente las bases para la
proyección del poderío económico estadounidense en el mundo, en especial
competencia con los otros dos megabloques regionales: la región
Asia-Pacífico y Europa, que se han beneficiado del tratado vía las
importaciones de bienes intermedios que realiza México.

Según Jordan, pese a los conflictos por el descarado intento de Trump de
renegociar el Tlcan en función de los intereses de las corporaciones
estadounidenses, “es un hecho que el imperialismo canadiense y la clase
gobernante en México están de acuerdo con la agenda proteccionista de
Trump”, en aras de evitar que China siga siendo el “cuarto socio” furtivo
del tratado.

El salario del miedo

Estados Unidos habría jugado una segunda carta para colocar en situación
desventajosa a México: la asimetría salarial disfrazada bajo el título de
“justicia laboral”. Según los reportes de prensa, a regañadientes de México
Lighthizer logró meter en las conversaciones un “salario mínimo equiparable”
para los trabajadores de Norteamérica. Pero, las autoridades y los
empresarios mexicanos se niegan a revisar el piso salarial; lo consideran
una “política interna”.

Según Jerry Dias, presidente de Unifor, uno de los sindicatos más
influyentes de Canadá, no se puede tener un acuerdo trilateral “donde el
salario mínimo de México es de 0,90 dólares la hora; no podemos tener un
acuerdo por debajo de cuatro dólares la hora”. Un documento del Colegio de
México ilustra el diferencial salarial entre los países del Tlcan: en 2016,
en la industria automotriz por cada dólar la hora que ganó un trabajador
mexicano en las empresas armadoras, un estadounidense ganó 9,1 dólares y un
canadiense 8,4. En la industria de partes automotrices la brecha fue mayor:
de 11,8 y 12,8 dólares, respectivamente. “Si cae la renegociación, será por
culpa de México”, dijo Dias.

Es previsible que en la mesa de negociaciones Estados Unidos y Canadá
presionarán a México con los convenios pactados con la Organización Mundial
de Comercio, firmados por el ex presidente Felipe Calderón en 2012 para
ingresar al frustrado Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica. En
particular el Convenio 98, conocido como convenio de sindicalización y
negociación colectiva, que protege la libertad de afiliación sindical y
prohíbe los llamados “contratos de protección” tan comunes en México, de
sindicatos que aceptan limitar las garantías de los contratos laborales para
favorecer la causa patronal a cambio de sobornos.

En México, el 98 por ciento de las empresas maquiladoras carecen de
sindicatos, al igual que las armadoras de automóviles de reciente llegada.
Asimismo, en ninguna de las firmas de tercerización existentes en el país
existe la posibilidad de sindicalizarse, lo que viola la ley federal del
trabajo vigente.

Apuros

Pese al secretismo de las negociaciones, trascendió que las tres partes
establecieron un ambicioso calendario para que la renegociación del Tlcan
culmine a principios del próximo año. La razón principal de ese apremio es
política, y tiene que ver con los comicios mexicanos de julio de 2018 y las
elecciones de medio mandato en Estados Unidos, de noviembre de ese año.

Según The Financial Times, los negociadores de Estados Unidos y México están
preocupados, en particular, por las encuestas que muestran al dirigente
centroizquierdista Andrés Manuel López Obrador liderando la carrera
presidencial. Si las conversaciones del Tlcan se retrasan, los funcionarios
mexicanos temen que puedan verse envueltas en la campaña electoral. A su
vez, el equipo de Robert Lighthizer preferiría no tener que negociar con
López Obrador, quien ha acusado a Trump de conducir una “campaña de odio”
contra México y “abusar” de la debilidad de Enrique Peña Nieto.

A su vez, sobre las prisas de México, el ex canciller Jorge G Castañeda
–quien afirmó haber conversado con personas bien informadas del curso de las
negociaciones– dijo que si éstas no terminan en muy corto plazo (inicios del
año próximo), el gobierno mexicano cree que Trump será capaz de recurrir al
capítulo de salida del tratado o de planear exigencias desorbitadas que
obligarían a México a invocar la misma cláusula.

La “contaminación” recíproca de la renegociación del Tlcan y la campaña
electoral local sería otra razón para que el gobierno mexicano acelerara el
proceso. Si gana López Obrador y su partido o alianza consigue un tercio en
el Senado, podría bloquear la aprobación del tratado renegociado. Lo mismo
podría ocurrir si los republicanos pierden su mayoría en la Cámara de
Representantes o el Senado estadounidenses. De este modo, cualquier firma
protocolaria sin valor jurídico realizada durante 2018 podría ser revertida.

Cordero de los inocentes

El 19 de agosto, al término de la primera ronda de conversaciones en
Washington, los tres países pactaron que América del Norte irá a “ritmo
acelerado” por un Tlcan actualizado. En su comunicado conjunto no revelaron
detalles de lo discutido, ni dieron a conocer los temas que se trataron
durante los cinco días de negociaciones.

Tres días después, en Phoenix, en el estado de Arizona, el presidente Trump
volvió a vociferar: “Personalmente, pienso que no podremos llegar a un
acuerdo porque ambos países han tomado tanta ventaja, especialmente México,
que creo que daremos por terminado el Tlcan en algún momento. Dije desde un
principio que o renegociábamos el Tlcan o nos vamos”. El hecho es que Trump
puede abandonar el tratado sin complicaciones, pues el artículo 2205
establece que una de las partes podrá renunciar a este, seis meses después
de notificar por escrito a las otras su intención de hacerlo.

Peña Nieto sigue mostrando mansedumbre frente al catálogo de Trump y su odio
contra México. El mandatario mexicano insiste en “modernizar” el actual
modelo de integración subordinada con Estados Unidos. Apuesta a Norteamérica
como la región más “competitiva” y “dinámica” del mundo.

Los “representantes” de México han disfrazado su parálisis negociadora con
la explicación de que “no revelarán sus estrategias, porque no se deben
mostrar las cartas a la contraparte”. Y la recomendación a los medios fue
que no hay que hacer caso a los discursos ni a los twits de Trump, sino a lo
que se dice en la mesa de negociaciones y en los documentos oficiales. Sólo
que el 24 de agosto se conoció que los tres países firmaron un acuerdo de
confidencialidad con el que pretenden evitar filtraciones y mantener en
reserva por cuatro años, a partir de la entrada en vigor de los resultados,
los documentos del Tlcan II.

Con ese pacto de silencio en curso, el jefe de los negociadores mexicanos,
el secretario de Economía Ildefonso Guajardo, declaró que “el gobierno
cuenta con un ‘plan B’ sobre el Tlcan. No podemos descartar que pueda haber
alguna situación donde tengamos que hacer uso de esa alternativa (…) México
tiene un plan de respaldo”.

Las expresiones de Guajardo sobre la presunta existencia de un plan B
resultaron más que novedosas y atractivas, porque los mexicanos aún no
conocen el plan A. Menos saben sobre las presiones de Estados Unidos para
abrir un capítulo en el tratado de lo que llaman “la seguridad energética e
independencia de Norteamérica”. Trascendió que en la primera ronda no se
negociaron asuntos del sector energético. Y es que los tres gobiernos
todavía están buscando una manera de “asegurar” que “no se modifique” la
reforma energética de Peña Nieto que terminó con el monopolio de Pemex
(véase Brecha 10-III-17) y abrió el mercado petrolero mexicano a
extranjeros. Los países del Tlcan quieren que se “protejan” las inversiones
de los socios (como el gigante Exxon Mobil) en México, ante un probable
cambio de gobierno que podría renacionalizar el petróleo.

El canciller mexicano, Luis Videgaray, sostuvo que las “advertencias” de
Trump sobre el Tlcan “son una estrategia de negociación. No hay sorpresa,
porque está negociando con su muy particular estilo. Tenemos que reaccionar
con serenidad, con cabeza fría, entender que este es un proceso de
negociación. Si el presidente Trump quisiera hacerlo (abandonar el Tlcan),
no creo que desperdiciaría ocho meses en un proceso complejo”.

Videgaray parece no tomar en cuenta que el jefe de la oficina oval es
también volátil, mercurial y de mecha corta, y que dado que tiene un caos en
su gobierno y está herido, necesita obtener victorias a corto plazo.

Esa situación habría moldeado su beligerante discurso anti Tlcan en Phoenix
y los mensajes en su cuenta de Twitter del domingo 27 de agosto, a cuatro
días de que empezara la segunda ronda de negociaciones en México.

¿Adiós a la maquiladora?

La falta de detalles específicos en México sobre los contenidos de la
primera ronda de Washington contrasta con los relatos de la prensa en Canadá
y Estados Unidos sobre la posición radical de Lighthizer, quien representa
de la manera más pura los deseos de Trump: reducir el déficit comercial a
partir de la manufactura, a través de medidas radicales aplicadas a la
industria automotriz. Negociadores canadienses dijeron al corresponsal de
The Globe and Mail de Toronto que no se puede descartar la posibilidad de
que todo el sector automotriz saliera del Tlcan. Lo que significaría el fin
del sueño del “México maquilador” en el traspatio de Estados Unidos, papel
que por cierto se le asignó en las negociaciones del tratado en 1992, cuando
el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari prometió a los mexicanos
llevar el país al “primer mundo”.

El Tlcan no es un simple tratado de libre comercio, sino un documento que
conlleva una entrega sin precedente de la economía nacional mexicana. El
tratado comprometió la salida del Estado de la economía, la privatización de
los bienes públicos y de los recursos de la nación, la desarticulación
industrial del país y su reconfiguración maquiladora por el capital
extranjero, la desnacionalización de la banca y de todo el sistema de pagos,
incluyendo el gigantesco ahorro social de las afores (régimen de pensiones),
y la privatización y extranjerización de todo (o casi todo) lo valioso,
incluyendo el tequila y la cerveza, el petróleo y la energía.

Cabe concluir que la “seguridad energética” que impulsa Trump es la de
Estados Unidos, ya que aunque producen 10 millones de barriles diarios de
petróleo, consumen 20 y quieren los hidrocarburos mexicanos (petróleo y gas)
para procesarlo y venderle a México, en el mejor de los casos, los
petrolíferos que requiere, como ocurre actualmente, y que en buena parte no
se producen aquí por una política desnacionalizada de los últimos cinco
gobiernos neoliberales.

Para el caso de México cabría glosar ¡Estúpidos! ¡Es la energía!, y recordar
que Trump es una fiera herida que no cumple compromisos, que sólo genera
incertidumbres y que tiene una mano muy dura que le gusta usar.

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