Bolivia/ "Milagros" y "talones de Aquiles" del modelo económico [Fernando Molina]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Jun 19 15:10:54 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

19 de junio 2018

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Bolivia



La situación del modelo económico boliviano



De “milagros” y “talones de Aquiles”



El modelo económico boliviano es celebrado por distintos sectores políticos
y por los más diversos actores internacionales. Para muchos, se trata de la
prueba de que la izquierda también puede desarrollar una gestión eficiente
de la economía, sin dejar de atender las necesidades sociales de la
población. Pero el modelo, para muchos «milagroso», también tiene sus
problemas.



Fernando Molina *



Nueva Sociedad, junio 2018

http://nuso.org/



Se suele atribuir parte del éxito económico de Bolivia en el último tiempo a
las «Arcenomic», término que alude a Luis Arce, el economista que diseñó el
modelo de desarrollo del país y que lo dirigió personalmente de 2006 a 2017,
año este último en el que enfermó y renunció a su posición como ministro de
Economía de Evo Morales. Arce es un economista fuertemente contrario al
neoliberalismo, partidario del Estado, pero moderado en política económica y
prudente en la macroeconomía. Su línea continua guiando las decisiones del
gobierno boliviano y sigue cosechando éxitos. Entre ellos puede destacarse
el crecimiento en un 4,7% del PIB durante este año. Sin embargo, esta
política no está exenta de críticas. Hay quienes la consideran como posible
generadora de la llamada «enfermedad holandesa», es decir, de la tendencia
crónica de una economía extractiva a gastar mal.



El modelo boliviano considera la existencia de dos sectores. Uno de ellos es
el «generador de excedentes», compuesto por las industrias petrolera, minera
y eléctrica. El otro sector, en cambio, es el «generador de ingresos y
empleos» y lo conforman las industrias manufactureras, agropecuarias, la
construcción y el turismo, entre otras. El modelo se basa en la toma del
primer sector por parte del Estado (que se convierte así en el principal
actor de la economía) y en la transferencia de los excedentes de este al
segundo sector por la vía del gasto público y la redistribución económica
-es decir, de la ampliación de la demanda-.



Hace unos días, el ministro de la Presidencia, Alfredo Rada, espetó a los
empresarios que estaban ante «un gobierno de los trabajadores». Esta
afirmación debe examinarse a la luz de lo siguiente: mientras que la
presencia del Estado en el sector «generador de excedentes» es casi total,
el sector «generador de ingresos y empleo» sigue siendo mayoritariamente
privado y sigue orientado al lucro. Esto diferencia al modelo boliviano del
«socialismo del siglo XXI». Las limitaciones que ha puesto el gobierno al
sector privado solo han sido cuantitativas. Todas ellas las ha tomado del
arsenal nacional-popular y no del socialista. La lista es la siguiente: una
política salarial dictada desde arriba y fuertemente «pro trabajador»,
ciertos «topes» a las exportaciones de alimentos -a fin de asegurar el
abastecimiento interno-, y la imposición a los bancos de «cuotas mínimas»
para los distintos tipos de crédito. Los empresarios dicen que estas medidas
han impedido que la inversión privada sea más vigorosa, pero nadie piensa
que la hayan detenido como ocurrió en Venezuela. Las principales amenazas a
la industria nacional no son las nacionalizaciones sino la importación muy
abundante (y a menudo ilegal) de algunos productos, así como un tipo de
cambio inmóvil y sobrevalorado.



El modelo de transmisión de excedentes «hacia dentro» ha sido exitoso en el
corto plazo. Gracias al shock de ingresos que sacudió al país entre 2006 y
2014 -todos canalizados hacia el mercado interno-, se incrementaron el
consumo y las actividades destinadas a satisfacerlo. Además, se favoreció el
bienestar social. La extrema pobreza monetaria (ingresos de menos de 2
dólares al día) cayó de 38% a 18%, y hoy es de solo de un 10% en las
ciudades. Al mismo tiempo, Bolivia se convirtió en un país de ingresos
medios: «solo» el 30% de su población gana menos de 4 dólares por día.
Ocurrió así el «milagro».



Sin embargo, y tal como afirma la teoría de la «maldición de los recursos
naturales», puede haber complicaciones con este tipo de modelo. Cuando los
excedentes se originan en la extracción de recursos no renovables se tiende
a distorsionar la economía a largo plazo, así como a cambiar la mentalidad
de la sociedad convirtiéndola en «adicta» a la recepción de estos excedentes
«fáciles». La «enfermedad holandesa» es un crecimiento contrahecho a causa
de la «fuerza gravitacional». Evidentemente, promueve la actividad
extractiva sobre todos los demás sectores. Se trata de un fenómeno que
valoriza la moneda nacional, aumenta la capacidad de compra de los salarios
y, en consecuencia, dispara las importaciones, mientras que disminuye la
competitividad exportadora del país. Todos estos síntomas se han presentado
en Bolivia, aunque los puntos de vista sobre sus implicaciones son
disímiles. El gobierno cree que la transferencia de excedentes no tiene por
qué causar «rentismo» o dependencia de los sectores productivos de las
rentas del gas. Esto, siempre y cuando se los destine a la inversión pública
en infraestructura, a la creación de empresas estatales saneadas y a una
política social muy activa en un contexto de equilibrio macroeconómico.



Sin embargo, con los años los problemas causados por esta «transferencia
hacia dentro» se han ido sumando. Algunos casos de inversión pública se han
comenzado a revelar como «despilfarro»: escuelas sin alumnos, carreteras
poco usadas y aeropuertos innecesarios. Al mismo tiempo, solo algunas
empresas estatales -las que operan en nichos tradicionalmente rentables- han
logrado generar altas utilidades. Pero las demás trabajan de forma muy
ajustada o pierden dinero. Finalmente, el equilibrio macroeconómico se ha
visto comprometido por la caída del precio del gas que el país exporta y que
es responsable de la mayor parte del shock de ingresos o, para seguir con la
nomenclatura que estamos usando, del shock de «excedentes» experimentado.
Desde 2015, Bolivia presenta una sistemática caída de sus ingresos
internacionales, que sumó un 40% entre 2014 y 2017. El país tiene, en
consecuencia, problemas para financiar los gastos de un Estado ampliado, por
lo que registra ya por tres años un déficit fiscal de alrededor del 7% del
PIB. En el mismo periodo las importaciones solo han caído un 20% (lo que
parece confirmar el diagnóstico de «enfermedad holandesa»), por lo que se ha
producido una merma en las reservas internacionales de 15.000 a 10.000
millones de dólares. Esta situación sigue siendo controlable, pero
constituye el talón de Aquiles del modelo (en realidad, de todos los modelos
latinoamericanos, toda vez que la región comercia en una moneda que no es la
suya). En este momento, las reservas disminuyen a razón de 200 millones de
dólares mensuales y se calcula que, si el gobierno las dejara caer a 6.000
millones o menos, Bolivia estaría en un serio problema.



Ventajas y problemas de la “bolivianización”



Evo Morales dijo más de una vez que la estabilidad, es decir, el equilibrio
macroeconómico, es «un patrimonio del pueblo boliviano» y debe conservarse.
No es una tarea del Fondo Monetario Internacional -como ocurría en el
pasado-, sino de un programa monetario y fiscal que, aprobado por el
Ministerio de Economía y el Banco Central, define la cantidad de dinero que
se pone en la economía a fin de alentar la actividad económica sin crear
presiones inflacionarias (desde hace ocho años que la inflación se ha
mantenido en niveles bajos). Este programa ha sido facilitado por la
abundancia de las reservas internacionales a consecuencia del boom de
ingresos del exterior que vivió el país entre 2006 y 2014, pero también del
que probablemente es el mayor logro financiero de la gestión de Morales: la
«bolivianización» de la economía. Gracias a ambos factores, la política
monetaria y fiscal han podido ser constantemente expansivas y han alentado
un crecimiento continuo del PIB anual que ha sido el mayor de la historia
del país.



Bajo el neoliberalismo, las autoridades monetarias no podían impulsar el
crédito interno, pues este estaba casi completamente dolarizado. El nivel de
las reservas internacionales se había convertido en una rienda cuyo largo
marcaba la amplitud máxima a la que podía crecer la economía. Ahora el
gobierno tiene más juego de cintura. Si a fines de la década de 1990 solo el
3% de los depósitos del sistema financiero estaba nominado en bolivianos y
el resto en dólares, hoy esto es casi al revés: 94% de los depósitos está en
bolivianos y solo el 6% en dólares.



¿Qué pasó? Gracias a la entrada de una gran cantidad de dólares (100.000
millones) por el boom de las exportaciones, el boliviano se valorizó (o cada
dólar comenzó a cambiarse por menos bolivianos). Hasta 2011, el tipo de
cambio fluctuaba libremente, así que la valorización dio al público la señal
de que tener dólares significaba perder dinero. Luego el gobierno estabilizó
el tipo de cambio en 6,96 bolivianos, que es el precio fijo del dólar desde
2011. Si se toma en cuenta la inflación, esto implica que con el transcurso
del tiempo cada dólar puede comprar cada vez menos cosas dentro del mercado
interno. Estos estímulos cambiarios se complementaron con un mayor encaje
bancario en dólares y la transformación del Impuesto a las Transacciones
Financieras, a fin de que solo gravara a las operaciones en moneda
extranjera. Estas medidas, en un contexto de gran confianza en la economía
nacional y con una gran cantidad de reservas internacionales de respaldo,
obraron otro «milagro». La bolivianización ha permitido que las autoridades
monetarias mantengan un volumen expansivo de crédito a los actores
productivos, incluso desde que las reservas internacionales comenzaron a
caer en 2015.



Ahora bien, el problema está en que la bolivianización necesita que el tipo
de cambio sea fijo, porque si no fuera así y ocurrieran devaluaciones, estas
podrían llevar a las personas, deseosas de no perder su capacidad de compra,
a usar nuevamente el dólar. Se ha dicho que ese es el segundo talón de
Aquiles (o, mejor dicho, otro aspecto de la misma debilidad) de la política
monetaria actual, ya que le quita a las autoridades la herramienta de la
devaluación como medio para abaratar el costo de las exportaciones y
enfrentar escenarios como el actual, en el que los países vecinos han
realizado esta maniobra cambiaria y, por tanto, ponen productos más baratos
en los mercados clientes de Bolivia y en el propio mercado nacional. El
gobierno no cree que la devaluación funcione en Bolivia. Piensa que la
industria local no se beneficia claramente con un boliviano más barato,
porque es muy dependiente de maquinarias e insumos importados, y un
boliviano barato reduce la capacidad para importar. Por esto en los últimos
años el oficialismo ha resistido cualquier «tentación» de devaluar el
boliviano. Sin embargo, tal tentación solo puede ser resistida cuando se
tiene un alto nivel de reservas, lo que nos conduce nuevamente al mismo
punto. Es decir, al punto de las divisas y del precio y el volumen de las
exportaciones que pueden generar divisas. La estabilidad del modelo
boliviano actual se disputa en la arena de la producción de suficientes
divisas para sostener la transferencia de excedentes y, con ello, la demanda
interna incrementada.



* Periodista y escritor. Ha producido numerosas obras ensayísticas,
históricas y políticas sobre Bolivia. Dos de sus últimas publicaciones son
La izquierda boliviana frente a la revolución y la democracia. Del marxismo
nacional al MAS (Libro Nómadas, Cochabamba, 2016) y La idea aristocrática y
la idea liberal. Estudio de la élite política boliviana del siglo XIX (Libro
Nómadas, Cochabamba, 2017).

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