Argentina/ Todos somos pobres, lo que no mide el Indec [ Pablo Semán/Sebastián Angresano]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Abr 14 15:28:22 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

14 de abril 2018

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Argentina

 

Lo que no mide el Indec (El Instituto Nacional de Estadística y Censos de la
República Argentina)

 

Pobres somos todos

 

Con datos siempre discutibles e imágenes calamitosas, todos hablan de, y en
nombre de, los pobres. Las continuas crisis, las hiperinflaciones y
devaluaciones perjudiciales para la mayoría, crearon el malestar permanente
con que recibimos las noticias estadísticas de la pobreza. ¿Quién no se
siente pobre? Se habla de la pobreza porque paga en votos, pero también en
construcción programática.

 

Pablo Semán/Sebastián Angresano

 

Revista Anfibia, abril de 2018

http://www.revistaanfibia.com/

 

 

Cuando políticos, técnicos y comunicadores hablan de pobreza todo sucede
como si tuvieran la eficacia de algunos pastores o de ciertos adivinos.
Dejan que en sus palabras cada uno entienda lo que pueda y quiera entender.
Le hablan a todos pero a cada uno le resuena de una forma particular y
movilizante de modo que a todos les parece que “está hablando sobre mi”. La
palabra política sobre la pobreza conmociona pluralmente: a quienes son
pobres de acuerdo a una medida estadística; a quienes independientemente de
su posición en las estadísticas se sienten pobres; a quienes temen
empobrecerse porque el país se empobrece o empobrece a cada vez más gente y
por oleadas si se toma una línea gruesa que se inicia en 1975, cuando el
Rodrigazo descerrajó la primera gran ráfaga de pauperización; a quienes
suponen que sus impuestos se dedican en mayor parte a asistir a los pobres y
no, como verdaderamente sucede, a subvencionar lo caros que son nuestros
capitalistas.

 

Hace más de veinte años que nuestra sociedad pone en el centro de los
debates públicos la cuestión de la pobreza. En ofensivas, modas,
compulsiones y campañas por diversos medios, y en diversos sentidos. Pero la
cuestión nunca está ausente. Cualquier recién llegado podría concluir de
esto que estamos cerca de resolver el problema o, al confrontarse con la
realidad, diría: ¿cómo puede ser tanta filantropía y tan pocos resultados?
Ignoraría ese sujeto que el discurso sobre la pobreza parece ser más que una
forma de generar políticas públicas que puedan terminar con la miseria y
hacer más justa y vivible a nuestra sociedad, una forma de construir sujetos
políticos que puedan convivir con ella.

 

La denuncia de la pobreza, un programa político

 

“Pobreza” es ante todo y cada vez más un término clave en los procesos de
legitimación política. La retórica que pone en el centro la pobreza se basa
en apelar a la opinión pública con un mensaje que mezcla datos siempre
discutibles, imágenes calamitosas e incorpora el cálculo de las múltiples
resonancias que dispara esa cuestión en el público, los pobres incluidos. Se
habla de la pobreza porque paga en votos, pero también en construcción
programática. Es que se puede hablar en nombre de los pobres y buscar su
voto reivindicando sus derechos.

 

Pero también se puede referir al “escándalo de la pobreza” para  denunciar
el “mal gobierno” exponiendo la pobreza como un síntoma y tratar de ganar el
voto de las clases medias y altas horrorizadas por el espectáculo de la
pobreza, cuya visibilidad estereotipada es interpretada como resultado de la
“incapacidad de los políticos”, el “gigantismo del estado” o la “debilidad
de los mecanismos de mercado” entendida como insuficientes concesiones a los
grupos más concentrados de la economía que, como todos los sabemos, no se
cansarían de crear empleo y oportunidades para todos. En este caso suelen
desconocerse los efectos de la vigencia de mecanismos de acumulación
económica que generan desigualdad, explotación y evasión de divisas a través
de todos los gobiernos y en escalas cuya mínima reducción alcanzaría para
resolver todos los problemas de los “pobres” (con sólo reducir una parte de
la evasión actual se equilibrarían las cuentas fiscales sin necesidad de
acudir a costosos servicios financieros que sobrepagaremos en proporción
inversa a nuestras ganancias y responsabilidad). La crítica de la pobreza,
por paradójico que parezca, hoy esta puesta al servicio de las ideas e
instituciones que históricamente más pobreza han creado en el país.

 

¿Quiénes son los pobres? ¿Los que duermen en la calle? Los que viven de la
asistencia pública (un sujeto más mitológico que real)? ¿Los trabajadores
pobres que a pesar de deslomarse no logran acceder a los bienes que
conforman la canasta de bienes que define la línea de pobreza? ¿Los
segmentos menores y más expuestos del narcotráfico? ¿Los que a pesar de
ganar el dinero que cubre esos bienes han visto a sus familias descender
socialmente o sienten que sus barrios se degradan a fuerza de la degradación
de los bienes públicos (la escuela, la seguridad, la salud, los caminos, el
transporte)? ¿ Las clases medias bajas que sufren esos mismos males y
“odian” a los pobres que son el fondo contra el cual se distinguen pero que
a los ojos de las clases medias-medias y altas no dejan de ser “negros” y
“grasas”? ¿Las clases medias que sienten que sus proyectos crujen con cada
aumento de tarifas y luego sienten que todo es posible cuando están en la
manga del avión a Miami?

 

Una de las razones por las que no sabemos quiénes son los pobres, y por las
que el discurso sobre la pobreza nos interpela a todos con sentidos y
estrategias diferentes, es que fundimos en una sola percepción los
resultados de la medición técnica de la pobreza con el malestar de la mayor
parte de los argentinos asalariados y con el malestar de los que creen que
sostienen a los pobres. Malestar que no nació ni en 2015, ni en 2013, ni en
2001. Los argentinos experimentaron continuas crisis, la erosión de las
esperanzas, brutales reacomodamientos económicos, que han sido para las
mayorías, algo generalmente perjudicial. No es que nadie gana en las
hiperinflaciones, los defaults, las devaluaciones, pero esos no son en
general los asalariados de todas las categorías. En ese sentido “todos somos
pobres” y por eso el término pobreza es una llaga de todos, un motivo de
queja tanto como de exaltación e invocaciones políticas.

 

La “sensación de pobreza”, la pobreza técnicamente definida y la indigencia,
también resultado de la misma medición, son hijas de un empobrecimiento
generalizado que se puede observar en dos series de datos que explican el
desencanto casi constante de los argentinos: los períodos de estancamiento
del PBI per cápita, (como el que viene desde 2012 y que implican el
achicamiento de la torta), los tiempos de concentración del ingreso y el
empeoramiento del índice de Gini que mide la desigualdad (y cuyo resultado
actual implica que la torta que se achicó, además, se distribuye peor). Pues
bien, en la Argentina esos períodos son muchas veces coincidentes y de larga
duración (el PBI per cápita estuvo estancado lustros enteros antes de 2003 y
se encuentra en el mismo estado desde 2011; mientras en esos períodos el
balance de la distribución del ingreso o el de participación de los
asalariados en el PBI empeoró). De esa dinámica socioeconómica surge el
malestar en que se larva el clima de indignación/esperanza con que todos
recibimos las noticias estadísticas y las impresiones sensibles de la
pobreza.

 

La línea de pobreza no es la frontera entre el paraíso y el infierno

 

Si alguien está por debajo de la línea de pobreza está muy, muy mal. Pero
también lo están aquellos que están por arriba de esa mítica línea aunque la
medición los ponga del lado de los que pueden comprarse todos los sachets
que una familia debe comprar en el mes para no descalcificarse. Es que la
medida técnica de la pobreza, la canasta de bienes que define un mínimo de
consumo, es necesario saberlo, es mezquina y muy poco exigente si la miramos
con los ojos de la vida real.

 

Esa canasta de bienes piensa en lo mínimo de lo mínimo, un set de
necesidades incompleto y falto de realismo que descuida los imponderables de
la vida cotidiana como si el presupuesto de un hogar se hiciese a base de un
cálculo de calorías que no pueden contener los gastos extras de todos los
días. Y no me refiero a caviar, cigarrillos, alcohol, idas al bingo,
quiniela clandestina, gaseosas o paco. La necesidad de acudir a remises para
superar apuros en los que se juegan el presentismo o el destino de los mil
malabares cotidianos en que se distribuyen jefes y jefas de hogares donde la
tasa de problemas crece más que la de soluciones. Los remedios que imponen
gastos de dinero y tiempo específico o ir a morir a las farmacias donde te
arrancan la cabeza. Los robos frecuentes que sufren los más pobres. Los
caños que se rompen en casas construidas con lo peor y a los apurones. La
necesidad de reponer objetos indispensables. La solidaridad vecinal y
familiar que es parte de un sistema de crédito informal pero tiene sus
costos inevitables. La línea de pobreza no capta y no tiene por función
captar la realidad vivida sino establecer una referencia para comparaciones
entre diversos momentos. Un punto más o un punto menos, cinco puntos más o
menos, de habitantes por arriba o por abajo de esa línea no cambian ni la
sensación de malestar que abarca a todos los trabajadores ni debería cambiar
la imagen de sociedad ruinosa que todos tenemos respecto de la Argentina: ni
ahora ni hace cinco años. 

 

*  Pablo Semán, antropólogo y sociólogo, profesor regular en la Universidad
Nacional de San Martín. Sebastián Angresano, diseñador gráfico e ilustrador
recibido en la facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo (FADU -UBA), es
subeditor de arte en Anfibia.

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