Estado español/ El colapso de Rajoy y la disyuntiva de las izquierdas [Gustavo Buster]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jun 3 18:30:54 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

3 de junio 2018

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Estado español

 

Reino de España: El colapso de Rajoy y la disyuntiva de las izquierdas

 

Gustavo Buster *

 

Sin Permiso, 3-6-2018

http://www.sinpermiso.info/

 

Finalmente, M. Rajoy se ha visto reflejado en el espejo de la moción de
censura: él es el monstruo. O al menos hay el suficiente número de diputados
del arco parlamentario que lo ven como tal tras la sentencia del caso Gürtel
y las que se avecinan en los numerosos casos de corrupción del PP
pendientes.

 

Aunque lo decisivo ha sido que el PNV volcase con sus cinco diputados la
balanza -una semana después de votar a favor de los presupuestos del PP y
otorgarle a Rajoy dos años más de legislatura-, no se hubiera producido sin
el cambio de clima político generado por la propia presentación de la moción
de censura. El PNV ha aplicado la misma lógica del mal menor a las nuevas
circunstancias: en ningún caso quiere unas elecciones generales que permitan
rentabilizar a Ciudadanos su tendencia en las encuestas. La idea de Rivera
como presidente o vicepresidente de un gobierno de coalición con el PP es
una pesadilla para el bilateralismo autonómico, para el concierto económico
vasco y para la negociación de un nuevo estatuto pactado con Bildu.

 

No hizo falta esperar a la intervención de Rivera en la moción de censura
del jueves por la tarde (ver las actas del debate), algunos de cuyos
elementos el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, calificó de
fascistoides. El PNV negoció por la mañana con el PSOE que se mantendrían
los presupuestos aprobados la semana anterior -criticados por la UE, que no
espera que cumplan los acuerdos sobre el déficit- y que cobraría su segundo
“cuponazo”, a cambio de sus cinco votos. Pedro Sánchez aceptó y se
comprometió públicamente desde la tribuna del Congreso. Rajoy comprendió en
ese momento, a pesar de la ingenua sorna de su grupo parlamentario, que
acababa de perder la moción de censura.

 

No fue el único. La portavoz de Coalición Canaria, Ana Oramas, hizo una
nueva pirueta para colocar su veleta a favor del viento, anunciando su
abstención en una de las primeras intervenciones de la tarde del jueves,
antes de que Aitor Esteban, el portavoz del PNV hiciera público su apoyo.
Rajoy ya no estaba presente, porque no volvió al hemiciclo y siguió la
hecatombe de su gobierno haciendo una larga sobremesa en un restaurante
cercano. Ha sido su última y original contribución a la democracia
parlamentaria del Reino.

 

La descalificación mutua asegurada

 

El inició de los debates, con la presentación del secretario de organización
del PSOE, Abalos, y la respuesta de Rajoy, fue un intercambio de
descalificaciones. De Rajoy, como responsable de la corrupción del PP, de la
que no tiene responsabilidad criminal porque la ley aplicable en ese momento
solo contempla la responsabilidad civil. Y del PSOE por parte de Rajoy,
acusándole de dejarse arrastrar por la ambición personal de su secretario
general, pretendiendo ignorar la corrupción en sus propias filas,
ejemplarizado en el caso de los ERE de Andalucía. El oportunismo de Sánchez
llevaría al Reino de España a un callejón sin salida, al poner en peligro la
estabilidad económica lograda con el pacto presupuestario y la firmeza del
frente constitucionalista del art. 155, al depender de los votos de los
independentistas catalanes. El espectro de la “coalición frankenstein” fue
invocado, sin darse cuenta de la negociación que tenía lugar a sus espaldas
para evitar precisamente otro monstruo: el de una “coalición golem” entre el
PP y Ciudadanos a la vuelta de la esquina.

En su segunda réplica al candidato socialista, Rajoy intentó calmar los
temores ante la transformación que estaba teniendo lugar en la tribuna,
jaleado por los diputados del PP: “yo seguiré siendo español”.
Efectivamente, era ya parte de la “triste historia de España”.

 

La gestión bonapartista de un proyecto contradictorio

 

En su primera intervención como candidato, Sánchez ya no tuvo que entrar más
que de pasada en el intercambio de descalificaciones y se centró en
gestionar las propias contradicciones de su moción de censura. Reiteró que
se presentaba “sin condiciones ni negociaciones”, porque la moción respondía
a una cuestión de salubridad democrática. Que una vez resuelta con la caída
de Rajoy, ofrecía una negociación con todas las fuerzas políticas para fijar
la fecha de las elecciones, recuperada la “normalidad democrática” y
aplicado un programa social de urgencia a base de las propuestas socialistas
bloqueadas por la Mesa del Congreso.

 

La ambigüedad osciló de un polo a otro: entre los que no querían elecciones
hasta tener la garantía de que se haya bloqueado a Ciudadanos (y el PP se ha
recuperado lo suficiente para ello), como es el caso del PNV y los
independentistas catalanes (que al mismo tiempo posibilitaban un “govern
viable” con el que negociar); y los que hubieran preferido elecciones cuanto
antes para reflejar parlamentariamente la nueva correlación de fuerzas, a
menos que esta se reconociera sobre la marcha con un gobierno apoyado no en
84 diputados del PSOE, sino en los 152 que suman PSOE, Unidos Podemos y
Compromís.

 

En las sucesivas réplicas de Pedro Sánchez a los distintos grupos
parlamentarios, pero en especial al PNV y a Unidos Podemos, se hizo evidente
que su objetivo es retrasar la convocatoria de elecciones todo lo posible. A
pesar de contar solo con un gobierno monocolor del PSOE -para evitar la
oposición interna de los barones socialistas enfrentados a Podemos- y tener
que negociar permanentemente. Sin tener ni siquiera, como punto de partida,
un acuerdo mínimo “a la portuguesa” ni poder enarbolar de manera creíble la
amenaza de llegar a acuerdos con Ciudadanos e incluso el PP en “los temas de
estado”. Es decir, la gestión de los presupuestos del PP y de la crisis
constitucional en Cataluña tras el levantamiento del art. 155 con la toma de
posesión del nuevo govern Torra.

 

Uno de los primeros problemas que tendrá el gobierno Sánchez, con una
minoría de solo 84 diputados, es que la amenaza de llegar a acuerdos con el
PP o Ciudadanos carece por el momento de credibilidad. Tras la reacción de
los diputados del PP ante el triunfo de la moción de censura y la reacción
de su portavoz Rafael Hernando, es evidente que -tras intentar colocar a los
más de 1.500 altos cargos desalojados de la administración y abrir el debate
sucesorio bajo control del propio Rajoy- no quedará tiempo ni ganas más que
de hacer una oposición feroz que coloque, de paso, a Ciudadanos -el segundo
“judas” según Hernando- en su sitio. Y por lo que respecta a Ciudadanos,
visto también el berrinche de Rivera al ver bloqueado su ascenso en unas
prontas elecciones -como proponía con su “moción instrumental”- por una
mayoría aún más importante que la que ha provocado la caída de Rajoy, solo
le queda derechizarse, aún más si cabe tras su frente “España ciudadana”,
para atraer a los desencantados votantes de la derecha “de toda la vida”.

 

La derecha, sobre todo el PP, tiene muchos instrumentos para poder acosar al
nuevo gobierno socialista. Hay que mencionar una vez más el análisis de
Javier Pérez Royo: la suma de PP y C’s tiene mayoría en la Mesa del
Congreso, 166 diputados y el PP cuenta por si solo con una mayoría en el
Senado capaz de bloquear las iniciativas parlamentarias de la izquierda. El
fiel de la balanza está en manos de los nacionalistas vascos y los
independentistas catalanes, cuyas prioridades, por otra parte, son
evidentes. Como todo gobierno minoritario, su gestión tendrá que apoyarse en
decretos que sean ratificados por una mayoría similar a la que ha apoyado la
moción de censura.

 

El margen de maniobra es, por lo tanto, muy pequeño. Más si se tiene en
cuenta que la coyuntura económica puede volver a ensombrecerse con un
aumento de los tipos de interés del BCE, la subida de los precios de la
energía y las disputas comerciales entre EEUU y la UE. Ese pequeño margen
dependerá también de la capacidad de contrarrestar la presión
“normalizadora” de la UE, que hemos visto en plena actuación en Italia estos
días, y buscar alianzas con los países del Sur de Europa, sobre todo con
Portugal, en esta tarea. La gestión del déficit público será esencial en dos
aspectos: en la negociación inmediata de la crisis fiscal de las autonomías
-que en buena medida tendrá que ser bilateral, una a una, tras haber
dinamitado Montoro los acuerdos de la ya olvidada Conferencia de Presidentes
autonómicos con sus acuerdos presupuestarios- y en las negociaciones para el
presupuesto de 2019, cara al largo ciclo electoral que tendrá lugar ese año,
con Unidos Podemos, que deberían tener lugar entre octubre y diciembre de
este año.

 

El Partido Popular puede estar tentado de complicar vengativamente estos
procesos paralelos. Para empezar, ganando tiempo y titulares de prensa con
enmiendas a su propio presupuesto en el Senado, azuzados desde el Congreso
por un Ciudadanos en pleno fervor centralista y españolista. Unos
presupuestos que cuentan con la oposición de cinco de las fuerzas políticas
que apoyaron la moción de censura.

 

La nostalgia del “talante”

 

Lo que queda, por lo tanto, es una removilización del electorado del PSOE
cara al largo ciclo electoral con una serie de medidas simbólicas del cambio
de la correlación de fuerzas que se abre en el horizonte, pero que aún tiene
que materializarse. Pedro Sánchez las ha enunciado como la reforma de la Ley
Mordaza (no su simple desaparición), la modificación de la reforma laboral
del PP (no la del PSOE), la reforma del Consejo de RTVE y la recuperación de
la universalidad de una sanidad pública que, tras años de recortes, se
encuentra saturada y con disfuncionalidades importantes, a pesar del
esfuerzo casi heroico de sus trabajadores. La añoranza por la primera
legislatura de Zapatero, tras la cooptación de las movilizaciones del
2003-2004, inspira este nuevo “talante”.

 

Pero ha corrido mucha agua bajo el puente desde el brutal giro neoliberal
zapaterista de mayo de 2010. Las consecuencias sociales de la gestión
neoliberal de la crisis han sido devastadoras y la crisis política y
territorial del régimen del 78 no permite volver a las supuestas “épocas
doradas” del arbitraje zapaterista. La prueba del algodón de los próximos
meses será la gestión de la crisis constitucional en Cataluña. Es evidente
que el solo cambio del delegado del gobierno en Barcelona y una modificación
de la orientación de la fiscalía tras el levantamiento del art. 155, cuando
entra en funciones un “govern viable”, debe permitir la recuperación del
diálogo institucional y la suavización de las tensiones. Pero más a corto
que a largo, la cuestión esencial para desbloquear el actual choque es la
situación de prisión provisional y exilio de los exconsellers. Y es en
definitiva una solución para ello lo que explica el voto a favor de la
moción de censura del PDeCAT y de ERC. Lo que implica, se explique como se
explique, un cambio en la trayectoria del PSOE como parte del “frente
constitucionalista” que apoyó la represión de la consulta del 1 de octubre y
la intervención de la Generalitat.

 

¿Un gobierno de 152?

 

La debilidad de un gobierno con 84 diputados, sometido a estas
contradicciones, es evidente. Y los mecanismos bonapartistas de gestión que
se apuntan, ante una dura confrontación social con las derechas (basta
recordar su movilización en 2004-2006), también.

 

Pablo Iglesias -que ha aceptado la narrativa de la “incondicionalidad” de la
moción de censura para pasar la página de su no apoyo a la investidura de
Sánchez en 2016-, ha ofrecido un gobierno de coalición apoyado en 152
diputados, lo que supone situar las negociaciones inevitables que se
avecinan no en el legislativo, sino en el ejecutivo y en la fase de
elaboración de las propuestas. Con ello respondía al horizonte dibujado por
el propio Sánchez en el debate de la moción: la propuesta de que las
izquierdas ganen juntas las próximas elecciones generales.

 

Porque lo que no es concebible, ni siquiera para la derecha del PSOE, es que
en la actual polarización política sea posible mantener tras las elecciones
generales la fórmula de un gobierno monocolor minoritario socialista. La
propia argumentación sobre la “excepcionalidad” de la moción de censura,
centrada no en las políticas del PP sino en su corrupción, lo implica.
Sánchez espera, desde el aparato del estado, reforzar la movilización de su
electorado, confirmar su hegemonía en el conjunto de las izquierdas,
subordinar a Unidos Podemos a su proyecto y, en definitiva, iniciar después
una reforma controlada del régimen del 78.

 

Quienes están convencidos del carácter irreformable de este régimen pueden
optar por la tentación de situarse en la oposición frontal, apelando a la
melancolía del 15-M frente a la del zapaterismo. No les va a faltar
argumentos ante los continuos zig-zags que se avecinan del gobierno Sánchez.
Pero otra de las lecciones de este periodo de grandes movilizaciones
paulatinamente frustradas es que los movimientos sociales necesitan una
salida política electoral, que solo es posible con la perspectiva de un
gobierno de coalición de las izquierdas. Lo que está pendiente es la lucha
por la hegemonía en las izquierdas para determinar la naturaleza de su
programa.

 

Un síntoma de cuál es la actual correlación de fuerzas es que ese gobierno
de coalición no es planteable en el PSOE sin reabrir la crisis política que
provocó la dimisión y reelección de Pedro Sánchez como su secretario
general. Para Unidos Podemos la cuestión es cómo cambiarla, construyendo una
alternativa de las izquierdas de aquí a las elecciones generales, desde la
negociación parlamentaria y la movilización social, con un programa de
medidas urgentes frente a las consecuencias de la crisis económica y del
régimen del 78 y, al mismo tiempo defender sin complejos la necesidad de
procesos constituyentes para construir una alternativa a esta segunda
restauración borbónica.

 

En un tiempo de frankensteins conviene recordar los sueños prometeicos de
sus creadores: “debería ser tu Adán, pero soy tu ángel caído”. 

 

* Gustavo Buster  Co-editor y miembro del comité de redacción de Sin
Permiso.

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