América Latina/Debates/ Elecciones presidenciales: ¿democracias indigentes? [Alicia Lissidini]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 4 14:25:14 UYT 2018


  _____

Correspondencia de Prensa

4 de mayo 2018

 <https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/>
https://correspondenciadeprensa.wordpress.com/

redacción y suscripciones

 <mailto:germain5 en chasque.net> germain5 en chasque.net

  _____



América Latina/Debates



Elecciones presidenciales



Más allá de lo que ves: ¿democracias indigentes?



Alicia Lissidini *



Brecha, 4-5-2018

https://brecha.com.uy/



Una mirada superficial a las elecciones nacionales de los últimos años en
América Latina –y en buena parte del mundo– podría dar la impresión de que
la democracia goza de buena salud. En la mayoría de los países hay
elecciones “libres y competitivas” y se eligen los presidentes siguiendo las
reglas electorales. Sin entrar a analizar qué tan democráticamente gobiernan
los elegidos y qué tan democrática es la oposición, observamos la distancia
creciente de los ciudadanos respecto a sus representantes, es decir, el
déficit democrático. Finalmente, nos preguntamos por la excepcionalidad
uruguaya en el contexto latinoamericano.



Entre la apatía y el estallido social



Chile es considerado por muchos como un “modelo de país” por su calidad
institucional. Sin embargo, es tal vez hoy un caso extremo en América Latina
de déficit democrático: sólo el 44,2 por ciento confía en las elecciones,
(1) el 36 por ciento muestra satisfacción con la democracia (2) y un escaso
3,8 por ciento se identifica con algún partido político. En las elecciones
del 17 de diciembre de 2017 la ciudadanía tuvo que elegir entre Alejandro
Guillier, de centroizquierda, y Sebastián Piñera, de derecha, pero sólo el
49 por ciento del padrón electoral decidió participar. (3) Simultáneamente
al distanciamiento creciente de los ciudadanos respecto a los partidos
políticos, se expandió la política en las calles: las movilizaciones
mapuches, la de los estudiantes en olas sucesivas –los de enseñanza
secundaria en 2006 con la “revolución de los pingüinos” y luego los
universitarios a partir de 2011– y más recientemente contra el sistema de
pensiones, entre otras.



Pero si bien Chile es un caso extremo, no es por cierto el único. En Costa
Rica –otrora considerada la Suiza de Centroamérica– los datos son “mejores”
pero no por ello buenos: la confianza en las elecciones es de 56,5 por
ciento, al 64 por ciento no le interesa “la política” y la identificación
partidaria es de sólo 20,1 por ciento. En la primera vuelta de las
elecciones –8 de febrero de 2018– se presentaron 13 candidatos,
fragmentándose el voto de tal manera que quien tuvo más apoyo fue el Partido
Restauración Nacional fundado en 2005, que recogió el 24,99 por ciento.
Mientras que ninguno de los dos partidos tradicionales (que gobernaron entre
1942 y 2010) pasaron a la segunda vuelta. El malestar de los ticos es con la
situación económica, pero también con la Asamblea Constituyente, los
partidos y el gobierno. Al igual que en buena parte de América Latina, las
acciones colectivas se dispararon a partir de 2000 y fueron protagonizadas
tanto por actores tradicionales como por nuevos. Entre los primeros las
organizaciones estudiantiles y las trabajadoras, entre los segundos los
insatisfechos con los servicios básicos –como la electricidad y la salud–,
los defensores de los derechos Lgtbi y los de la “familia tradicional”.



Por su parte, Colombia se caracteriza por la particular combinación de 100
años de “democracia y represión”. (4) Pero al mismo tiempo comparte algunas
similitudes con los países mencionados: sólo el 24 por ciento de la
ciudadanía confía en las elecciones y el 10 por ciento en los partidos
políticos, únicamente el 22,6 por ciento se siente identificado con algún
partido político. Cabe agregar que el 56 por ciento cree que hay poca
libertad de prensa. Colombia registra uno de los más bajos porcentajes de
confianza en los medios de comunicación en América Latina: 35,8 por ciento.
En este país, el 71 por ciento de los ciudadanos tiene miedo a expresar sus
opiniones políticas. Frente a las próximas elecciones presidenciales del 27
de mayo de 2018 la enorme mayoría –77 por ciento– dice estar insatisfecha
con la política y el 49 por ciento de los votantes no cree en las elecciones
como mecanismo de transformación de la vida de los colombianos. (5)



De los países mencionados hasta ahora, México –que no sufrió golpes de
Estado– es el único en el que menos de la mitad de la población no apoya la
democracia y es el que registra mayor sustento a un eventual golpe de Estado
por motivos de delincuencia o de corrupción, junto a Jamaica y Perú. (6)
Aunque de una forma diferente a la de Colombia, la violencia en México
constituye una variable clave para entender la debilidad de la democracia.
Al igual que los colombianos, la mayoría de los mexicanos –70 por ciento–
tiene temor a expresar su opinión política y en ambos países se considera
que la protección a los derechos humanos por parte del Estado es
insuficiente. De hecho, los periodistas corren serio riesgo de vida en
México, Venezuela y Colombia. Asimismo, los asesinatos y desapariciones de
mujeres y estudiantes mexicanos siguen aumentando, a pesar de las denuncias
y manifestaciones a nivel nacional e internacional. Sólo el 26,2 por ciento
confía en las elecciones y un 13,8 por ciento en los partidos políticos, lo
que le otorga a las próximas elecciones del 1 de julio de 2018 escasa
legitimidad. Actualmente, únicamente el 18,8 por ciento se siente
identificado con algún partido político: el porcentaje más bajo registrado
en la historia de ese país.



Otros dos países enfrentan elecciones presidenciales en 2018: Brasil y
Venezuela. En ambos países los declives democráticos son muy evidentes e
involucran a todo el sistema político. En el caso venezolano el régimen es
francamente autoritario, no existen las garantías mínimas de ejercicio de
los derechos políticos y hay una violación sistemática de los derechos
humanos, todo ello enmarcado en una profunda crisis económica. En las
elecciones –pospuestas por el gobierno para el 20 de mayo– un sector de la
oposición promueve la abstención electoral. La transición a la democracia
está lejos de encontrar el camino.



En Brasil, que si bien formalmente se mantiene dentro de los carriles de la
democracia, la remoción de la presidenta Dilma Rousseff y la prisión del
principal líder opositor, Lula da Silva, ahondaron el déficit democrático en
un país en donde la corrupción es sistémica y todos los partidos –por acción
u omisión– forman parte de ésta. En octubre habrá elecciones: más del 40 por
ciento no sabe a quién votará y tampoco hay certezas de quiénes serán los
candidatos. ¿Cambian las elecciones la vida de la gente? Muchas personas
creen que no.



No me escuchas, no te entiendo y aparecen los evangélicos



En la enorme mayoría de los países latinoamericanos las elecciones están
certificadas como válidas por organismos nacionales e internacionales. Con
la excepción de las elecciones nacionales en Nicaragua (2016) y las
regionales en Venezuela (2017), no hay acusaciones graves de fraude
electoral en elecciones recientes. Sin embargo, buena parte de los
ciudadanos latinoamericanos desconfían de ellas.



Asimismo, se ha repetido hasta el cansancio que los partidos políticos son
la base de la democracia, sin ellos no sólo no es posible la competencia
electoral, sino que no hay quienes canalicen e institucionalicen las
demandas y los conflictos inherentes a la polis. Son los partidos políticos
los encargados de representar los clivajes sociales y de mantener y
dinamizar la relación entre ciudadanos y representantes. Pero eso no parece
estarse cumpliendo en buena parte de las sociedades democráticas. Los viejos
y nuevos partidos no escuchan, no entienden o no tienen la capacidad de
responder a las cada vez más diversas demandas sociales. Si bien la sociedad
es más compleja y más difícil de representar, los gobiernos de turno no
cumplen sus promesas electorales, ni logran mantener lealtades e identidades
partidarias. Las denuncias de corrupción, clientelismo, nepotismo, se suman
a la falta de soluciones satisfactorias por parte del Estado a aquellos
sectores de la población, los más vulnerables y empobrecidos, que no acceden
a los servicios básicos y tienen sus necesidades básicas insatisfechas.
Justamente aquellos a los que les resulta más difícil promover acciones
colectivas.



El malestar, la desilusión y la desconfianza hacia la política se
manifiestan tanto en la apatía electoral como en la dificultad de establecer
acuerdos amplios que otorguen certidumbre, horizontes comunes y establezcan
políticas de largo plazo entre los actores políticos. Asimismo, se canalizan
en estallidos sociales, en violencia y en acciones colectivas. También
constituyen el caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos
regionalistas, de partidos subnacionales y de personajes outsiders y
religiosos.



Entre los últimos, despuntan los grupos neopentecostales o evangélicos, que
unidos a los conservadores, promueven la vuelta a “los valores
tradicionales”, politizan sectores que habitualmente no participan en
política y les dan esperanzas a quienes no la tienen, en particular a los
sectores más vulnerables. Las manifestaciones en la calle contra el aborto,
contra los derechos de las minorías y la educación sexual son señales
identitarias de estos grupos que buscan volver a vincular el Estado con la
religión y promover la derechización de la sociedad. El ascenso de los
evangélicos a la política es evidente: la bancada evangélica fue decisiva
para la expulsión de Rousseff de la presidencia de Brasil, el discurso
evangélico caló hondo en los colombianos que votaron contra el acuerdo de
paz con la guerrilla, en Costa Rica el evangelista Fabricio Alvarado
compitió por la presidencia en las últimas elecciones y obtuvo el 39,41 por
ciento de los votos. Los “grupos evangelistas” funcionan como espacios de
contención, de integración y de solidaridad, desde una postura ideológica
que da certezas y esperanzas.



En definitiva, la democracia corre diversos riesgos: de vaciarse de sentido
al punto que los ciudadanos dejen de ir a votar, de ser cooptada por
sectores religiosos conservadores e intolerantes que limiten los valores
republicanos o de ser destruida por la violencia de grupos asociados al
narcotráfico.



Uruguay y los laureles



Uruguay parece alejarse del resto de América Latina, a juzgar por los
índices internacionales referidos a la confianza en la democracia y en las
elecciones, y también en relación a la identificación partidaria que
asciende a 44,4 por ciento, siendo la más alta de la región.



Sin embargo, algunos datos podrían ser una señal de alarma a la tan mentada
excepcionalidad uruguaya. Entre ellos, la confianza actual en los partidos
es del 26,7 por ciento, un guarismo bajo en la historia política de Uruguay.
Asimismo, el ranking de confianza en las instituciones que elabora la
empresa Factum con base en las encuestas de opinión pública posiciona a los
bancos en primer lugar –58 por ciento– y a los partidos políticos en el
último –21 por ciento–. (7)



Si bien el edificio de la estructura partidaria y del funcionamiento
institucional mantiene su fortaleza, en su interior se presentan desafíos.
Según una encuesta realizada por el Grupo Radar, entre los nuevos votantes
–la “generación Ceibal”– el porcentaje de intención de voto “en blanco,
anulado, no sabe, no contesta” alcanza el 52 por ciento. (8) Si a ello le
sumamos las dificultades de los partidos y, en particular, del partido en el
gobierno para realizar un recambio generacional de los cuadros y de las
figuras políticas del Frente Amplio, al menos esta fuerza política –que
continúa teniendo una mayoría relativa en la intención de voto– se enfrenta
a un problema para renovar su electorado.



El surgimiento del Partido de la Gente (2016), liderado por el empresario
Edgardo Novick, y el ingreso de pentecostales a la política uruguaya –tres
diputados evangelistas en 2014– son indicios de que algo podría estar
cambiando. Asimismo, que un 66 por ciento de los uruguayos considere –según
Opción Consultores– que la corrupción se encuentra “bastante” o “muy
generalizada”, y que la cifra trepe al 73 por ciento entre los jóvenes, (9)
es un llamado de atención a considerar dada la importancia que tiene la
corrupción en el debate político y especialmente en las redes y en los
medios de comunicación. Más allá de la dimensión mediática de la corrupción,
lo cierto es que las denuncias llevaron a la caída de Rousseff en Brasil y
de Pedro Pablo Kuczynski en Perú y a cuestionar a ex presidentes y actuales
presidentes de varios países latinoamericanos. También es el eje de las
campañas electorales, en especial de la de Colombia en estos días.



Otro dato que conviene observar es el que surge del Monitor de Opinión
Pública de Opción Consultores: el interés por la política. En abril de 2018
el 51,3 por ciento de los uruguayos expresa estar poco o nada interesado en
ella. Ese desinterés aumenta a 55,5 por ciento entre los que tienen entre 18
y 34 años. El desinterés es un indicador de desacople entre lo que se
discute y se decide políticamente, y lo que las personas consideran
relevante. Que justamente sean los jóvenes los más desinteresados es, al
menos, preocupante.



Los conflictos y las demandas son inherentes a la vida política, las
decisiones –y esto incluye también dejar las cosas tal como están– conllevan
necesariamente reacciones a favor y en contra. “Tomar partido” supone asumir
riesgos de índole política, social y económica; condenar y tratar de evitar
actos de corrupción y nepotismo tiene costos para los políticos y para las
maquinarias partidarias; priorizar las necesidades en función de datos
económicos y no de encuestas o de grupos movilizados puede llevar a la
pérdida de algunos votos. Pero no hacerlo contribuye a reforzar la idea de
que todos los “políticos son iguales” y que da lo mismo que gobierne un
partido de derecha o de izquierda.



Uruguay puede mantener sus laureles o dormirse en ellos.



* Doctora en ciencia política.



Notas



1) Salvo referencia específica, todos los datos son del Barómetro de las
Américas, Lapop, 2016-2017.

2) Latinobarómetro, 2017.

3) Vale aclarar que en Chile el voto no es obligatorio desde 2012. En
Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Honduras,
México, Perú, Panamá, Paraguay y Uruguay es obligatorio, pero no en todos
hay penalidad en caso de no concurrir. Este aspecto merece una discusión en
profundidad.

4) Gutiérrez Sanín, F (2014). El orangután con sacoleva: cien años de
democracia y represión en Colombia (1910-2010). Iepr.

5)
http://www.celag.org/colombia-elecciones-presidenciales-2018-segunda-encuest
a-de-opinion/

6)
https://www.vanderbilt.edu/lapop/mexico/AB2016-17_Mexico_Country_Report_V3_0
3.06.18_W_042018.pdf

7) http://www.factum.uy/analisis/2018/ana180316.php

8)
http://www.montevideo.com.uy/contenido/Encuesta-de-Radar-revela-una-leve-ven
taja-del-Frente-Amplio-sobre-el-Partido-Nacional-343975

9)
http://www.montevideo.com.uy/Noticias/Encuesta-el-66-de-los-uruguayos-consid
era-que-la-corrupcion-esta-generalizada-en-los-partidos-politicos-uc670927
<http://www.montevideo.com.uy/Noticias/Encuesta-el-66-de-los-uruguayos-consi
dera-que-la-corrupcion-esta-generalizada-en-los-partidos-politicos-uc670927>


  _____





---
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20180504/e62560c7/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa