Cuba/ La soledad de Raúl Castro [Ramón Centeno]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Feb 21 23:31:38 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

21 de febrero 2018

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Cuba

La soledad de Raúl Castro

Ramón I. Centeno

Carabina 30-30, febrero de 2018

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“Nadie critica a Stalin en mi presencia” – Raúl Castro.

Este 24 de febrero, Raúl Castro cumple diez años al frente del Estado
cubano. (Antes fue líder interino desde que Fidel Castro se retiró por
motivos de salud en el verano de 2006.) Si todo sale como está previsto,
Raúl dejará la Presidencia de Cuba en abril, a sus 86 años de edad. Raúl
dejará inconcluso su intento de instalar un “socialismo próspero y
sostenible”. Y la era post-Castro está a la vuelta de la esquina. En este
comentario para El Barrio Antiguo y 30-30 hago una breve valoración de largo
plazo, para ubicar a la era raulista dentro de la larga epopeya que inició
con el triunfo de Stalin en la URSS.

1. El ADN del comunismo cubano

El revolucionario León Trotsky, en sus últimos años de vida, definió a la
Unión Soviética bajo Stalin como un ‘totalitarismo’. Trotsky, a su vez,
había tomado este concepto de otro exiliado bolchevique, Victor Serge, quien
resumió bien el origen de la degeneración estalinista. Por un lado, decía
Serge, era cierto que la férrea dictadura del partido bolchevique durante la
guerra civil “contenía las semillas del estalinismo”; pero también,
insistía, el bolchevismo y la revolución “contenían otras semillas, sobre
todo las de una nueva democracia”. El régimen de Stalin fue la victoria de
unas semillas sobre las otras; la suya, fue una contrarrevolución que
triunfó sobre personajes como Trotsky y Serge.

El totalitarismo de Stalin se impuso a través de un canibalismo político que
requirió del derramamiento de litros y litros de sangre. En contraste, los
nuevos estados que se sumaron al bloque socialista después de la Segunda
Guerra Mundial nacieron totalitarios; en ellos no hubo necesidad de un baño
de sangre entre comunistas en pro de normalizar el estado de excepción (en
tiempos de paz) y comunistas partidarios de retomar la ruta de consolidación
de una nueva democracia. Los nuevos estados socialistas, alineados a Moscú
de un modo u otro, simplemente replicaron en sus países el molde
estalinista. Cuba, por supuesto, fue uno de estos estados.

2. El toque caribeño

A diferencia de las otras revoluciones comunistas, en Cuba el Partido
Comunista no fue el productor de la revolución, sino un producto de esta. El
PCC tuvo su 1er Congreso en 1975, a pesar de haber sido fundado en 1965
(seis años después de la revolución). Hasta ese momento (y en parte, también
después) el bastión del poder político recaía en las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, cuyo origen era el Ejército Rebelde: la guerrilla de Fidel
Castro que derrocó a Fulgencio Batista. De ahí que el título que Fidel
Castro ostentara en primer lugar fuera su rol de Comandante en Jefe, no el
título de Secretario General del Partido, como Stalin, por ejemplo. En Cuba,
el ejército no fue el brazo armado del partido; más bien, el partido ha sido
el brazo político de las fuerzas armadas.

Como otras revoluciones comunistas autóctonas –por ejemplo, Yugoslavia,
Vietnam o China–, Cuba no era un simple títere de Moscú. El comunismo
cubano, sin embargo, surge en la misma década en que se profundiza la
ruptura entre China y la Unión Soviética. La dirección cubana, frente a esta
disyuntiva, decide sumar su joven revolución al campo soviético. Cuba no
perdería su autonomía, del mismo modo que Israel nunca la ha perdido frente
a Washington. Cuba incluso llegaría a imponer políticas a Moscú, como su
involucramiento en la guerra de Angola, donde las FAR enviarían tropas
contra del ejército del apartheid sudafricano.

Al grano: el colapso de la Unión Soviética no implicaba el colapso de Cuba
socialista. Al igual que Corea del Norte, China y Vietnam, Cuba sobrevivió.

3. El revisionismo raulista

Claro que hay modos de sobrevivir. No es lo mismo mantener un régimen de
raíz soviética desde la prosperidad, como en China o Vietnam, que mantenerlo
desde la escasez, como en Cuba o Corea del Norte. En medio de la dura crisis
económica de los años noventa, Raúl Castro aprendió a amar a los chinos. Su
añeja militancia estalinista sería aderezada en esos años por una admiración
de la vía china. A principios de 1998, Raúl pasó varias semanas en China
estudiando las reformas iniciadas por Deng Xiaoping. El revisionismo
raulista, hay que admitir, era más producto de la necesidad que de la
ideología. En sus palabras: “son más importantes los frijoles que los
cañones”. Los noventa fueron años duros en Cuba.

Pero Fidel Castro seguía teniendo la última palabra. A diferencia de su
hermano, Fidel adoptó la relajación de la economía centralmente planificada
(ECP) con enojo. Los microempresarios que surgieron en Cuba después del
colapso soviético –los llamados cuentapropistas– serían considerados un mal
necesario, una peste que había que soportar (y eliminar cuando vinieran
tiempos mejores). Esto cambiaría con la presidencia de Raúl Castro y sus
reformas: ahora las “formas no estatales de la economía” son consideradas
legítimas, socias de la “empresa estatal socialista”, que sigue siendo la
“forma principal de la economía nacional”. Cuba está interpretando, a su
modo, el socialismo de mercado.

Con Raúl, Cuba se ha asemejado a China en su relajamiento de la ECP. Pero se
distancia de la vía china en la intensidad de dicho relajamiento. Mientras
los dirigentes chinos han admitido un risorgimento de la burguesía –en
términos marxistas, de la propiedad privada sobre los medios de producción–,
en Cuba ése sigue siendo el límite de las reformas. Una cosa es que haya
capital extranjero en la Isla (también lo hubo en la URSS de Lenin); otra,
muy distinta, que se legalice el desarrollo de una burguesía nacional. Raúl
Castro hizo la revolución en contra de esa clase social; él no la quiere
volver a parir.

4. ¿Qué es el post-totalitarismo?

El problema es otro: en la ausencia de democracia en Cuba, ¿qué garantiza
que un gobierno post-Castro rechace la restauración capitalista? Nada. Y
cuando el capitalismo se ha restaurado en los países del ex bloque
socialista, lo ha hecho como lo hizo el capitalismo en sus orígenes:
mediante el despojo, al modo de la “acumulación originaria” ilustrada por
Marx. En el ex bloque socialista, la nueva burguesía ha surgido de las filas
de la alta burocracia estalinista, que se adueñó de bienes estatales.

Trotsky anticipaba, en La revolución traicionada, que la URSS de Stalin era
inestable: o bien la burocracia restauraba el capitalismo o los trabajadores
restauraban la democracia socialista. Lo que no anticipaba es que esta
disyuntiva podía quedar en suspenso varias décadas. El totalitarismo es
efímero –a menos que, como en Corea del Norte, se institucionalice al
semi-Dios–, y tiende a relajarse para obtener un grado de anuencia de la
población: este es el punto de partida de un régimen post-totalitario. El
conjunto de instituciones gobernantes (o sistema político) es el mismo, pero
se articulan de otro modo: es otro régimen.

El post-totalitarismo cubano se distingue por haber emprendido su maduración
bajo la conducción de un fundador del Estado estalinista, Raúl Castro. (En
un capítulo de este libro colectivo, he explicado este proceso de
maduración.) Raúl pronto dejará la presidencia de la República de Cuba, pero
se mantendrá como Secretario General del PCC, al menos hasta su siguiente
Congreso en 2022. Desde ese puesto, el último estalinista buscará lo
imposible: eternizar, mediante reforma constitucional, su régimen. Si Stalin
fue un dictador crudo –talentoso en la intriga, miope en el largo plazo–,
Raúl es su discípulo ilustrado. Pero con un defecto: el de creerse el
Leonardo da Vinci del estadismo soviético, el que logrará la forma perfecta
del arte inaugurado por Stalin. Pero el mérito de Leonardo fue hacer más
bello a un arte bello. No se puede hacer lo mismo con lo horripilante. Eso
es magia.

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