Uruguay/Debates/ Vivían Trías, Jorge Rafael Videla y el fracaso del "socialismo nacional" [Fernando López D'Alesandro]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Feb 24 15:52:03 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

24 de febrero 2018

Boletín Informativo

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germain5 en chasque.net

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Uruguay/Debates

Vivian Trías, Jorge Rafael Videla y el socialismo nacional

Fernando López D’Alesandro

En octubre del año pasado, el programa En la mira, de VTV, divulgó una
investigación de los historiadores brasileños Mauro Krasinski y Vladimir
Petrilák que apuntaba a la colaboración del dirigente socialista Vivian
Trías con el servicio secreto de Checoslovaquia (STB). La noticia causó gran
impacto: Trías fue el principal conductor e ideólogo del Partido Socialista
Uruguayo desde fines de la década de 1950 hasta el golpe de Estado de 1973.
(1) El investigador uruguayo Fernando López D’Alesandro continuó la tarea de
sus colegas brasileños y obtuvo más documentación acerca de la relación
entre Trías y los servicios checos, que ponemos a disposición aquí. A partir
de esos papeles, además, López D’Alesandro escribió el ensayo que publicamos
en estas páginas.

La Diaria, 24-2-2018

https://ladiaria.com.uy/

A la condesa I.B.V. que me enseñó a ver lo evidente.

En el inicio de la dictadura argentina, Vivian Trías elevó un amplio informe
a sus superiores de la inteligencia checoslovaca, presentando un panorama
esperanzador sobre las opciones del régimen, y acerca del liderazgo de Jorge
Rafael Videla. El optimismo hizo ver a este socialista uruguayo la
posibilidad de que la dictadura tuviera opciones peruanistas creíbles, en
tanto que la represión, las desapariciones y las torturas no existían como
variables a analizar, ofreciendo una imagen amable de una de las peores
tiranías de la historia argentina.

La interpretación del nacionalismo popular elaborada por la izquierda
nacional estaba fundamentalmente equivocada. Haber supuesto que desde
opciones de derecha, basadas en la nación católica o en el fascismo, podía
surgir un proceso de cambio por izquierda fue un grave error. No menor fue
la miopía con que se explicó a los movimientos populistas, y, peor aún, a la
cadena de golpes de Estado reaccionarios que nos abrumaron en la década de
1970. La izquierda nacional creyó ver “peruanismo y progresismo” en los
comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas uruguayas. (2) Si esto fue un
extravío, no menor fue el despiste de Vivian Trías ante el golpe de Estado
argentino, encabezado por Jorge Rafael Videla. El documento a analizar
permite ver, 40 años después, los límites de una teoría, de una manera de
interpretar la coyuntura, que se agotó ante sus propios errores. Representa
a una izquierda que pagó muy caro sus simplismos, sus abstracciones, sus
irrealidades y el haber optado por caminos no democráticos que costaron
muchas vidas.

En los informes a sus superiores checoslovacos, Vivian Trías delata el
agotamiento del socialismo nacional como herramienta para entender la
realidad y el profundo desinterés por la democracia. Alienado como
intérprete y analista, Trías quiso ver en la dictadura de Videla lo que
ansiaba su ideología y no lo que la realidad mostraba de manera descarnada.

El golpe y la dictadura

En su informe a la inteligencia checoslovaca, Trías definió el proceso
argentino con un tinte favorable: “El golpe militar del 24 de marzo se
asemeja a una pausa en un país tremendamente convulsionado. Una pausa
ordenadora para rever problemas, soluciones y perspectivas. Esto es válido
para todos los sectores y es positivo dada la ausencia de otras alternativas
mejores”. La “pausa ordenadora”, que desde el inicio generó la masacre no
vista por este “socialista nacional”, deja ver las esperanzas que Trías
tenía sobre Videla y el “proceso”, en un tono similar –“positivo”– al que
tenía el comunismo argentino y soviético. El Partido Comunista de la
Argentina dio su “apoyo crítico” y consideraba a Videla una “paloma”
–“moderado” decía Trías– y su perfil era esperanzador.

La “orientación ideológica” de este general nacionalista católico
ultramontano, “no es, por ahora, ni peruana, ni brasileña y se irá
elaborando, pragmáticamente, tal como ocurrió tanto en Perú como en Brasil”.
Sin embargo, a pesar de las dudas, el discurso del dictador, deja “entrever
un nacionalismo económico, no muy alejado del núcleo de la doctrina
peronista”. Así, por tanto, para Trías, los hombres del equipo económico
abrían una ilusión. “En rigor el elenco asesor de los militares puede
ubicarse en el desarrollismo, con tendencia nacionalista en la mayoría”.
Martínez de Hoz “es presidente de ACINDAR, empresa metalúrgica nacional que
ha sostenido dura lucha contra las multinacionales del ramo”, todo un
burgués nacional era este ideólogo y sostén del neoliberalismo argentino.
Pero si bien para Trías en los albores de la dictadura argentina “no habrá
diferencias de la política económica del peronismo” en su fase isabelina, el
hecho de que Videla no tuviera que negociar ni con empresarios ni con la CGT
le permitiría actuar “con mayor orden y sistema”.

Quizá uno de los mayores síntomas de miopía fue su análisis de la proclama
del régimen a favor del mundo “occidental y cristiano”, lo que “tal vez
podría causar inquietud […] pero lo cierto es que mantendrán relaciones con
todos los países del mundo, y que así fue comunicado oficialmente a todos,
incluso al gobierno de La Habana”, con el que rompió relaciones.

En realidad, para el socialismo nacional la represión no era tan grave, “el
grueso [de los presos políticos] está constituido por funcionarios y
jerarcas del gobierno”, por tanto, la represión y las desapariciones que se
vivían desde el inicio no existían en el universo de Trías. Basaba este
aserto en las declaraciones del general interventor de Buenos Aires, Adolfo
Sigwald, cuando dijo que “el proceso no es contra los partidos políticos, ni
contra el gremialismo, o el empresariado”, lo que le bastó a Trías para
confiar en la honorabilidad de estos genocidas. Por lo tanto, los exiliados
estaban a buen resguardo, y su conclusión fue contundente: “En una palabra,
la inmensa mayoría de los exiliados no tiene nada que temer”… el Plan Cóndor
ya estaba funcionando, mal que le pesara a la sagacidad del socialismo
nacional. “En todos los procedimientos y actitudes se ha procedido muy
cuidadosamente, sin revanchismo, procurando tranquilizar y pacificar”. Un
paraíso.

¿A qué responde este panorama color de rosa de una de las dictaduras más
sanguinarias de la historia latinoamericana? ¿Qué llevó a Trías a informar
esta realidad inexistente a sus jefes? ¿Tal vez quiso ver, de nuevo, un
progresismo peruanista que no existía, como en febrero de 1973 en Uruguay?
Al fin y al cabo, los militares podían hacer realidad la “liberación”… la
democracia –palabra que no aparece en todo el informe– sólo tenía un pequeño
valor instrumental.

Las corrientes militares de la dictadura o en busca del peruanismo imposible

En el informe a sus superiores checoslovacos, Trías realiza un intento de
definir “corrientes” dentro de la dictadura. La primera que visualizó fue
“una tendencia derechista, nacionalista católica” que, por suerte, era
minoritaria, “pero hubiera crecido mucho si Videla no se decide a encabezar
la acción del 24 de marzo”. Es decir, con el golpe, el dictador nacionalista
católico neutralizó a los que profesaban su ideología. Había una segunda
corriente, peronista, “claramente minoritaria” por obvias razones. En tercer
lugar existía “una tendencia nacionalista de tipo peruanista. Minoritaria
pero influyente e intacta en su prestigio”. Anhelante, Trías sostenía que
“según se desarrolle el proceso puede tener creciente incidencia”. El hecho
de que el contralmirante César A Guzzetti fuera designado ministro de
relaciones exteriores era algo “interesante de destacar” por sus “notorias
vinculaciones con los altos oficiales peruanos y que ostenta, justamente, la
‘Cruz Peruana al Mérito Naval’”, concluía. Guzzetti fue el ministro que
recibió el visto bueno de Henry Kissinger para lanzar la masacre, teniendo
en cuenta que los plazos eran muy cortos y, por tanto, la represión debía
ser breve e intensa. Un peruanista muy singular, sin duda.

Finalmente, registró una cuarta tendencia, “ampliamente mayoritaria,
profesionalista, que intentó una postura civilista y prescindente en
política hasta último momento. Es una tendencia amplia y difícil de
caracterizar […] ya que lo que los une es, justamente, su apartidismo y su
profesionalismo. Su líder es Videla”. Es decir, el hombre que el 24 de
noviembre de 1975 había dado cuatro meses al gobierno de Isabel Perón para
solucionar la crisis, el hombre que había proclamado a quien quisiera
escucharlo que “si sirve para la paz del país, en la Argentina deberán morir
todas las personas que sea necesario”, era, para Trías, el líder de los
“civilistas y prescindentes”, un adalid modoso que se caracterizaba por “su
profesionalismo, austeridad y moderación. Marca el equilibrio y expresa, al
parecer muy bien, a la mayoría actual de las fuerzas armadas”. Asimismo, el
hecho de que Videla rechazara la solicitada presentada en la prensa por
miembros de la Revolución Libertadora pero aceptara la publicada por el
Partido Comunista era algo “muy sugestivo”.

Finalmente, Trías informó a la inteligencia checoslovaca que “luego de un
plazo prudencial, los partidos políticos no proscriptos ‘de definición
nacional’ –fue la expresión usada por el Tte. Gral. Videla– puedan
expresarse aunque no haya elecciones. Tal como ocurre en Perú”. Su
entusiasmo no era para menos; al fin y al cabo, el dictador se mostraba
“abierto a las grandes corrientes del pensamiento, pero ‘fiel a las
tradiciones’”. Un humanista.

Videla tenía una misión inmediata que cumplir, liquidar “el terrorismo de
ultraderecha” –que en realidad lo integró al régimen como “grupos de
tareas”– y al hacerlo obtendría “un gran apoyo sindical y político para
destruir al terrorismo ultraizquierdista”.

La miopía de un fracaso

El socialismo nacional uruguayo nació muerto. El fracaso de la Unión Popular
en 1962 (3) mostró de forma evidente que la propuesta no tenía asidero en el
país. Sus herramientas de análisis podrían servir en algo para la realidad
argentina, pero eran inútiles en Uruguay. El nacionalismo popular no tuvo
mercado y, en consecuencia, la “izquierda nacional” buscó sus aliados y sus
espacios equivocadamente. No obstante ese fracaso, que desperfiló al Partido
Socialista y lo hundió en una grave crisis de identidad, insistió por
diversos caminos y todos fueron infructuosos. Uno de ellos fue la esperanza
peruanista.

Así, quisieron ver en Gregorio Álvarez y en Luis Vicente Queirolo símiles de
Velazco Alvarado; y la misma magia quisieron aplicarla a Jorge Rafael
Videla. Los hechos mostraron lo limitado de la herramienta y sus groseros
límites para analizar la política y la historia. Trías, que sin duda era
inteligente, quiso ver en los genocidas argentinos posibilidades
progresistas que, desde el inicio del “proceso” quedó en claro que no
existían. Subestimar la represión sanguinaria, esperanzarse con la
posibilidad del “peruanismo” de Guzzetti, delata una forma de pensar que
quería o necesitaba ver como real lo que deseaba. Alienación, se llama. Y
las consecuencias fueron trágicas. Los militares eran reaccionarios
ultraconservadores, llamados a restaurar la “nación católica”; venían por la
revancha sin matices ideológicos. Y Trías no se rindió ante la evidencia, a
pesar de que en el momento en que escribía el informe la masacre ya había
comenzado. Trías, además, coincidió en su análisis con la visión que tenía
el comunismo argentino y soviético sobre la dictadura de Videla. La Unión
Soviética no condenó al “proceso” al igual que todo el bloque soviético por
razones comerciales. Trías quería que la Unión Soviética reconociera a la
junta, cosa que, sostenía, era esperada por todos los “progresistas”. ¿Cuán
cuestionador puedes ser de los intereses de tu jefe?

Estas maneras no democráticas de apostar a proyectos de trasformación
radical demostraron largamente sus errores. Hoy algunos siguen ese trillo.
Haber supuesto progresismo en la robocracia kirchnerista adapta aquella
manera de pensar al presente. La misma actitud tienen ante el sandinismo
gangsteril, o ante el desastre de Venezuela, o aplaudiendo a un nacionalista
de la derecha ultramontana y expansionista como Vladimir Putin, o
enmudeciendo ante el unicato cubano. Esa izquierda tiene que reflexionar
profundamente acerca de sus yerros, acerca de su desdén por la democracia.
Una dictadura es una dictadura, sea del signo que sea. Pero este retazo de
la historia reciente puede enseñarnos mucho más. La coincidencia
antidemocrática de los dos polos extremos –la izquierda radical y la derecha
ultramontana– presenta una paradoja sobre los puntos tangenciales. En esta
paradoja es siempre la izquierda la que se confunde. La derecha no se
complica con mecanismos complejos de reflexión, y no se molesta en engañar.
La izquierda radical, generalmente, se autoengaña movida por su optimismo
revolucionario, y paga costos carísimos. Es la factura que le pasa la
historia por alejarse de sus bases fundantes: la libertad, la democracia, la
justicia, la fraternidad.

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¿Qué era el socialismo nacional?

Luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instalación de la Guerra Fría
como nuevo escenario global, las izquierdas no comunistas latinoamericanas
buscaron sus nuevos espacios, manteniendo la crítica al capitalismo, pero
también al comunismo ahora en su nueva fase de potencia global e imperial.
Así, muy temprano, en 1943, en el Partido Socialista Germán D’Elía y Arturo
Dubra comenzaron a postular la necesidad de equidistancias ante los dos
nuevos imperios, en una “tercera posición”. Poco después el tercerismo fue
objeto de polémica entre Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa, y se instaló
como una manera de interpretar el mundo desde una visión de izquierda no
comunista. En la década de los 60 fue objeto de estudio para Aldo Solari. A
finales de la década de 1940 y durante la de 1950 una nueva generación
militante tomó posición ante los nuevos procesos latinoamericanos que la
impactó de muy diversas maneras. Las revoluciones nacionales –Bolivia
primero y Guatemala poco después– marcaron a aquellos veinteañeros que
cuestionaron los viejos análisis del socialismo rioplatense, al que veían
cargado de eurocentrismo, de mitrismo, en definitiva, carente de una visión
desde América Latina y desde el tercer mundo. Vivian Trías fue el principal
teórico y dirigente político de este cambio en el Partido Socialista.
Tomando como base el revisionismo histórico, principalmente el argentino de
izquierda, desde las visiones iniciales de Enrique Dickman, para llegar a
los enfoques de la izquierda nacional de Jorge Spilimbergo y luego de Jorge
Abelardo Ramos, Trías reinterpretó la historia regional, haciendo nuevas
lecturas de procesos como el federalismo, el rosismo y releyendo la épica
blanca en Uruguay. De esta manera intentó revalorizar el papel de esos
procesos conservadores y oligárquicos, acentuando su tinte nacionalista y
antiimperialista y viendo su continuidad en los procesos del siglo XX. Desde
esos enfoques Trías reinterpretó la realidad mundial, sosteniendo que la
lucha contra “el imperialismo” no se resolvería por la contradicción entre
Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que la derrota del “imperio” y el
arribo del socialismo se realizaría cuando se resolviera la contradicción
“norte-sur”, o sea cuando se concretara la lucha por la liberación de los
pueblos latinoamericanos y del tercer mundo. En esa lucha anticolonial, los
nacionalismos jugaban como aliados por ser antiimperialistas; de allí el
deslumbramiento con los populismos –Perón, Vargas– y con los procesos
nacionalistas panárabes, en los que los militares jugaban un papel esencial.
El peruanismo, o sea la dictadura militar de Juan Velazco Alvarado que se
enfrentó con Washington y dio un giro socializante a su propuesta, deslumbró
a la izquierda nacional. En consecuencia, los “nacionalismos” de corte
militar de América Latina eran glorificados, dejando de lado incómodos datos
como sus raíces fascistas, su autoritarismo antidemocrático, o las fórmulas
nacionalistas ramplonas. Se supuso que el camino al socialismo se podría
abrir en alianza con los nacionalistas –sin ver ni el perfil ni las raíces
ideológicas– y con los militares que, a punta de bayoneta, apoyarían la
liberación, en el entendido de que “la lucha de clases no se para en la
puerta de los cuarteles”, olvidando que los aparatos represivos son
funcionales a los sistemas dominantes.

Notas de Correspondencia de Prensa

1) Vivian Trías (1922-1980), profesor de filosofía y de historia. Fue
secretario general del Partido Socialista y dos veces diputado en las
décadas de 1969 y 1970. Autor de numerosos libros. La Fundación Vivian Trías
continúa siendo el thinking tank del partido. El programa En la mira, de VTV
al que alude López D´Alesandro, fue emitido, bajo la dirección del
periodista Gabriel Pereira, el jueves 19 de octubre 2017. Allí fue revelado
que Trías (bajo el seudónimo de “Ríos”), había sido reclutado por el STB
(Seguridad del Estado) de la antigua Checoslovaquia y era considerado su
“mejor agente” en América Latina.

2) El 9 de febrero de 1973 (cuando el golpe de Estado ya estaba en
gestación), las Fuerzas Armadas hicieron públicos los “Comunicados 4 y 7”.
Fueron recibidos entusiastamente por el Partido Comunista que, por boca de
su principal teórico Rodney Arismendi (1913-1989), proponía “el frente único
entre el overol, la sotana y el uniforme”. Igual postura asumieron Liber
Seregni (1916-2004) presidente del Frente Amplio, el Partido Demócrata
Cristiano, el Partido Socialista, así como la dirección de la Convención
Nacional de Trabajadores (CNT), central sindical única hegemonizada por el
Partido Comunista. Según todos ellos, el pronunciamiento expresaba la
existencia de una corriente de pensamiento “progresista” en el seno de las
Fuerzas Armadas. Tiempo después, los propios militares reconocerían que los
comunicados habían servido para “neutralizar” a la izquierda y los
sindicatos. El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros no estuvo ajeno a
las expectativas sobre las Fuerzas Armadas: ya vencido en el plano militar,
la alianza con el peruanismo, estuvo en el centro de la negociaciones (la
llamada “tregua”  de 1972) entre la dirección tupamara y los jefes del
Ejército. Sobre el tema, existe una rigurosa y documentada investigación del
periodista Alfonso Lessa: “El pecado original. La izquierda y el golpe
militar de febrero de 1973”, editorial Sudamericana, Montevideo, 2012.

3) Coalición electoral formada por el Partido Socialista, Nuevas Bases
(independientes) y la agrupación Unión Popular que lideraba el político
nacionalista Enrique Erro (1912-1984), ex Ministro de Industria en el
gobierno del Partido Nacional, en 1971 estuvo entre los fundadores del
Frente Amplio y fue senador hasta el Golpe de Estado del 27 de junio de
1973.

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