América Latina/Debates/ Revitalizar el pensamiento crítico de la izquierda [Decio Machado]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Feb 16 13:30:05 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

16 de febrero 2018

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América Latina

Debates en la izquierda

Revitalizar el pensamiento crítico en América Latina

Decio Machado

Brecha, 16-2-2018

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Los debates de la izquierda han gozado históricamente de una gran riqueza
intelectual y teórica.

En el mundo del socialismo real, pese a la deriva totalitaria de sus
estados, hubo potentes debates tales como si era posible el “socialismo en
un solo país” entre los partidarios de León Trotsky y Iósif Stalin; la hoja
de ruta para superar la oposición entre el trabajo intelectual y manual
entre dirigentes y dirigidos surgidos en China durante la revolución
cultural; o la controversia sobre la ley de valor de Marx en las sociedades
de transición que protagonizaran el Che Guevara, Ernest Mandel y Charles
Bettelheim, con la participación de Paul Sweezy entre otros pensadores
marxistas.

De igual manera, los debates de la izquierda en los países capitalistas
tampoco fueron baladíes, revitalizándose las elaboraciones respecto a la
caracterización de la naturaleza de clase del Estado y el papel de la
democracia al interior del pensamiento marxista y la teoría crítica. Estos
debates abarcaron desde las formulaciones de Louis Althusser en relación con
la naturaleza y papel de los llamados aparatos ideológicos y represivos del
Estado hasta los análisis de Michel Foucault sobre los diagramas y
dispositivos de poder-saber y la matriz disciplinaria del panóptico moderno.
Por su parte, la ratificación de la naturaleza de clase del Estado y las
formas particulares que adopta la dominación política supondrían también la
aparición de nuevos estudios tanto desde la perspectiva subjetivista como
desde las visiones estructuralistas, generando grandes duelos teóricos como
la polémica entre Ralph Miliband y Nikos Poulantzas. Incluso tras la caída
del Muro de Berlín, las posiciones de Toni Negri y Michael Hart frente a
John Holloway, con sus diferentes posiciones sobre la dialéctica y las
diferentes perspectivas entre el autonomismo y el marxismo abierto son de
gran riqueza intelectual en el ámbito del debate teórico de fin del pasado
siglo.

Quizás por ello causa tanta congoja y vergüenza ajena el nivel teórico
esbozado por algunos de los académicos latinoamericanos que se han
caracterizado en los últimos años por ser los legitimadores intelectuales de
los regímenes progresistas. En el campo de la izquierda nunca se había visto
tan extensa combinación entre simplificación del pensamiento y actitud
conformista en el campo del saber.

Diría Pierre Bourdieu que el intelectual está obligado a desarrollar una
práctica de autocrítica. Que deben llevar a cabo una crítica permanente de
los abusos de poder o de autoridad que se realizan en nombre de la autoridad
intelectual; o si se prefiere, deben someterse a sí mismos a la crítica del
uso de la autoridad intelectual como arma política dentro del campo
intelectual mismo. Para este destacado representante de la sociología
contemporánea, todo académico debería también someter a crítica los
prejuicios escolásticos cuya forma más persuasiva es la propensión a tomar
como meta una serie de revoluciones de papel. Ironizaría Bourdieu indicando
que esto llevó a los intelectuales de su generación a someterse a un
radicalismo de papel confundiendo las cosas de lógica por la lógica de las
cosas.

Sin embargo, a lo que hoy asistimos por parte del establishment académico de
propagandistas de los regímenes progresistas no es otra cosa que lo que el
zapatista subcomandante Galeano llamara “histeria ilustrada de la izquierda
institucional”, esa que ingenuamente llegada al poder se convierte en un
clon de lo que dice combatir, corrupción incluida.

Es evidente que a la producción de pensamiento reaccionario debemos oponer
la producción de redes críticas desde la intelectualidad específica. Hago
referencia a la noción teórica elaborada por Foucault por la cual se define
una actividad inscrita en un campo acotado en el que el intelectual practica
su labor singular. Algo más parecido a la figura del experto que a la del
opinador generalista que habla indistintamente sobre cualquier cosa en
cualquier contexto. Pero esto debe hacerse desde la honestidad, al igual que
cualquier tipo de intervención política, y ahí, volviendo al sup Galeano,
“hay que reconocer que esa izquierda ilustrada es de deshonestidad
valiente”, pues no le importa hacer el ridículo.

En el fondo, el rol de esta intelectualidad progresista se asemeja bastante
al de los propagandistas del viejo régimen estalinista, aquellos a los que
el mismo Stalin –el menos intelectual de todos los bolcheviques que
protagonizaron la Revolución Rusa– bautizaría como “los ingenieros del
alma”. Así Vladimir Putin es comparado con Lenin; Rafael Correa con el Che
Guevara; las elecciones en Ecuador con la batalla de Stalingrado o el juicio
a Lula por sus implicaciones en la trama Odebrecht con el hipotético vía
crucis de Jesuscristo en su camino al Calvario.

Sin embargo, hay que hacer memoria de la represión correísta sobre el
paro/movilización que tuvo lugar en Ecuador entre el 2 y el 26 de agosto de
2015, donde hubo 229 “agresiones, detenciones, intentos de detención y
allanamientos en todos los territorios donde se realizaron movilizaciones y
protestas” (informe del Colectivo de Investigación y Acción Psicosocial
Ecuador) o la impunidad en los casos de asesinatos a destacados opositores
al modelo extractivista como José Tendetza, Freddy Taish o Bosco Wisuma. Hay
que recordar también cómo el gobierno del PT criminalizó y agredió la
protesta de jóvenes brasileños en las calles de todo el país en junio de
2013 y posteriormente durante el Mundial de Fútbol de 2014, o cómo se ha
disparado el número de asesinatos de jóvenes negros en las zonas de favela
en una lógica de política de “limpieza social” sobre todo a partir de la
aprobación –con el apoyo del gobierno de Dilma Rousseff– de la ley
antiterrorista en el Legislativo. De igual manera, ya no podemos mirar a
otro lado ante el nivel de violencia desplegado por las fuerzas de seguridad
del Estado en Venezuela, las violaciones de derechos humanos y el alarmante
nivel de deterioro de la democracia en ese país.

Ante esta realidad me viene a la memoria Jean Paul Sartre –exponente del
existencialismo y del marxismo humanista– cuando en el año 1945 escribió en
la revista Le Temps Modernes, “considero a Flaubert y a Goncourt
responsables de la represión que siguió a la Comuna de París porque no
escribieron una palabra para impedirla”. Para Sartre, el corazón de cuya
filosofía era una preciosa noción de libertad y un sentido concomitante de
la responsabilidad personal, la misión de un intelectual es proporcionar a
la sociedad “una conciencia que la arranque de la inmediatez y despierte la
reflexión”.

Aquí, ¿cómo no?, conviene rememorar también al palestino Edward W Said,
quien sentenciaría en uno de sus más famosos textos: “Básicamente, el
intelectual (…) no es ni un pacificador ni un fabricante de consenso, sino
más bien alguien que ha apostado con todo su ser a favor del sentido
crítico, y que por lo tanto se niega a aceptar fórmulas fáciles, o clichés
estereotipados, o las confirmaciones tranquilizadoras o acomodaticias de lo
que tiene que decir el poderoso o convencional”.

Como podemos apreciar, nada que ver con el –en palabras del sup Galeano–
“pensamiento perezoso” del progresismo criollo de estos tiempos. Entender el
porqué de este deterioro intelectual tiene que ver con razones que van desde
las aspiraciones personales de algunos académicos respecto a su capacidad de
influencia política en el poder, hasta con una simple falta de conocimientos
científicos o históricos que procura esconderse tras una supuesta
superioridad analítica, todo ello sin olvidar las limitaciones derivadas del
pensamiento binario por el que el mundo se divide simplemente entre derecha
e izquierda.

Pero hablemos claro. No existe el pensamiento crítico funcional a gobiernos
progresistas o partidos de la izquierda institucional, eso es una falacia.
En realidad, la modernidad no se imagina la política sin un proyecto
intelectual, por superficial que este sea, motivo por el que toma sentido la
intelectualidad progresista actual. Así de tristes son las actuales
relaciones entre el saber y la política convencional latinoamericana.

En todo caso, no puede haber un pensamiento crítico que no tenga su anclaje
en la propuesta de pensar históricamente y por lo tanto cuestionar la
impuesta aceptación de que siempre ha existido y existirá el capitalismo, lo
que reduce la cancha del juego a proceder solamente a “humanizarlo”. El
pensamiento crítico es en realidad un pensamiento radicalmente
anticapitalista. En eso no hay negociación, pues de ello depende el futuro
de la humanidad.

De igual manera, el pensamiento crítico implica profundizar sin concesiones
el estudio de los mecanismos que mantienen la dominación –procedan éstos de
donde sea–, lo cual no admite espacios para la seducción por parte del
poder. Y requiere superar lo que podríamos llamar ortodoxia marxista,
incorporando lógicas libertarias, ecologistas, feministas, anticolonialistas
e indigenistas entre otras tantas.

Al mismo tiempo el pensamiento crítico parte de una acción comprometedora,
está embarcado en la acción política y es por ello despreciado desde el
poder. No es premiado con salarios de analista para medios de comunicación
“progresistas”, no hace consultorías gubernamentales y tampoco forma parte
del actual y extendido business académico.

A partir de aquí, el camino es largo pero necesario si esa intelectualidad
progresista quiere dejar de vivir del Sur, para pasar a ayudar a
transformarlo.

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