México/ La solidaridad y su freno: los mexicanos ante el terremoto [Eliana Gilet/Raúl Zibechi]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Sep 22 17:43:00 UYT 2017


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Correspondencia de Prensa

22 de setiembre 2017

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México

La solidaridad y su freno

Los mexicanos ante el terremoto

Eliana Gilet/Raúl Zibechi, desde Ciudad de México

Brecha, 22-9-2017

http://brecha.com.uy/

El centro parecía una fiesta. A las 11 de la mañana estaba programado un
simulacro de evacuación en caso de terremoto, en una fecha más que
simbólica: el 19 de setiembre de 1985 la tierra tembló dejando un reguero de
destrucción y muerte, en el mayor sismo de la historia reciente de México.
Más de 10 mil muertos, aunque la cifra exacta nunca se conoció, y alrededor
de 800 edificios derrumbados. El gobierno de la época fue un monumento a la
ineficiencia y la solidaridad fue la que salvó vidas, recuperó cuerpos
sepultados y trasladó heridos.

A las 11 de la mañana de este 19 de setiembre, 32 años después, era difícil
abrirse paso entre los miles de funcionarios que colmaban las aceras de la
Colonia San Rafael, una de las más afectadas por lo que sucedería dos horas
después. Una serena algarabía emergía de los cientos de grupos que
festejaban, quizá, el tiempo libre fuera de la supervisión de sus jefes.

Cuando la tierra tembló, los edificios se tambaleaban y costaba mantenerse
en pie, se trataba apenas de mirar hacia arriba para detectar algún peligro,
la caída de algo grande sobre las cabezas. “Pinche temblor”, gritaban
algunos cuando todavía el mundo se movía frenéticamente alrededor.

Después sobrevino una tensa calma; miles se agolpaban en las aceras, ahora
con rostros serios, con la premonición de la tragedia estampada en los
gestos. Enseguida apareció la certeza de que estábamos metidos en una
inmensa ratonera de la que sería difícil salir. Millones de coches
inmovilizados, semáforos apagados, la luz y el agua cortadas y una
incertidumbre que crecía como una sombra amenazante. Avanzamos unos metros y
paramos.

El primer rasgo que toma la solidaridad son los cientos de espontáneos que
ordenan el tránsito agitando pañuelos. Algunas personas acompañan a los que
entraron en pánico hasta los centros de salud. Los más decididos, jóvenes
casi todos, van corriendo hasta los edificios colapsados para ayudar en el
rescate. Empezaron a despejar escombros con las manos y con las pocas
herramientas que se conseguían. Llegaron tres horas antes que la Armada,
encargada por el gobierno de socorrer a las víctimas.

En cuanto paró de temblar vinieron corriendo los vecinos, porque los que
están más cerca son los primeros que responden. La proximidad es ley. Una
hora más tarde, hombres y mujeres habían armado un sistema que funcionaba
bajo la básica regla de sacar escombros y entrar baldes vacíos con los que
ídem. No es que la gente ayude en el rescate, la gente es el rescate.

En uno de los edificios de ¡seis pisos! que cayó en un barrio símil Parque
Rodó –no en aspecto sino en perfil socioeconómico– había tres sectores, con
cuatro filas cada uno, que iban desde el pie de la pirámide trunca de
escombros hasta la calle. Por las filas del medio, grupitos de gente sacaban
los pedazos más grandes y pesados que estructuraron la casa, mientras que
las líneas de los bordes funcionaban como cintas transportadoras en
direcciones opuestas. Las cosas de la gente que ahí vivía aparecían por
todas partes: una bota sin compañera, una foto que no perdió el marco de
vidrio a pesar de los 7,1 Richter que la sacudieron; y un obrero, mago del
cincel y del martillo, que separa en segundos grandes pedazos de pared, que
se entretiene un rato mirándola antes de tirarla al vacío que fue patio
trasero.

Si los bomberos y los rescatistas de la división de Protección Civil
mantuvieron una relación cordial con la gente, indicándole, por ejemplo, que
estaban escarbando en un punto que agregaba más peso a la estructura, en vez
de alivianarla, todo cambió cuando llegaron los militares de la Armada, que
pretendieron sacar a la gente a los gritos. Pero como en ese momento los de
verde eran minoría, pronto se los tragó la cadena de trabajo que no paró,
aunque se lo ordenaran fuerte. Una minivictoria de la vida contra la
militarización de todo.

Ya para la tarde, en torno a la mayoría de los derrumbes se había formado
una cadena de policías con escudos que no permitían la libre entrada de la
gente a colaborar. Para el segundo día, eternas filas de jóvenes con palas,
carretillas y cascos de construcción esperaban horas a que la autoridad les
permitiera prestar sus manos para remediar el desastre. Fue la respuesta de
arriba para frenar la acción de abajo: dejar a la gente fuera, esperando.

El aluvión, igual, se sigue viendo en la cantidad de donaciones que
desbordan los centros de acopio. En la calle hay un clima agitado, como de
pecho inflado por la respuesta colectiva. Todo el mundo colabora en la
manera que puede, pero los más visibles son los jóvenes pos 85: no vivieron
el sismo anterior, pero eso no importa, porque aquella respuesta colectiva
ante la inacción estatal fue una lección que quedó metida en la memoria de
todos. Los mexicanos se cobijan en su capacidad de respuesta, que es genuina
y espontánea, y deciden que sea esa la identidad que se han creado para sí.

La solidaridad es el milagro de la vida. Como una manta gigantesca que
abriga en medio del colapso. Una solidaridad que saca lo mejor de los seres
humanos, incluso en esta ciudad inhóspita, esculpida por el individualismo
del consumo y los valores que arrastra. Es imposible no pensar que la única
salvación posible nace de esa ternura que aún practican los pueblos y que ya
nada podrá revertir.

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