Cuba/Debates/ Los avatares del reformismo [Haroldo Dilla Alfonso]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Feb 26 13:03:59 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

26 de febrero 2018

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Cuba/Debates

Los avatares del reformismo en Cuba

El campo reformista es –en la presente coyuntura– la variable más
interesante del sistema político cubano. Si el Estado no puede convivir con
él no es porque plataformas como Cuba Posible sean sediciosas, sino porque
la elite política solo admite el alineamiento sin fisuras.

Haroldo Dilla Alfonso *

Nueva Sociedad, enero 2018

http://nuso.org/

Hasta los años 90, el discurrir post-revolucionario de Cuba era lento y
pastoso. Era excesivamente oficialista para ser interesante, excepto cuando,
desde el propio oficialismo se producía alguna purga política que llenaba a
la isla de rumores y a la elite de temores. La política era representada
desde una óptica binaria, como la lucha prometeica de dos campos
irreconciliables. Por un lado, estaba el bando «bueno» –revolucionario y
socialista– compuesto por patriotas virtuosos y alineado sin fisuras con el
Estado, el Partido Comunista y lo que se daba en llamar «el liderazgo
histórico». Del otro lado estaba el bando «malo» –contrarrevolucionario y
pecaminoso– alineado con el gobierno de Estados Unidos – «el enemigo
histórico»– y la «mafia de Miami». Para los primeros se destinaba el
privilegio de participar en un proyecto histórico estratégicamente
irrefutable, aunque tácticamente perfectible. Para los segundos, solo había
dos destinos posibles: la cárcel o el exilio.

Esto comenzó a cambiar cuando la caída del Muro de Berlín se llevó con ella
no solo la base económica del modelo cubano –una afluencia sin precedentes
de subsidios soviéticos– sino también los referentes ideológicos de un mundo
mejor. Buscando la superación de una espantosa crisis que eufemísticamente
se denominó «Período Especial», el gobierno se vio obligado a limitar sus
controles en el campo de la economía y a permitir la entrada al casino de
tres jugadores incómodos: el mercado como asignador de recursos, internet
como anaquel informativo y comunicacional, y los emigrados como sostenedores
de las economías familiares y del siempre maltrecho sector externo. Luego,
avanzado el siglo XXI, la biología sacó del escenario político a quien había
sido durante medio siglo su actor más importante. Fidel Castro. Finalmente,
en 2015, un presidente liberal norteamericano, Barak Obama, decidió que la
confrontación era estéril e inició un acercamiento diplomático de dos años
que mostró a la sociedad cubana la otra cara de una relación y colocó a la
elite en una posición particularmente incómoda.

Obviamente, este proceso ha implicado una redistribución de cuotas de poder.
Y, en consecuencia, la sociedad ha comenzado a incubar un proceso de
diversificación ideológica y cultural con la emergencia de nuevos campos y
tendencias políticas. El acotado espacio público cubano es ahora transitado
por numerosas identidades existenciales que abogan por constituirse como
identidades políticas (étnico-culturales, de género, locales, etc.), al
mismo tiempo que se tuercen los campos preexistentes para dar lugar
manifestaciones de la topografía clásica de izquierdas y derechas.

Pero estos campos políticos larvados se desenvuelven en medio de un sistema
totalitario en desbandada –que cada vez pide menos el corazón de los
súbditos y más la obediencia– y son rehenes de la mezquindad binaria
lealtad/deslealtad política respecto del gobierno. En consecuencia, estos
campos políticos tienden a manifestarse de manera errática, sin capacidades
para articular discursos estructurantes de la propia realidad que quieren
modificar. Las ideologías no se distinguen por la sistematicidad de sus
ideas acumuladas sino por su capacidad de interpelar a la sociedad y de
conformar subjetividades. Si esta última capacidad no existe, las ideologías
permanecen larvadas y sujetas a evoluciones narcisistas. Y ello les impide
madurar como interpelaciones ideológicas –acerca de lo existente, lo bueno y
lo posible– que informen a la sociedad cubana y le permitan escoger
democráticamente las pautas para su futuro.

Los nuevos actores

Podemos decir que el signo más interesante de la sociología política cubana
actual es el surgimiento de nuevos campos y actores políticos más complejos
y sofisticados. Estos actores pueden ser aprehendidos de muchas maneras, por
ejemplo por sus posicionamientos ideológicos sistémicos (derecha,
izquierda…) o sectoriales (feministas, etnicistas, ambientalistas…) pero es
indudable que lo que los ordena a todos –no podría ser diferente en un
sistema de fuerte vocación totalitaria– es el grado de alineamiento con el
Partido/Estado. Siguiendo esta lógica, y de manera muy esquemática, se
pueden identificar tres grandes campos definidos por sus posicionamientos
frente al gobierno: el oficialismo, la oposición y el reformismo.

El campo oficialista, por ejemplo, ha experimentado un notable
desangramiento y en su interior son distinguibles posiciones diferentes que
de alguna manera recuerdan su reestructuración en 2009, cuando militares,
tecnócratas y burócratas partidistas cerraron filas para conservar la unidad
de la elite en una convivencia llena de sobresaltos. En un sistema político
cerrado como el cubano, estas discrepancias no afloran en público, pero se
manifiestan en los continuos zigzagueos de la política bajo el comando de
Raúl Castro, cuyo lema «sin prisas, pero sin pausas» revela el acuerdo de la
elite en tópicos generales así como las dificultades crecientes para lograr
conciertos en aquellos detalles que animan las políticas en curso.

El campo opositor también ha experimentado una diversificación en varios
sentidos. Por ejemplo, en el plano ideológico, dando albergue a grupos
socialdemócratas progresistas tanto como a franjas derechistas que asumen el
trumpismo como virtud política. Pero también en sus métodos, de manera que
si en los años 90 estos grupos adoptaban formas organizativas partidistas,
en la actualidad reúnen activistas culturales, blogueros, conatos de
partidos, redes asociativas identitarias, etc.

Pero probablemente el dato más novedoso del escenario político insular es la
emergencia de un campo reformista que en otros lugares he denominado
«crítico consentido» para explicar dos características. La primera, que a
diferencia de la oposición radical, estos son grupos que no cuestionan la
legitimidad del orden establecido y tratan siempre de encontrar espacios
para mostrar su coincidencia con el oficialismo en todos los temas en que
sea posible. Pero a diferencia de este último, el reformismo es crítico
respecto de la realidad sistémica en aspectos diversos, en ocasiones con una
lucidez intelectual que no alcanza ningún otro campo. Esta ambigüedad lo
coloca en un dilema ético permanente, al mismo tiempo que le crea un dilema
operativo al gobierno en cuanto a cómo controlar el diapasón crítico sin
recurrir a actos represivos políticamente costosos.

Este tipo de espacio político/intelectual ha sido común desde los años 90.
Cuando entre 1990 y 1996 el país vivió un período de tolerancia por omisión,
emergieron numerosos grupos y organizaciones de esta naturaleza, la más
relevante de las cuales fue el Centro de Estudios sobre América, víctima de
la represión del Partido Comunista en 1996. Pero lo que distingue a estas
organizaciones de las actuales es que, en los 90, la inmensa mayoría de
ellas emergió como instancias estatales o partidistas descontroladas. Por el
contrario, las presentes son plataformas autónomas, acotadas por la
represión simbólica (que sus dirigentes asumen) pero sin filiaciones
institucionales. Dado que tampoco hay espacios civiles para ellas, operan en
un limbo legal.

En la actualidad, el espacio crítico consentido más relevante es la
plataforma Cuba Posible. Esta tuvo como antecedente a Espacio Laical, una
revista crítica emergente de la Iglesia católica, en una coyuntura en la que
esta ensayaba un nuevo arreglo de convivencia con el gobierno cubano. Tras
la ruptura con la jerarquía eclesiástica, Cuba Posible comenzó a articular
una suerte de red que atrajo a algunas de las figuras intelectuales más
prominentes del país, en unos casos veteranos reciclados de los lejanos
tiempos de la revista Pensamiento Crítico y del Centro de Estudios sobre
América, en otros, jóvenes que aún creían en los Reyes Magos cuando los
primeros discutían la necesidad de renovar al socialismo.

Cuba Posible resume la tragedia mayor de la política cubana. Aunque esta
plataforma nunca ha sido reprimida directamente –como ocurre con los
opositores– siempre vive bajo la sombra de la represión simbólica. La clase
política hace lo posible por mantenerla distante y callada, aun cuando nada
en ella indique un afán subversivo. En muchas cuestiones, sus integrantes
coinciden con el Estado, y cuando lo hacen, tratan por todos los medios de
resaltar esas coincidencias. Entre ellos hay intelectuales de calibre a los
que vale la pena escuchar, que no aspiran a un cambio político radical, sino
al aggiornamento sistémico. No gritan, solo susurran. Asumirlos y abrirles
un espacio de comunicación sería una ventaja desde muchos puntos de vista
para el propio gobierno, incluyendo el toque de estética política que sin
duda necesita. Pero el sistema es duro, aunque a la vez muy frágil, y tiene
tanto horror a la crítica como desprecio por sus intelectuales.

Un ejemplo de esta represión simbólica ha sido la reciente andanada política
desde un grupo de apparátchiks devenidos escribas oficiosos en el espacio
bloguero. Ellos han confeccionado una argumentación acusatoria contra Cuba
Posible, a la que acusan de «centrista», un recurso metonímico remanente que
le permite al gobierno identificarse con la izquierda y lee toda posición
crítica como un corrimiento hacia la derecha. Han confeccionado un folleto
denominado «Centrismo en Cuba: otra vuelta de tuerca hacia el capitalismo» y
que constituye una de las piezas políticas más procaces en una isla donde la
política no se caracteriza por su elegancia. Permítanme citar –por
elocuente– un párrafo de la blogosfera oficial. Allí se define al centrismo
en Cuba como una auténtica «contrarrevolución» «organizada con recursos
materiales y humanos, (que) tiene fortalezas, dinámicas fluidas y
funcionamiento articulado, así como amplias conexiones diplomáticas. Sus
integrantes se repiten y retratan entre los invitados de importantes
visitantes a Cuba siempre provenientes de países aliados a Estados Unidos o
el mismo Washington. Se diferencia de la contrarrevolución tradicional,
porque según la política obamista necesita que sus empleados interactúen con
la institucionalidad revolucionaria, sus medios de comunicación y sistemas
académicos. Para eso se declaran 'de izquierda' y nacionalistas, pero
siempre apartados y en contra del Estado Cubano, el Partido Comunista y su
tradición antiimperialista».

Sin lugar a dudas, este campo reformista consentido es –en la presente
coyuntura– la variable más interesante del sistema político cubano. Si el
Estado cubano no puede convivir con ella no es porque Cuba Posible sea
sediciosa, sino porque la elite cubana solo admite el asentimiento y del
alineamiento sin fisuras. Esta requiere la paz social imprescindible para
reproducir su proyecto de poder autoritario y su propia metamorfosis
burguesa. Enfrentada a una sociedad que busca su lugar bajo el sol, esta
elite se revuelca en una crisis orgánica que parece nunca terminar. «Un
terreno –recordando una frase de Gramsci– donde se verifican los fenómenos
morbosos más diversos».

* Haroldo Dilla Alonso, sociólogo e historiador cubano, entre 1980 y 1996
fue investigador y director de estudios latinoamericanos del Centro de
Estudios sobre América en La Habana.

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