Capitalismo/ Un diagnóstico de la crisis económica mundial [Paula Bach]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Ene 13 21:23:01 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

13 de enero 2018

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Capitalismo

Un diagnóstico para la economía mundial y la inversa del reformismo

La reforma previsional y el proyecto de reforma laboral del gobierno Macri
–tanto en lo que hace a sus logros inmediatos como en sus objetivos
estratégicos- deben observarse a través del prisma de su dimensión
internacional.

Paula Bach

La Izquierda Diario, 6-1-2018

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La reforma previsional y el proyecto de reforma laboral del gobierno Macri
–tanto en lo que hace a sus logros inmediatos como en sus objetivos
estratégicos- deben observarse a través del prisma de su dimensión
internacional. Como resulta bastante transparente ambas se inscriben en un
universo más amplio que incluye tanto el deseo mancomunado “global” de
elevar la edad jubilatoria -contemplando la aún estancada ley brasileña-
como la ley de reforma laboral de Temer o la de Macrón en Francia. Pero no
se trata tan sólo de buscar coincidencias bastante evidentes sino
–fundamentalmente- de escarbar los significados de aquellas
correspondencias. El optimismo que trasuntan organismos internacionales como
el Fondo Monetario y la OCDE sobre la dinámica de la economía mundial
resulta tan módico como efímero. Y es en estas últimas características donde
se distingue la persistencia de lo que un sector de la teoría económica
oficial retrató como “estancamiento secular”, un “estado de cosas” que
acerca pistas significativas sobre el lugar y el sentido de la nueva
arremetida contra las condiciones de existencia de trabajadores pasivos y
activos. Los factores estructurales de la economía mundial -junto a las
tensiones geopolíticas derivadas- se enfrentan a las características
concretas de aquel ánimo de “reforma” y permiten a la vez desgranar las
contradicciones más inmediatas del relato del “fin del trabajo”.

De luces y retoños

La recuperación de la economía mundial es el nuevo hit de la prensa y los
organismos internacionales. Pero para quién se sumerge en la lectura de los
últimos informes sobre economía mundial tanto de la OCDE como del FMI,
resulta complejo imaginar la mueca que los acompaña. Es como si una maraña
de sonrisas y lamentos se trasluciera en un mismo acto. Tanto la OCDE como
el FMI resaltan la recuperación en curso a la que la primera bautiza como
“modesta”. Al mismo tiempo ambos subrayan –en una operación política, si las
hay- las debilidades estructurales que en unos pocos años pondrían fin al
reanimamiento. Si hace unos meses los “globals” del FMI no podían ocultar el
desconcierto que les generaba la paradoja de que la luz al final del túnel
devolvía la imagen de Donald Trump (abanderado internacional del discurso
nacionalista) ahora los brotes verdes se anuncian –con un dejo de alivio…-
desde la inestable Eurozona. La desilusión americana quedó sustituida
fundamentalmente por la esperanza europea y una mejoría en la largamente
débil performance de Japón. Pero aun así la perspectiva es escueta.

La tasa de crecimiento para las economías avanzadas se incrementa en dos
décimas pasando del 2% proyectado al 2,2%. El valor sintetiza la
compensación entre “pérdidas” y “ganancias”. Entre las primeras se encuentra
la retracción del pronóstico de crecimiento norteamericano que aunque exhibe
una mejoría significativa respecto a 2016, retorna al promedio débil del
2,2% del período y debido a la inexistencia del prometido “plan de obras
públicas”, se aleja de las expectativas iniciales. Entre las segundas se
combinan una leve mejoría japonesa y un mayor crecimiento europeo
traccionado por la Eurozona que en 2017 habría alcanzado un ritmo de entre
el 2,1 y el 2,4%. Un valor que, si bien se encuentra entre los más altos
registrados en años pos crisis 2008/9, está sujeto a varias limitantes.
Entre ellas: no dista mucho de marcas ya alcanzadas en 2015 y 2010 y no
puede desvincularse del rebote que sigue a depresiones profundas como
muestra por ejemplo el “milagro portugués” -un crecimiento de algo más del
2% luego de un retroceso profundo de la economía y una contracción salarial
acumulada del 25%.

Pero a decir verdad uno de los factores más significativos que desde el año
pasado tracciona suavemente a la economía mundial es –una vez más- China
que, mencionada en frases secundarias por el FMI y la OCDE, muestra una muy
leve, aunque inesperada aceleración. Asunto problemático por partida doble.
Por un lado, si para los organismos internacionales no resultaba alentador
que la única esperanza provenga de Donald Trump tampoco lo es que derive de
Xi Jinping. Otra vez china -que luego de siglos vuelve a abrazar ideas
confucianas- tira del carro y en este mismo acto se presenta a la vez como
alivio y amenaza para el desordenado orden mundial. Es sabido que aquello de
“guardián de la globalización” es una mezcla de retórica con necesidad para
una China que está incrementando sus intenciones nacionalistas. Pero, por
otro lado, el empuje chino resulta en gran parte consecuencia de retomar la
senda de los estímulos fiscales materializados en inversión pública.
Mientras tanto los flujos totales de financiación continúan en valores muy
elevados como porcentaje del PBI -a pesar de la adopción de medidas de
desapalancamiento dirigidas en particular al sistema financiero en las
sombras. Estos factores retratan las dificultades que enfrenta la intención
de virar hacia un “cambio de modelo” -aun cuando el avance en inversiones
chinas en el terreno internacional resulta significativo- y suman riesgos
financieros a una economía mundial sujeta a la persistencia de un alto nivel
de apalancamiento.

En el capítulo Resiliencia en tiempos de alta deuda, la OCDE señala que en
términos globales los ratios de endeudamiento de los hogares y las empresas
no financieras que se dispararon hacia fines de los años ’90 y alcanzaron un
máximo alrededor de 2007/2008, permanecen en valores elevados –incluyendo el
mercado de la vivienda. El organismo alerta sobre la correlación entre alto
endeudamiento y riesgo futuro de recesiones severas. Quizás estén pensando
–entre otros asuntos- en la nada despreciable probabilidad de una nueva
burbuja bursátil en Estados Unidos asociada al recorte impositivo de
reciente aprobación parlamentaria –único éxito económico significativo de
Donald Trump hasta el momento. Ambos organismos alertan que, si en el corto
plazo el crecimiento puede intensificarse, no hay que descartar la
posibilidad de traspiés que golpeen sobre la valuación de los activos -que
en algunos casos rozan máximos posteriores a los picos de la crisis-
empeorando las condiciones financieras.

En este contexto general, el frenesí derivado de la tasa de crecimiento del
PBI mundial más alta desde el inicio de la recuperación en 2010 –equivalente
al 3,6% y cuatro décimas por encima del valor de 2016- luce ciertamente
lábil. En el análisis de la OCDE el repunte más vigoroso y sincronizado
entre países luego de Lehman, sigue resultando moderado en comparación con
recuperaciones anteriores y el crecimiento per cápita en la mayoría de ellos
no alcanzará los niveles previos a la crisis. Sin embargo, el asunto no
concluye aquí.

Lo último que se pierde

Las inestabilidades financieras son una especie de marca de origen de los
años de auge neoliberal en general y del período pos Lehman en particular.
Su potencial catastrófico nunca debe desatenderse. No obstante -y
reflexionando en términos estratégicos- el dato más novedoso parece ser el
hecho de que los organismos internacionales están perdiendo la esperanza
hacia el mediano/largo plazo. Aún si ningún nuevo cataclismo –cuya
probabilidad naturalmente aumenta en función de la debilidad económica
estructural y de sus derivacionespolíticas- se interpusiera, de acuerdo a la
OCDE “el ritmo de crecimiento mundial se mantendrá firme pero no por mucho
tiempo”. Por estas pampas, estos augurios podrían sintetizarse en una suerte
de menemismo al revés: “estamos bien, pero vamos mal”.

Si bien los pronósticos no son –y mucho menos los de mediano o largo plazo-
el fuerte de los organismos, vale la pena detenerse en ellos porque
justamente hacen foco en el movimiento de las principales variables que
importa observar. El FMI prevé que antes de haber retornado a los valores
previos a la crisis el crecimiento de las economías avanzadas disminuya
durante los próximos años convergiendo hacia un débil promedio de 1,7%.
También la OCDE estima que hacia 2019 el ritmo de crecimiento disminuya en
la mayoría de las grandes economías alcanzando también la economía mundial
un pico en 2019 para luego comenzar a retroceder.

Resulta que este quebranto de la esperanza de los organismos internacionales
nos devuelve al asunto original. Porque sucede que para apreciar el
trasfondo de la dialéctica economía mundial/“reformas”/”fin del trabajo”, es
preciso enfocarse en los mismos aspectos que desalientan a los organismos en
el mediano y largo plazo. A saber: el ritmo de crecimiento del comercio
mundial, de la inversión y de la productividad. Este trípode –al que debe
adjuntarse con un estatus superior el estado de las relaciones
interestatales- da cuenta del núcleo duro de la dinámica de la economía
capitalista entendida más allá de la inmediatez de retoños y luces tenues.
Centrémonos entonces en la dinámica de estas variables.

Comercio e inversión: dos vasos demasiado vacíos

El FMI pronostica un crecimiento del 4,2% del comercio mundial para 2017. Si
bien este valor se encuentra claramente por encima del incremento efectivo
del 2,4% registrado en 2016 –el más bajo desde 2009- la cifra en sí misma
dice poco del movimiento real si se dejan de lado una serie de
observaciones. En primer lugar -y como elemento más inmediato- es muy
probable que el ascenso se explique en parte por la acción combinada de una
recuperación leve de la economía mundial y el pronunciado retroceso del
comercio durante 2016. En segundo lugar y aunque en términos absolutos
muestra la marca de crecimiento más alta del comercio desde la caída de
Lehman volviendo a superar el incremento del PBI, aún no alcanza a
sobrepasarlo en un punto porcentual como lo hizo en promedio entre 2008 y
2015. Y, en tercer lugar, continúa muy lejos del promedio de las décadas
previas a la crisis cuando el crecimiento del comercio duplicaba el
incremento del PBI. Así lo confirma la OCDE que al tiempo que exhibe la
marca alcanzada, prevé una dinámica del comercio que continuará siendo suave
en comparación con los niveles anteriores a la crisis. Por otra parte, la
dinámica del comercio mundial -indicador fundamental de la
potencia/impotencia de la “globalización” y por tanto del estado de salud
del “modelo neoliberal”- no puede desvincularse de las crecientes tensiones
interestatales derivadas. El ascenso de tendencias nacionalistas en un mundo
altamente “globalizado”, tiene múltiples manifestaciones como las paradojas
flagrantes al interior de la Organización Mundial del Comercio. En su última
reunión, mientras China pretendía el rol de “garante de la globalización” y
el representante de Trump aparentaba retirar al país del “libre comercio
global”, los representantes de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón se
unían en un documento común atacando implícitamente a China con la
pretendida misión de “fortalecer el compromiso por un comercio mundial
parejo”. Las “cuestiones de la política” y aquellas de la economía aparecen
estrechamente entrelazadas cuando se observa que la dinámica del comercio
mundial se vincula muy de cerca con el movimiento de la inversión -otra de
las variables fundamentales a observar- que constituye el componente del PBI
que acapara la mayor parte de las importaciones.

Nuevamente el FMI acusa una tímida satisfacción proyectando un incremento de
la inversión global. Sin embargo, la OCDE observa que si bien la inversión
aumenta en la mayoría de las economías avanzadas, el repunte continúa siendo
más débil que en el promedio de las recuperaciones previas. Según el
organismo incluso si al conjunto de los países de la OCDE se les agrega
China, Rusia, Brasil, Taipei, Hong kong, India, Indonesia, Malasia,
Filipinas, Singapur, Sudáfrica, Tailandia y Vietnam e incluyendo los
pronósticos favorables para 2018 y 2019, la intensidad de la inversión
–relación entre el crecimiento de la inversión en capital fijo y el
crecimiento del PBI- se mantiene por debajo del promedio global del largo
período que se desarrolla entre 1987 y 2007. Considerando igual grupo de
países, la OCDE destaca que el promedio de crecimiento de la inversión
durante la recuperación de los años 2002/2007 -pos crisis 2001- se hallaba
-inversamente a la situación actual- claramente por encima de aquella media.
En un sentido similar resulta significativo confrontar la evolución de la
inversión privada fija neta no residencial como porcentaje del PBI para el
caso particular de Estados Unidos durante igual lapso respecto de la
evolución de los años pos Lehman. De la comparación surge que mientras que
en el período 1987-2007 la variable mostró un incremento promedio anual del
3,08%, creció apenas 1,86% entre 2008 y 2016 (construcción propia en base a
datos del Bureau of Economics Analisys). Abordamos en diversas oportunidades
la cuestión de la debilidad de la inversión como uno de los núcleos duros
que fundamentan el estancamiento de largo plazo tras la convulsión de
2008/2009. También la OCDE considera la evolución de la inversión como una
de las vulnerabilidades estructurales claves hacia el mediano plazo. El
organismo prevé que en la economía mediana de la OCDE la inversión durante
el bienio 2018/19 se sitúe cerca de un 15% por debajo del nivel necesario
para garantizar que el stock de capital neto productivo aumente al mismo
ritmo medio anual que durante el período 1990/2007. Repara también en dos
factores particulares de tipo estructural que empeoran en asunto. Por un
lado, los coeficientes de amortización se incrementaron desde aquellos años
hasta la actualidad y en consecuencia son necesarias inversiones brutas
mayores para obtener el mismo crecimiento neto del stock de capital. Por el
otro las tasas de rentabilidad mínima requeridas para la inversión
empresarial -en relación con los costos de capital invertido- se sitúan en
niveles muy elevados. Aunque el FMI y la OCDE quieran ver el vaso medio
lleno, lo encuentran demasiado vacío y no hallan más que un consuelo amargo
en la episódica recuperación parcial de los flujos de Inversión Extranjera
Directa (IED) con destino a las “economías de mercados emergentes” y en
particular hacia...China -país del que hablan con el desprecio que suele
dispensar la burguesía hacia los “nuevos ricos”. Como conclusión la OCDE
prevé para 2019 un crecimiento que sufrirá un descenso ligero en la mayoría
de las principales economías a medida que comiencen a aparecer restricciones
de capacidad asociadas en parte a un repunte de la inversión productiva
inferior al necesario para reforzar el crecimiento del producto potencial.
De modo tal que según la evaluación del organismo y en términos generales,
los obstáculos estructurales de largo plazo superan en dinámica las
condiciones cíclicas más favorables. Inevitablemente el tratamiento de la
debilidad de la inversión conduce al análisis de la productividad como otra
de las variables claves.

Productividad y geopolítica

Llegamos de algún modo al nudo de la cuestión. El crecimiento lento del
capital productivo y del producto potencial deriva necesariamente en un
estrecho incremento de la productividad del trabajo. Y precisamente uno de
los lamentos más estridentes de los organismos internacionales se centra en
esta debilidad. En el Compendio sobre indicadores de productividad 2017, la
OCDE señala que la disminución en el incremento de la productividad del
trabajo representa una característica común a todas las economías avanzadas
de mayor tamaño así como que la tendencia de largo plazo sugiere que se
trata de un movimiento que precede a la crisis en alrededor de una década.
Por su parte y centrándose en los años pos Lehman, los informes de The
Conference Board indican que la particular debilidad de la variable en
términos globales durante los últimos años expresa los efectos persistentes
de la crisis financiera y la lentitud con que las nuevas tecnologías se
tradujeron en una mayor productividad.

Frente al discurso que agita la llegada de la “Tercera revolución
industrial” o “La segunda era de las máquinas”, resulta significativo
reparar en el estado de sorpresa escéptica expresado desde The Conference
Board. De acuerdo con el análisis de la entidad, la disminución generalizada
de la productividad desconcertó tanto a los economistas como a los líderes
empresariales. Un extrañamiento que –según idéntica fuente- se incrementó a
la luz de los acelerados cambios tecnológicos y la innovación
particularmente en las tecnologías de la información y de la comunicación en
las últimas décadas. Existe evidentemente una brecha reveladora entre
desarrollo tecnológico y productividad explicada en gran parte por la
debilidad de la inversión y la consecuente escasez de dinámica de la
economía mundial. The Conference Board concluye que una multiplicidad de
factores como la crisis económica y financiera de 2008/9 y la
flexibilización monetaria que condujo a rendimientos relativamente bajos en
la economía real –incentivando el destino de dinero hacia instrumentos
financieros y propiedades inmobiliarias- juega un papel destacado en la
desaceleración de la productividad. Vaya paradoja: la flexibilización
monetaria como instrumento clave que permitió evitar una dinámica
catastrófica tras Lehman, agudiza la “competencia” entre finanzas y
producción a tal punto que deviene fuente esencial de la debilidad
estratégica de la economía capitalista en su conjunto.

Según la entidad el raquitismo en el crecimiento de la productividad resultó
particularmente pronunciado durante los últimos cuatro años, aunque durante
2017 se habría verificado una reversión. El incremento pronosticado del 1,9%
de la productividad en 2017 en términos globales frente al 1,3% de los
últimos dos años, se encuentra no obstante sujeto a una multiplicidad de
limitantes. En primer lugar, si la productividad se mide en términos de
cantidad de producto por trabajador –como lo hace The Conference Board- su
incremento se deriva lógicamente del repunte relativo de la economía mundial
en un escenario de escaso crecimiento de inversión de capital y baja
creación de empleo. En segundo lugar, la mejora no logra siquiera retornar
al estrecho nivel de 2,1% de 2014 que aún se mantenía alejado del 2,6%
promedio del período 1999/2006 previo a la crisis (Productivity Brief 2015).
En tercer lugar y en las economías centrales, la entidad asocia la mejoría
no al factor tecnológico sino a causas coyunturales como el incremento
cíclico de la demanda en Europa o a una disminución de la creación de empleo
en Japón, Reino Unido o Estados Unidos –donde el crecimiento de la
productividad aún se mantiene entre el 0,8 y el 1%, o sea por debajo del ya
pobre nivel de 2013. Por último y de acuerdo con The Conference Board, el
repunte de la productividad en 2017 queda fundamentalmente explicado por los
“mercados emergentes” y en particular por el rol de las mayores economías
como –nuevamente- China. Aún así la productividad en este último grupo de
países que según la entidad se fortalece significativamente, continúa
también muy por debajo de la línea de tendencia.

Permítasenos aquí lo que podría parecer una digresión hacia la “cuestión
china” donde la productividad oficia –quizá de manera más prístina que otros
escenarios- de conector entre economía, cuestiones militares y relaciones
interestatales. Si la productividad crecía en China a un elevado 9,5%
promedio anual entre 2007 y 2012, se desaceleró luego a alrededor del 7%
entre 2013/14 hasta alcanzar el 4% en la actualidad. A pesar de la
declinación, el crecimiento continúa siendo acelerado y en la apreciación de
The Conference Board, resulta sólido y podría estar mejorando ligeramente.
No obstante, la producción por persona empleada todavía equivalía a
alrededor del 19% de la de Estados Unidos en 2015. Una distancia muy grande
cuando el aumento de la productividad en China representa una cuestión cada
vez más apremiante. Se trata de una economía muy intensiva en trabajo que
–aunque paulatinamente- está perdiendo las ventajas de salarios baratos y de
un mercado laboral abundante en el contexto de una dinámica global
estancada. Como abordamos hace tiempo en Robótica, productividad y
geopolítica, esta serie de elementos remite casi en espejo tanto a las
necesidades de producción de distintos tipos de plusvalía como a las
relaciones interestatales. En el plan político de Xi Jinping la
incorporación de nueva tecnología ocupa un lugar estratégico en el que la
frontera entre lo económico y lo militar se esfuma. El proyecto de la Ruta
de la Seda conocido también como One Belt, one road –un cinturón, una
carretera- quiere significar nada menos que China ansía llegar a África y a
Europa tanto por tierra como por mar. Este proyecto incluye el desarrollo de
la armada en la que se concentra gran parte de la tecnología y que –al menos
como mensaje- expresa un giro desde una política militar defensiva –el
ejército como fuerza privilegiada- a una de tipo ofensiva. En este contexto
en el que la adopción de tecnología deviene un asunto vital tanto en el
terreno económico como en el militar, en el simbólico como en el real, no es
casual que la unidad entre Donald Trump, la Unión Europea y Japón se haya
revigorizado al interior de OMC para condenar implícitamente a China por
–entre otros asuntos- la exigencia de “transferencias tecnológicas
forzadas”.

Tanto en las contradicciones del discurso de la “tercera revolución
industrial” como en la dimensión geopolítica, la cuestión de la
productividad emerge como síntoma fundamental de la imposibilidad de la
economía capitalista de operar cambios significativos bajo las condiciones
“normales” de las últimas cuatro décadas.

A modo de conclusión

Hasta los “tecno optimistas” más recalcitrantes aceptan que la economía
mundial resulta víctima de una disminución en el crecimiento de la
productividad, aunque prefieren achacarla “simplemente” a “la Gran Recesión
y sus consecuencias” sugiriendo que “ponerse al día” puede llevar “hasta
décadas” (Brynjolfson, E. y McAfee, A., La segunda era de las máquinas). En
este escenario general y sin negar la pérdida actual de puestos de trabajo
en determinados sectores y países, los pronósticos que auguran la
eliminación masiva de empleos -como consecuencia de una nueva revolución
tecnológica y no de un salto en la crisis económica mundial- están más cerca
del relato que de la realidad.

Los actuales adelantos técnicos resultan sorprendentes, pero no son capaces
de impulsar por sí mismos grandes mutaciones en la economía sin pasar por el
“filtro” de una inversión de capital suficiente como para transformarlos en
productividad del trabajo o nueva fuerza productiva. La combinación de
inversión débil, productividad por debajo de los promedios históricos,
pronóstico a mediano plazo de crecimiento económico mundial descendente y
continuidad del lugar protagónico de la valorización financiera, no parecen
estar augurando el advenimiento de una “revolución industrial” sino más bien
años de debilidad endémica del capital. Un escenario en el que podrán
sucederse modestas recuperaciones como la actual y nuevos episodios
catastróficos.

Este es el contexto concreto e inmediato en el que hay que interpretar la
miríada de ataques a trabajadores pasivos y activos -más allá de las
condiciones de regresividad en las que el capitalismo podría absorber una
eventual revolución tecnológica. La debilidad endémica actual del capital se
traduce en una política de siembra sistemática del terror que busca abrir
paso a una nueva avanzada sobre amplios sectores de trabajadores. En este
contexto la contradicción entre discurso y acto resulta elocuente. A la
inversa del relato de gran parte del Mainstream económico y tecnológico, las
reformas previsionales y laborales en boga pretenden casualmente más trabajo
(aumento de la edad de retiro o de la jornada laboral) y no menos, en
condiciones de flexibilización creciente. Una suerte de contraofensiva del
neoliberalismo senil carente de las grandes conquistas de su versión
original.

En todo caso y volviendo a la relación entre tecnología y geopolítica, el
estancamiento actual de la “empresa neoliberal” hace pensar que las
condiciones para nuevas transformaciones económicas y revoluciones
tecnológicas a gran escala no pueden desvincularse de las crecientes
tensiones interestatales donde el elemento militar adopta una presencia
creciente. Como desarrolla con lujo de detalles David Gordon en The rise and
fall of American Growth, el elemento militar (la Segunda guerra mundial)
cumplió un rol determinante en la transformación de los adelantos
tecnológicos en potencia económica. Sin simplismos ni analogías forzadas, el
lugar de la guerra como “el milagro económico que rescató a la economía
americana del estancamiento secular de los años ’30” (Gordon, R., The rise
and fall of American Growth) no puede resultar indiferente en el escenario
actual. Se trata de un sitio que debe revisitarse y reinterpretarse a la luz
de la dinámica de una realidad singularmente compleja en la que conviven
estancamiento económico, avance tecnológico y la novedad contradictoria del
ascenso de tendencias nacionalistas en un mundo profundamente “globalizado”.

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