Uruguay/ El feminismo militante: entre la autonomía y la institucionalización [Daina García]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 9 18:38:19 UYT 2018


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Correspondencia de Prensa

9 de marzo 2018

Boletín Informativo

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germain5 en chasque.net

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Uruguay

El feminismo militante 

Esta es mi revolución 

La fertilidad de la militancia feminista en Uruguay acompaña un fenómeno
internacional de características inéditas. Puertas adentro las diferencias
ideológicas y generacionales marcan distintas formas de ponerle el cuerpo a
la causa y reeditan el histórico debate entre la autonomía, la
institucionalización y el rol del Estado. Pero hay una preocupación
compartida: cómo llegar a los sectores populares.

Daiana García

Brecha, 9-2-2018

https://brecha.com.uy/

Como un río desbordado tras una tormenta, el pensamiento feminista cautiva
hoy, quizás más que nunca, a mujeres de todas las generaciones, pero
fundamentalmente a las más jóvenes. Esto tiene su espejo en el brazo
militante que también se ensancha y diversifica. Pero aún no está claro cómo
será el cauce del río. Dos grandes paradigmas parecen dividir a la
militancia feminista en Uruguay: la autonomía o la institucionalidad. Las
“autónomas”, un adjetivo que las define aunque no todas sientan que es el
que mejor las representa, están nucleadas en la Coordinadora de Feminismos
(CF), conformada en noviembre de 2014 como una secuela del I Encuentro de
Feminismos de Uruguay. En ella participan colectivos de mujeres (1) y
mujeres a título personal. El segundo grupo está comprendido en la
Intersocial Feminista,2 conformada el 8 de marzo de 2017 como una escisión
de la CF e integrada por organizaciones de mujeres y mixtas, ya que no
admite la participación individual.

La militancia no se agota en estos dos espacios. Existen organizaciones,
como Mujer y Salud Uruguay (Mysu), que no participan de ninguno y otras que
lo hacen en ambos. También hay diversos colectivos del Interior cuyo
contacto con el capitalino es muy puntual, y está el Paro Internacional de
Mujeres (Pim), cuya génesis es la que se adivina en su nombre, que
actualmente se consolida como un lugar de coordinación, encuentro y acción,
y aunque participa en algunas actividades de la CF, se define como
independiente.

Esta geografía feminista en la que coexisten diferencias ideológicas,
estratégicas e incluso generacionales, no ha logrado, hasta el momento,
concretar un espacio de coordinación. Para la organización de la marcha de
ayer acoplaron algunas acciones puntuales, pero con concepciones que parecen
casi irreconciliables acerca de cómo aprovechar y gestionar la masividad
esperada. Si colocar o no un estrado, si leer la proclama de forma colectiva
o seleccionando a una vocera, y si hacerle o no reclamos al Estado fueron
algunos de los principales desencuentros de cara al denominado “8M”.

Es casi un cliché decir que la izquierda progresista ya no enamora. El
feminismo parece abrazar el mérito de conquistar ideológicamente y el
principal desafío para las militantes parece ser cómo capitalizar esta
efervescencia, o cómo traducir la masiva convocatoria en mejoras que
resientan las desigualdades de género.

El estado de la materia 

La concepción en torno al rol del Estado y cómo interactuar con él es uno de
los parteaguas del feminismo. Mariana González Guyer, investigadora del área
de género de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), explicó en
conversación con Brecha que el debate entre la autonomía, la
institucionalización y el rol del Estado es “muy viejo” en el movimiento
feminista: “es una discusión que tiene varias décadas y que ahora se
reedita”.

En Uruguay ya se esbozaba tímidamente en los primeros movimientos
posdictadura, si bien en ese momento la institucionalidad feminista
prácticamente no existía o era muy reciente (Cotidiano Mujer se creó en
1985). Pero se instaló con fuerza en los noventa a partir de la histórica
Conferencia sobre la Mujer, de las Naciones Unidas, realizada en Beijing.
González entiende que esta discusión “implica una distancia difícil de
reconciliar, porque determina con quién interactuás y la acción”.

Soledad González (Cotidiano Mujer), una de las impulsoras de la creación de
la Intersocial, afirma que su surgimiento tuvo que ver con la necesidad de
“incidir políticamente” y hacerle reclamos concretos al Estado y al
gobierno, y su objetivo es consolidarse como “un actor de peso”. En ese
sentido, contó, dieron los primeros pasos al estudiar los textos de la
última rendición de cuentas y luego lograron revertir algunos cambios de la
ley integral sobre violencia de género que se habían introducido en la
Cámara de Senadores y que eran “poco favorables”.

Si bien hay quienes reconocen en la CF rasgos anarquistas, no es una
definición ideológica que sus integrantes levanten explícitamente. La
mayoría parece reconocerse con el concepto de autonomía. Florencia y
Verónica, dos de sus siete voceras, que prefirieron figurar sólo por sus
nombres de pila, explicaron a Brecha que no buscan reclamarle nada al
Estado, sino “hablarnos a nosotras mismas, desde el contacto. No tenemos una
lista de reivindicaciones, tenemos una búsqueda que es transformar las
relaciones entre mujeres”. Su encare se propone “cambiar el foco”, no
“hablarle a otros”, puntualmente al Estado, porque lo consideran una
estructura que reproduce las lógicas patriarcales.

La CF lleva adelante las “alertas feministas”, instancias situadas en el
espacio público que se convocan cada vez que una mujer es asesinada por
violencia de género. Esta forma de protesta es distinta a una marcha
tradicional, el sentir es el clima predominante, con las performances, el
“abrazo caracol” (una dinámica de abrazo colectivo) y la lectura de la
proclama en forma grupal. Para Florencia “es una lucha que te atraviesa, es
mucho más que una lista de reivindicaciones”. Verónica redobla la apuesta.
Explica que pedirle algo al Estado “es pensar que el cambio va suceder
dependiendo de ellos, cuando nos den tal presupuesto, por ejemplo. No
negamos que exista, pero apelamos a estas otras formas”.

Lilián Celiberti, coordinadora de Cotidiano Mujer, define a este colectivo
como “un feminismo que quiere interpelar al Estado respecto de sus
responsabilidades”, pero “manteniendo la autonomía y la visión crítica,
porque hay luchas concretas que exceden nuestra acción”. En esa línea,
González reconoce que hay cambios más de orden cultural que no dependen
exclusivamente de las políticas públicas, pero relativiza al afirmar que hay
problemas más urgentes. Pone como ejemplo las mujeres que sufren violencia
en sus casas hoy: “Necesitan refugio, protección legal, trámites fáciles,
campañas de comunicación estable, y para eso se necesita plata. Por eso
nuestro foco es pedir recursos al Estado”.

Volver a la calle 

Si hay un mérito que se les reconoce a las jóvenes integrantes de la CF es
el retorno del feminismo al espacio público, con las alertas. En ocasiones,
lamentablemente, más de una vez por semana. Algunas de ellas visualizan una
dicotomía entre la presencia en las calles y hacer política tras los
escritorios de las instituciones feministas.

Mariana Menéndez, integrante de Minervas, un colectivo que articula a través
de la CF, considera que el mapa de feminismos de los noventa, “muy encerrado
en las políticas públicas y de género”, ha sido superado, en algún punto. La
militante considera que reconquistar el espacio público como lugar de
encuentro y protesta “no es poca cosa, ante cuerpos que de noche tienen
miedo de estar solos en la calle, es experiencia política, aunque se
desestime desde las visiones más dogmáticas”. Aunque la prioridad de
Minervas no ha sido la intervención en la agenda, Menéndez reconoce que “a
veces hay que arrancarle cosas al Estado, o ponerle límites”; admite que el
movimiento está madurando y quizás “mañana haya que hacerlo”.

El empuje de las nuevas generaciones propone una nueva forma de hacer
política, a través del cuerpo, si bien advierten que quizás no es entendida.
La revalorización de los vínculos entre mujeres –en un sistema que abona la
competencia– y la presencia en las calles son su motor.

Los billetes 

¿Cómo financiar una causa o generar conocimiento y evidencia sin dinero?,
¿cuál es el organismo que subvenciona y en qué medida condiciona las
agendas?, son algunas de las interrogantes a la hora de pensar el
financiamiento del movimiento feminista organizado. Desde los colectivos
institucionalizados entienden que es difícil hacer política sin dinero;
desde la CF repelen completamente la financiación que provenga de organismos
internacionales (de donde surge la gran mayoría de los recursos de las
organizaciones que reciben financiamiento) y prefieren apelar a la
autogestión o a la solidaridad de los sindicatos.

Lilián Abracinskas, directora de Mysu, fundado en 1996, reconoce que “la
institucionalidad de la lucha a través de las políticas de género ha sido
débil y muy mezquina”, pero entiende que con la autoorganización no alcanza:
no se logran los recursos para realizar campañas que impulsen políticas
públicas o para monitorear al Estado. Si hay dinero es posible, además,
remunerar a las personas que trabajan en estas instituciones. Abracinskas se
pregunta por qué, si las mujeres cargan con la doble o triple jornada, deben
trabajar gratis para la causa.

Los espacios feministas más distantes de la institucionalidad prefieren para
sí mismos formas de financiación ajenas a organismos como las Naciones
Unidas o la Unión Europea, por la carga simbólica y porque entienden que hay
un riesgo de contaminar las agendas. Este tipo de subvenciones, explicó
Celiberti, se genera a través de concursos de proyectos “transparentes”, y
se financia al ganador sin modificar su propuesta.

En 1995, ante la Conferencia sobre la Mujer, de Beijing, varias fueron las
voces feministas que se alzaron en el mundo preo­cupadas por la “cooptación
de la agenda”. La ítalo-estadounidense Silvia Federici, por ejemplo, en su
texto “Rumbo a Beijing. ¿Cómo las Naciones Unidas colonizaron el movimiento
feminista?”, realiza un análisis de la influencia que tuvo este organismo en
favorecer una neutralización y apaciguamiento del feminismo: “domesticó un
movimiento que contaba con un enorme potencial subversivo y fuertemente
autónomo (hasta el momento)”.

Parece de Perogrullo que las actividades que hoy hacen los colectivos más
institucionales no podrían sostenerse con bailes, rifas o colaboraciones de
los sindicatos. Pero también que la financiación no es clave para las formas
de militancia propuestas desde la CF.

De todas 

Pero dentro del feminismo en Uruguay también hay concepciones compartidas:
la oposición al punitivismo como respuesta a la violencia, la sensibilidad a
la interseccionalidad con otras desigualdades (véase recuadro), la
definición de izquierda y la importancia y la preocupación por un feminismo
popular. En este sentido, Abracinskas reconoce que hay “un núcleo duro” de
la sociedad al que aún no se llega con el feminismo. Es “un desafío”, porque
es donde llegan, por ejemplo, “los sectores religiosos neopentecostales”,
consolidando espacios en los que las mujeres “siguen reproduciendo lógicas
de sometimiento”.

Desde cada lugar se trabaja para que el feminismo no se convierta en algo
que involucre exclusivamente a determinadas mujeres, generalmente
universitarias y de clase media. Cotidiano Mujer buscó reforzar su trabajo
en el territorio, con líderes barriales, de cara al último Encuentro
Feminista Latinoamericano (que llevó el sintomático lema “Diversas pero no
dispersas”), está organizando un “tribunal popular” por el derecho a la
vivienda y desarrolla actividades en la cárcel de mujeres.

La necesidad de consolidar un feminismo desde bases populares es también
desvelo de las autónomas. Menéndez, de Minervas, cuenta que uno de los ejes
sobre los que se ha trabajado es la generación de una red de “feminismos
desde abajo, junto a colectivos de base”, que incluyen la dinámica de hacer
asambleas en barrios como Cerro y Casavalle. La estrategia de ese feminismo
“más de base”, explica, la han aprendido de la interacción con las
argentinas, que tienen una importante tradición territorial.

En el Pim también germina una organización popular. Hekatherina Delgado, una
de sus representantes en Uruguay, lo define como un movimiento, “no como un
colectivo”, que si bien desembarcó el año pasado con la plataforma de un
paro internacional, hoy ha trascendido aquella instancia concreta. Para este
8 de marzo, contó, se realizaron desde enero asambleas en los barrios para
“pensarse con autonomía”. Delgado advierte que hay una necesidad de que ese
espacio se sostenga, “tenemos la inquietud de visibilizar voces que no están
visibles, que nadie está procesando: las compañeras presas, las trans del
Comcar, las manicomializadas”. El Pim busca consolidarse como un “espacio
transfeminista”, una corriente que comienza a emerger en Uruguay, la cual
trasciende la visión binaria de otros feminismos: “les damos un lugar a los
varones trans que no lo tienen en el movimiento”, ejemplificó.

También es cierto que en los espacios populares la palabra “feminismo” suele
generar algunas resistencias. Ilustrativo es el ejemplo del colectivo La
Pitanga, que realiza un trabajo que podría enmarcarse dentro del feminismo,
pero no lo sienten así todas las que participan de ese espacio. La Pitanga
trabaja la violencia de género con mujeres de la franja que va de Punta de
Rieles a Villa García, fomentando redes solidarias de ayuda y contención
mutua, generando herramientas de acompañamiento y promoviendo el
empoderamiento de las mujeres de estos barrios.

Unidas y adelante 

Pero la posibilidad de trazar un mapa feminista con una diversidad tan
amplia era imposible de imaginar antes de 2014. Hoy, con un mismo fin último
–eliminar las desigualdades de género–, los feminismos uruguayos conviven
con escaso diálogo, pero admitiendo, quizás por lo bajo, que los caminos no
son excluyentes y que, al final del día, “nos necesitamos todas”, en las
calles, en los barrios, en el Parlamento, en la academia, en la cultura, en
lo cotidiano.

Amparo Ochoa cantaba ya en los años ochenta: “Mañana es tarde y el tiempo
apremia/ Nos sirven estas mujeres de ahora” para ilustrar una sensación
parecida a la que se respira hoy: este es el momento. La búsqueda de la
unidad y de algunos consensos emerge como preocupación, quizás con mayor
ahínco en las generaciones más viejas, que ya piensan en el legado y en el
rumbo que tomará el movimiento. Ellas creen que, en el feminismo, al igual
que en muchos movimientos sociales, hay una crisis de representatividad y de
confianza. Mientras tanto, la nueva camada desestima los liderazgos como
forma de hacer política. En cualquier caso, la vitalidad del feminismo la
determinará el hecho de permanecer en movimiento.

Notas 

1) Los colectivos que articulan en la Coordinadora de Feminismos son:
Minervas, Decidoras Desobedientas, Taller por la Liberación de la Mujer
Célica Gómez, Encuentro de Feministas Diversas, Paro Internacional de
Mujeres, y Amatistas. 

2) Los colectivos que integran la Intersocial Feminista son: Amnistía
Internacional Uruguay; Área de Género de Fucvam; Asociación Civil El Paso;
Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos; Colectivo Ellas;
Colectivo La Pitanga; Colectivo Ovejas Negras; Coordinadora Nacional
Afro-Uruguaya; Cotidiano Mujer; Departamento de Jóvenes del Pit-Cnt; Diálogo
Político de Mujeres Afrouruguayas; El Abrojo; Las Puñadito; Mujeres de Negro
Uruguay; Mujeres en el Horno; Mujer Ahora; Nacer Mejor; Proderechos; Red
Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual; Red Canarias en Movimiento;
Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual del Pit-Cnt; y Uafro
Colectivos.

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El feminismo y la diversidad

Todas mujeres

Uruguay, a diferencia de otros lugares del mundo, no tiene grandes tensiones
entre el feminismo y el movimiento de la diversidad sexual. Magdalena
Bessonart, integrante del Colectivo Ovejas Negras, que hoy articula en la
Intersocial, entiende que en Uruguay no hay, por ejemplo, un movimiento de
lesbofeministas, no porque las lesbianas feministas no estén militando sino
porque no lo hacen desde esa identidad. A su juicio, las agendas de
diversidad y feminismo se apoyan e interactúan constantemente, y eso entre
otras razones se debe a que el movimiento de la diversidad “no es
identitario, sino que es interseccional y esto también se sintetiza con el
feminismo”.

Otro distintivo del feminismo uruguayo es que no es biologicista, y por
tanto no excluye a las mujeres trans: “La diversidad en Uruguay es
feminista, estamos convencidas de que queremos lo mismo”, sintetizó. En esto
coincide Maia Calvo, del área académica queer de la Facultad de Ciencias
Sociales, y agregó que si bien la propia exclusión que sufren las mujeres
trans condiciona su presencia en la militancia, en la actualidad están
integradas las proclamas de las marchas de la diversidad en las del 8 de
marzo.

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El feminismo y otras realidades

Intersecciones

Cuando la desigualdad de género está atravesada por otras desigualdades
surgen militancias específicas. En Uruguay existe una militancia
afrofeminista, y sus principales organizaciones son Colectiva Mujer y
Mizangas. Ambas trabajan en coordinación internacional a través de la Red de
Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora. Ana Laura dos
Santos, integrante de la primera mencionada explicó que la agenda es similar
a la de las mujeres blancas, sumando los ejes de discriminación racial.
Mizangas, en palabras de su referente Tania Ramírez, trabaja desde un
“enfoque interseccional deshomogeneizando a las mujeres afro”, y promueve
acciones en el plano de la educación, la cultura y la autogestión.

En el afrofeminismo, explica Dos Santos, al igual que en el resto del
movimiento, “no hay un único espacio de coordinación”, al margen de acciones
concretas o participaciones individuales. Ramírez explicó que Mizangas
articula con otros espacios, aunque reconoce que para visibilizar las
demandas específicas “es fundamental tener un protagonismo propio”.

Alejada del cemento urbano, la Red de Grupos de Mujeres Rurales de Uruguay
trabaja hace 27 años y está conformada por una veintena de grupos. Ellas no
se definen feministas porque creen que aún se deben ese debate. Pero su foco
es la defensa de los derechos de las mujeres en el ámbito rural, coordinando
con otros agentes tanto públicos como privados. Estas mujeres reconocen que
el patriarcado afecta en las sociedades rurales, en algunos casos más que en
otros, y advierten que la construcción de ese espacio ha colaborado para que
sus cónyuges “asuman muchos roles que antes ni los consideraban posibles”.
En conversación con Brecha, una de las integrantes de la Red explicó que
buscan “achicar las brechas existentes entre oportunidades, derechos y
autonomías” en el espacio rural.

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