Uruguay/ Indigencia: dormir en las puertas del "banco país" [Leonardo Haberkorn]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 22 00:02:10 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

22 de julio 2018

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Uruguay

 

Gente de la calle

 

Indigencia: dormir en las puertas del banco país

 

El emblemático edificio de la sucursal 19 de Junio es un imán para los que
viven en la calle.

 

Leonardo Haberkorn *

 

El Observador, 21-7-2018

https://www.elobservador.com.uy/

 

Garúa. Hace una hora que comenzó el 18 de julio. La avenida que lleva el
nombre de esa fecha patria, la principal del país, está casi desierta. Hace
frío. Una docena de orientales sin hogar se refugia de la noche, la llovizna
y el viento acurrucada contra el edificio de la sucursal 19 de Junio del
Banco República (BROU). (1)

 

Las alusiones patrióticas no levantan la temperatura helada. La mayoría
duerme sobre cartones y acolchados viejos cuando hay más suerte. Marcos Leal
y Carlos Cseszlyar, sin embargo, están despiertos. Contra la pared del
edificio, rodeados de sus pocas pertenencias y ajenos a un vecino que duerme
sentado, Marcos y Carlos hacen lo mismo que todas las noches: dibujan.

 

Dibujan gente, personajes de historietas, líneas geométricas. Llenan una
hoja y empiezan otra. Las noches, además de frías, son largas.

 

Marcos es rubio, de ojos claros y 24 años. Carlos es morocho, tiene barba y
ya cumplió 53. Siempre andan juntos.

 

Sobre la esquina de 18 y Minas, Pablo Rosa, de 25 años, también está
despierto. Sentado sobre cartones, en sus rodillas se apoya la cabeza de
Katy, su novia, que no para de toser.

 

"Tengo miedo", le dice ella. Se siente mal, tiene fiebre y los ojos aguados
por la gripe. Está acostada sobre un cartón y un acolchado, la cabeza sobre
las piernas de Pablo, un zapato puesto y el otro no. "¿Querés ir al
médico?", le pregunta él. Llevan más una vida juntos y cuatro años eternos
en la calle, desde que los desalojaron de un baldío.

 

Katy tose, cierra los ojos y se acurruca contra su novio.

 

Dibujantes nocturnos

 

Todas las noches, entre una y dos docenas de personas duermen en la vereda
de la sucursal 19 de Junio del Banco República, uno de los edificios
emblemáticos de la ciudad, frente a la plaza de los Bomberos. En las redes
sociales hay videos donde se ven casi 30 personas durmiendo.

 

Nadie sabe con exactitud cuánta gente vive en las calles de Montevideo. El
último dato del Mides, que hablaba de 1.651 personas, es de 2016. Las
autoridades admiten que hay un aumento de los "campamentos" en la vía
pública y que eso preocupa, dijo a El Observador la directora del
departamento de Protección Integral en Situaciones de Vulneración, Eleonora
Bianchi.

 

El edificio 19 de Junio del Banco República es un imán para los que viven en
la calle porque su diseño hace que toda la vereda de esa cuadra de 18 de
Julio quede bajo techo. Además, las dos entradas al banco están sobre una
escalinata y cubiertas por otro ancho alero, lo que permite que quienes se
acuestan allí queden por sobre el nivel de la acera y cubiertos por un doble
techo.

 

Nada que frene al frío y al viento, pero mejor que nada.

 

Además de Marcos Leal, Carlos Cseszlyar, Pablo Rosa y la engripada Katy, hay
una decena de personas durmiendo, divididos en dos grupos. Unos están en la
entrada al banco que está en 18 de Julio casi Magallanes, como Marcos y
Carlos, que siguen dibujando. Y otros en la entrada de 18 de Julio y Minas,
como Pablo y Katy, que sigue tosiendo. 

 

Los de un grupo no pueden ver a los del otro. Entre ellos hay una larga
hilera de cajeros automáticos, ellos sí con techo y abrigo. Los cajeros
están dentro de una casilla que se agregó al edificio, rompiendo sus líneas,
avanzando sobre la vereda, partiendo en dos la fachada y sacrificando una
fuente con luces de colores que ya no existe.

 

Contra el borde más cercano a 18 de Julio de la casilla de cajeros, en un
lugar que no tiene escalinata ni alero, es decir a nivel del piso, al lado
la gente que pasa caminando y con una protección mucho menor contra la
lluvia, hay un montón de algo tapado por un nylon: es imposible determinar
si es otra persona que duerme allí debajo o si son solo las pertenencias de
otro habitante de la calle.

 

Cada tanto alguien ingresa a la caseta de cajeros a retirar dinero. Entran
sin mirar a los que solo van al banco a dormir. Nadie mira al hombre que
duerme sobre un cartón, tapado con una frazada roja y negra, ni al pedazo de
pan y la cucharita de plástico que están tirados a su lado. Tampoco al otro
hombre que duerme directamente sobre el piso y sin ningún abrigo, que no
tiene frazada, ni nylon, ni siquiera una campera con la que protegersedel
frío.

 

Ahí, contra la esquina de Minas, también están Jairo Pérez, 29 años, y su
pareja Verónica Hernández, de 33. Están durmiendo. Levantan sus cabezas un
segundo, saludan con un ademán y vuelven a acostarse.

 

A diferencia de otros que llevan años en la calle, Jairo y Verónica son
nuevos. Antes pagaban $ 13 mil por mes por una pieza en una pensión, pero
Jairo perdió las changas que tenía y se quedaron sin dinero y sin techo.

 

Jairo dice que fue adicto tiempo atrás pero ya está recuperado y que
Verónica tiene cáncer y estaba tratándose hasta que quedaron en la calle.
Entonces dejó de ir al hospital, porque ahora no pueden dejar solas sus
frazadas -que son lo único que tienen-, porque se las roban.

 

"Alquilar es más barato que dormir en una pensión, capaz que por $ 6 mil por
mes conseguís algo. Pero nadie te alquila si no tenés una garantía de Anda o
de la Contaduría. Entonces terminás en las pensiones, que son carísimas",
lamenta.

 

Cualquier pensión de mala muerte cobra $ 500 o $ 600 por día: una fortuna a
fin de mes.

 

El empleo más habitual de Jairo es en una empresa que arma carpas para
fiestas y acontecimientos sociales al aire libre, pero el trabajo decae
mucho en invierno y hace ya semanas que no lo llaman.

 

"A veces te da vergüenza estar de día en una plaza con todo este bolserío.
La gente te mira mal. Son más los que te discriminan que los que te ayudan".

 

"Nos ven como extraterrestres"

 

Más temprano hay más gente. Algunos llegan allí solo para conseguir un plato
de comida caliente, pero luego no se quedan a dormir.

 

Martín Borland tiene 42 años. Vive en unas viviendas en obra en Malvín
Norte, donde hace de sereno a cambio de que lo dejen dormir. Cada noche se
sube a su bicicleta y recorre casi 15 kilómetros, ida y vuelta, para comer
algo caliente.

 

Por allí pasan repartiendo alimentos, entre varios otros, Remar, estudiantes
de colegios privados y la Momo Brigada, un grupo de amigos vinculados al
carnaval organizados para ayudar a los que duermen en la calle.

 

En la madrugada de la fecha patria, los que solo van al banco a comer ya se
fueron.

 

Marcos Leal y Carlos Cseszlyar siguen dibujando. Tienen una cartuchera llena
de biromes, drypens, lápices de colores viejos y una regla que dice París y
tiene imágenes del Arco del Triunfo y la torre Eiffel. 

 

Con una lapicera roja, Marcos dibuja ojos en un block. Son ojos recargados,
como de figuras antiguas egipcias. "Cuando caí en la calle en 2015 había
mucho menos gente que ahora. Ahora somos una cantidad", dice.

 

Carlos pregunta si no sé de algún empleo o si habrá una oportunidad laboral
en el diario. Puede dibujar, dice, hacer de portero, tareas de vigilancia,
lo que se necesite. Marcos asiente. Él también necesita trabajar, una changa
aunque sea. Ayer una mujer en Pocitos les dio $100 a cada uno, pero no
pueden vivir así, librados a esa suerte.

 

"No me canso de preguntar en todos lados si no necesitan a alguien y no bajo
los brazos, pero nadie te ofrece nada", lamenta Carlos.

 

"La gente se endureció", comenta Marcos.

 

Es difícil conseguir trabajo cuando no se tiene una dirección para dar, ni
un número de teléfono. Carlos tiene un celular y le prometieron conseguirle
un chip y un cargador, pero le han prometido tantas cosas que ya no sabe.

 

"No todos tenemos antecedentes, no todos estamos para el alcohol y la droga,
pero la gente cree que sí. Somos del mismo país, pero nos miran como
extraterrestres", dice Marcos."Nadie nos ofrece un laburo". Habla y dibuja
otro ojo.

 

Carlos vuelve a preguntar si no habría algo en el diario. Desde 2013 a 2015
trabajó en una empresa de seguridad, lo que le permitía vivir en una
pensión, después quedó sin empleo y en la calle.

 

Marcos fue pareja de una hija de Carlos. Tienen historias paralelas, según
cuentan. Carlos estuvo en la Armada. Marcos en el Ejército. Los dos dicen
que pidieron la baja porque ganaban muy poco. Los dos trabajaron en empresas
de vigilancia. Los dos llevan tres años en la calle. A los dos les robaron
sus cosas mientras dormían en el parque Rodó. Los dos dicen que no tienen
antecedentes. Que son sobrios. Que quieren trabajar. Que ya no soportan más
vivir en la calle. Los dos me piden que por favor transmita que necesitan
una oportunidad. Mientras tanto, dibujan.

 

Tan vacía está 18 de Julio que un taxista pega la vuelta en la mitad de
cuadra.

 

Romeo y Julieta

 

Las cifras oficiales dicen que cada noche el Ministerio de Desarrollo Social
(Mides) ofrece 1.500 camas para gente sin hogar. Y que 3.371 personas
pasaron por sus refugios en 2017. Pero en la sucursal 19 de Junio del BROU,
mientras la garúa clava sus púas sobre la plaza de los Bomberos, todos se
quejan del Mides. Dicen que hay que pasarse el día entero en la "puerta de
entrada", en Convención esquina Paysandú, a veces solo para enterarse a
última hora que no hay lugar en los refugios. Que el ambiente no es bueno.
Pablo dice que a Katy le deshabilitaron la tarjeta del Mides por quejarse en
la TV. Jairo cuenta que viven con una tarjeta del Mides de Verónica, que
apenas le da 500 pesos por mes. "El Mides quedó en venir y seguimos
esperando. Estamos cansados de estar en la calle", agrega Pablo.

 

Cuenta que de día se rebusca cuidando autos, pero no le alcanza para pagar
los $600 que cuesta una noche en una pensión. Andan con sus pocas cosas a
cuestas. Si las dejan solas, las pierden. "Nos las han robado y hasta nos
las han prendido fuego. Ayer me robaron los championes".

 

Katy le dice a Pablo que me muestre a Romeo y Julieta. Pablo levanta un
nylon y de una caja para transportar mascotas, saca dos cachorritos. Los
suelta en la escalinata. Corren entre la gente que duerme, aprovechan para
hacer pichí. Katy tose, se ríe y tose otra vez. Pablo les da de comer a los
perritos de un guiso de arroz que hace un rato dejó una de las
organizaciones que reparte comida.

 

Por donde ahora juegan Romeo y Julieta, hace unos días estaban Alejandro Da
Silva y Mayra Machado, una joven pareja, nueva en la calle.

 

Quedaron a la intemperie cuando cerró el restaurante donde Mayra era
auxiliar de cocina. Alejandro tiene una prótesis en lugar de un pie que
perdió por una enfermedad. Tiene dificultades para caminar y le resulta más
fácil andar en bicicleta. Contó que pidió unas muletas en el Mides y no se
las han dado. Que tienen dos hijos que están en la casa de su madre, una
vivienda del Plan Juntos, donde viven siete personas y ya no entra nadie
más. De día van a ver a sus hijos y se bañan en una iglesia. De noche,
duermen en la calle con un ojo abierto para que no les roben la bicicleta.

 

Romeo y Julieta vuelven a su caja. El hombre que dormía sin ningún tipo de
abrigo se despierta, se levanta, camina hacia la esquina de Minas y dobla
hacia Guayabos. Unos minutos después regresa acomodándose la ropa, recoge
sus pocas cosas, se pone un saco sport que es su único y exiguo abrigo, y se
pierde bajo la lluvia.

 

“Esto me sirve más”

 

Apenas le doy las pastillas a Pablo para que le dé a Katy, aparece en la
plaza un hombre de unos 50 años, alto, rubio, pelo corto, una caravana en
una oreja, un piercing en una ceja, chupines, championes Nike y campera
Columbia verde flúo.

 

Trae frazadas y acolchados. Sube la escalinata del lado de la calle
Magallanes, donde todos duermen menos Marcos y Carlos que siguen dibujando,
ensimismados y en silencio.

 

El recién llegado, Walter Mendaro, pregunta a viva voz quién necesita
frazadas. Una anciana de gorro de lana gris se despierta y Mendaro la saluda
a los gritos y por su nombre. Luego baja la escalinata y se dirige al
indescifrable montículo tapado de nylon que está a mitad de cuadra,
recostado contra los cajeros automáticos. "¡Juan Carlos!, ¡Juan Carlos!,
¿tenés abrigo?, ¿necesitás una frazada?", grita. Como si fuera un milagro,
de entre el bulto de bolsas y nylons emerge una cabeza humana. "Sí",
responde Juan Carlos, toma una frazada y vuelve a sumergirse en su mundo de
nylon.

 

Mendaro dice que su padre lo echó de su casa cuando tenía 12 años y por eso
vivió en la calle hasta los 15, que dormía en la playa del Gas, comía sobras
de restaurantes y hacía unos pesos limpiando los prostíbulos de la calle
Juan Carlos Gómez. Dice que no se olvidó lo que es estar sin nada en la
calle y que por eso, cada noche visita a los que hoy están como él estuvo.
Encabeza una organización llamada "Hijos de la calle".

 

Ahora camina hacia la escalinata de la entrada recostada contra la calle
Minas. Todavía le queda un acolchado. Llega a los gritos. Saluda a Pablo y a
Katy, despierta a Jairo y Verónica. Todos lo conocen.

 

De pronto tiene un gesto inesperado: pide que se corran, que le hagan un
lugar y se sienta con su campera Columbia flúo entre Jairo y Viviana.

 

"¡Sos el único que se sienta con los pibes!", se entusiasma Pablo. Katy se
incorpora y se sienta.

 

"¡Esto es lo que me gusta, lo que me sirve!", dice Jairo con una sonrisa que
hasta ese momento no le había conocido. "¡Que alguien se siente acá y hable
nosotros me ayuda mucho más que los que dejan un plato de comida!".

 

Viviana asiente y agrega con disgusto que hace poco pasó una persona que ni
saludó, solo le preguntó de modo cortante si quería comer y le dejó una
bandeja.

 

Intervengo para destacar la buena intención de los que reparten alimentos,
pero Jairo responde tajante: "Yo no les pido comida. ¡Yo les pido trabajo!"

 

El viento arrecia y la llovizna invade el ficto refugio bancario. Mendaro
mezcla anécdotas disparatadas sobre su vida en la calle y sobre los famosos
que conoció en el carnaval y como conductor en radio Imparcial (hoy tiene un
espacio semanal en radio Fénix).

 

Los entusiasma. Viviana relata que el famoso que siempre pasa por allí y les
regala chocolates es el actor y bailarín Nacho Cardozo.

 

-Que los políticos pasen una noche acá, una sola noche -dice Jairo.

 

-No aguantan ni una -acota Pablo.

 

-¡Si están en campaña, claro que aguantan! -remata Mendaro.

 

Carcajada general.

 

En toda la ciudad

 

Jairo pregunta qué hora es. Dos y diez de la madrugada. En unas horas ya
suena el despertador, se ríe.

 

El "despertador" es el patrullero que cada día, a las seis de la mañana, los
desaloja y los envía a la ciudad con sus bolsos, sus cartones y sus frazadas
a cuestas.

 

-Hoy es feriado -festeja alguien- Capaz que nos dejan un rato más.

 

Recorro 18. Hay gente durmiendo en el ex cine York, en el Trocadero, tres
duermen en una boutique en 18 y Vázquez, dos entre Vázquez y Tacuarembó, uno
logró levantar las cortinas metálicas que cierran el jardín de una sucursal
del BBVA y duerme dentro, dos en la esquina de 18 y Gaboto, uno bajo un
alero del banco Santander de 18 y Arenal Grande, uno en la esquina
siguiente, por lo menos tres en la esquina de Martín C. Martínez, cuatro al
lado de la vieja sede del PIT-CNT.

 

Después, ya de regreso a mi casa, veré más gente durmiendo en otras
avenidas. Por Rivera, por ejemplo, en las esquinas con Simón Bolivar, Brito
del Pino, La Gaceta, Basilio Pereyra de la Luz, Marco Bruto... Y todo un
campamento en el Museo Oceanográfico, en la rambla del Buceo.

 

Tras la recorrida, paso una vez más por la agencia 19 de Junio. En la
esquina con Minas, salvo un hombre que continúa durmiendo, los otros siguen
charlando con Mendaro. En la esquina con Magallanes, todos duermen menos
Marcos y Carlos que continúan ensimismados, dibujando. 

 

Son cerca de las tres de la mañana y la garúa se ha hecho lluvia.

 

Como dice el tango, hasta el cielo se ha puesto a llorar.

 

El BROU no ha analizado

 

Cuando desde la agencia 19 de Junio del Banco República se ha llamado a la
Policía para que despejen las escalinatas de su entrada, la respuesta más
habitual es que no tienen competencia para hacerlo. En el Mides, relató un
funcionario, les han dicho que no tienen capacidad para colocar a toda la
gente que suele congregarse allí. Los que duermen en la entrada al banco
relataron que por lo general no los expulsan de allí, aunque eso sí sucedió
la noche del 4 de julio. "A las once de la noche vino un patrullero y nos
echó a todos", relató uno de los entrevistados. "No teníamos a dónde ir".
Desde la casa central del BROU se informó han advertido un aumento en la
cantidad de personas que pasan allí la noche, pero todavía no han evaluado
qué medidas tomar. Mientras tanto, el sindicato bancario AEBU tampoco ha
analizado el caso, según dijeron varios dirigentes consultados. 

 

* Historiador y periodista.

 

Nota 

 

1) Denominado “banco país” por el marketing oficial. (Redacción de
Correspondencia de Prensa). 

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