Nicaragua/ Ayer es hoy, multiplicado [Sergio Ramírez]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 11 17:20:48 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

11 de julio 2018

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Nicaragua

 

Ayer es hoy, multiplicado

 

Tras más de dos meses de siega, la cuenta se acerca a 300 asesinados,
cazados por francotiradores, ejecutados con un tiro en la nunca, tiroteados
por paramilitares. Y los heridos llegan a 1.500

 

Sergio Ramírez *

 

El País, 11-7-2018

https://elpais.com/

              

La tarde del 23 de julio de 1959 se produjo en una calle de León la masacre
de estudiantes de la que fui sobreviviente y que marcó mi vida para siempre,
ejecutada por soldados del ejército de la familia Somoza.

 

Era una manifestación de protesta, y ya nos retirábamos hacia la universidad
cuando estallaron las bombas lacrimógenas, y a los primeros disparos de los
fusiles comencé a correr. Me topé con la puerta de servicio del restaurante
El Rodeo. La empujé, y cedió. Se oía el tableteo de una ametralladora y
seguían las descargas de los fusiles. Subí a la segunda planta. Había ahí
tres niñas en una cama, aterrorizadas, en compañía de una empleada. “Estamos
solas aquí”, me dijo la mujer”, con voz temblorosa.

 

En absoluta inconsciencia me asomé por el balcón y vi a los soldados
colocados en tres filas: de pie, de rodillas y acostados en el suelo, los
fusiles humeantes. El de la ametralladora, echado en la acera de la esquina.
En el pavimento, los cuerpos desperdigados. Alguien me gritaba: “¡una
ambulancia!, ¡una ambulancia!”.

 

Pregunté a la mujer si había un teléfono. No tenían. Un cura bendecía a un
herido. Era norteamericano, según supe luego. Creo recordar que se
apellidaba Kaplan. En ese momento escuché la sirena de una ambulancia, pero
los soldados no la dejaban pasar. Fernando Gordillo, mi amigo, envuelto en
la bandera de Nicaragua, marchaba a media calle, ofreciéndole su pecho al
pelotón.

 

El recuerdo de Fernando caminando envuelto en la bandera me parece un sueño.
En ese momento el pelotón comenzó a retroceder en formación, sin voltearse,
hacia el cuartel a una cuadra de allí. Erick Ramírez, mi compañero de banca
en el aula de primer año de derecho, estaba tendido en la calle. Tenía un
orificio en la espalda. Me arrodillé a su lado para decirle que lo
llevaríamos al hospital. Cuando lo volteé vi que tenía el pecho desflorado
por un balazo.

 

Subimos a los heridos y a los muertos en taxis y en vehículos particulares
para llevarlos al hospital. Allá, la confusión era grande. Descubrí sobre
una de las losas a Erick, y en otra a Mauricio Martínez, también compañero
de banca. Los tres nos sentábamos juntos en la primera fila, los tres
teníamos 17 años, y ahora ellos dos estaban desnudos sobre las losas, bajo
el chorro de una manguera que los lavaba. ¿Cómo se entiende eso de la muerte
a los diecisiete años? También lavaban los cadáveres de José Rubí y Erick
Saldaña, estudiantes de medicina.

 

Un grupo nos fuimos a la Radio Atenas a hacer un llamado a donar sangre.
Entró al estudio una patrulla encabezada por el teniente Villavicencio,
compañero de aula también, con órdenes de impedir que se siguieran
transmitiendo los llamados. No se podía divulgar la noticia de la masacre,
ni siquiera pedir sangre.

 

Regresamos al hospital y en el portón encontramos una caravana de seis
ambulancias del Hospital Militar que enviaba desde Managua el presidente
Luis Somoza. Venían médicos de gabachas almidonadas, enfermeras de blanco
impoluto. En la primera ambulancia, viajaba al lado del chofer el arzobispo
González y Robleto.

 

Una multitud de estudiantes, furiosos ante el cinismo de la dictadura,
impedía a los médicos y enfermeras bajarse, y luego empezó el intento de
empujar las ambulancias para voltearlas. No olvido la cara de terror del
anciano arzobispo detrás del vidrio de la ventanilla. Tres años atrás había
decretado funerales de “príncipe de la iglesia” para el viejo Somoza,
fundador de la dinastía.

 

El presidente de los estudiantes impuso la cordura. Al fin las ambulancias
pudieron retroceder de regreso a Managua. A la medianoche, llevamos los
cuatro ataúdes en procesión hacia el paraninfo de la universidad.

 

Cerca de la madrugada, Rolando Avendaño, estudiante de derecho, me propuso
que hiciéramos un periódico dedicado a la masacre. Conseguimos unas viejas
máquinas de escribir, y amanecimos trabajando en las notas. Se imprimió de
manera clandestina en un taller tipográfico, y antes del mediodía circulaba
con sus gruesos titulares en rojo.

 

Fueron cuatro muertos y más de 70 heridos aquella tarde. Hoy, tras más de
dos meses de siega, la cuenta se acerca a 300 asesinados, cazados por
francotiradores, ejecutados con un tiro en la nunca, tiroteados por
paramilitares desde vehículos en marcha, quemados vivos dentro de sus
hogares, aún niños de pecho. La inmensa mayoría son jóvenes, y hay al menos
25 menores de 17 años. Como nosotros entonces. Y los heridos llegan a 1.500.

 

Ayer es hoy, multiplicado. 

 

* Escritor y periodista. Premio Cervantes de literatura 2017. Vicepresidente
en el gobierno del FSLN entre 1985 y 1990. Fue uno de los fundadores del
Movimiento por el Rescate del Sandinismo (MRS) en ruptura con el orteguismo.
(Redacción de Correspondencia de Prensa) 

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