México/ El tsunami obradorista y el espaldarazo a la "mafia del poder" Manuel Aguilar Mora]
Ernesto Herrera
germain5 en chasque.net
Sab Jul 7 13:53:48 UYT 2018
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Correspondencia de Prensa
7 de julio 2018
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México
Después del 1° de julio
El tsunami obradorista y el espaldarazo a la “mafia del poder”
Manuel Aguilar Mora *
Ciudad de México 6 de julio de 2018
“Ha habido en las pasadas elecciones claramente un ganador, un virtual
ganador, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien obtuvo una victoria
clara, contundente e inobjetable. ”El reconocimiento de su victoria da
certidumbre” son algunas de las muchas palabras pronunciadas por Enrique
Peña Nieto, presidente de México, con las cuales sintetizó lo que la “mafia
del poder” de la cual es él conspicuo representante, piensa en estos días
inmediatos posteriores al triunfo electoral arrasador de AMLO. En efecto, la
primera entrevista que AMLO tuvo después del 1° de julio fue precisamente
con Peña Nieto con quien se reunió dos días después a solas en el Palacio
Nacional durante varias horas ante la expectación de los medios que
esperaban sus declaraciones al final de la reunión.
Cordialidad entre AMLO, Peña Nieto y la “mafia del poder”
Así fue que salieron al público las fotos de los dos personajes sentados y
caminando por los salones del Palacio casi como antiguos amigos, con
palmadas de AMLO a su acompañante al que elogió y apoyó sin cortapisas. Ante
los medios describió el encuentro como cordial y al referirse al proceso
electoral felicitó a Peña por su conducta en el mismo en términos que
seguramente le supieron a gloria a éste: “Yo he padecido de ese
intervencionismo faccioso que no corresponde a sistemas políticos
democráticos y ahora debo reconocer que el presidente Enrique Peña Nieto
actuó con respeto y las elecciones fueron, en lo general, libres y limpias”.
Una opinión que obviamente no se puede comprobar fácilmente y que Ricardo
Anaya, el candidato de la coalición del PAN, acusado sin pruebas por el
gobierno de Peña de ser cómplice de negocios de lavado de dinero, no
comparte en absoluto.
AMLO y Peña Nieto se comprometieron a realizar la mejor coordinación posible
durante la larga transición gubernamental de cinco meses que la arcaica ley
electoral vigente señala entre el día de las elecciones presidenciales y la
toma de posesión del candidato ganador. Como se ha dicho, Peña felicitó a
AMLO por su triunfo y le ofreció todas las garantías para que el gabinete de
secretarios (ministros) ya nombrado por AMLO trabaje junto con los suyos
para emprender los planes relacionados con las cuestiones que afectan
directamente la puesta en marcha de la siguiente administración, entre las
cuales está el presupuesto de 2019. Y también los dos fueron enfáticos y
repetitivos en lo que para ellos surge cada vez más como evidente y que es
lo fundamental: enviar un mensaje de tranquilidad lo más claro y contundente
posible a los mercados y los inversionistas de que sus intereses son
preservados. Y en efecto la confianza y tranquilidad de la generalidad de
los empresarios ante el triunfo de López Obrador se ha expresado en que
desde dos días antes de las elecciones, la Bolsa Mexicana de Valores está
cerrando con alzas y en que el peso ha avanzado un 1% en su valor ante el
dólar estadounidense.
Al día siguiente vino la siguiente entrevista precisamente con los
empresarios del Consejo Coordinador Empresarial, el cual en la figura de su
presidente Juan Pablo Castañón, acompañado de otros prominentes miembros
como el conspicuo y belicoso Claudio X. González, se expresaron en los
mejores términos, abrazándose y declarándose prestos a colaborar lo mejor
posible con el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
“Necesitamos un gobierno sólido y fuerte” dijo Castañón en un tono muy
diferente del que usaron él y sus colegas cuando antes de las elecciones
criticaron a AMLO en una carta abierta publicada ampliamente en que
reclamaban a AMLO sus declaraciones contra ellos: “Así no” decían en su
carta impugnando las opiniones críticas de AMLO contra la “mafia del poder”,
privilegiada con el tráfico de influencias con el gobierno de Peña Nieto.
Atrás quedaron, pues, los calificativos apocalípticos que consideraban a
AMLO un “peligro para México” y la convocatoria a no votar por él como lo
hicieron los magnates Germán Larrea y Alberto Bailléres, dos de los hombres
más ricos del país. Alfonso Romo, próximo jefe de gabinete presidencial
obradorista, amigo y colega de dichos magnates lo dijo con claridad: “ entre
los representantes de la iniciativa privada y AMLO hay ahora una Luna de
miel y se quieren todos”. Ya no son miembros de la “minoría rapaz” de antes
del 1° de julio.
También la cuestión de la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de
México (NAICM) se mantiene dentro de cauces de un diálogo con los magnates
“sobre su viabilidad” y ya no se critica su construcción como lo que es, un
atentado colosal contra el medio ambiente de la región del vaso del antiguo
lago de Texcoco.
En su camino hacia la silla del águila en la que se sentará el 1° de
diciembre ya están anunciadas las próximas estaciones: Trump y AMLO ya se
intercomunicaron y Mike Pompeo, quien era director de la CIA en el gobierno
de Trump y de ahí pasó a ser secretario de Estado, visitará próximamente el
país y se entrevistará con Peña y AMLO; en este mes se reunirá con los
presidentes que asistirán a una reunión en Puerto Vallarta; durante agosto y
septiembre se dedicará a perfilar su programa de gobierno y en octubre y
noviembre hará una nueva visita a las diversas regiones del país para
presentar sus planes de desarrollo integral.
En el discurso en el Zócalo, en la noche del 1° de julio festejando su
victoria ante la multitud que lo aclamaba, AMLO se apresuró, aprovechando el
momento, para anunciar su visión del México democrático que quiere presidir
y mandar un mensaje a los capitalistas que son los amos de México. Con una
franqueza completa expresó muy en alto cuáles serán las libertades que
reinarán en su gobierno y entonces mencionó, cómo no, la “libertad de
empresas”, primero que la de reunión y de expresión. Así nadie podrá
llamarse a engaño sobre donde pisa el Peje.
Ellos los hombres y las mujeres más ricos entre los ricos, los agrupados en
el Consejo Mexicano de Negocios no se han tardado en reaccionar y cuatro
días después de la victoria obradorista ya se reivindican como los mejores
aliados del nuevo líder nacional. Aupados por los medios de comunicación que
son sus instrumentos, en especial las dos cadenas televisoras principales,
Televisa y TV Azteca, allí aparecen todos ellos en videos rápidamente
montados declarándose partidarios enérgicos e insustituibles del presidente
electo. La “mafia del poder” se declara obradorista.
La política en las elecciones
El trato que está recibiendo de Peña Nieto después de todo es la respuesta a
la estrategia que AMLO puso en práctica desde mediados del sexenio peñista
consistente en convocar al presidente priista a realizar una transición
aterciopelada, adelantándose a la camarilla en Los Pinos en su percepción de
que en las elecciones del 1° de julio saldría como seguro ganador. Fue
tajante una y otra vez: habrá amnistía para Peña Nieto, quien no debería
preocuparse por rendir cuentas de sus numerosos crímenes pues AMLO no lo
perseguiría para tomar venganza. En cambio, Peña y su grupo hicieron todo lo
posible por evitar el triunfo del Peje y hasta sólo días antes del día de
las elecciones los rumores de un fraude corrían como los millones de pesos
que se reportaban en circulación comprando votos: se llegó a reportar la
compra de votos hasta por 5 mil pesos (unos 250 dólares) y más. También se
informó en los medios que aunque hubo miles que aceptaron, otros tanto,
incluso millones, rechazaron vender sus votos a los ofrecimientos que los
partidos hicieron, con el PRI como el que más dinero reservó para esta
compra. Pero la táctica empleada, de nuevo, ante todo por el PRI, partido
que ha perdido por completo la hegemonía dentro del sistema que disfrutó
durante décadas, fue superada del todo por el hartazgo social que llegó a
cotas inauditas de malestar precisamente en el actual sexenio de Peña.
El triunfo arrasador obradorista del 1° de julio (ganó en todos los estados
de la República con la excepción de Guanajuato, el estado de Vicente Fox) ha
cambiado muchas cosas y se explica ante todo por el descontento y la
resistencia sociales de millones de mexicanos y mexicanas, la abrumadora
mayoría de ellos y ellas trabajadores formales e informales por igual
víctimas de las políticas criminales de austeridad, privatizaciones,
violencia y represión que se iniciaron hace más de tres décadas y que
llegaron a su máxima expresión durante el actual gobierno de Peña Nieto.
La astucia de AMLO consistió en entender eso y mantenerse como oposición
leal dentro del sistema, apostando todo, como buen político sistémico, a las
elecciones. Su objetivo era, aceptando las reglas electorales
institucionales, estirar la liga lo más posible. Todo para intentar hacer
imposible un nuevo fraude como los de 1988 (contra Cuauhtémoc Cárdenas) y
2006 (contra él mismo). Había que mantenerse siempre en la línea de la más
estricta legalidad, recurriendo a los baños de pueblo permanente, de allí
las críticas a su “populismo” de muchos de sus adversarios: durante más de
diez años AMLO visitó decenas de municipios del país varias veces. Se
volvió, por mucho, el político más popular y conocido del país.
En el comienzo de su sexenio cuando Peña Nieto convocó al Pacto por México,
AMLO se colocó claramente en oposición al mismo. Conformado con el objetivo
de cubrir las políticas privatizadoras de “tercera generación” con la
sombrilla de la “unidad nacional”, el Pacto por México se integró con los
tres principales partidos PRI, PAN y PRD de entonces, los cuales el 1° de
julio han sufrido la peor derrota de su historia. Por su parte AMLO se
dedicó a fundar y dirigir el Morena que en menos de cinco años se ha
convertido en el partido mayoritario: según el INE contabilizados los
sufragios emitidos los resultados arrojan más de 30 millones de votos (53
por ciento) para AMLO, contra 10.2 millones de Ricardo Anaya (22 por ciento)
candidato de la Coalición encabezada por el PAN y el PRD y 9 millones de
José Antonio Meade (15 por ciento) candidato de la coalición del PRI. Ello
se traduce en una mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso de la
Unión. Igualmente de los nueve estados que tuvieron elecciones para la
gubernatura ninguno ganó el PRI, cinco se los llevó Morena (Veracruz,
Morelos, Chiapas, Tabasco y la Ciudad de México, bastión tradicional del
PRD), Yucatán y Guanajuato correspondieron al PAN, Jalisco fue para
Movimiento Ciudadano, participante en la coalición del PAN y en Puebla
seguramente habrá la intervención del Tribunal Electoral para decidir si el
PAN o Morena es el ganador.
El colapso del sistema tradicional de partidos
La debacle del PRI, del PAN y el PRD es el otro factor político
sobresaliente de las jornadas del 1° de julio cuyas consecuencias incidirán
en el proceso de transformación de las relaciones entre las clases y grupos
sociales. El PRI en sus nueve décadas de existencia tuvo su peor resultado:
triunfó sólo en un distrito electoral de los 300 existentes. Todo le salió
mal desde que decidió elegir a un alto funcionario que nunca había sido
priista como su candidato presidencial: José Antonio Meade, quien fue
secretario de estado durante los gobiernos tanto de Calderón como de Peña
Nieto.
La raquítica bancada de sus diputados será la tercera de la Cámara e
integrada sólo por diputados de proporcionalidad (los llamados
plurinominales). El anuncio de la decadencia priista era ya evidente en su
primera derrota en el año 2000, pero la restauración del gobierno de Peña
Nieto infundió bríos y condujo al descontrol que significó el espectáculo de
corrupción devastador de sus gobernadores en Veracruz, Chihuahua, Quintana
Roo, Coahuila, Tamaulipas y, por supuesto, encabezándolos a todos del propio
Peña Nieto. Refundación del partido, incluido la posibilidad del cambio de
nombre, son los temas que confronta una dirección desmoralizada que se
encuentra al borde del precipicio.
La marginalidad política a la que fue arrojado el PRI en estas elecciones es
un acontecimiento de envergadura histórica. Se trata ni más ni menos de la
debacle del partido dominante durante la mayoría del siglo XX en México. El
imperio del PRI marcó indeleblemente a la política mexicana. Sus
consecuencias están todavía presentes y no desaparecerán fácilmente. AMLO,
por ejemplo, dio sus primeros pasos de joven político precisamente en el
PRI. Pero el dominio hegemónico priista no logró su restauración definitiva
con Peña. Y las condiciones sociales ya no son las que permiten el
surgimiento de un nuevo PRI. Muchos que consideran que Morena es
precisamente eso, se equivocan como lo hicieron quienes creyeron hace 30
años que el PRD era una versión también de neopriismo. El corporativismo
sindical y el pluriclasismo característicos del PRI desaparecieron para no
volver. Ciertamente hay muchos aspectos del quehacer priista dominante
durante décadas que permearon a distintos sectores políticos y sociales,
pero el priismo como factor político del poder gubernamental y el control y
dominio corporativo de las masas populares encuadradas en una ideología
nacionalista directamente vinculada con mitos provenientes de la Revolución
mexicana, ese priismo histórico caducó y no volverá ya a ser hegemónico.
Estuvo vinculado desde un principio con la instauración de la forma de
estado bonapartista que adquirió la Revolución mexicana hecha gobierno al
principio del siglo XX. El bonapartismo se dotó del partido oficial que en
la práctica constituía un partido único de facto, casi totalitario. Una
burguesía en ascenso, todavía no hegemónica dependía mucho del apoyo y
promoción del estado. Las transformaciones sociales y económicas de los
últimos cuarenta años han cambiado por completo el panorama. Hoy una
poderosa gran burguesía interviene e influye directamente en el estado y no
está interesada en reproducir métodos y prácticas bonapartistas. Por su
parte, los trabajadores que comienzan a politizarse no buscan la
resurrección del PRI sino el surgimiento de organizaciones verdaderamente
clasistas.
El PAN, el tradicional partido conservador fundado en los años treinta del
auge cardenista, con el cual el PRI forjó la mancuerna del PRIAN que dominó
en los últimos treinta años, ha salido también seriamente dañado de estas
elecciones. Ricardo Anaya dividió al partido para lograr la candidatura
presidencial y realizó un esfuerzo político por ampliar los espacios
electorales tradicionales buscando la alianza con el PRD. Su esfuerzo, que
no careció de originalidad, se enfrentó a dos obstáculos que lo estancaron
por completo. Primeramente la división representó la perdida de adherentes
que se fueron con el grupo encabezado por Margarita Zavala, esposa del ex
presidente Felipe Calderón y su unión con el PRD no fue del agrado de
amplios sectores conservadores tradicionales. En segundo lugar, el gobierno
de Peña Nieto, utilizando de modo completamente antidemocrático a la
Procuraduría General de la República, acusó en plena campaña electoral a
Anaya de cómplice de negocios fraudulentos, sugiriendo incluso vinculaciones
con el narcotráfico. Nunca se probaron en forma contundente dichos cargos,
pero obviamente el objetivo político de manchar la campaña del candidato
conservador se logró con creces y la misma se estancó en el segundo lugar
que nunca amenazó la posición puntera que mantuvo AMLO en todas las
encuestas durante los seis meses que duraron la precampaña y la campaña
propiamente dicha.
El PRD, el otra hora orgulloso “partido de izquierda”, representa tal vez el
caso más desolador del panorama de la crisis de los partidos. Apenas con el
5 por ciento de los votos generales, perdió la joya de la corona que mantuvo
durante más de 20 años como su baluarte, la Ciudad de México y fue arrojado
a un lejano cuarto lugar con una pequeña representación en la Cámara de
diputados. Su alianza en la coalición con el PAN fue una especie de suicidio
político al mostrar que la dirección del partido en manos de la corriente
denominada de los chuchos (Jesús Ortega, Jesús Zambrano) ya no respondía a
principios sino a las crudas necesidades electoralistas sin ningún tipo de
justificaciones ideológicas y políticas. Con este comportamiento, el PRD
perdió por completo identidad y ha sido arrojado a la anomia política que
anuncia su no muy lejana desaparición.
La utopía obradorista
La rapidez con la que se están sucediendo los acontecimientos como
consecuencia del alud electoral que ha favorecido a AMLO y a su partido
representa un desafío para el análisis y por tanto para la orientación
política. Los millones de votantes que han visto en AMLO la alternativa para
superar las condiciones del malestar y la violencia a las que han llevado
las políticas de los gobernantes en los últimos treinta años también están
en una luna de miel con él. ¿Cuánto tiempo durará? Dependerá de muchos
factores su tiempo de duración, pero desde hoy se puede decir que no será un
trayecto muy largo. En este mismo sexenio obradorista que de facto se está
iniciando surgirán los conflictos que lo harán no el gobierno de la paz y la
tranquilidad, sino de las movilizaciones y el despertar de las masas
populares.
El imperio del PRI duró de los años veinte al 2000. Ciertamente los factores
de crisis priista comenzaron a desarrollarse desde los años cincuenta y
sobre todo sesenta, pero fueron controlados con masacres (¡Tlatelolco!) y
con ensayos reformistas que todavía tenían cierto margen de maniobra como
los que se dieron durante los años setenta con las presidencias de Luis
Echeverría y José López Portillo. Precisamente en los últimos años del siglo
XX se gestó una primera forma de gobierno que intentaba renovar la hegemonía
burguesa ampliándola con la participación del partido de la derecha en los
asientos del poder político. Los dos sexenios panistas de Fox y Calderón
fueron su resultado finalmente fallido. Después vino la restauración
priista, también fallida, de Peña Nieto.
La burguesía ha aceptado que AMLO con su Morena sea el recambio necesario
para una hegemonía burguesa asediada por una situación socioeconómica
deteriorada cuyas consecuencias políticas pueden ser amenazadoras. Todo
indica que lo ha hecho de modo pragmático, convencida de su necesidad ante
la amenaza de que el espectáculo deprimente de la crisis de los partidos
burgueses tradicionales conduzca a un descontrol político y social. Pero muy
diferente es la interpretación que el torrente masivo que ha determinado la
victoria de AMLO tiene de la situación después del 1° de julio. La mayoría
de esa masa busca una alternativa que alivie una situación que ha empeorado
sus condiciones de vida de modo cada vez más intolerable. La luna de miel
con AMLO que ofrece y convoca a la conciliación, al amor y la paz en estos
primeros días de su victoria se demostrará del todo insuficiente para lograr
esa alternativa esperada. En el México violento, dividido socialmente y
sediento de justicia es una oferta utópica. Las cuestiones que aquejan a los
trabajadores y al pueblo oprimido en general no serán resueltas con la
conciliación con sus verdugos y represores.
El programa que ha presentado AMLO se puede sintetizar en dos ejes:
introducir una política moralizadora, con el ejemplo sobresaliente de la
honradez del propio AMLO y sus colaboradores cercanos, para desterrar la
corrupción gubernamental lo cual significaría la liberación de miles de
millones de pesos que se dedicarían al desarrollo ante todo del mercado
interno y para el financiamiento de proyectos de asistencia social: becas
para los jóvenes estudiantes y los millones de ninis (ni estudian, ni
trabajan) por igual, un sistema universal de salud pública y una ayuda
directa a las personas de la tercera edad. ¿Cómo y cuáles serán los métodos
y procedimientos para el financiamiento de tales programas? AMLO en todas
las entrevistas y polémicas nunca contestó con precisión, dejando en la
oscuridad lo relacionado a la política fiscal y contentándose con afirmar
una y otra vez que no habrá alza de impuestos, ni mayor endeudamiento y, por
supuesto, ninguna reforma fiscal.
El otro eje vinculado a la cuestión que junto a la corrupción fue un punto
de la agenda de la campaña de todos los candidatos, o sea la violencia, la
seguridad y la consecución de la paz, también AMLO no avanzó mucho más de
plantear que promovería una amnistía para todos aquellos que fueran capaces
de reintegrarse a la vida social y abandonar los quehaceres delictivos.
¿Cómo? Enfocándose en las causas sociales y económicas que producen las
pautas delictivas para a partir de su solución desaparezcan los objetivos de
la delincuencia. En las reuniones de cada mañana con sus colaboradores se
hará el seguimiento de la campaña de pacificación en la cual las fuerzas
armadas seguirán siendo fundamentales hasta que surjan otros cuerpos (una
guardia nacional, por ejemplo) que las sustituyan en el futuro.
En todo lo demás la estrategia económica de AMLO no representa una variante
de la línea neoliberal dominante desde hace tres décadas. Ya no reivindica
la marcha atrás de las privatizaciones energéticas y se limita a proponer
menor dependencia del exterior, por ejemplo, construyendo refinerías. De
hecho propone la creación en la frontera norte de “zonas francas” como las
que ya existen en varios países de Centro y Suramérica y que son un ejemplo
mayúsculo de explotación de la mano de obra y del surgimiento de enclaves
extraños al cuerpo social de los países en donde se instalan.
Dos causas serán centrales para definir su relación con la masa popular que
lo apoya y considera su líder. La del Nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México y la reforma educativa. En el caso del NAICM su posición ha
venido reculando desde que en un inicio se opuso a la construcción del
mismo. Los pueblos en defensa de la tierra que están amenazados con la
construcción del NAICM están dispuestos a seguir en su lucha y seguramente
lo presionarán. Esta será una cuestión decisiva que definirá ante los
sectores populares su situación. La otra es la reforma educativa. Miles de
maestros tanto del sindicato oficial como de la Coordinadora Nacional de
Trabajadores de la Educación votaron por él y esperan que eche abajo la
reforma educativa de Peña Nieto. Así lo ha prometido y también esta cuestión
será definitoria de su actitud con respecto a los millones de votantes que
le dieron el triunfo.
Conclusión
AMLO y Morena tienen un reto político colosal. Las contradicciones que se
desprenden de su victoria aplastante son enormes. El líder es la pieza
central del binomio porque Morena y sus aliados son un bloque integrado por
corrientes absolutamente diversas ideológica y políticamente consideradas.
Lo mismo hay antiguos miembros prominentes del PRI como del PAN, los hay
izquierdistas de las corrientes estalinistas y maoístas como evangélicos y
ultraderechistas católicos. Magnates como Carlos Slim, Azcarraga (Televisa)
y Salinas Pliego (TV Azteca) han puesto alfiles en sus filas y líderes y ex
líderes charros como Napoleón Gómez Urrutia (que será senador) y Elba Esther
Gordillo también lo apoyan. Y en sus listas plurinominales del Senado está
Nestora Salgado, la promotora de la policía comunitaria en Guerrero.
Este guacamole político tendrá que ser arbitrado por el máximo líder. A los
cinco días después de la victoria aplastante de AMLO, hecho definitorio de
un brusco cambio en los niveles gubernamentales en más de cincuenta años,
todo indica que la lucha política de México ha entrado a una nueva etapa
pues al mismo tiempo millones de mexicanos y mexicanas han dado un batacazo
formidable a uno de los establishments más poderosos del capitalismo
latinoamericano. En cierta forma se ha abierto en México un capítulo nuevo
de su lucha de clases.
* Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS). Integró el Comité de
lucha de Filosofía y Letras en 1968 al lado de José Revueltas. Fue fundador
del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1976, y miembro del
Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional junto a Ernest Mandel. Es
coautor de varios libros, entre los cuales están Interpretaciones de la
Revolución Mexicana (1979), ¿Adónde va el mundo? (2002) y La noche de Iguala
y el despertar de México (2015). Es autor de La crisis de la izquierda en
México. Orígenes y desarrollo (1978), El bonapartismo mexicano, dos tomos: I
Ascenso y decadencia, II Crisis y petróleo (1982) y El escándalo del Estado.
Una teoría del poder político en México (2000). Es profesor investigador de
la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) en la cátedra de la
Academia de Historia y Sociedad Contemporánea, en la cual enseña Historia
del siglo XX, mundial y nacional. Ha participado en la organización de
movimientos sociales, sindicales y políticos.
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