Brasil/ Populismo religioso y evangelismo político [Lamia Oualalou]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jun 5 12:44:46 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

5 de junio 2018

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Brasil

 

Populismo religioso y evangelismo político en Brasil 

 

La elección del pastor Marcelo Crivella como alcalde de Río de Janeiro en
2016, expresó el crecimiento de las iglesias evangélicas en la política
brasileña. Su poder no reside solo en sus candidatos sino en su capacidad de
presión a los partidos tradicionales. En Brasil ya no es concebible, para
quien es candidato a un puesto importante, manifestarse abiertamente a favor
del matrimonio homosexual o del aborto. Los evangélicos parecen estar
imponiendo su agenda.

 

Lamia Oualalou *

 

Nueva Sociedad, junio 2018 

http://nuso.org/

 

Río de Janeiro, sus playas de arena fina, su carnaval y... su alcalde
evangélico. El 30 de octubre de 2016, las elites brasileñas recibieron con
estupor el triunfo de Marcelo Crivella, obispo de la Iglesia Universal del
Reino de Dios, en las elecciones municipales. A los 58 años, este hombre
afable, que fue ingeniero, estrella de la música góspel, misionero en África
durante diez años, senador y ministro, quedó a la cabeza de la segunda
ciudad del país. «Agradezco a Dios por este momento, ni en mis previsiones
más optimistas pensé que esto sucedería; esta vez, la mayoría está con
nosotros, y es una enorme responsabilidad», declaraba al conocerse los
resultados.

 

Por supuesto, la religión no explica por sí sola este éxito electoral. El
Brasil de 2016 estaba sacudido por una ola conservadora que el pastor supo
surfear hábilmente contra Marcelo Freixo, el candidato de la izquierda
percibido como demasiado liberal por la mayoría de los cariocas. Pero el
fenómeno religioso es de amplio alcance: en 2016, unos 250 pastores y otros
obispos evangélicos se postularon a los cargos de alcalde o consejero
municipal; 25% más que en las elecciones anteriores. Y lo hicieron con un
éxito considerable. En 2008, San Pablo contaba con 5 representantes
evangélicos en el Consejo Municipal; en 2012, eran 8. Y, cuatro años más
tarde ya eran 14.

 

Hasta la década de 1970, los evangélicos eran vistos como apolíticos. Pero
todo cambió con la nueva Constitución, en 1988, tras el restablecimiento de
la democracia. Fue la Asamblea de Dios la que produjo este cambio de rumbo
al decidir presentar un candidato por estado. Desde entonces, fue seguida
por prácticamente todas las denominaciones evangélicas. El objetivo
anunciado era defender la libertad religiosa, moralizar la política,
proteger la familia y los valores cristianos contra proyectos de ley
considerados escandalosos, que contemplaban la despenalización del aborto o
la unión de personas del mismo sexo. Se trataba también de defender
intereses corporativos. 

 

En 1982, el Parlamento solo contaba con dos diputados evangélicos. En 1986,
eran 18; en 1990, 23; en 2002, 59; en 2010, 73; y en 2014, 87 (sobre 513).
La progresión solo se detuvo una sola vez, en 2006, tras darse a conocer la
participación de varios representantes electos evangélicos en un escándalo
de corrupción ligado a la compra de ambulancias. Y para 2018, los
evangélicos pretenden alcanzar los 150 diputados.

 

¿Pero cuál es el argumento político de estos candidatos? «Un hermano vota
por un hermano: un adepto de una Iglesia evangélica es considerado por los
fieles más ‘confiable’ que los demás candidatos», resume Denise Rodrigues,
politóloga de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Así, Marina
Silva, candidata del Partido Verde en las elecciones presidenciales de 2010,
obtuvo impresionantes resultados en barrios pobres donde su discurso
ecológico tenía pocas posibilidades de seducir. Sin ocultar que era
integrante de la Asamblea de Dios, nunca lo usó como argumento de campaña.
Su pertenencia bastó, sin embargo, para que los pastores llamaran a votar
por ella. Según una encuesta realizada en 2012 por el instituto Datafolha,
un tercio de los electores evangélicos declararon votar por el candidato
señalado por su pastor, mientras que otro tercio lo «toma en consideración».
Más asiduos a los ritos que los católicos, menos educados ya que provienen
mayoritariamente de sectores sociales desfavorecidos, los evangélicos están
más expuestos a la influencia de su guía espiritual.

 

Algunos líderes mediáticos, como el pastor Silas Malafaia que dirige la
Asamblea de Dios Victoria en Cristo, se convirtieron en maestros del
aprovechamiento de este poder. «A mí no me interesa ser candidato. Lo que me
gusta son los entretelones de la política, me divierte. En el nivel local,
imponemos a quienes queremos. En las últimas elecciones municipales, lancé a
un ilustre desconocido para el público en general, pero que era una
referencia para los evangélicos: estuvo entre quienes obtuvieron la mayor
cantidad de sufragios», cuenta. Hace referencia a Sóstenes Cavalcante, uno
de los más jóvenes integrantes del Parlamento Federal en 2015.

Así, se observa el surgimiento de un populismo religioso, es decir, una
identidad política basada en la pertenencia a una iglesia, que articula el
voto de un grupo de electores atraído por esta identidad, pero también por
prácticas de asistencia social realizadas por las redes de templos
diseminados en el tejido urbano. «Se trata de un nuevo tipo de populismo en
Brasil, producto de la identificación entre representación y electorado
propuesta por las instituciones religiosas», analiza Rodrigues.

 

Que tantos pastores hayan sido elegidos en el nivel local y en el Congreso
Federal se debe también a las especificidades de un sistema proporcional de
lista abierta en una sola vuelta. El número de bancas obtenidas por cada
coalición es el resultado de un cálculo complejo bautizado «cociente
electoral». Concretamente, si un candidato obtiene un gran número de votos,
permite a su lista hacer ingresar al Parlamento diputados que, sin embargo,
obtuvieron muy pocos sufragios. Este sistema incita a los partidos a seducir
a personalidades y líderes carismáticos. Se los llama «puxadores de voto»
(aspiradoras de votos). Para seducir, las coaliciones deben impulsar a
personalidades de todo tipo –estrellas del entretenimiento, el deporte o la
religión–, hasta extremos caricaturescos. En 2010, el diputado federal más
elegido del país, con un 1.350.000 votos, fue el payaso Francisco Everardo
Oliveira da Silva, alias «Tiririca». En 2014, el pastor Marcos Feliciano
recibió alrededor de 400.000 votos, tras ser noticia por sus diatribas
homofóbicas. Un resultado que le permitió «hacer que entraran» con él varios
diputados, todos de la «familia cristiana».

 

Este mecanismo llevó a los partidos a competir para atraer a pastores
carismáticos, aun cuando su retórica se opusiera al programa y la tradición
del movimiento político. Su designación depende de la congregación de la
cual provienen. «En el caso de la Asamblea de Dios, las disidencias son
grandes y cada uno de los líderes regionales tiene poder, lo que torna
imposible la elección de una lista a escala nacional», explica Bruna
Suruagy, profesora de la Universidad Presbiteriana Mackenzie. En
consecuencia, las candidaturas provenientes de esta iglesia son a menudo
voluntarias, surgidas de personas con una elocuencia cautivadora, percibidas
como elegidas por Dios por su capacidad para movilizar multitudes. 

 

En el caso de la Iglesia Universal, en cambio, es un consejo de obispos
cercano al líder Edir Macedo el que señala a los candidatos, en general
religiosos conocidos por los medios de comunicación. Se trata de un
procedimiento totalmente vertical, sin intervención de la comunidad. Para
promover a sus pupilos, la Universal utiliza su canal de televisión, la Rede
Record –la segunda del país–, su canal religioso TV Universal, así como una
veintena de canales locales. También recurre a la red Aleluia, que cubre 75%
del territorio con 80 radios AM y FM, así como al diario gratuito Folha
Universal, a varias revistas y al portal de internet Universal.org. Todos
los candidatos son actualmente miembros del Partido Republicano Brasileño
(PRB), el partido de la Universal, fundado en 2005. Con sus 12.000 pastores
y 7.000 templos, la congregación lo convirtió exitosamente en su brazo
político informal. El número de representantes municipales electos del
partido creció 33% entre 2012 y 2016 y obtuvo el trofeo especial de la
alcaldía de Río de Janeiro. 

 

El PRB se convirtió también en el principal instrumento de alianzas
políticas de la iglesia. José de Alencar, vicepresidente durante los dos
mandatos de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) había surgido de allí, lo
que muestra el acercamiento de la Universal al ex-sindicalista metalúrgico.
En efecto, aunque católico, el acaudalado industrial José de Alencar debía
volver a Lula más simpático a los ojos de los empresarios, pero también de
los evangélicos.

 

Este «nicho» de votos hace ingresar al Congreso Federal –y las asambleas
locales– a un número creciente de militantes evangélicos, conocidos a menudo
por sus carreras de cantantes de góspel y apoyados por una red de radios y
canales de televisión. «Para los puestos ejecutivos, y especialmente para la
elección del jefe de Estado, esto no funciona; la mayoría de los brasileños
decide sobre todo sobre la base de cuestiones económicas y sociales, como la
tasa de desempleo, el nivel del salario mínimo o la seguridad», explica
André Singer, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de San Pablo.
«Pero si la elección es muy reñida, esta población puede inclinar el
resultado a un lado o al otro», agrega. 

 

El crecimiento de los evangélicos tiene otro impacto: obligar a los
candidatos de todos los sectores a optar por posiciones cada vez más
reaccionarias. «Las campañas electorales siguen estando dominadas por las
cuestiones económicas, pero los temas morales adquieren allí un lugar
creciente, lo que implica un discurso cada vez más conservador de los
partidos, preocupados por no contrariar al electorado evangélico», estima
Singer. En Brasil ya no es concebible, para quien es candidato a un puesto
importante, manifestarse abiertamente a favor del matrimonio homosexual o
del aborto. El ejemplo de las elecciones presidenciales de 2010 y 2014 es
elocuente. 

 

Mujer, divorciada y miembro de la guerrilla que se sublevó contra la
dictadura en la década de 1960, Dilma Rousseff debió hacer frente a una
serie de acusaciones de pastores evangélicos y de prelados católicos cuando
se postulaba para la presidencia por primera vez en 2010, al intentar
suceder a Lula. Los religiosos la acusaban de estar a favor de la
despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. La candidata se
vio obligada finalmente a publicar entre ambas vueltas una «carta abierta al
pueblo de Dios», en la cual reconocía la importancia del trabajo de las
iglesias evangélicas. Se comprometía sobre todo a «no proponer cambios en la
legislación sobre el aborto y otros temas vinculados a la familia», en
referencia a los derechos de los homosexuales. 

 

«Todavía no representamos a la mitad de los brasileños; por ende, imponer a
un candidato evangélico para dirigir el país no es posible en lo inmediato,
pero ya los obligamos a negociar», se enorgullece el pastor Malafaia. Y
precisa: «Nos sentamos a la mesa con cada uno de los candidatos y le
decimos: ‘¿Quieres nuestro apoyo? Deberás firmar un documento y
comprometerte a rechazar tal o cual legislación’. Así es el juego de la
política». Es lo que hizo además Rousseff, días después de la retirada de
Silva. Se la vio posando, con una sonrisa forzada, junto a los senadores y
diputados evangélicos más reaccionarios. Lo que no les impidió, a casi
todos, abandonarla dos años después de su reelección y votar por su
destitución. 

 

* Periodista franco-marroquí. Vive en Río de Janeiro y trabaja para varios
periódicos franceses y para el sitio brasileño Opera Mundi. Es autora del
libro Brésil, histoire, société, culture (La Découverte, París, 2009).
Este artículo es un extracto del libro Jésus t'aime.La déferlante
évangélique, Editions du Cerf, 2018).

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