Muros Violentos/ "El poder usa las fronteras para limitar el acceso de los pobres a salarios más altos" [Reece Jones - entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 1 13:17:27 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

1° de setiembre 2017

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Muros Violentos

Entrevista al geógrafo Reece Jones

“El poder usa las fronteras para limitar el acceso de los pobres a salarios
más altos”

Álvaro Guzmán Bastida

Ctxt, 29-8-2017

http://ctxt.es/es

¿Por qué se han convertido en cementerios las fronteras del mundo? Tan
incómoda pregunta rondaba la mente del geógrafo Reece Jones (Virginia, 1976)
cuando escribía su penúltimo libro. Tras quince años estudiando el fenómeno
migratorio, Jones terminaba un trabajo sobre tres fronteras concretas --las
que separan EE.UU. de México, Israel de Palestina e India de Bangladesh--
cuando se percató de que las muertes en esos y otros puntos fronterizos no
paraban de aumentar. Decidió investigar por qué. El resultado, Violent
Borders (Hardcover, octubre 2016), es una demoledora radiografía de la
violencia en las fronteras de todo el mundo. A través de un minucioso
análisis histórico, jurídico, sociológico y económico, trufado de historias
personales de los migrantes que tratan de cruzar esas fronteras, Jones
dibuja un siniestro panorama en el que las políticas diseñadas para limitar
la migración fracasan en ese propósito, y en cambio desvían los flujos
migratorios hacia rutas más violentas, llenando las fronteras marítimas y
terrestres de cadáveres. Jones, profesor de  geografía en la Universidad de
Hawaii, atiende por Skype a CTXT para detallar las causas y consecuencias de
la violencia fronteriza y exponer su propuesta para solucionarla: abrir las
fronteras a las personas y ponerle coto al capital.

-Dedica gran parte del libro a examinar las causas y efectos de la migración
a nivel global. ¿Qué ha descubierto acerca de los motivos que llevan la
gente a emigrar?

Varían mucho según el lugar de origen y las circunstancias. Por un lado,
existe un gran grupo de sirios y eritreos que cruzan a Europa huyendo de la
violencia o la represión estatal. Por otro, hay otra mucha gente que emigra
por motivos económicos, al escasear el trabajo y las oportunidades en los
lugares donde viven y existir estos en otros países. Por ejemplo, los sirios
han sido mayoría entre quienes viajaban a Europa en los últimos años, pero
hasta el momento en 2017 el país de donde más gente cruza el Mediterráneo es
Bangladesh, donde no hay una guerra sino necesidad económica, y gente que
toma la decisión de salir en busca de oportunidades.

-Uno de los asuntos centrales de su trabajo es la erosión del derecho a la
libre circulación de las personas. ¿Cómo se ha limitado ese derecho?

Existe una larga historia de Estados y gente en posiciones de poder que usan
las restricciones a la libre circulación de las personas para limitar el
acceso de los pobres a salarios  más altos. En el libro, trazo una conexión
entre el sistema actual y la esclavitud, la servidumbre, el feudalismo y las
leyes de pobres, vagos y maleantes. Todos eran mecanismos para limitar la
capacidad de los pobres de desplazarse para buscar salarios  más altos y
para obligarles a seguir viviendo en una zona concreta, y así acceder a su
mano de obra y explotarla para lucrarse. Hoy en día vemos un proceso similar
a mayor escala. Lo que antes sucedía dentro de cada país ahora sucede entre
países, de modo que los pobres hoy están ‘contenidos’ por fronteras,
pasaportes o el concepto de ciudadanía, produciendo una relación muy
parecida a la de antaño. Desde hace cien años se está erosionando el derecho
a la libre circulación. En EE.UU., por ejemplo, no hubo  ninguna restricción
sobre quién podía entrar en el país hasta la década de 1880, con la Ley de
Exclusión China. Hasta 1924, el país no tuvo un sistema universal que
regulase  quién podía entrar en él o convertirse en ciudadano, y muchos de
los pobres de Europa pudieron hacerlo a finales del XIX.

-Dedica el primer capítulo del libro a la que llama “la frontera más
mortífera del mundo”, en referencia a la que rodea a la UE. ¿Cómo pasó
Europa de desmantelar las fronteras nacionales hace un par de décadas a
convertirse en una fortaleza, y por qué es la frontera más letal del
planeta?

En cierto modo, la narrativa de que la UE ha eliminado las fronteras es
falsa. Más bien las movió de sitio. Aunque es cierto que la UE eliminó las
divisiones entre sus países miembros, nunca deshizo las fronteras externas.
Todo lo contrario. En los últimos veinte años, mientras aumentaba el número
de migrantes, la UE ha dedicado gran empeño a restringir el movimiento, en
especial en el Mediterráneo. España, por ejemplo, permitió el libre
movimiento desde el Norte de África hasta que se unió al Tratado Schengen,
en los noventa. Francia permitía sin restricciones reales la inmigración de
África durante los ochenta. Tanto en la frontera Sur de EE.UU. como en las
de la UE, se observa una tendencia clara: mientras se levantan muros, se
endurecen los controles migratorios, se destinan más agentes a patrullar los
espacios fronterizos, no se consigue el objetivo de frenar la inmigración,
pero sí que se disparen las muertes. En 2017, mueren dos personas de cada
cien que intenta cruzar el Mediterráneo. Esa cifra era de 0,3 en 2015. Hay
muchísimos más barcos patrullando, y se han construido muros, por ejemplo en
los Balcanes, cerrando una ruta de acceso relativamente fácil a la UE. Todo
este endurecimiento empuja a la gente hacia rutas  realmente peligrosas y
hace que muera mucha más gente en los viajes.

-Al describir la frontera entre México y EE.UU., relata una sorprendente
historia: dicha frontera no se marcó con piedras hasta 1890, y no se empezó
a patrullar hasta 1924.

La Patrulla Fronteriza de EE.UU. se creó en 1924, que fue el mismo año en el
que se aprobó por primera vez una ley migratoria nacional. Ambos hechos
están íntimamente relacionados. Había policía patrullando las zonas
limítrofes antes de eso. No cabe duda de que hubo un proyecto coordinado de
‘anglicanización' de esos espacios, de expulsar a los nativos americanos y a
lo antiguos ciudadanos mexicanos que se habían quedado en Texas. Pero la
línea fronteriza en sí misma no se patrullaba. La gente podía cruzarla
libremente.

-Describe cómo esa misma frontera se militarizó tras el 11-S. ¿Que llevó a
su  militarización y cuáles fueron las consecuencias de la misma?

Son tendencias que se remontan a finales de los noventa, pero que se
aceleran tras el 11-S, cuando empiezan a llover los fondos gubernamentales.
Entra una gran cantidad de dinero en la Patrulla Fronteriza y el
Departamento de Seguridad Nacional, que lleva a la militarización de la
frontera. Cuando hablo de militarización, me refiero a varias cosas. En
primer lugar, al reciclado de tecnologías bélicas desarrolladas para Iraq o
Afganistán, utilizadas ahora en la frontera. Luego está el creciente número
de veteranos de esas guerras, que al dejar el ejército ingresan en la
Patrulla Fronteriza. Hay una ley en el Congreso ahora mismo, impulsada por
John McCain, que pretende agilizar ese proceso al facilitar la contratación
de veteranos de guerra para hacer de guardas fronterizos. Luego está el
cambio de mentalidad de los propios agentes. En los setenta y ochenta eran
muy parecidos a la policía: buscaban a gente que infringía la ley migratoria
o de tráfico de personas, a los que arrestaban y mandaban de vuelta a
México. Desde el 11-S, se reimaginó la frontera como un lugar en el que
detener el terrorismo, los agentes fronterizos hoy en  día piensan, y
actúan, en la frontera como la primera línea de batalla contra el
terrorismo. Una vez que se produce ese cambio de mentalidad, cambia la
manera en la que interactúan con la gente. Tienden a pensar en las  personas
como potenciales terroristas, y a recurrir a la violencia como primera
opción, en lugar de respetar la presunción de inocencia.

-Ha mencionado antes el papel de las fronteras para controlar el movimiento
de los pobres. ¿Qué influencia tienen las diferencias de clase y el
desarrollo desigual en la configuración de las políticas fronterizas?

Durante su campaña presidencial, Trump hablaba mucho sobre las fronteras, y
su discurso se centraba en el impacto negativo de la globalización y la
conexiones económicas transfronterizas en la clase trabajadora
estadounidense. Pero esa narrativa obvia algo  fundamental: que el mismo
impacto negativo se ha producido al otro lado de la balanza. Lo que ha hecho
la globalización ha sido abrir las fronteras para el capital. Se han
levantado las barreras para las corporaciones mediante todos los acuerdos de
libre comercio que permiten que las grandes empresas operen en múltiples
jurisdicciones, buscando los salarios más bajos, pero no se han abierto esas
barreras para los trabajadores, que se ven contenidos en bancos de mano de
obra barata. También se ha levantado las barreras regulatorias. Las grandes
multinacionales acceden a diferentes regímenes regulatorios en los que no
hay salario mínimo, ni protecciones medioambientales ni laborales, lo que
permite que las corporaciones se queden con todos los beneficios. La
globalización ha producido esa competencia a la baja, que ha perjudicado a
los trabajadores de EE.UU. y Europa, pero también a los del otro extremo del
mundo. Los beneficios resultantes han ido a parar a las corporaciones, lo
que exacerba las desigualdades.

-En su relato, las fronteras realmente no sirven para proteger a las
sociedades, sino que generan no solo desigualdad, sino violencia hacia las
personas y el medioambiente. Escribe que “el endurecimiento de las fronteras
es una fuente de violencia, no una respuesta a la misma”. ¿De qué manera
generan violencia las fronteras?

Crear una frontera es un acto inherentemente violento, porque tras dibujar
una línea en un mapa, uno tiene que imponer esa división sobre el terreno,
estableciendo que un grupo de personas controla los recursos, la tierra y a
la gente en ese espacio geográfico, lo que por definición excluye a otra
gente del derecho a trasladarse a ese lugar. La única manera de imponer eso
es, en último término, mediante el uso de la violencia. La violencia es
producto de la frontera, no del movimiento de la gente.

-Sobre su respuesta a la retórica de la campaña de Trump, y su argumento de
que los controles fronterizos contribuyen a la desigualdad: ¿Cómo hacen las
fronteras que aumenten las desigualdades?

Déjame que le dé la vuelta a la pregunta. Un gran número de economistas ha
demostrado que la manera más fácil de aumentar la riqueza de la gente en
zonas pobres es eliminar restricciones a su libre movimiento, porque esto
les permite acceder a los salarios más altos trasladándose a dónde están
esos salarios. Es una forma de encuentro entre el capital y los trabajadores
más eficiente. El actual sistema retiene a los trabajadores en ciertos
lugares y permite que el capital se mueva libremente para aprovecharse de
las concentraciones de mano de obra barata. Una de las formas más claras de
ponerle freno a eso es abrir las fronteras al libre movimiento, permitiendo
que los trabajadores se desplacen. Aunque parezca lo contrario, los estudios
demuestran que el movimiento de las personas traspasando las fronteras
resulta beneficioso a ambos lados de la balanza: no solo para los
trabajadores que se trasladan, sino para las economías que los reciben. En
EE.UU., por ejemplo, la inmigración ha tenido un impacto neto  positivo en
la economía del país.

-Hemos hablado de Europa y EE.UU., pero la realidad de estas fronteras, y su
militarización, se ha expandido por todo el planeta, desde Israel a
Australia. Leyendo su libro aprendemos que la frontera entre India y
Bangladesh es en la que más gente matan las fuerzas de seguridad, y que
India es el país del mundo con más kilómetros de vallas y muros. Si los
muros tienen que ver con la preservación de la riqueza y el privilegio,
¿cuál es su papel en el Sur del planeta?

Un colega francés y yo hemos cruzado el PIB per cápita de diversos países
con los datos sobre dónde se construyen nuevos muros. La correlación es
clarísima: se levantan muros allá donde hay un país más pobre que otro que
hacen frontera. El PIB per cápita de la India es mucho más alto que el de
Bangladesh, y hay veinte millones de bengalíes trabajando en India. El
aspecto económico está clarísimo.

-A menudo escuchamos a los gobiernos occidentales echar la culpa de las
muertes de refugiados y migrantes a los traficantes. Y sin embargo, usted
defiende que esas muertes son parte integral del régimen fronterizo, y que
la responsabilidad última corresponde a los estados. ¿Qué hace que muera
tanta gente en las fronteras?

Si la gente tuviera una forma segura de viajar de un país a otro, no
recurriría a los traficantes. Les cuesta cinco, seis o siete mil dólares
viajar de Bangladesh a Europa. Un billete de avión se consigue por mil. El
que no existan vías seguras para el viaje arroja a los migrantes a los
brazos de los traficantes. Su negocio se basa en esas restricciones
fronterizas. La verdadera culpa recae en la UE y los gobiernos que
implementan las políticas que obligan a la gente a tomar rutas cada vez más
peligrosas.

-Al analizar la actual crisis de los refugiados, dedica bastante espacio a
examinar la Paz de Westfalia.  ¿Qué papel juegan las fronteras del pasado en
el desplazamiento de los refugiados del presente?

Un papel enorme. La historia del colonialismo pasa por el expolio de
recursos de otras regiones para cimentar la riqueza de Europa y EE.UU. Y
entonces, cuando termina el colonialismo tras la Segunda Guerra Mundial, las
fronteras que quedaron habían sido dibujadas por las potencias europeas, a
menudo los británicos. Esas fronteras no representan entidades políticas
históricas, ni estados coloniales. Son fronteras coloniales superpuestas a
los diferentes grupos culturales, lingüísticos, étnicos, que trajeron
consigo grandes conflictos, porque los diferentes grupos pasan a competir
por el control de esos espacios. Esa violencia luego hace que la gente cruce
las fronteras camino de Europa. La gente que intenta entrar en Europa hoy
huye en realidad de fronteras que dejó tras de sí el colonialismo europeo.

-También escribe sobre la progresiva disolución de la barrera entre los
Estados que controlan sus fronteras y el negocio privado que penetra un
nuevo mercado. Por ejemplo, cita estudios que proyectan que la industria de
las seguridad fronteriza alcanzará un astronómico volumen de ciento siete
mil millones de dólares de facturación para 2020. ¿Cómo ha emergido esa
industria y qué efecto tiene su desarrollo?

Toda esta industria ha surgido en los últimos treinta años. La gente a
menudo piensa en el complejo industrial-militar, pero existe un nuevo
complejo de seguridad-industrial, en el que toda una serie de empresas --a
menudo de armas-- produce equipamiento y tecnología orientada hacia el
mercado de la seguridad fronteriza. Esto despegó de verdad tras el 11-S. Al
tiempo que el terrorismo pasaba a ser la prioridad de los espacios
fronterizos, toda una serie de empresas se lanzaron a aprovecharse de todo
ese influjo de dinero público dirigido hacia las fronteras. Se creó un ciclo
en el cual las empresas tienen grandes ingresos, que utilizan para hacer
lobby y conseguir que los gobiernos gasten más dinero en seguridad
fronteriza, aumentando sus ingresos. Cada vez que se produce un atentado
terrorista, el miedo que se produce se canaliza en más gasto en medidas de
seguridad, a menudo en las fronteras. Ha emergido todo un mercado para la
seguridad en las fronteras, del mismo modo que emergió el complejo
militar-industrial en los cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial. Y
luego está la privatización directa, como ha sucedido con los centros de
detención de inmigrantes en EEUU.

En el plano político, tanto el Brexit como la elección de Trump llegaron de
la mano de un renovado énfasis en el control fronterizo. Lo mismo sucede con
el avance de la extrema derecha en Occidente. ¿Qué le sugiere el que las
llamadas a aumentar el control fronterizo movilicen a una parte tan
importante del electorado? ¿Qué espera la gente que logren las fronteras?

Tanto el Brexit como Trump se basaron en un miedo muy real entre el
electorado. Lo hemos hablado antes: muchos trabajadores han perdido empleos
estables, bien pagados y con planes de pensiones o acceso sanitario por
culpa de la globalización. Se han deslocalizado a otros países, y no se han
sustituido por puestos de trabajo con condiciones similares. Fue muy
efectivo políticamente defender que una manera de mejorar su situación era
cerrar las fronteras y crear la idea histórica de una América separada del
resto del mundo. El segundo factor es que el racismo es una fuerza muy
potente. Desgraciadamente, el miedo al otro, a la amenaza de una supuesta
invasión de gente de otras culturas, de creencias diferentes o con otro
color de piel, es una forma muy eficaz de lograr apoyos para estas políticas
excluyentes.

-Y, sin embargo, usted defiende que las fronteras no son eficaces para
atajar los problemas reales que moviliza el racismo.

En absoluto. Pero son una narrativa muy potente. Trump fue capaz de crear
una serie de símbolos --como la  construcción del muro-- que evocaban
soluciones que la gente podía entender. Lo mismo sucede con el cierre de
fronteras al comercio. Es un símbolo poderoso, que parece resolver problemas
reales de la gente, pero en realidad no los solucionará.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, escribe, había sólo cinco muros
fronterizos en el mundo. En 1990, tras la caída del Muro de Berlín, había
quince, y hoy hay casi setenta. Si los muros son tan dañinos e ineficaces
como ha descrito, ¿por qué no dejan de proliferar?

 Hay un buen número de factores. Por un lado, el símbolo poderoso del que
acabo de hablar: demuestran que el país está haciendo algo para resolver los
problemas de la gente. Luego está la  proliferación de esta industria, que
presiona para que los Estados gasten más en seguridad. Una vez que se han
construido unos cuantos muros, necesitan que se erijan más.

-En su conclusión, reclama la apertura de fronteras para permitir la libre
circulación de personas, y el establecimiento de una serie de condiciones
laborales y protecciones medioambientales globales. ¿Cómo sería un mundo sin
fronteras?

Es difícil de imaginar, porque aún no lo hemos probado. Pero lo fundamental
es que esas medidas tienen que darse a la vez. No basta con abrir las
fronteras. Aunque las abramos y permitamos la libre circulación de personas,
si mantenemos las diferencias de derechos según la nacionalidad, los que
tienen plenos derechos en un lugar concreto podrán abusar de quienes no los
tienen. Se trata de abrir fronteras, pero también de generar igualdad de
derechos en los territorios. También sugiero la idea de un salario mínimo
global, que no sería el mismo en todo el mundo, sino más bien una serie de
mínimos dependiendo de las circunstancias, que disminuyan los incentivos que
tienen las grandes corporaciones para desplazar el empleo a los lugares con
el menor salario posible. Si tuviéramos todo eso --igualdad de derechos en
diferentes lugares, libertad de circulación entre esos lugares, un salario
mínimo y regulaciones laborales similares a escala global-- mejoraríamos
drásticamente las condiciones de trabajo a ambos lados de la balanza. Sería
bueno para los trabajadores de Europa y EE.UU., y también para los de los
países pobres. La única parte que saldría perdiendo serían las corporaciones
transnacionales, porque perderían la capacidad de aprovecharse de las
divergencias en regulaciones y salarios.

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