Puerto Rico/ El país desaparece cada vez mejor [Juan Ramón Duchesne Winter}

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 6 00:36:05 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

6 de enero 2018

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Puerto Rico

Puerto Rico desaparece cada vez mejor

Juan Ramón Duchesne Winter

Nueva Sociedad, enero de 2018

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Puerto Rico entró en bancarrota total en 2016 y pasó al control de una Junta
de Supervisión Fiscal compuesta por banqueros y financistas buitres
nombrados por el Congreso de Estados Unidos. Luego, en septiembre de 2017,
uno de los huracanes más destructivos generados por el cambio climático
global postró al país indefinidamente y casi acabó con su sistema eléctrico.
Se informa que un promedio de 2.000 personas abandonan la isla a diario. Los
análisis de la prensa hablan de una literal desaparición de Puerto Rico.

No es necesario ser nacionalista para que se nos erice la piel cada vez que
los medios avisan que está desapareciendo el país al que pertenecemos. Pero
titulares del estilo de "Puerto Rico se vacía lentamente" ya encabezaban
varias veces al mes los artículos noticiosos desde mucho antes del huracán
María. La población ya había descendido de 3,8 a 3,4 millones en la última
década. La angustia por su potencial desaparición es un síndrome antiguo en
la isla desde que la catástrofe de la colonización española exterminó al
pueblo taíno que la habitaba. Tras la desaparición de los taínos, los
cronistas españoles de los siglos XVI y XVII advertían, angustiados, sobre
el despoblamiento crónico y rogaban por el repoblamiento del territorio.
Pasó el tiempo y la población se centuplicó. Despoblar y repoblar parecen ir
de la mano.

Con la ocupación norteamericana en 1898 (que se extiende hasta el día de
hoy) volvió la angustia de desaparecer, esta vez, por los trastornos
causados por medidas draconianas del nuevo régimen, entre muchas otras, el
desplazamiento de la pequeña agricultura independiente por el monocultivo
agroindustrial de propiedad extranjera, así como la imposición del inglés
como lengua de enseñanza y de uso oficial. Pero en este caso parecía
imposible que el poder colonial norteamericano aplicara con éxito el esquema
de sustitución de población (nativos por blancos) que en sus fronteras oeste
y sur, y luego en Hawái y en Alaska, convirtió la colonización en anexión
para amasar uno de los países con mayor territorio del mundo. El fundador
del nacionalismo puertorriqueño, Pedro Albizu Campos, aducía que los yanquis
no querían los pájaros sino la jaula pero se habían topado con que la
población puertorriqueña era demasiado numerosa.

El nacionalismo fue liquidado a punta de masacres y penas carcelarias
interminables. Hacia 1945, el proyecto desarrollista dejó atrás el modelo
del monocultivo, creció sin pausa y alcanzó su cenit antes de terminar la
década de 1970. Entonces cayó la macacoa. En 1980 empezó a desinflarse el
globo. A partir de ahí persistió sin gran impulso lo que Haroldo Dilla, en
su libro Ciudades en el Caribe: comparación de La Habana, San Juan, Santo
Domingo y Miami (Flacso, 2014), resume como "una prosperidad subsidiada que
oculta la realidad de una economía agotada". La transferencia masiva de
subsidios federales y la emigración ocultaron los daños de un sistema
inviable. Tan efectivo fue el ocultamiento que, de hecho, no se puede negar
que dentro de ese globo se creó la clase media proporcionalmente más
numerosa del Caribe, se alcanzaron tasas de educación universitaria de 18 %
(más altas que en Alemania y Francia) y el producto interno bruto (PIB) per
cápita fue 3 veces mayor que el promedio de todos los países
latinoamericanos, lo que le permitió a San Juan ocupar el lugar 16 entre 50
ciudades latinoamericanas, solo superada por Miami en el Caribe.

Pero, por otro lado, tampoco se puede negar que el desarrollismo acarreó
considerable pobreza relativa y absoluta, mayormente por vía de la exclusión
de importantes sectores. Esto no pudo paliarse siquiera con la altísima
emigración de la cual resultó que hoy casi 5 millones de puertorriqueños
vivan en EEUU frente a los poco más de 3 millones que permanecen en la isla.
Pese a esa válvula de escape, persiste una ocupación laboral de solo 48 %,
10 puntos más baja que el promedio latinoamericano y 17 puntos más baja que
la de EE UU, y persiste la extrema desigualdad, que arroja un coeficiente
Gini de 57, similar al de Paraguay y, como advierte Dilla, "sólo superado
por Brasil, que con 60 es el país más inequitativo del planeta". Se conoce
el hecho de que Puerto Rico es dos veces más pobre que Mississippi, el
estado más pobre de EE UU. En términos absolutos, la pobreza sigue imperante
en la isla, como lo ha documentado ampliamente Linda Colón en su libro
Pobreza en Puerto Rico. Radiografía del Proyecto Americano (Nueva Luna,
2005). De esa desigualdad, agravada con las frustrantes expectativas de alto
consumo implicadas en el modelo desarrollista, deriva una amenazante anomia
y descomposición social.

San Juan ocupa el lugar 25 entre las ciudades más violentas del mundo, y el
primer lugar en el Caribe, por encima de Kingston. La tasa de asesinatos
quintuplica la de EEUU y ocupa el lugar 16 a escala mundial. Tan deletérea
como todo esto es la sustitución de las mejores tierras agrícolas por zonas
urbanizadas que ocupan el 27 % del territorio y la caída de la producción
agrícola al 1 % del PIB, lo que ubica a Puerto Rico como uno de los países
con mayor precariedad alimentaria en términos de autosustentabilidad, a lo
que se agrega la destrucción extensa e irreversible de las zonas naturales
de acopio de agua.

Extrajimos la mayoría de estos datos del libro de Dilla que además documenta
la conclusión impresionante de Carl Soderberg, exdirector de la división
Caribe de la Agencia Federal de Protección Ambiental de EE UU quien concluye
que "Puerto Rico implica para el mundo una carga ecológica insostenible"
tras considerar que la isla alberga a 750 automóviles por cada mil
habitantes que consumen más gasolina que los siete países centroamericanos
sumados y que "cada boricua, como promedio, aporta al calentamiento global
un 230 % más que el resto de los terrícolas". Soderberg refirió que en la
imagen satelital nocturna del Caribe y Centroamérica, Puerto Rico brillaba
más que Ciudad México, que tiene 20 millones de habitantes, lo cual delataba
su descomunal consumo de energía eléctrica y de combustibles fósiles.

Ya no es así, esa luz delatora está muy atenuada; el huracán que ocasionó en
septiembre de 2017 el colapso energético más extenso y prolongado en la
historia de la jurisdicción norteamericana remacha un síncope anunciado años
atrás, al cual han contribuido los cinco jinetes de la catástrofe: 1) el
cambio climático resultante de la crisis ecológica global en que desemboca
toda la sociedad agroindustrial moderna (no solo el capitalismo); 2) la
involución global de la economía hacia el neoliberalismo, que propicia la
acción criminal de los financistas buitres para alimentarse de la
autodestrucción del capital y la corrupción endémica que la acompaña; 3) el
desgaste del modelo desarrollista de prosperidad subsidiada con exención de
impuestos a las corporaciones, alto consumo, crecimiento metastásico,
depredación del espacio natural y exclusión socioeconómica; 4) la
incapacidad cada vez mayor de los gobernantes de turno; y 5) el status
colonial, un factor importante pero relativo a lo antes mencionado.

Sin constitución como alternativa electoral, existe una izquierda
neonacionalista con presencia sindical, profesional y estudiantil, sobre la
huella del autodisuelto Partido Socialista Puertorriqueño. Esta izquierda ha
incorporado la catástrofe del huracán a un discurso que explica de esta
forma la historia reciente de la isla: desde hace cuatro décadas, el
universo de electores isleños que vota por el Partido Nuevo Progresista
(PNP), que postula la anexión del país a Estados Unidos como un estado
pleno, amenaza con convertirse en mayoría absoluta y definitiva. Durante ese
mismo tiempo, ese sector anexionista ha sido contenido a duras penas por el
Partido Popular Democrático (PPD), que busca mantener al país
indefinidamente vinculado a la metrópolis como un territorio no incorporado,
el cual según dicta una decisión vigente del Tribunal Federal, "pertenece a,
pero no es partede" EEUU. Ambos partidos están inextricablemente ligados al
proyecto desarrollista fracasado.

La izquierda neonacionalista ha decidido desde hace décadas que más puede el
miedo a la anexión que el deseo de la independencia –electoralmente muy
minoritario–, por lo que ha optado, sin decirlo explícitamente, por
practicar una suerte de entrismo que consiste en apoyar al PPD para
transformarlo, aunque no llega a entrar por completo. Este sector ha
encontrado un paladín formidable en la actual alcaldesa de San Juan, Carmen
Yulín Cruz, perteneciente al PPD, tras su elocuente denuncia de la
inoperancia de la ayuda post-desastre de diversas agencias del gobierno
federal de EEUU y su valiente postura ante las indignidades racistas
expresadas por el presidente Donald Trump respecto de Puerto Rico.

El discurso del mal menor de la izquierda neonacionalista insiste en que la
causa primaria de la bancarrota, del desastre, del subsiguiente colapso y de
todos los antecedentes deletéreos que hemos mencionado es, ya no tanto el
régimen colonial de la isla, como aducirían el nacionalismo o el
independentismo históricos, sino la gestión del sector anexionista como tal,
al cual anteponen un lenguaje antinorteamericano mongo que solo aspira a
tener un chusco look antiimperialista, como el reggaetón de Calle 13, que
incluye atolondrados guiños a figuras de marca antinorteamericana de la
región como Raúl Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. La ironía es que su
estrategia de repudio a la anexión como objetivo principal los llevará
próximamente a apoyar a Yulín como candidata salvadora a la gobernación,
dándole así por enésima vez un cheque en blanco a un partido que defiende la
continuidad perpetua del presente proyecto desarrollista tanto o más que el
que ocupa la gobernación actualmente (PNP), pues lo que más les importa a
los neonacionalistas es que el PPD funcione como el dique que contiene a las
fuerzas de la anexión. El discurso de Yulín ante la bancarrota, el desastre
y el colapso es que todo ello responde, antes que nada, a la perfidia
entreguista del sector anexionista, mientras que ella y su partido exigen
mayor respeto de los yanquis, sin pretender de ninguna manera, claro,
alterar el actual sistema. Mientras tanto, los neonacionalistas se ilusionan
con las apenas insinuadas promesas de Yulín, nunca cumplidas por sus
copartidarios populares, de que gestionará una fórmula de status con mayor
autonomía frente a EEUU.

Además de esta izquierda neonacionalista, están el Partido Independentista
Puertorriqueño (PIP), que representa la demanda histórica de independencia y
nunca obtiene más del 3 % de los votos, si bien suele elegir algún
representante o senador en la legislatura colonial, y el Partido del Pueblo
Trabajador (PPT), que pone el acento en un programa alternativo al modelo
desarrollista neoliberal más que en el reclamo específico de la
independencia y el repudio a la anexión; electoralmente se mantiene en una
posición marginal. Más allá de la política partidaria existen sectores
ecologistas, que practican la autogestión comunitaria y la
autosustentabilidad agraria y que buscar forjar con talento y sensibilidad
una alternativa al sistema agroindustrial moderno y que apuestan a otro tipo
de civilización, entendiendo las urgencias reales de la era del antropoceno.

Mientras tanto, los financistas buitres de la Junta de Supervisión Fiscal
que efectivamente controla el país, y el gobernador de turno que pretende
mantener los votos, compiten entre sí para ver quién se queda con las
piltrafas del sistema de energía eléctrica que su incuria y corrupción
redujeron a la máxima precariedad frente a los eventos climáticos, y cada
quien trata de capturar los beneficios de la privatización inminente. El
país podría quedar postrado ante quien controle la distribución de una
energía eléctrica escasa, precaria y astronómicamente costosa que solo
promete insistir en la obsoleta quema de combustibles fósiles para seguir
abonando al cambio climático que trae más y mayores huracanes. Caso
ilustrativo si los hay del capitalismo carroñero de desastres magistralmente
denunciado por Naomi Klein.

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